"90 años de Alfonso Rangel Guerra", por Adolfo Castañón

Jueves, 29 de Noviembre de 2018

(Texto leído en el acto de presentación de las Obras completas de don Alfonso Rangel Guerra, Capilla Alfonsina de la UANL en Nuevo León, 23 de noviembre de 2018. Ese día también se develó el busto de ARG y se conmemoraron sus 90 años.)


“Entre nosotros, no hacen falta ceremonias” Alfonso Reyes a Alfonso Rangel Guerra.


I
“Poseía el instinto del castor: construir ciudades. Durante el día proyectaba nuevas plazas y calles, y fundaba cajas de ahorro. Por la noche, describía las escenas sorprendidas durante el día. Era el hombre municipal.”[2] Evoco estas palabras que recogió Alfonso Reyes en su libro Cartones de Madrid dedicadas al periodista Mesonero Romanos en el texto titulado “El curioso parlante” para saludar los para mí inimaginables noventa años de nuestro querido amigo y maestro. Ciudadano de números y letras, educador y edificador, hombre-castor: Alfonso Rangel Guerra, al igual que Reyes no ha dejado de construir: de un lado libros, del otro lado instituciones. Al igual que el castor, al igual que Reyes, Rangel es animal de tierra y de agua, arquitecto de dos reinos, oriundo de América. Silencioso e infatigable, al igual que el castor, Alfonso Rangel Guerra, lector y rector, patricio de esa nobleza que es el conocimiento, nunca ha perdido el norte, es decir, la humanidad, el sentido de las humanidades.

II
En el prefacio a las obras que aquí se presentan, Alfonso Rangel Guerra recuerda una fotografía que tomó él mismo el 20 de noviembre de 1958 —hace 60 años y 3 días— en la época en que estuvo en París y que todavía se encuentra en su poder “del Parque de Montsouris, situado frente a la ciudad universitaria”. La fotografía muestra un camino por donde camina un hombre. Esa fotografía llegaría a ser la imagen de la portada de su libro Imagen de la novela, el primer libro que se presenta aquí, en estos Senderos literarios, vol. I de sus Obras, editadas por la UANL por encomienda e invitación del Rector Rogelio Garza Rivera, con prólogo de Víctor Barrera Elderle. [3]

Los 12 volúmenes que contendrán estas Obras se complementarán con varios más, por ejemplo: Ideas literarias de Alfonso Reyes, La opacidad y la transparencia, Memorias, Diario de un viaje a China, entre los que menciona él mismo; no menciona otros textos como: La cuarta presencia, Alfonso Reyes y su idea e la historia, Censo de personajes en la obra de Agustín Yáñez, Pérdida de la mansión dorada, Notas sobre un olvidado poema de Alfonso Reyes, Persona y cultura. Norma para el pensamiento. Poesía de Alfonso Reyes, entre otros.

Esa imagen de un hombre que camina por entre los árboles de un bosque o de un jardín es más que apropiada para imaginar a este lector andante que es nuestro muy querido maestro Alfonso Rangel Guerra, miembro correspondiente en Monterrey de la Academia Mexicana de la Lengua a cuyo discurso de ingreso “Pérdida de la mansión dorada” tuve el honor de responder: un hombre que anda por una vereda entre los árboles, que se pasea a pie —no en bicicleta ni en moto ni a caballo— por entre los árboles o las estanterías de las bibliotecas y toca con su sensitiva mente —árbol de nervios en movimiento— cada uno de los árboles, a veces cada tronco, que a veces incluso palpa una hoja, una bellota de algunos de esos árboles-libros que son el bosque de la cultura escrita. Obsérvese cómo a medida que camina, a medida que lee, ese hombre se hace persona y esa persona se va transformando en un libro, en un árbol, en una biblioteca, en un maestro, en un espíritu universitario, en fin, en humanidad hecha universidad y cultura, en virtud de la calidad y del cálculo con que va dando cada uno de sus pasos.

Los libros que aquí saludamos no son, por cierto, una casualidad, un accidente, se deben a una vocación y a una profesionalización de la misma. Son el fruto, la quinta esencia editorial de un itinerario inteligente, intelectual y académico, crítico y autocrítico, humano y profesional. Y ese itinerario tiene dos estribaciones, dos vertientes o cauces principales: la ensayística y crítica, la académica y universitaria. Para aludir a esta última, propongo imaginar otra fotografía, esta vez la imaginaria: la de un hombre que se encamina por los corredores y pasillos austeros de una escuela y de una universidad y que sostiene una conversación con un alumno o con otro profesor. Ese momento preciso de la imaginaria conversación encarna, desde mi gran angular, el espíritu de la universidad que se cumple en el diálogo, ese diálogo académico que ha sido una de las laderas de este Monte Análogo —para citar al poeta René Daumal— que es del conocimiento. Como apunta, el propio don Alfonso en el Prefacio al volumen I de estas Obras, la otra vertiente complementaria de su itinerario intelectual, es la que ha dedicado, no sin fortuna nacional e internacional, a los temas de la historia y análisis de la educación superior en México, casi podría decirse a la instrumentación de la paideia nacional.

