Cartas de Fuentes a Paz, una correspondencia franca y apasionada

Lunes, 19 de mayo de 2014
Carlos Fuentes
Foto: Paulina Lavista, Conaculta - Tierra Adentro

“Contigo siento la confianza de ser pendejo, borracho, comemierda”, le dice exaltado el escritor Carlos Fuentes (1928-2012) a su amigo Octavio Paz (1914-1998), desde París, el 4 de septiembre de 1968, en una de las cartas más francas, apasionadas y conmovedoras que le envió al poeta.

En esta misiva, el novelista y ensayista se abre totalmente ante el hoy Nobel de Literatura: le dice que cree en su ejemplo, su genio y amistad; admite que no se atreve a enfrentar el “terror supremo” que le causa regresar a México; es evidente que le duele estar lejos de su país, pero explica que en Europa se gana la vida y escribe y que en México sería “la miseria y el odio”.

La confianza es total en la relación que estos dos escritores, fundamentales en las letras mexicanas del siglo XX, mantuvieron desde 1950, cuando se conocieron en París, según recuerda el autor de Aura en su carta del 15 de junio de 1977, en la que se pregunta “cuántas cosas hemos compartido” y le refrenda su amistad a Paz.

Un Fuentes vital, bromista, culto, políglota, generoso, bien informado, siempre preocupado por cómo ayudar a sus amigos, idealista, trabajador y lector obsesivo y gran promotor de la literatura latinoamericana, es el que retratan las 61 cartas reunidas en la correspondencia que el jueves pasado se pudo consultar por primera vez en la Biblioteca Firestone de la Universidad de Princeton.

Guardadas en dos cajas (305 y 306) que, a petición del autor, permanecieron selladas durante 19 años, desde 1995 cuando la casa de estudios estadounidense adquirió el archivo personal del ensayista, las misivas dejan al descubierto, dos años después de la muerte de Fuentes, como él lo solicitó, los secretos de esta singular amistad.

Para responder a las 70 cartas que el autor de El laberinto de la soledad le envió entre 1956 y 1982, cuyo contenido detalló ayer Excélsior, Fuentes le mandó al poeta más de seis decenas de misivas, telegramas y postales de 1962 a 1985 a ciudades como México, Delhi, París, Londres y Estados Unidos.

Aunque es evidente, por las fechas, que en las cajas no se encuentra la totalidad de la correspondencia que sostuvieron ambos creadores, cuya amistad se truncó en 1988, debido a un artículo que demeritaba a Fuentes y a su obra publicado en la revista Vuelta, que dirigía Paz, sí está la mayoría y se puede reconstruir un retrato nítido de la relación entre estos dos grandes.

La misiva más antigua que resguarda la Caja 306, en su Fólder 4, que agrupa sólo las enviadas por Fuentes, data del 9 de enero de 1962 y el autor de La muerte de Artemio Cruz la mandó de la ciudad de México a la Embajada de México en París, donde laboraba el poeta.

En una cuartilla escrita a máquina, le informa sobre la destitución de Fernando Benítez como director del suplemento México en la Cultura, y de la renuncia colectiva de su grupo de colaboradores, entre ellos él. Le avisa que publicarán un nuevo suplemento en la revista Siempre!, para el que le pide un texto de bienvenida.

Formal al principio, el intercambio epistolar se vuelve poco a poco más cálido. Ya en sus comentarios del 9 de septiembre de 1964, Fuentes, además de solicitarle al poeta el prólogo para un libro dedicado a Jorge Portilla, que reunirá ensayos de Luis Villoro, Alejandro Rossi y Víctor Flores Olea, le cuenta que le escribió Julio Cortázar contándole que él había pasado por París “desparramando” salud y juventud: “Malvado Dorian Gray”, le dice.

Un magnífico corresponsal

Carlos Fuentes mantiene informado a Paz. El autor de Zona sagrada, libro que le dedica a su amigo y a su esposa Marie José, a quien conoció en Roma en 1965, detalla con precisión en sus cartas el acontecer social, político y cultural tanto de la ciudad donde vive en determinado momento como de México.

Le envía, además de revistas y libros, recortes de periódicos con las noticias, por ejemplo, del movimiento estudiantil de París, del que hace una crónica excelsa; de la marcha de cien mil estudiantes en México con el rector de la UNAM al frente; el ataque frontal a la cultura en el país azteca (la censura de la novela Los hijos de Sánchez y el despido de Arnaldo Orfila del FCE) y del golpe de Estado en Chile, entre otros temas.

El también dramaturgo le narra a Paz con lujo de detalle los encuentros con los amigos mutuos que ve sobre todo en París, como Cortázar, Buñuel, Tomás Segovia, Mario Vargas Llosa o Alberto Gironella. Y cómo, al final de sus conversaciones, se acuerdan de él y lo extrañan.

Las esposas y los hijos, en el caso de Fuentes, ocupan un lugar especial en esta relación, pues siempre son mencionados por ambos y les envían saludos. El novelista siempre trata a Paz y a Marie José como un ente unido. Le dice que en las fiestas los amigos revaloran la belleza y la gracia de su mujer y que se animaría a regresar a México sólo si ellos también lo hacen.

