Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Martes, 06 de Febrero de 2024
Por: Felipe Garrido

Lunes

Pueblerina

Al volver la cabeza sobre el lado derecho para dormir el último, breve y delgado sueño de la mañana, don Fulgencio tuvo que lacer un gran esfuerzo y empitonó la almohada. Abrió los ojos. Lo que hasta entonces fue una blanda sospecha, se volvió certeza puntiaguda.

Con un poderoso movimiento del cuello don Fulgencio levantó la cabeza, y la almohada voló por los aires. Frente al espejo, no pudo ocultarse su admiración, convertido en un soberbio ejemplar de rizado testuz y espléndidas agujas. Profundamente insertados en la frente, los cuernos eran blanquecinos en su base, jaspeados a la mitad, y de un negro aguzado en los extremos.

Lo primero que se le ocurrió a don Fulgencio fue ensayarse el sombrero. Contrariado, tuvo que echarlo hacia atrás: eso le daba un aire de cierta fanfarronería.

Como tener cuernos no es una razón suficiente para que un hombre metódico interrumpa el curso de sus acciones, don Fulgencio emprendió la tarea de su ornato personal, con minucioso esmero, de pies a cabeza. Después de lustrarse los zapatos, don Fulgencio cepilló ligeramente sus cuernos, ya de por sí resplandecientes.

Su mujer le sirvió el desayuno con tacto exquisito. Ni un solo gesto de sorpresa, ni la más mínima alusión que pudiera herir al marido noble y pastueño. Apenas si una suave y temerosa mirada revoloteó un instante, como sin atreverse a posar en las afiladas puntas.

El beso en la puerta fue como el dardo de la divisa. Y don Fulgencio salió a la calle respingando, dispuesto a arremeter contra su nueva vida. Las gentes lo saludaban como de costumbre, pero al cederle la acera un jovenzuelo, don Fulgencio adivinó un esguince lleno de torería. Y una vieja que volvía de misa le echó de esas miradas estupendas, insidiosa y desplegada como una larga serpentina. Cuando quiso ir contra ella el ofendido, la lechuza entró en su casa como el diestro detrás de un burladero. Don Fulgencio se dio un golpe contra la puerta, cerrada inmediatamente, que le hizo ver las estrellas. Lejos de ser una apariencia, los cuernos tenían que ver con la última derivación de su esqueleto. Sintió el choque y la humillación hasta en la punta de los pies.

Afortunadamente, la profesión de don Fulgencio no sufrió ningún desdoro ni decadencia. Los clientes acudían a él entusiasmados, porque su agresividad se hacia cada vez más patente en el ataque y la defensa. De lejanas 

tierras venían los litigantes a buscar el patrocinio de un abogado con cuernos.

Pero la vida tranquila del pueblo tomó a su alrededor un rimo agobiante de fiesta brava, llena de broncas y herraderos. Y don Fulgencio embestía a diestro y siniestro, contra todos, por quítame allá esas pajas. A decir verdad, nadie le echaba sus cuernos en cara, nadie se los veía siquiera. Pero todos aprovechaban la menor distracción para ponerle un buen par de banderillas; cuando menos, los más tímidos se conformaban con hacerle unos burlescos y floridos galleos. Algunos caballeros de estirpe medieval no desdeñaban la ocasión de colocar a don Fulgencio un buen puyazo, desde sus engreídas y honorables alturas. Las serenatas del domingo y las fiestas nacionales daban motivo para improvisar ruidosas capeas populares a base de don Fulgencio, que achuchaba, ciego de ira, a los más atrevidos lidiadores.

Mareado de verónicas, faroles y revoleras, abrumado con desplantes, muletazos y pases de castigo, don Fulgencio llegó a la hora de la verdad lleno de resabios y peligrosos derrotes, convertido en una bestia feroz. Ya no lo invitaban a ninguna fiesta ni ceremonia pública, y su mujer se quejaba amargamente del aislamiento en que la hacía vivir el mal carácter de su marido.

A fuerza de pinchazos, varas y garapullos, don Fulgencio disfrutaba sangrías cotidianas y pomposas hemorragias dominicales. Pero todos los derrames se le iban hacia dentro, hasta el corazón hinchado de rencor.

Su grueso cuello de Miura hacía presentir el instantáneo fin de los pletóricos. Rechoncho y sanguíneo, seguía embistiendo en todas direcciones, incapaz de reposo y de dieta. Y un dia que cruzaba la Plaza de Armas, trotando a la querencia, don fulgencio se detuvo y levantó la cabeza azorado, al toque de un lejano clarín. El sonido se acercaba, entrando en sus orejas como sua tromba ensordecedora. Con los ojos nublados, vio abrirse a su alrededor un coso gigantesco; algo así como un Valle de Josafat lleno de prójimos con trajes de luces, La congestión se hundió luego en su espina dorsal, como una estocada hasta la cruz. Y don Fulgencio rodó patas arriba sin puntilla.