Llamo la atención sobre algo. He empleado varias veces en las pocas frases que contienen estas clausulas las voces “andar”, “caminar”, que se desdoblan implícitamente en otras dos: leer y escribir, investigación, indagación. Esos verbos traducen un movimiento y un devenir continuos, si no es que perpetuo o al menos perdurable, de largo alcance y cuenta larga. Me refiero a la pasión intelectual, a la vida de una mente apasionada que ha llevado a nuestro querido amigo y maestro, guía, a compartir la vida de la vida de las ideas y las formas de la imaginación del arte y de la cultura que imprimen su profunda huella en cada una de las páginas que hoy aquí compartimos. Ahora bien, esa pasión, ese impulso sigue en la órbita escrita de don Alfonso Rangel Guerra un orden geométrico, unos trazos conceptuales. Los tres libros aquí reunidos son obras útiles, para el conocimiento escolar, pero también libros que pueden y deben ser leídos con gustoso placentero provecho por sí mismos, y más allá de que la tercia incluida en estos senderos literarios componga una historia de la literatura hispánica e hispanoamericana y dé una idea a la par detallada y cabal, una “Imagen de la novela”, ese género literario que desde el Renacimiento, se ofrece como un espejo de los secretos y voces de la historia, de la cultura y del mundo. Vuelvo al principio. Un hombre camina por entre los árboles, anda en el bosque o en un jardín que parece bosque, anda suelto como un viento que estremece levemente a su paso la biblioteca: lo quiere leer todo, pero como no puede leerlo todo, se conforma con leer lo esencial, ese todo acrisolado en su nuez. El que lo sigue —es decir, el que sigue a este discípulo de los dos Alfonso Reyes, Ochoa y Auricochea— puede ser presa del vértigo y temer por sí mismo, y aun temer perderse en ese laberinto de la cultura y de la historia. Rangel Guerra, tan sosegado y pacífico, como se le ve, es de hecho un domador de laberintos, una suerte de Teseo intelectual. Podría pensarse que la idea del laberinto subyace como un sordo río subterráneo a estas exposiciones afortunadas. Rangel Guerra es un guerrero y un pacificador, un hombre de concordia. No se olvide que eligió alguna vez como seudónimo Ángel Paz, quitando la R a Rangel y transmutando el Guerra de su apellido por Paz. Rangel Guerra sabe andar y desandar la trama de los cantares y de las fábulas. De un lado, es dueño de un conocimiento no sólo de los contenidos sino de las técnicas y pequeños y grandes secretos de la literatura y del arte, como las figuras retóricas: el hipérbaton, la elipsis, el pleonasmo, la silepsis, la descripción, la enumeración, la antítesis, la hipérbole, la prosopopeya, la perífresis. Del otro, el caminante no anda perdido, está también familiarizado con el terreno que recorre —nada menos que la historia de la literatura y de la poesía, el jardín de las letras— como un propietario señorial que recorre su propia casa de la cual se ha ido apropiando gracias a sus maestros y guías, Alfonso Reyes, Dámaso Alonso, Valbuena Pratt… y sabe a dónde ir, qué escoger, qué cosas —qué pasajes notables— mostrar al visitante, al estudiante. El resultado no puede ser más asombroso y más rico: a Rangel no solamente le gusta la literatura, la conoce así en sus obras y autores como en sus comentaristas y no sólo eso: sabe comunicar al lector la forma en que funciona, nos convida amablemente a estar del lado de los creadores y a entrar en sus talleres, fraguas y cocinas, enseña cómo funcionan las grandes novelas y los grandes poemas y sabe exponer y escuchar y hacer escuchar el ritmo, los ritmos que sigue la historia de la literatura. Dos de los libros aquí reunidos fueron originalmente redactados como cursos de literatura. Rangel Guerra —maestro de maestros— cuando enseña escribe un curso que luego sus discípulos podrán a su vez enseñar: hace escuela. Son algo más. El lector tiene mucho que aprender de cada una de las cosas que dice, escribe, cita y comenta Alfonso Rangel Guerra y también de la forma en que las dice. Sus amigos y lectores tienen mucho que aprender de su risueña y modestia eficacia. Larga vida activa le deseo a don Alfonso Rangel Guerra para que pueda ver impresas no sólo las obras que ya están en prensa si no esas otras que tiemblan en sus cajones con el estremecimiento de lo increado. Poder decir esto de alguien que celebra sus 90 años no es poca cosa.