Nada queda por decir. Fuentes le detalla sus múltiples trabajos en varios países de Europa y Estados Unidos, sus conferencias por Italia, sus clases en universidades norteamericanas, las películas en las que participa en París, los programas de televisión por la BBC británica, sus antologías en México, sus programas de radio en Alemania. En todo incluye y promueve la obra de Paz.

Le cuenta también sus problemas financieros, “devoro mis ingresos para concentrarme en mis libros”, los gastos y las enfermedades de sus hijos, sus “hipocondrias, gastritis, colitis”, cuando deja de fumar, cuando le pierde el miedo a los aviones y se sube al Concorde.

Plural, su proyecto

Y el gran proyecto añorado durante una década: una revista crítica y creativa, “para mirar en vez de ser mirados”, en español pero universal, que debaten y elaboran entre ambos; “nuestro proyecto va”, dicen a cada misiva. Y Fuentes le envía colaboraciones a Paz cuando por fin el concepto se aterriza primero en Plural, que dirigió el poeta en Excélsior de 1971 a 1976, y luego en Vuelta.

Fuentes y Paz sabían que tenían divergencias. “No debemos exagerarlas, pero tampoco minimizarlas ni ignorarlas”, porque, le dijo el novelista en su carta del 18 de agosto de 1977, tenían “coincidencias fundamentales”, como el respeto a la palabra y a la calidad que ésta le da a los hombres.

En la última misiva que alberga la caja, del 12 de octubre 1985, Fuentes le escribe a Paz, quien se ha establecido en la ciudad de México, preocupado por cómo está tras el terremoto del 19 de septiembre de ese año.

El acervo cierra con una invitación que conservaba el autor de Cristóbal Nonato, al encuentro “Más allá de las fechas, más acá de los nombres. Octavio Paz: 70 años”, al que lo invitaban al Teatro de Bellas Artes el 20 de agosto de 1984.

Un tesoro de la literatura

Un verdadero “tesoro” literario ha quedado al descubierto al abrir, tras 19 años de permanecer selladas, las dos cajas (305 y 306) que resguardan la correspondencia que el escritor mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) sostuvo con los escritores Octavio Paz, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infante, José Donoso, Philip Roth, Hélène Cixous, Roberto Fernández Retamar, Norman Mailer, María Ramírez y Jean Seberg.

Entre estos cientos de misivas, cuyo número total aún se desconoce, pues el proceso de investigación apenas comienza, destacan las cartas que Fuentes y su amigo Octavio Paz, hoy Nobel de Literatura, intercambiaron de 1956 a 1985.

Esta correspondencia forma parte del archivo personal del autor de Aura que la Universidad de Princeton adquirió en 1995 y que resguarda en una bóveda especial, a lo largo de 60 metros lineales de estantes, el departamento de Libros Raros y Colecciones Especiales de la Biblioteca Firestone de dicha casa de estudios.

De las 180 cajas “repletas de documentos” que Fuentes entregó, sólo selló dos y solicitó que se abrieran dos años después de su muerte, que se cumplieron el jueves pasado, cuando sin ceremonia pública se abrieron a la consulta.

El acervo denominado Carlos Fuentes’ Papers, cuyos documentos van de 1940 a 1990, reúne además los manuscritos de algunas de sus novelas, cuadernos de apuntes, los dibujos y caricaturas que evidenciaban su permanente buen humor, sus fotografías, sus discos, las películas que le fascinaban y hasta sus papeles contables.

Según el investigador Fernando Acosta-Rodríguez, Bibliotecario para Estudios Latinoamericanos de la Biblioteca Firestone, el archivo del novelista y ensayista “está entre los más destacados y consultados en la División de Manuscritos y es también uno de los más extensos”.

Dice que es uno de los acervos más vitales de entre los 70 que la universidad ha adquirido desde 1974, hecho que la coloca a la vanguardia en el estudio y la preservación de la obra de escritores latinoamericanos.

Manuscritos valiosos

La colección de Princeton, indica, guarda los manuscritos de “muchas de las obras literarias que hoy están reconocidas como entre las más importantes de las escritas durante el siglo XX por latinoamericanos”. Y cita algunas de las más emblemáticas: La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas Llosa; El obsceno pájaro de la noche; de José Donoso; Tres tristes tigres; de Guillermo Cabrera Infante, y La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes.

Agrega que si bien los escritores mexicanos son los mejor representados en estas colecciones, también abundan autores argentinos, chilenos y cubanos. “Entre los archivos de escritores mexicanos por nacimiento o adopción hay que destacar además los de Elena Garro, Juan García Ponce, Jorge Ibargüengoitia, José Martínez Sotomayor, Augusto Monterroso y Alejandro Rossi”.

Acosta-Rodríguez admite que sería “maravilloso, un gran honor”, resguardar los acervos de los Nobel de Literatura Octavio Paz y Gabriel García Márquez. “Aunque sus archivos no están en Princeton, sí pueden encontrarse cartas de ambos autores, especialmente de Paz, entre los archivos de otros escritores”.

Noticia relacionada:

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