A pesar de su profesión, el notorio abogado dejó su testamento en borrador. Alli expresaba, en un sorprendente tono de súplica, la voluntad postrera de que al morir le quitaran los cuernos, ya fuera a serrucho, ya a cincel y martillo. Pero su conmovedora petición se vio traicionada por la diligencia de un carpintero oficioso, que le hizo el regalo de un ataúd especial, provisto de dos vistosos añadidos laterales.

Todo el pueblo acompañó a don Fulgencio en el arrastre, conmovido por el recuerdo de su bravura. Y a pesar del apoge luctuoso de las ofrendas, las exequias y las tocas de la viuda, el entierro tuvo un no sé qué de jocunda y risueña mascarada.

Juan José Arreola (1918-2001)

Narrativa completa.

Prólogo de Felipe Garrido.

Alfaguara, México, 1997.

Martes

Kenopsia

I

Dicen que cuando te toca, ni aunque te quites y cuando no, ni aunque escarbes donde antes hubo, donde antes el Hades, ahora el humo abotargado y tranquilo centellea. Los lugares se mueven, no es el agua la que corre sino el lecho. No las lianas que lamen la sal de las paredes sino paredes las que ceden y se derrumban por los siglos hasta una imagen titulada "lugares abandonados". Y esto, al parecer, nos pone muy tristes.

II

Mi padre muerto vino el otro día.

Me dejó dos cobijas y una almohada 

y se volvió a morir como solía.

Hernán Bravo Varela

Vacía. La calle está vacía, vaciada la gente tras los muros, bajo tierra o en ovillos al cuenco de un manantial de lluvia. Echa giros de nube, la gente, que en la banqueta solía, en la esquina de la plaza, espera, las plazas no tienen esquinas, pero ahora tan incierto el tiempo la temperatura la templanza que éstas nacen. Solía, dije, la gente. Andar. Ahora el silencio, ese armadillo, persigue. Murmura, muerde, ladra en las hojas abiertas, en las pústulas. Plantas. De luz y verde antiguo. Brotan del concreto, abren las banquetas, forran bancas, aceitan pipas, taggean con salitre las paredes, bailan sobre la cornisa, gritan por los tragaluces, descansan a la sombra de una barra, donde gente solía, donde trabajo y desempleo, donde también hay sol y revienta, donde algunas, muy pocas, irrigan populosas cuentas de Instagram con balcones diamantinos, desde los cuales veces, a lo lejos se alcanza a ver, con una jornada que se extiende como pitayas rondando por el suelo hasta una hora incalculable, a una mujer que acomoda en su chiquihuite los días. Hechos a mano, bien tiernitos. A diez pesos la bolsa o llévese dos por quince, ya para terminar. 

III

Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío.

Juan Gelman

Mi camino es el mismo que el del panadero

el del alfilador

el de la secretaria

y ahora me lleva

a la tarde.

Harto ya

Seguramente

de mi croar sin rumbo

un día me llevó

a un supermercado.

Allí estaba Juan Gelman

sosteniendo un frasquito

transparente

como el mal que estaba a punto

de quebrarle el cuerpo.

Con la voz rota

de quien ha practicado

su debut en el Bar Chapala

y lo arruinó, le dije

Maestro.

Él sonrió y me preguntó:

¿Vos también escribís?

El lugar estaba a reventar de huesos.

Una lágrima arrojada al escenario

dio las gracias

y ambas salimos corriendo

a alcanzar el camino,

quien se quedó mirando

hacia la noche

mientras pensaba y a ésta

qué mosca le picó.

IV. Ante la ley

El metrobús me escupió 

en alguna calle de la Roma.

Efraín González Luna aún trabajaba 

en mi cabeza su traducción de Kafka:

"Ante la ley se yergue el guardián de la puerta".

¿Lo tradujo del inglés o del francés?

Del alemán no porque no sabía.

En eso más o menos andaba 

cuando un estacionamiento me habló:

¡Señorita!

Ya nadie me dice así.

Señorita, disculpe.

Siguiendo ese milagro 

llegó otro: Lyn May

tras la reja

agitaba las uñas y giraba instrucciones

breves y precisas, 

amabilísima

y absoluta.

Soy fan de su trabajo, 

atiné.

Gracias, linda.

¿Puedes timbrar en el cuatro 

y decirles que si me abren?

Timbré.

Un hombre atendió.

Buenas tardes,

dice la señora que si le abren.

Obnubilada por mi triunfo

--salvé la vida de Lyn May—

seguí mi camino

sin siquiera detenerse a observar

cómo una mujer que ha esperado

toda una vida

a cruzar por esa puerta

la miraba ahora cerrarse para siempre.

