Bazar de asombros: "Notas sobre la historia de la prensa (IV y última)", por Hugo Gutiérrez Vega

Sábado, 04 de Octubre de 2014
sobre prensa
Foto: Fuente e imagen: La Jornada Semanal

A fines del siglo XIX, Alfred Harmsworth, que en 1905 fue nombrado lord Northcliffe, sacudió a la opinión pública inglesa con sus tácticas financieras y periodísticas de inspiración estadounidense. Fundó el Evening News y, más tarde, el Daily Mail y, con sus métodos audaces y burdos, propios de un Tycoon neoyorquino, organizó un estrecho cerco a las murallas del Times. Los periodistas del viejo órgano de la opinión pública tradicional resistieron el embate por varios años, pero Northcliffe, mediante maniobras financieras y aprovechándose de la debilidad del nuevo propietario, Walter III, logró que la fortaleza se rindiera y entró en el patio de ceremonias, a tambor batiente y títulos financieros desplegados, en 1905.

En el siglo XIX la competencia comercial entre los periódicos de Estados Unidos tuvo rasgos de ferocidad. En 1835, The Sun había alcanzado ya una cifra de producción que rebasaba los 20 mil ejemplares (The Times, de Londres, tiraba 17 mil) y el New York Herald costaba solamente un centavo. Su director, Bennet, no tenía mayores limitaciones morales y consideraba que su periódico debía dar prioridad a las noticias escandalosas “aunque fuese necesario inventarlas”. En contraste, Horace Greely, director del New York Tribune, estableció su trabajo periodístico sobre premisas diametralmente opuestas. Greely se inclinó por la publicación de noticias y de comentarios políticos de carácter crítico, y nunca permitió que el espacio dedicado a los anuncios fuese mayor al ocupado por las noticias y los artículos de fondo. Fue, sin duda, un buen representante del periodismo doctrinario, un defensor del liberalismo y de los derechos civiles que caracterizan a las sociedades anglosajonas. No resulta difícil de explicar el hecho de que el Herald tirara 70 mil ejemplares en 1860, mientras que el Tribune apenas llegaba a los 35 mil. Los comerciantes de Wall Street se daban cuenta de que el periódico de mayor impacto popular era el dedicado a despertar el morbo de los lectores, y el periodista de mayor importancia era el que dominaba las técnicas del sensacionalismo aplicadas sin el estorbo de un estricto criterio moral.

En 1868, la competencia entre los periódicos estadunidenses llegó a sus momentos más críticos. Charles Dana, propietario y director del Sun, adiestró sus reporteros para que reunieran noticias a granel. La idea era publicar encabezados sensacionalistas para ganar la atención del público comprador, aumentar la circulación del periódico y llegar a los altares de las grandes empresas con una cifra suficientemente impresionante como para inclinar a los anunciantes a adquirir mayor espacio. Desde ese momento, los periódicos aumentaron de volumen y los chicos repartidores pasaron grandes trabajos para transportar los diarios del tamaño de un directorio telefónico, plagados de los gigantescos anuncios comerciales que apenas dejaban algunas magras columnitas a los artículos de fondo y a los comentarios editoriales. Esta complicada etapa de la prensa produjo personajes como Pulitzer y Hearst. El primero convirtió el vetusto World de Nueva York en un periódico que era, al mismo tiempo, popular y “elitista”. La obsesión de Pulitzer consistía en evitar que su publicación se derrumbara en el sensacionalismo barato y en impedir que se convirtiera en una solemne gaceta inglesa leída tan sólo por los intelectuales o por los caballeros amantes de la seriedad periodística. Para lograr sus propósitos, diseñó una habilidosa estrategia: la primera plana del World ostentaba cabezas escalofriantes; las páginas rojas estaban llenas de noticias terribles atenuadas por un moralismo totalmente impostado; en cambio, las páginas editoriales ofrecían a los lectores serios el atractivo de las firmas de escritores, profesores y periodistas especializados en asuntos políticos y económicos. Con este sistema, Pulitzer logró que su periódico tirara más de 374 mil ejemplares diarios en 1892. Afirmaban sus competidores que esta gigantesca circulación se debía en gran parte a la ilimitada malicia con que Pulitzer componía los grandes encabezados de la primera plana. Al margen de esas críticas, el director del World fue entronizado pese a las tácticas que usaba para conseguir sus objetivos. En los últimos años del siglo XIX, el éxito de Pulitzer estaba asegurado: la edición dominical del World tenía 46 páginas, 23 anuncios comerciales y 23 noticias, artículos, crónicas y reportajes para todos los públicos. En el país defensor de la libre empresa la prensa podía jugar con el poder político, amparándose en el poder económico. En última instancia, los conflictos circunstanciales entre las dos fuerzas se suspendían en el momento en el que la estabilidad de la clase dominante corría peligro. El sistema siempre quedaba a salvo. 

