Bazar de asombros: "Tomóchic y los milenarismos" (VI y última): Hugo Gutiérrez Vega

Sábado, 12 de Abril de 2014
Bazar de asombros: "Tomóchic y los milenarismos" (VI y última): Hugo Gutiérrez Vega
Foto: La Jornada Semanal

TOMÓCHIC Y LOS MILENARISMOS (VI y última)

Insisto, para terminar, en que el personaje mejor construido de Tomóchic es el de Teresa Urrea, vidente, taumaturga y consejera. Los hermanos Chávez son descritos también con destreza y los momentos finales de la caída de Tomóchic tienen gran fuerza dramática y anuncian ya las descripciones de Azuela, Martín Luis Guzmán y Rafael F. Muñoz.

En el capítulo que titula La Santa de Cabora, nos entrega un párrafo en el que retrata en cuerpo y alma a la milenarista: “¡La Santa de Cabora...!

¿Era una alucinada...? –se preguntó–. ¿Fue también una ilusa aquella criatura toda nervios, vibrante y dulce, dulce y tenaz, que llevaba en sus ojos una llama turbadora, ya estimulante y fiera como una ración de aguardiente y pólvora, ya benigna y plácida y adormecedora como un humo de opio.” En otro párrafo nos dice: “No era acaso un instrumento finísimo, un cristal manejado en la sombra por ocultas manos, para que a través de sus facetas y de sus aristas los hombres incultos y fuertes, los serranos ignaros y heroicos perpetuasen en los baluartes inexpugnables de sus montes una guerra horrenda de mexicanos. En el santo nombre de Dios.”

La Santa llama a la rebelión que tenía muchas razones y que era ya inevitable. Su voz precursora tiene toda la confusión propia del esoterismo y del fanatismo, pero en el fondo latía una verdad incuestionable y el discurso de la vidente norteña era, en realidad, la inquietud que brotaba ya del seno de una sociedad empobrecida, violentada, vejada y humillada. Tomóchic es nuestra Numancia: las tropas imperiales la destruyeron y redujeron a cenizas, pero de esas cenizas brotó una llama que iluminó a todo el país. Heriberto Frías nos habla de esa llama.

Heriberto Frías pertenece a una familia de escritores queretanos cuyo patriarca fue don Hilarión Frías y Soto, historiador y estudioso de las leyendas locales. Su primo, José Dolores Frías, fue corresponsal de guerra en Europa y un muy apreciable poeta postmodernista. Hay varios Frías dedicados a la historia y a la literatura. Sin duda, la vida familiar de Heriberto se nutrió un poco de la afición literaria de sus parientes.

Es difícil definir escuetamente los rasgos característicos de la novela de la Revolución Mexicana, pues están llenos de contrastes y de contradicciones. La novela de la Revolución francesa y la de la Revolución soviética fueron desde el principio un instrumento de propaganda y elogío. La de la Revolución Mexicana tuvo, también desde el principio, un carácter crítico y se asomó a los despeñaderos de la desilusión. Don Mariano Azuela maneja esta ambivalencia al decir: “¡Qué hermosa es la Revolución, aún en sus mismas contradicciones!” y, en otra parte, afirma: “¡Pueblo de irredentos, pueblo de cobardes, lástima de sangre!”

Frías tiene, en cambio, una esperanza firme en que las cosas cambiarán y por eso denuncia la situación injusta y llama al pueblo para que despierte y construya un mejor destino para todos. Eso es, en pocas palabras, el espíritu de Tomóchic, su tensión dramática, su gran capacidad de compasión, su enamoramiento de las bellas causas y su horror ante la violencia y ante la masacre. Lo mejor que podemos hacer con Tomóchic es leerlo de nuevo, gozar su maestría formal, su candor y su entusiasmo.

TOMÓCHIC Y LOS MILENARISMOS (V DE VI)

Tomóchic tuvo cinco ediciones. La primera anónima y a partir de la segunda ya con el nombre de su autor. Heriberto Frías es fundamentalmente periodista, pero su estilo de narrar muestra innovaciones formales muy importantes para la época.

Los personajes reales de la novela hablan como los campesinos chihuahuenses; los acontecimientos son descritos con veracidad impecable, y Teresa Urrea es objeto de un análisis que incluye aspectos de gran fuerza lírica. Martínez Assad nos dice que la prédica de Teresa Urrea influyó determinantemente en el noroeste de México y fue invocada por todos los movimientos de carácter sedicioso. Teresa fue “una víctima del Estado hereje y enemigo de la verdadera religión”, como afirmaban los tomochitecos. Fue expulsada de Cabora y se fue a radicar a Nogales, en donde murió. Este personaje tiene una fuerza especial y es, sin la menor duda, uno de los más contrastados y discutidos de la novela de la Revolución.