III
El 19 de noviembre de 1958, la víspera del día en que tomó la fotografía el joven Rangel Guerra que había ido a París a estudiar literatura comparada y estilística, con una beca del gobierno francés en cuyo trámite había tenido que ver Alfonso Reyes, le escribe a éste sus “impresiones de la ciudad”: “No he sufrido decepciones más bien he rectificado algo de lo que llevaba conmigo. Con París ocurre un fenómeno curioso: tantos aspectos de la ciudad se conocen por la literatura, el cinematógrafo o cualquier otro medio, que al llegar aquí se superpone lo ya ‘conocido’ con la realidad, y es inevitable el cruce de sensaciones que nos trae el recuerdo con las que nos provoca el momento presente, como si todo aquello que se nos ofrece cada día nos llamara desde dos planos. Se pueden contar muchos edificios, lugares o monumentos desagradables o de mal gusto, pero se impone el conjunto armonioso de toda la ciudad bella como una mujer que se sabe hermosa. París es una ciudad que conquista. Apenas llego, y ya siento que me dolerá la partida.” El fotógrafo que tomó la imagen del caminante que se alejaba entre los árboles había estado en contacto con Alfonso Reyes desde 1956, fecha en que se inicia su relación por la edición de las Páginas sobre Alfonso Reyes cuya edición cuidará Rangel. Son también esos años de la década del cincuenta en los que el propio Rangel empieza a escribir con frecuencia en la prensa local, en el diario El Norte a instancias de su maestro Daniel Mir, el español refugiado en Monterrey quien como Rafael Dieste, maestro de Gabriel Zaid, había ido a esa ciudad a polinizar con sus saberes la cultura local. Hace ahí Rangel sus primeras armas y luego, gracias a la invitación de José Alvarado, armará en libro las colaboraciones que darán esa Imagen de la novela, cuya portada será la de la fotografía comentada. Seguramente tenía en mente uno de los consejos que le dio Reyes el 7 de mayo de 1956: “[…] lo que debe hacer es leer a los grandes escritores de valor universal, sin proponerse programas fijos […]”, le decía el maestro refiriéndose a los jóvenes congregados en la revista Catharsis.

IV
Como el guía de un museo que va mostrando a quienes lo siguen cada uno de los cuadros que arma las colecciones exhibidas y va comentando cada uno con ayuda de los historiadores del arte, así Rangel Guerra va citando y enmarcando sus exposiciones sobre cada obra —digamos El Buscón de Quevedo— en el horizonte más amplio de la historia y va sutilmente haciendo aflorar la sintaxis, las relaciones que afinan y contrastan unas obras con otras: panorama y panorama de panoramas, diaporamas de un crítico lector que es al mismo tiempo paisajista de las letras. Arte vivo de la memoria. La historia de la literatura respira y campea por las páginas de este lector que sabe caracterizar con atinado y sobrio trazo y pulso, el tipo de escritor o de poeta al que pertenece cada una de las siluetas que perfila. En última instancia, dirá Rangel, haciéndose eco de Mauriac, “no hay novelistas mundanos y novelistas populistas, sino novelistas buenos y malos”. El historiador de la literatura, que es también un antólogo, ha de moverse entre conceptos (picaresca, romanticismo, etc) y etiquetas (novela regional, nueva novela), pero en la medida en que es crítico ha de saber qué es lo que hay detrás de las etiquetas. Y ese saber no puede separarse de cierta pureza literaria y humana, mental. La crítica literaria tiene en ese sentido algo de higiene mental, y el crítico algo de médico y el historiador de la literatura, algo de historiador de la medicina. Tal vez esa sea una de las razones por las cuales las páginas que escribe nuestro amigo y maestra tengan esa limpieza y elegancia casi escépticas que lo hacen, sin ruido ni algarabía, uno de los prosistas más puros y castizos de nuestra lengua, tan contaminada por inflaciones superfluas. Por eso Rangel Guerra puede ser uno de los escritores más legibles de nuestro ámbito y en su lectura aparece el resplandor de los tesoros que se encuentran ahí, a la vista, escondidos en las montañas de la tradición.

V
“Hondo es el pozo del pasado” al cual se asoma este libro que es a la vez cosecha y recapitulación. Compendio y legado, bitácora no de una persona y de su saber sino del concepto de persona y de cultura a lo largo de los siglos. “Hondo es el concepto del pasado”, esta frase que resuena en las páginas iniciales de la caudalosa novela de Thomas Mann donde se hace la historia del pueblo judío, es evocada por Rangel Guerra al inicio de la segunda parte de su libro, pero bien podría haberse puesto al inicio y al final del libro. El pasado es un pozo insondable y Rangel Guerra nos hace descender con él para explorar sus pliegues y estancias más recónditas, es decir, hasta el inicio de la cultura griega y de la cultura del saber encarnada en el diálogo.

