Carme Riera se sienta en el ‘n’ de la RAE

Jueves, 07 de Noviembre de 2013
Carme Riera se sienta en el ‘n’ de la RAE
Foto: El País

Carme Riera (Palma de Mallorca, 1948), la octava mujer que lee un discurso de ingreso en la RAE en sus 300 años de historia, aunó ayer dos pasiones para presentarse ante los académicos: la literatura de viajes y Mallorca. En un acto presidido por la princesa Letizia, y al que asistió Ferrán Mascarell, consejero de cultura catalán, la escritora y catedrática de Literatura española en la Universidad Autónoma de Barcelona recordó con humor y ternura los difíciles comienzos de su relación con las letras hasta que la Sonatina de Rubén Darío acudió en su rescate. “Fui una niña torpe, a la que las monjas no conseguían enseñar a leer. Exhaustas, avisaron a mi madre de mis dificultades. Mi padre, al que eso de tener una hija tonta de capirote debía de fastidiarle mucho, intentó encontrar un método distinto al del parvulario”.

El método Sonatina funcionó. A Riera le encandilaron palabras que nada le decían pero tintineaban en sus oídos, como libélula o argentina. “A partir de aquel momento puse todo mi empeño en aprender a leer y en pocos días lo conseguí (…) Fue sin duda una de las mejores cosas que me han pasado en la vida”, destacó.

Riera ocupará el sillón n minúscula, en sustitución del filólogo y traductor Valentín García Yebra, fallecido en 2010, de quien citó una regla de oro de la traducción: “Decir todo lo que dice el original, no decir nada que el original no diga, y decirlo todo con la corrección y naturalidad que permita la lengua a la que se traduce”. La candidatura de la escritora, avalada por Pere Gimferrer (que contestó a la autora), Carmen Iglesias y Álvaro Pombo, se impuso en abril de 2012 a la de la poeta malagueña María Victoria Atencia. En capilla están el director y actor José Luis Gómez y la catedrática de Literatura española Aurora Egido, elegidos en 2011 y 2013, respectivamente, y pendientes de concluir sus discursos.

El de Riera, titulado Sobre un lugar parecido a la felicidad, repasa los textos de viajes escritos entre 1837, cuando se inauguró la primera línea regular marítima entre Palma de Mallorca y la península, y 1936, comienzo de la Guerra Civil. Entre la veintena de autores que escribieron sus impresiones de la isla figuran Rubén Darío, Miguel de Unamuno, Azorín, Josep Pla, Georges Sand o el archiduque Luis Salvador de Habsburgo, “sin duda la personalidad más significativa y la que más huella dejó en la isla de cuantas la visitaron”. Gota a gota, cimentaron una excelsa campaña de promoción turística: “Sus libros fueron fundamentales para la repercusión de la imagen de Mallorca en el mundo”.

La novelista repasó 35 volúmenes para rastrear la pista de científicos, escritores y visitantes ilustres que nutrieron la literatura de viajes con sus estancias mallorquinas. Algunas fueron escapadas cortas (Dembowski o Laurens) y otras, relaciones regulares (Rusiñol) e incluso constantes (Robert Graves se quedó a vivir). “Los términos con que Mallorca es calificada hacen referencia al paraíso de manera casi unánime, aunque el paraíso, como se asegura que le dijo Gertrude Stein a Graves, pueda, a la postre, resultar insoportable”.

Hasta que el vapor El Mallorquín comenzó a enlazar una vez a la semana la isla con Barcelona en 1837, Mallorca permaneció al margen de las rutas de los viajeros. Los escritores extranjeros fascinados con la España del XIX, como Richard Ford, George Borrow, Prospero Mérimée o Alejandro Dumas, excluyeron al archipiélago de sus rutas. Y quienes la visitaron más tarde no siempre compartieron motivaciones. Unamuno, por ejemplo, detestaba a los turistas. “No es un viajero al uso. No viaja solamente para cambiar de aires, descansar o conocer, viaja ‘para cobrar amor y apego a la patria’ (…). No le interesa codearse con los personajes ilustres de los lugares que visita, sino con la gente vulgar, anodina, para él relevante porque gracias a ella se manifiesta mejor el alma del país”, escribe. George Sand escoge Mallorca en 1838 con el propósito terapéutico de aliviar las enfermedades de su hijo y de Chopin. Trasladará su experiencia al libro Un invierno en Mallorca. A partir de la guerra, la literatura de viajes se sustituye por las guías, algunas “banales”. Riera tiñó su epílogo de nostalgia: “La isla descubierta y redescubierta por millones de turistas ha dejado por desgracia de ser paradisíaca”.

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