Ya he mencionado algunas de las novelas de Frías. Me faltan sus artículos de tema político y creo que no se ha hecho la compilación definitiva de sus cuentos y poemas líricos. Han estudiado su obra James Brown, John Brushwood, José Ferrel, Luis Lara Pardo, Raúl Rangel Frías y María Esther Montanaro. Su novela principal se lee en las escuelas, pero no ha sido analizada suficientemente y su valoración no es del todo precisa. Tomóchic es una novela pionera, un testimonio fiel y valiente, un ejercicio de prosa narrativa, pero sobre todo un acto de compasión y de solidaridad.

La novela emblemática de Heriberto Frías, como la Numancia, de Cervantes, el Canudos, de Da Cunha, recupera la imagen de una comunidad destruida por el odio y por la violencia institucional. Frías no era un escritor improvisado. El periodismo le dio agilidad y naturalidad en el manejo de las palabras y siempre mantuvo su voluntad de estilo. Guiado por Zola y por los naturalistas franceses, influenciado por Gamboa, Rabasa y López Portillo y Rojas, construyó sus personajes con base en la realidad inmediata, reseñó sus acciones y, gracias a su malicia formal, dio interés y movimiento, así como fuerza lírica, a las distintas etapas del acontecimiento reseñado. Los pioneros de la novela de la Revolución describieron el panorama de desigualdad y de control policíaco y militar del México de Díaz: la prostituta de Santa, de Gamboa, es una víctima de la situación social, y los personajes de La bola y El cuarto poder, de Rabasa, anunciaban ya la inquietud que brotaba de las condiciones sociales y del autoritarismo que el viejo dictador imponía con mano dura y, al mismo tiempo, con astucia. Recuerden ustedes que cuando veía una crítica a su política en los periódicos, investigaba los datos del autor y llamaba al ministro de Hacienda para decirle escuetamente: “Ese gallo quere maiz.” Frías fue desde joven un lector infatigable de poesía y de narrativa. Esas lecturas afinaron su estilo que sufrió constantes cambios debidos, en buena medida, a lo tormentoso de su vida, a la situación de su vista y a su afición desmedida por los paraísos artificiales. La vida de Frías es una de sus mejores y más angustiosas novelas. Sin embargo, todo indica que encontraba en la escritura su razón de vivir y sus momentos dorados. Así lo demuestran sus novelas, en las que no oculta sus simpatías y diferencias, en las que emprende el ataque en contra de Redo, gobernador de Sinaloa, los caciques políticos de ese estado y sobre todo “su bestia negra”, el presidente Carranza. No se trata de desahogos elementales, sino de diatribas bien compuestas y bien aderezadas.

(Continuará)

TOMÓCHIC Y LOS MILENARISMOS (IV DE VI)

Lo siguiente es de nuevo un breve paso por el ejército y su baja definitiva. Se fue a Mazatlán a dirigir El Correo de la Tarde y, como siempre, se metió en líos políticos. Recobrada su salud, apareció en las fotografías gordito, sereno y con sus gruesos lentes de miope perdido. Es claro que fracasó en sus pretensiones políticas y tuvo que salir con cierta velocidad del estado de Sinaloa. Poco después moriría su esposa. Regresó al periodismo en Ciudad de México y fue director deEl Progreso Latino, publicación en la que criticó regocijadamente las delirantes fiestas del centenario de la Independencia. Por esos años sale su novela El triunfo de Sancho Panza, que es una venganza de lo que le sucedió en Mazatlán. Se casó en segundas nupcias con la hermosa Áurea Delgado. Nuevamente hizo política y salió corriendo. Se refugió en Coahuila y, de repente, lo encontramos apoyando a Madero, quien, al triunfo de la Revolución, lo nombró subsecretario de Relaciones Exteriores. Perseguido por Huerta, huyó al norte, hizo periodismo en Sonora y se unió a Carranza y Obregón. Participó en la Convención de Aguascalientes y se opuso a Carranza. Publicó una colección de cuentos titulada Los piratas del boulevard, y una novela histórica, El diluvio en México, que aprovechó para herir a Carranza. Lo detienen los carrancistas y, enfermo y semiciego –“sólo veía luces y sombras”– compareció ante el Consejo de Guerra. Salvado de milagro, entró nuevamente a prisión. Al salir se fue a vivir a Azcapotzalco y se dedicó a la avicultura. Curiosamente, Álvaro Obregón lo rescató y lo hizo cónsul en Cádiz, en donde pasó tres años, viendo a medias las ciudades europeas.