III de IV
La tecnología, por otra parte, dio a la prensa la oportunidad de imprimir a su desarrollo industrial un ritmo acelerado. Los inventos fueron enriqueciendo la capacidad productora de la prensa y permitiéndole ampliar su esfera de influencia. John Walter, el escocés fundador del periódico londinense The Times, adquirió dos máquinas de vapor inventadas por el alemán Koening. Con ellas sustituyó el trabajo manual por un sistema de verdadera producción industrial. El 21 de noviembre de 1814, el señor Walter, que había trabajado toda la noche con sus nuevas máquinas, anunció al público londinense que con el número de ese día, The Times inauguraba una nueva etapa en el desarrollo de la prensa, e informaba escuetamente que las máquinas de Koening podían imprimir mil 100 hojas en una sola hora de trabajo.

El Siglo de las Luces contribuyó al crecimiento de la prensa con notables inventos: en 1821, W. Church patentó en Inglaterra la máquina de componer y fundir tipos; en 1848 The Times de Londres echó a andar la primera prensa rotativa. En ese mismo año, en Francia, la rotativa de Marinoni tiraba 6 mil ejemplares por hora. Al año siguiente, las máquinas de Applegarth y Cooper lograron tirar 7 mil ejemplares por hora. Mergenthaler dio a conocer, en 1876, el resultado de sus experimentos con una linotipia. Los adelantos en materia de grabado y fotografía sirvieron también a la prensa de masas, mientras que el perfeccionamiento de las comunicaciones del teléfono y la telegrafía sin hilos favorecieron el desarrollo de las modernas técnicas de transmisión de noticias. En 1847, el telégrafo eléctrico de origen estadounidense fue utilizado por varios periódicos. Las primeras agencias de noticias se sirvieron de estos complejos inventos para organizar sus maquinarias y las grandes potencias, ricas en tecnología y en patentes, aseguraron muy pronto las formas de dominio sobre la información, condenando a la dependencia a los países atrasados.

El tercer problema a resolver por la prensa ya maquinizada fue el alto costo de los ejemplares.

El aumento notable del número de ciudadanos alfabetizados en los países ricos y el predominio de las ideas liberales en materia de libertad de prensa, hicieron que la demanda de periódicos tuviera un desmesurado crecimiento. Sin embargo, la mayor parte de los ciudadanos no podía adquirirlos. Inglaterra fue el primer país que se enfrentó a este problema. El Partido Laborista emprendió una campaña tendiente a abaratar el precio de los periódicos y algunos escritores pidieron a la Cámara de los Comunes la reducción de las cargas fiscales impuestas a la prensa. El gobierno inglés suprimió el impuesto sobre los anuncios comerciales en 1835; en 1851 abolió el del timbre y en 1861 el del papel. En Francia, Emile de Girardin, director de La Presse, abarató el precio de su periódico incrementando el número de anuncios y, a partir de 1838, ese diario hizo descansar su economía sobre los anuncios; su venta pasó a ser un aspecto secundario de su vida financiera.