V

Resulta que al vidrio le ha dado 

por amarme.

Un día estuve en una calle de Berlín.

Al transitarla, una ventana 

estalló como un fresno de lluvia

sobre mi cabeza.

Me sentí bendecida.

Hágase en mí 

según tu palabra.

Yo venía de haber tirado 

una lámpara de lava 

en una juguetería.

Contra todo pronóstico 

el tubo explotó 

en la alfombra

y compradores 

y empleados

se incendiaron un momento 

como si nunca 

se hubiera quebrado algo 

en Alemania.

Yo los vi, divertida, 

y pagué, menos divertida,

16 euros con las manos 

astilladas por los copos 

de la tarde.

Geraldine metió la Luna

a un barecito y la estrelló 

contra el techo, 

nos devolvió algo 

de su cara oculta.

Cuando volví a casa, 

los 126 tragaluces protestaron 

y descendió

su aliento de nube

condensada

como granizo 

en mi escritorio.

Incluso dejaron

una hiedra

suspendida.

Hoy rompí la pantalla 

del celular al tirarla

sobre la banqueta.

Dio en un punto 

estratégico.

La foto donde salimos 

tú y yo haciendo radio 

parece de pronto vieja 

y doblada

y a punto

de desaparecer 

como si estuviéramos

transmitiendo

con voz rota 

la noticia sobre

un satélite 

que explotó

tras su despegue, 

pero en realidad 

esa imagen

sigue intacta a diferencia 

del Centenario.

Xitlalitl Rodríguez Mendoza (1982)

Poesía morosa

Prositas de amor contra el SAT

Ícaro Ediciones

Chilpancingo, 2022.

Miércoles

La cierva

Soñé que el ciervo ileso pedía perdón 

al cazador frustrado.

          Nemen Ibn el Barud

De pronto 

              tú recostada en un claro del bosque

manjar sereno

             ¿Intacto?  

Tensé el arco  

                  y disparé

                               sobre ti

rápidas palabras

red para cazar lo inasible.

Pero ninguna letra 

                         fue salpicada por tu sangre:

entre un adjetivo y otro 

                                      saltaste

más veloz que la luz de la flecha.

Una vez más 

                    mi palabra no alcanzó a la Poesía.

Ilesa,

sobre la rama de un árbol 

pero con lágrimas en los ojos, 

me suplicas:

"inténtalo de nuevo,

           inténtalo de nuevo".

Tentaciones de san Héctor

Señor:

He pecado.

La culpa la tiene Santa Dionisia, 

la secretaria de mi devoción, 

quien día a día 

                      me exhibía sus piernas

           —la más fina cristalería—

tras la vitrina de seda.

                                   Pero cierta vez

Santa Dionisia llegó sin medias, 

dejando el vivo cristal al alcance de la mano.

Entonces las niñas de mis ojos

            —desobedeciendo la ley divina—

tomaron una copa, 

quedando ebrias en el acto.

¡Qué ardor sentí 

al beber

con la mirada

el vino de esas piernas!

Por eso, Señor, 

no merezco tu paraíso.

Castígame; ordena que me ahogue 

en el fondo de una copa.

La comezón del séptimo año

[Tentaciones en el cine]

Señor: 

           devuélveme la luz

                                       a cualquier precio.

Mira: 

         una noche 

descendí 

          a la noche de un cine.

La imagen que allí se apareció 

era más bella que la virgen:

irradiaba tanta luz

que causó la envidia de la copa 

                                             —su vestido.

Dos gardenias (sentadas junto a mí) se marchitaron.

¿Por qué los pies brillaban más 

que el charol de los zapatos?

Los subtítulos decían:

            Si roca de cristal no es de Neptuno, 

            Pavón de Venus es, cisne de Juno.

Pero aunque el ángel era custodiado 

por arcángel de saco y sombrero, 

el Diablo —disfrazado de viento— 

metió sus dedos 

                       debajo de la falda,                

que luego levantó

para mostrarnos 

                       el incendio

                                       del templo.

Tanto ardían las desnudas columnas 

que el pequeño cardenal 

que siempre me acompaña 

se puso aún más rojo

…a noticia de todos llegó que era el día del Juicio, fue a ver cómo los lujuriosos no querían que los hallasen sus ojos, por no llevar al tribunal testigos contra sí…

          y yo a gatas buscaba, entre carcajadas y aplausos…

                                                                                      la salida del infierno.

Palabra de corrector

Señor:

         Bendice a los redactores improvisados,

bendice también los dedos de las tipógrafas 

          que bailan sobre las teclas;

bendice, especialmente, a los escritores sin ortografía, 

porque gracias a ellos existimos los correctores.