Regresó a México en 1923, publicó ¿Águila o sol? y la primera parte de una ambiciosa trilogía sobre la Revolución que no llegó a terminar. Se fue a vivir a Tizapán. Desde su casa dio clases en el Colegio Militar y participó en la elaboración de un libro de lujo titulado Álbum histórico popular de la Ciudad de México. Murió el 12 de noviembre de 1925.

En una memorable conferencia, Raúl Rangel Frías ubica a don Heriberto en el terreno de los pioneros de la novela de la Revolución mexicana, es decir, lo convierte en un escritor “al filo del agua”. Pertenece a la estirpe de Federico Gamboa, de José López Portillo y Rojas, de Federico Carlos Kegel y de Emilio Rabasa, pero hay una diferencia: Tomóchic es una novela histórica de carácter testimonial que puso en peligro la vida de su autor. En eso se parece a su maestro, el gran naturalista Émile Zola, y es posible, como afirma Brown, establecer un paralelo entre La Débâcle y Tomóchic. La primera tiene como escenario la guerra franco-prusiana y la segunda se desarrolla en un pueblito de los valles del distrito de Guerrero, en el gigantesco estado de Chihuahua. Es indiscutible que Frías es un buen alumno de Zola, entre otras cosas, en materia de valentía. Sus procedimientos pertenecen a la escuela naturalista, pero su originalidad proviene de la utilización de localismos y de la fuerza de su denuncia. No olvidemos que Frías era jacobino, por lo tanto no podía simpatizar con el milenarismo de la vidente Teresa Urrea, la Santa de Cabora. No simpatizaba del todo con los tomochitecos y su fanatismo religioso, pero fue más fuerte su disgusto por la masacre cometida por el Ejército Federal y la real y simbólica desaparición de Tomóchic, del cual no quedaron más que unas cuantas cenizas y cráneos calcinados.

(Continuará)

TOMÓCHIC Y LOS MILENARISMOS (III DE VI)

Heriberto Frías Alcocer nació en Querétaro en 1870, hijo de un militar retirado y de una aristócrata local. Creció, tímido y callado, en su ciudad natal, y se aficionó muy pronto a la lectura. Participó en una pequeña tertulia dirigida por poetas postrománticos. En 1884 la familia se trasladó a Ciudad de México y Heriberto ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria que vivía las glorias del positivismo. La muerte del padre hundió a la familia en la pobreza. La madre regresó a Querétaro pero Heriberto se quedó en la capital para seguir estudiando. Desempeñó todos los oficios imaginables para costearse los estudios. Los trabajos excesivos dañaron su visión y debilitaron su fuerza vital. Su juventud es la de poeta romántico y de político jacobino. Su situación empeoró, pero siguió leyendo infatigablemente: Victor Hugo, Lamartine, los románticos alemanes. La necesidad lo llevó a cometer un robo de famélico y pasó en la cárcel de Belén casi un año, compartiendo celda y patio con rateros y asesinos de distintos rumbos de la ciudad. Pronto se convirtió en consejero de sus compañeros de cárcel, que le dieron el cariñoso mote de el Roto Tuerto. Al salir de la cárcel desempeñó, en medio de la pobreza, sus oficios. A pesar de sus problemas de salud, encontró que su único camino eran los estudios en la academia militar. Ingresó a esa institución y llegó a obtener el grado de subteniente. Su vida está llena de arrestos y de tensiones. Visitó en varias ocasiones la prisión militar de Santiago Tlatelolco. Por esa época publicó algunos poemas en revistas de la capital.

El 3 de octubre de 1892 participó en el sitio, toma y destrucción de Tomóchic. La masacre le abrió los menguados ojos y se puso a escribir para dar testimonio de la horrenda injusticia y de la crueldad sin límites del régimen de Díaz. Ya en Chihuahua y en calidad de teniente, Frías se hundió en la depresión y en la bebida, empeñó espada y uniforme de gala y se convirtió en mendigo. La protección de una amiga, Concepción Montejo, le permitió recuperar en parte su dignidad. Disgustado por la forma en que el gobierno federal, a través de periodistas incondicionales, trató la masacre de Tomóchic, Frías escribió un primer manuscrito testimonial y lo mandó a Joaquín Clausell, director de El Demócrata. En este periódico y por entregas fue publicando su novela testimonial. La respuesta de Díaz fue otra vez clásica: directores a la cárcel y periódico cerrado. La novela se publicó sin firma, pero todo hacía sospechar que el autor era el teniente Frías, quien fue hecho prisionero y fue amenazado con el fusilamiento. No pudieron probar su “culpabilidad”, pero su carácter de sospechoso se acrecentó. Estuvo bajo incomunicación cuatro meses y por fin fue acusado de divulgación de secretos militares. Clausell, amigo generoso, se declaró autor de la novela, mientras que otro amigo logró localizar y destruir el manuscrito original. Esta novela de misterio termina con la liberación de Frías y con su baja en el ejército. En ese momento se inició el vagabundeo por las calles de Chihuahua buscando trabajo. Fue expulsado de Chihuahua y regresó a México.

