"Cuadriga de soles", por Alejandra Atala. Reseña sobre el libro En el centro del año de Jaime Labastida

Lunes, 12 de Noviembre de 2012
"Cuadriga de soles", por Alejandra Atala. Reseña sobre el libro En el centro del año de Jaime Labastida
Foto: La Jornada Semanal

En el centro del año,
Jaime Labastida,
Siglo XXI Editores,
México, 2012.

Un planto, una elegía, una voz como la de aquel Lino que cae exiliado del Olimpo, boca desde donde se oye por primera vez el lamento que es canto, parece ser la obra En el centro del año del doctor Jaime Labastida, que abre sus páginas con cuatro soles y un centro que es móvil, como los caballos de Faetón, quienes van marcando el ritmo y la música de su fluyente poesía.

Dos solsticios, dos equinoccios, cuyo narrador es el sol, pues es la lucidez a fuerza de cuestionamientos del poeta la que canta en clave de lírica, las voces de nuestro tiempo y las del que en las palabras nos da la cuna, el griego.

Cinco son los cantos de En el centro del año, que palpitan en su brío de corceles en busca de las respuestas a sus manantiales preguntas, que van haciendo, a paso de poema río, el saludo a quienes le dieron patria en el pensamiento y en la voz, pero sobre todo, al Orden de la Vida, frente al que nada, irremediablemente, se puede hacer: tempus fugit.

En este nuevo libro, Jaime Labastida, quien ha sido galardonado con la Medalla de Oro de Bellas Artes y es también autor de, entre otros títulos de, Animal de silenciosElogios de la luz y de la sombra y La sal me sabía a polvo, parece llevar la directriz de esa tradición poética que crea sus antecedentes en T. S. Eliot (1888 -1965), en R. M. Rilke (1875- 1926), en José Gorostiza (1901-1973) y en Jorge Cuesta (1903-1942), poetas de la permanencia y de lo fugaz, del tiempo y del espacio, de la conciencia y de la inmanencia. “Todo principio es un fin”, dice Eliot; “¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes angélicas?”, pregunta Rilke; “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis/ por un dios inasible que me ahoga”, exclama Gorostiza; “Nada perdura, ¡oh, nubes!, ni descansa.”, gime Jorge Cuesta… todos de largo aliento, los bardos que lidian con la metafísica, la filosofía, el espíritu y la entraña de la creatividad. Y confiesa Labastida: “Los estigmas de todas las especies resplandecen,/ de pronto, en mi garganta, están, de súbito,/ erguidos, en la punta de mi lengua…”, como si estuviera llamado al imperativo de denunciar esas marcas dolorosas que imprime el tiempo que cada ser, de cada género, experimenta y calla; como si Labastida oyera el sonido germinal de la planta y su doloroso crecer entre la hierba, y denunciara, no sólo la marca, también el dolor, como único resquicio en el que todo ser se habita en única soberanía, con los instrumentos primarios de la justicia y también de la poesía que son Verdad y Belleza: “Hay leyes injustas, lo sabemos./ ¿Hemos de aborrecer, por esto, el orden? ¿Acaso/ no sabemos que en el orden se encuentra la belleza/ y en la belleza la verdad y en ella, al mismo tiempo,/ la razón? Lo dijo así, bajo el Sol asesino de la blanca/ y pura Atenas, un hombre enamorado del triste/ fango del derecho.”

Labastida, amparado por la instrucción y la fe griegas, después de las batallas dadas sobre la cuadriga de su lenguaje, en la dulzura y en la amargura que expresa, canta conciliado al “hermoso y terrible, anhelo de vivir”.

Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2012/11/11/sem-leer.html


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