Burke había llamado a la prensa “el cuarto poder”. En 1848 la afirmación ya no era tan sólo un hallazgo de ingenio. The Times, dotado de una gigantesca máquina Appleghart, tiraba 10 mil ejemplares por hora, controlaba la publicidad de las grandes industrias y empresas comerciales y criticaba al poder público, basado en la suficiencia económica que le proporcionaban sus múltiples anuncios y sus ligas con los poderes financieros de la burguesía.

II de IV

El año 1440 marca el inicio de lo que Marshall McLuhan llama la “Galaxia gutenbergiana”. Gracias al invento, las hojas manuscritas por los rapportisti ampliaron su esfera de circulación y de influencia. Las primeras hojas impresas tuvieron funciones diversas; algunas se limitaron a proporcionar noticias para enriquecer a sus impresores, mientras que otras buscaron difundir las nuevas ideas y proponer al público temas de reflexión sobre la realidad sociopolítica. Las ideas de reforma de Lutero encontraron en las hojas impresas un magnífico medio de difusión.

El perfeccionamiento de los sistemas postales permitió a los impresores recibir y transmitir noticias con una eficacia mayor. Las gazzete y los zeitung, unidas al correo, ampliaron sus servicios y lograron llegar a un público más amplio.

Salvo contadas excepciones, lo que en un principio había sido un simple negocio de impresores que recibían noticias y la imprimían en hojas (gacetas) que circulaban entre los comerciantes y las personas interesadas en conocer el desarrollo de las guerras, se convirtió muy pronto en objeto de la atención más despierta de los poderes políticos. En torno a las pequeñas gacetas se crearon rudimentarias, pero muy eficaces, oficinas de información.

En el siglo XVI, la república de Venecia contaba con corporaciones de scrittori d’avisi que se dedicaban a recabar noticias sobre asuntos políticos y comerciales; a redactarlas, imprimirlas y distribuirlas ampliamente entre los miembros de los distintos gremios mercantiles y las personas deseosas de enterarse de los acontecimientos políticos. En 1631, durante el reinado de Luis XIII, Teophraste Renaudot fundó La Gazette y organizó una red de corresponsales que le enviaban informaciones desde la mayor parte de las ciudades francesas. El imaginativo médico, amigo del cardenal Richelieu, inventó de esta manera el funcionamiento de las agencias de noticias. La Gazette demostró muy pronto su importancia en materia de orientación de la opinión pública. Así lo comprendieron primero Richelieu y, más tarde, Mazzarino. Luis XIII le otorgó carácter oficial y la usó para divulgar informes útiles a sus intereses políticos. Más tarde, convertido ya en La Gacetade Francia, se dedicó, hasta 1914, a dar a conocer los puntos de vista de las autoridades francesas.

En los primeros años de la prensa, el poder real estableció un estricto control de la información a través del otorgamiento de permisos y concesiones exclusivas a los impresores dóciles a la política del Estado. En 1605, el archiduque Alberto de Amberes concedió al impresor Verhoeven el derecho de “imprimir y grabar en madera o metal, y vender, todas las noticias sobre asuntos de la guerra, victorias y toma de ciudades”. Gracias a una concesión similar, apareció en Alemania en 1609 el primer periódico que registra la historia, el Avija Relation order Zeitung. Palgunov, en su libro La prensa y la opinión pública, hace una relación de las publicaciones periódicas que precedieron a las ya citadas; entre otras figuran las siguientes: Ordinari Wochenzeitung, de Basilea (1610); Frankfurter Journal (1615); Niewe Tydingen, de Amberes (1616); Kuranti, de Rusia (1621); el inglés The Weekly News (1622); La Gazzeta Pubblica, de Italia (1640); La Gaceta, de Madrid (1661); El Mercurio Volante, de México (1693) y el Stanford Mercury, de Inglaterra (1695). Todas estas publicaciones, que aparecían gracias a la concesión de los monarcas, se limitaron en gran parte a difundir las ideas políticas de la aristocracia y a reforzar las normas de conducta propuestas por los Estados absolutistas. La Gaceta de Leyden, que luchó en contra de la dominación española en Holanda, es una excepción a la regla y el primer ejemplo de periodismo impugnador del sistema establecido.