La segunda edición de Tomóchic llevaba ya el nombre de su autor, que adquirió una rápida celebridad. La bebida siguió dañando al escritor. Sin embargo, su trabajo siguió adelante y sus novelas Naufragio y El último duelo tuvieron un éxito modesto.

Trabajó en El Imparcial y publicó poemas y cuentos en distintas revistas. Esta fue su época de mayor actividad y, poco a poco, se fue deteriorando su salud. Ya recuperado se casó con Antonia Figueroa, renunció al vicio de la morfina y siguió escribiendo sus artículos para el diario y sus cuentos y narraciones cortas. Sus obligaciones conyugales lo forzaron a disminuir su actitud crítica y a publicar sus Episodios militares mexicanos, en los cuales alaba al hermano del dictador y al general Bernardo Reyes, ministro de Guerra.

(Continuará)

Nota original:

http://www.jornada.unam.mx/2014/03/23/sem-bazar.html

La novela de Heriberto Frías,Tomóchic, se ubica en la última década del siglo XIX y puede ser considerada como pionera de la novela de la Revolución Mexicana. Porfirio Díaz gobernaba con mano dura y modernizaba al país, pero los conflictos internos, acallados con violencia, indicaban que el país se movía, se inquietaba y buscaba nuevas formas de pensamiento y de acción. La paz porfiriana era aparente y en su seno hervían las ideas que darían paso a un movimiento revolucionario, especialmente las provenientes del pensamiento anarquista.

El estado de Chihuahua, gobernado por largos años por el juarista Terrazas, era un caso muy especial que reunía aspectos de modernidad con angustiosos rezagos sociales. La cercanía con Estados Unidos explica el surgimiento de religiones autónomas y la presencia de varias Iglesias evangélicas. Como reacción en contra de esta “invasión”, la Iglesia católica propició una especie de catolicismo disidente con hondas raíces populares. Este fenómeno se desarrolló especialmente en el pequeño poblado de Tomóchic. Don Luis Terrazas, eterno gobernador del estado, fue un juarista importante, luchó contra los apaches y contó con un gran apoyo popular. Don Porfirio Díaz era enemigo del gobernador, pero prefirió negociar con él entregándole importantes empresas financieras y agrícolas. El dictador esperaba que estos intereses retiraran a Terrazas de la política. Díaz se apoyó en el llamado Grupo Papigochic que encabezaba el nuevo gobernador Carlos Pacheco que, al igual que Lauro Carrillo, tuvo grandes dificultades para gobernar un estado en el que reinaba todavía la familia Terrazas. En 1891, Tomóchic sufrió una fuerte crisis agrícola que afectó a todo el distrito de Ciudad Guerrero. Esta crisis y una serie de maniobras políticas fueron las responsables del regreso de los Terrazas al poder, mismo que ejerció Enrique Creel, miembro del clan. La fidelidad de Terrazas a Porfirio Díaz se manifestó en la aparente pacificación del estado. En 1892 los tomochitecos mostraron su rebeldía, tanto frente al poder eclesiástico como frente al centralismo porfirista. Ya en 1891 se negaron a participar en un proceso electoral y, en su lugar, organizaron una peregrinación de carácter religioso. La inspiradora de esta rebeldía fue Teresa Urrea, ya conocida con el nombre de la Santa de Cabora. Esta vidente incitó a la rebeldía a los tomochitecos y se convirtió en su consejera. De alguna manera, su influencia desplazó a la del cura local y preocupó a la jerarquía eclesiástica chihuahuense. Los tomochitecos, para esa época, poseían ya carabinas Winchester y habían nombrado como cabecillas a los hermanos Cruz y Manuel Chávez. Eran católicos pero no obedecían a la jerarquía eclesiástica.