Persona y cultura [4] de Alfonso Rangel Guerra, publicado a principios de 2018 por la Universidad Autónoma de Nuevo León en su serie Vida retirada, pocos meses antes de que el autor cumpla noventa años es un libro de madurez y en el cual el maestro cosecha sus experiencias y reflexiones en torno a las relaciones de la cultura y el hombre y más precisa y particularmente en torno a la educación y a la enseñanza, a la paideia, en la historia. Es un libro en el cual se hace una historia de las academias. Del conocimiento y de la universidad misma en la historia.

Fruto de una larga experiencia en la enseñanza y síntesis de un caudal de lecturas, Persona y cultura es, con sus dos partes organizadas en armoniosa unidad, una obra sobre el arte de vivir en y desde la educación, un libro preñado de enseñanzas y lecciones no sólo de histórica índole sino de sustancia crítica y ética que no pierde nunca de vista el para qué de la experiencia educativa y vital y desde luego y por lo mismo el del sentido de la vida. No llega a ser un catecismo pero cabría decirse que en sus páginas se hojea un arte del bien vivir, o, para decirlo en términos alfonsinos, una cartilla moral o crítica en la que se van pautando y entrelineando consejos de sus maestros leídos y conocidos, convivios magistrales que Rangel ha tenido la fortuna de tener a los largo de sus años de experiencia y enseñanza, de lecturas y lecciones.

VI
Persona y cultura se puede leer de varias formas. Una es pausada y parsimoniosamente, anotando conceptos y líneas de argumentación, otra es la de dejarse llevar por su ritmo expositivo para poder sentir detrás de la exposición al sujeto elocuente, el autor, que va exponiendo su tema y llevando al lector de la mano en estas aventuras de la paideia en sus metamorfosis a lo largo de los siglos; Grecia, Roma, La Edad Media, El Renacimiento, las Edades Modernas hasta llegar a las tierras y fundaciones de esa semilla del seminario errante en el tiempo que se asientan en la Nueva España y más tarde en el México independiente, sin olvidar un repaso de las fundaciones de las universidades en Europa y en los Estados Unidos. Aventuras de la paideia y avatares del trivium y el cuadrivium que se leen como desarrollos de una argumentación que nos lleva a entender cuál es el origen del confinamiento del saber humanístico y su arrinconamiento como una especialidad más, cuando es en realidad y en la practica el horizonte mismo contra el cual se recortan el saber y sus instituciones.

VII
El libro se estructura en dos columnas, que son sus partes: “Origen y destino de las humanoides”, la primera que consta de cinco capítulos y la segunda, “Persona y cultura”, que consta de cuatro, y si la primera abre con una “Introducción”, la segunda cierra con un “Epílogo”. El libro presenta una Bibliografía pero no trae índice de nombres, para situar mejor las obras y nombres citados a lo largo de sus más de sus 243 páginas de texto, aunque el volumen tiene 251 páginas por la bibliografía y el índice. Aunque la frase que podría amparar el libro es “Hondo es el pozo del pasado”, la obra es ciertamente admirable por su concisión y apretada síntesis.

¿Qué significa y ha significado el cultivo del espíritu a lo largo de la historia de la cultura? ¿Ese cultivo ha hecho del ser humano más humano, por así decirlo? Las dos columnas del libro se reparten como espirales de una hélice o de una cadena que espejea lo que podría llamarse, de un lado, una historia de la cultura y de la educación, y del otro una exposición del lenguaje o los lenguajes de la cultura. El segundo capítulo está de hecho vertebrado en torno a este tema y arranca con un brillante y persuasivo análisis del poema “Correspondencias” de Charles Baudelaire. Poema y análisis que le van a servir al guía como un hilo conductor en su exposición. El libro participa de la historia de la cultura y de la educación y de la antropología filosófica. Hace pensar en “La cronología del progreso” de Gabriel Zaid, autor regio al igual que Rangel en más de un sentido, y podría decirse que Persona y cultura cabría ser leída como una suerte de “Cronología del desarrollo de la paideia”, palabra que necesita al menos cinco palabras para ser traducida.

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[2] Alfonso Reyes, “El curioso parlante”, Cartones de Madrid, Obras completas, t. II, México, FCE, 1995, p. 81.
[3] Alfonso Rangel Guerra, Obras, vol. I, Senderos literarios: Imagen de la novela, Historia de la literatura española, Curso de literatura, prólogo de Víctor Barrera Enderle, México, Universidad Autónoma de Nuevo León, 2018.
[4] Alfonso Rangel Guerra, Persona y cultura, México, Secretaría de Producción Editorial, FFYL, UANL, 2018, 253 pp.; Serie: La vida retirada.


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