“Quien haya concedido alguna atención a la vida de la literatura mexicana contemporánea habrá advertido que, en los últimos años, esa vida ha dado muestras evidentes de una situación que, sin exagerado pesimismo, puede llamarse letárgica.” Estas líneas fueron escritas hace algunas décadas, y el autor de ellas añadió, dos o tres párrafos después: “Los que escriben versos, llenos los oídos de la música de sus antecesores, componen variaciones de una lección aprendida a la que no añaden sino su carencia de originalidad...” Fustiga con similar comedimiento (casi dulzura) a novelistas, dramaturgos y ensayistas. Es precisamente su discreción, supongo, lo que lo lleva a expresar más adelante que, desde luego, es innegable “la existencia de obras destacadas, piedras blancas casi perdidas en el páramo”. Pero eso sería más o menos la excepción que confirma la regla.
No es mi propósito reciclar esas líneas para aventurar que estamos de nuevo en tal situación. Creo que eso deberán resolverlo los actuales críticos e investigadores. Yo solamente aspiro a contar las peripecias corridas por ese ensayo fechado en julio de 1948 y firmado por el entonces joven José Luis Martínez, que lo tituló: “Situación de la literatura mexicana contemporánea”. Dicho lo cual –como expresaban nuestros antepasados–, procedo al relato.
En aquellos años el Instituto de Bellas Artes publicaba, en calidad de órgano, la revista México en el Arte y le solicitó a jlm un artículo en el que hiciera el balance de las letras mexicanas. El joven crítico, que para José Rubén Romero tenía “cien años de madurez”, se pasó tres meses elaborando el trabajo solicitado. El texto resultante y entregado “en tiempo y forma” –diría hoy un padre conscripto–, le puso los pelos de punta al Consejo Técnico del Instituto cuando lo evaluaron para decidir si lo publicaban. Obvio: el fallo fue adverso y se lo devolvieron al autor, según parece sin broncas ni reclamos. Supongo que previendo fuera publicado en otro medio, el Instituto solicitó una especie de réplica a Rafael Solana, para refutar la opiniones de JLM. Esta visión oficial del panorama de nuestras letras se publicó de inmediato y “acaso por la prisa con que debió escribirse fue, antes que un brioso mentís, una corroboración de mis pesimistas opiniones”, escribe don José Luis.
Liberado de su compromiso con México en el Arte, Martínez le ofreció su texto a don Jesús Silva Herzog, para Cuadernos Americanos, aclarándole las circunstancias y lo ocurrido en Bellas Artes. Don Jesús lo publicó y fue así como se inició la bronca. De inmediato saltaron ofendidos casi todos los escritores del país; Margarita Michelena también protestó pero apuntando que el ensayo era muy benévolo, pues JLM se había quedado corto al señalar 1940 como inicio del letargo, cuando el verdadero comienzo de la decadencia era 1920, con la aparición de los Contemporáneos.
Podría decirse que todos los diarios y revistas exhortaron a los escritores a opinar sobre el escrito, y fueron muy contados los que estuvieron de acuerdo con los juicios de JLM. La mayoría se le fue encima con ferocidad exagerada y algunos otros, por alguna razón, manifestaron mesura (entre ellos José Revueltas, que expresó, respecto a la novela, que el género apenas estaba en un proceso de gestación). Rodolfo Usigli sí se pronunció a favor del texto y cargó las tintas pesimistas; don José Rubén Romero, a petición de los lectores de su columna en Excélsior, entre cotorreando y en serio concluyó: “Seamos sinceros y confesemos que José Luis Martínez, con cierta deleitosa amargura, dice la verdad.”
En enero del año siguiente, en la cena anual de Cuadernos Americanos, don Jesús Silva Herzog invitó al polémico crítico a que fuera uno de los oradores. En su intervención, JLM, poco antes de concluir, contó que uno de los mejores prosistas le había comentado que su ensayo “está escrito con esa severidad que sólo puede tenerse a sus años. Más tarde, el tiempo le enseñará que es necesario perdonar y tolerar muchas cosas contra las que hoy se rebela.”
Cuando leí esta “Situación de la Literatura Mexicana contemporánea” pensé que su vigencia era considerable; no obstante, me pregunté si hoy JLM haría un análisis tan severo (aunque en realidad, como lo digo más arriba, es bastante comedido e indulgente). Incluso puntualicé que me abstenía de emitir juicios tales, porque quizá me doy cuenta, en este momento, de que ya me llegó esa edad en la que es necesario perdonar y tolerar muchas cosas que otrora habría criticado sin clemencia.
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