La Iglesia, poder fáctico restringido durante el porfiriato; el ejército federal, preocupado por el armamento de los tomochitecos; el gobierno del estado y una buena parte de la sociedad chihuahense, decidieron cortar de tajo con el movimiento rebelde y atacar con severidad a sus integrantes. El obispado de Chihuahua llamaba a los tomochitecos “endemoniados hijos de Lucifer”. Al mando del general Rangel, un contingente sitió Tomóchic, pero fue derrotado por los rebeldes que aprehendieron al general y festejaron su victoria ruidosamente. El general Rosendo Márquez llegó a Ciudad Guerrero para organizar un nuevo reclutamiento y, el 17 de octubre de 1892, sitió de nuevo al pequeño pueblo y emprendió una batalla sin cuartel. En ese momento se inicia la novela del militar Heriberto Frías. La lucha era desigual: mil 200 soldados contra un centenar de tomochitecos. Brilló el nombre de Teresa Urrea y se prendieron veladoras al Cristo de Chopeque. Los Chávez y sus gentes se creían invulnerables, pero fueron derrotados y todo terminó con una masacre clásica del espadón de don Porfirio.

(Continuará)

Para leer la nota original, visite:

http://www.jornada.unam.mx/2014/03/16/sem-bazar.html

La historia de los milenarismos y de las utopías populares presenta aspectos tanto espirituales como materiales muy complejos, y requiere de un análisis desapasionado que evite las condenaciones y no incurra en los excesos de un racionalismo irreductible. En la historia iberoamericana ha habido muchos y muy variados milenarismos. Recuerdo el sebastianismo portugués que se basaba en la desaparición del joven y apuesto rey don Sebastián en la batalla de Alcazarquibir, durante la campaña de Marruecos. El monarca desapareció en el combate y nunca se supo nada de su paradero. Por eso creció en Portugal el movimiento sebastianista que esperaba el retorno del joven monarca, ya que con él se inauguraría un milenio de paz y de prosperidad para el imperio portugués. El mismo Fernando Pessoa perteneció al movimiento y dejó testimonio de su militancia en varios textos deliciosamente esotéricos. La obsesión milenarista viajó con los portugueses a Brasil y ahí se manifestó en el movimiento de Antonio Consejero desarrollado a fines del siglo XIX en los sertones del norte del estado de Bahía. Consejero logró reunir a miles de yagunzos y fundó su precaria ciudad en la región de Canudos. Predicó su doctrina y, de alguna manera, se convirtió en un nuevo Mesías que anunciaba la llegada del milenio feliz. El primer presidente de la República Brasileña, el mariscal Floriano Peixoto, decidió combatir a los milenaristas y mandó a su ejército para que sitiara Canudos. El intento fracasó en tres ocasiones hasta que, apoyado por varias compañías y por la artillería, derrotó a las mal armadas fuerzas de Consejero, quemó la ciudad y borró la memoria del movimiento milenarista. Euclides da Cunha, periodista y escritor, hizo la crónica del acontecimiento. Basado en ella, Mario Vargas Llosa escribió La guerra del fin del mundo, novela magistral por muchos conceptos.

Los milenarismos mexicanos han sido también muy importantes. Recordemos al niño Fidencio, su doctrina rudimentaria y prometedora, así como sus facultades curativas. Quedan remanentes de la historia de Espinazo y de la extraña figura oligofrénica del curandero que influyó sobre miles de ciudadanos. En el México actual siguen vivos algunos movimientos utopistas de carácter popular. El inmenso Santuario de la Luz del Mundo en Guadalajara es un ejemplo de la vitalidad de los movimientos populares de carácter esotérico que, según Eliade, se basan en una metafísica contrahecha.

La historia de Tomóchic tiene mucho que ver con la religiosidad popular y con el pensamiento esotérico. Teresita Urrea es una vidente que interviene poderosamente en el conflicto sociopolítico del pequeño pueblo de Tomóchic. Era conocida con el nombre de la Santa de Cabora y su acción se relacionaba con el Santo Cristo de Chopeque y con el apostolado de un anciano vidente llamado Carmen Maria López y Valencia que pronunciaba sermones callejeros y pedía limosnas para el culto de la Virgen del Refugio.

(Continuará)

Para leer la nota original, visite:

http://www.jornada.unam.mx/2014/03/09/sem-bazar.html

Para leer la nota original, visite: http://www.lajornada.unam.mx


Comparte esta noticia

La publicación de este sitio electrónico es posible gracias al apoyo de:

Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.

(+52)55 5208 2526
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

® 2024 Academia Mexicana de la Lengua