Las gazzete y corantos pusieron interés en la publicación de noticias de actualidad, mientras que los “mercurios” se dedicaron, preferentemente, a publicar artículos de opinión y comentarios sobre acontecimientos culturales y políticos. Limitados por el poder real, a través de las concesiones o de gravosas cargas fiscales, procuraban huir de las posiciones críticas. La competencia comercial hizo que algunas de estas publicaciones inventaran noticias y se inclinaran por la publicación de informaciones sensacionalistas. Los Papas lanzaron contra ellas múltiples condenaciones, y Ben Jonson censuró a los periodistas embusteros en su comedia La tienda de noticias.

1 de IV
Con el desarrollo de la sociedad industrial, la información adquirió un carácter masivo. En las etapas históricas anteriores el libro impreso y las hojas volantes de circulación reducida lograron, gracias al perfeccionamiento de los sistemas postales y del comercio, llevar noticias a un público compuesto casi exclusivamente por los miembros de la clase dominante. En nuestro tiempo, la información es una necesidad cotidiana, una exigencia impuesta por el vertiginoso crecimiento de las actividades humanas. Poseer información oportuna y suficiente de lo que sucede en el mundo es una obligación que el hombre de la sociedad mercantil tiene para con la realidad, y un mecanismo de defensa que le permite planear sus actividades futuras y evadir los golpes de sus competidores. La sociedad mercantil y el poder político se alimentan con las noticias del día, que proporcionan informaciones e influyen de una manera determinante en el proceso de elaboración de los datos que llegarán al público y servirán para darle la conformación mental deseada por la ideología dominante.

Todo indica que el hombre moderno, perdido por un aparato que le entrega todas las mañanas, junto al vaso del jugo de naranja, un conjunto de noticias, fotografías y artículos de opinión que le permiten ver cómo amaneció la cara del mundo, está más cerca que sus antepasados de la realidad total del ser humano. Y sin embargo no es así. Nunca como en nuestro tiempo las apariencias habían sido tan engañosas. El lector de las numerosas y variadas informaciones rara vez se da cuenta que detrás de su rito cotidiano se ocultan las manipulaciones de la clase dominante, que fijan las dosis que les permitirán alcanzar un control cada día más sutil sobre las posibles reacciones que los distintos públicos tienen, respecto de los estímulos creados por la información. De esta manera, el hombre contemporáneo es alejado del conocimiento de la realidad y limitado hasta el extremo de que sus posibilidades de pensamiento original son abolidas y su concepción del mundo circula, de modo casi exclusivo, a través de los estereotipos. La posibilidad de una personal forma de entender al mundo es reemplazada por los prejuicios sutilmente reforzados por los medios masivos, especialmente los electrónicos.

El aparato orienta la atención de sus lectores hacia determinados temas y los aparta de los que pueden promover la organización de grupos sociales víctimas de la explotación. Su función, como afirma Mattelart, es desorganizadora, y por lo tanto tiende a neutralizar la acción de las clases dominadas y a afianzar el mundo de valores de la clase dominante. En la sociedad capitalista, la información busca que el hombre acepte las características propias de un mundo regido por las leyes mercantiles de la sociedad de consumo. Para lograrlo no vacila en difundir el programa que ha convertido el amor en una transacción comercial, el arte en una actividad sujeta a las leyes de la oferta y la demanda, y a las religiones en defensoras de un orden social injusto y antihumano.

Este programa hace que el aislamiento del hombre, paradójicamente rodeado de noticias de todo lo que pasa en el mundo, sea cada día más grande. En la selva actual, la actividad humana está regida por las leyes de la competencia y los medios se encargan de fomentar el espíritu competitivo que nos aisla de los demás deshumanizándonos, convirtiéndonos en bestias de una voracidad inagotable.

(Continuará)

Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2014/09/14/sem-bazar.html


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