          Señor, hiciste un mundo apresurado.

Ninguna obra maestra, debes saberlo, 

se escribe en siete días.

          Por si decides corregir tu creación 

te dejo mi tarjeta.

Héctor Carreto (1953-2024)

Antología general de la poesía mexicana.

Poesía del México actual.

De la segunda mitad del siglo XX

a nuestros días.

Selección, prólogo y notas

de Juan Domingo Argüelles.

Océano, México, 2014.

Jueves

Trilingüe 

(al menos en un poema)

¿Cuál es la tendencia de moda?

What's the trending topic on Twitter?

I'm not saying I will go on it and follow everybody around.

Lo que quiero decir es que nunca supe

el significado de ‘popular’.

Lo que quiero decir es que no me interesa saber 

cuál es el tema actual porque probablemente 

no me interesa.

¿Apático? Sí.

Así nos decía un profesor en la secundaria, 

Y el de matemáticas nos decía holgazanes.

¿Holgazanes? Tal vez, no me molesto en buscar 

la definición porque no tengo tiempo.

En la película francesa ‘Amélie’, una chica 

ya no busca el amor, simplemente vive la vida, 

y una serie de sucesos desafortunados, 

que me recuerda a una tragicomedia que se llama vida.

Todos somos ‘Amélie’, o tenemos un amigo 

o una amiga como Amélie.

Tu mon amie, 

Petite Amélie.

J’adore Paris, J'adore Amélie.

Then I remember Mrs. Cherry taught me French 

for only a semester, but she taught me English

long enough to learn it.

And I was never a popular kid in school,

I never tried to be.

Y recuerdo que olvidé dos contraseñas

de mi cuenta en Twitter, y entonces me di cuenta 

lo inútil que es si puedo leer The New York Times 

o cualquier otra fuente de información.

Lo que quiero decir es que para Amélie, 

quien vive sola, es más interesante observar 

a los vecinos desde la ventana, 

y es más interesante que un vecino te diga 

a dónde ir cuando estás perdido.

Yo saludo por la mañana a los pequeños ingenuos 

diciendo: ‘Salut! Comment ça va?’

Pero, ¿te digo un secreto?

Je ne parle pas français!

Molly Brown y el señor azul ficticio 

conversan de todo y nada frente a mi neuralgia

La visión corta empieza a fallarme.

Desfallezco en la hora menos pensada.

Me pregunto si te preguntas lo mismo.

Redundo,

consciente o inconscientemente, qué más da.

Mis manos fotogénicas reniegan del resto, 

y de la neuralgia.

Pienso en la cadena alimenticia de la clase de ciencia.

Productor y consumidor.

—¿Qué ve? Digame.

—¡Peligro!

Me hago a la mar con un talismán de jade.

La inhundible Molly Brown intenta rescatarme.

El señor azul ficticio intenta cooperar, 

pero la visión corta aún me falla.

Conversamos.

Me pregunto si Molly sabe que el señor azul es ficticio.

          Mis manos fotogénicas reniegan del ruido, 

exigen silencio.

Pienso en la cadena alimenticia, 

en el depredador.

Redundo.

Molly y el señor azul ficticio parecen rendirse.

Reímos y suplico:

dejemos la comedia para los comediantes, 

que yo dejaré la poesía para los poetas.

Está lloviznando

Está lloviznando en la casa, 

los jarrones se han llenado de nostalgia, 

cuelga un recuerdo en la pared.

Está lloviznando bajo la mesa.

¿Dónde se escondió el gato para comer?

Está lloviznando en el cuarto de María, 

y el agua corre por las escaleras, 

mientras una cucaracha

vuela a su guarida.

Está lloviznando 

cuando hay sol afuera, 

y María reniega 

de la luna llena.

El desierto

El desierto no sabe la hora,

gira en forma centrifuga bajo la constelación de Orión.

Los rayos ultravioleta desnublan cada capa.

Un águila avanza en espiral-fósil con la corriente ascendente

de aire caliente, masa de antaño.

El desierto no sabe la hora, y sin embargo, la hormiga trabaja de sol jasombra!

El desierto no sabe la hora, pero la sombra de un cardenche gira en espiral

descendente.

El desierto no sabe la hora, 

pero un irritila observa la constelación de Kesíl, 

y sabe que el tiempo es obsidiana.

El desierto no sabe la hora, pero sabe algo que la luna calla.

El desierto sabe de mareas, 

en el eco de las pisadas de cada ser vivo 

de flora y fauna.

Eder E. Rangel

Indemorfable

El Astillero Libros

Torreón

Groppe Imprenta, 

Guadalajara, 2022.

Viernes

Rima IV

No digáis que, agotado su tesoro,

de asuntos falta, enmudeció la lira;

podrá no haber poetas, pero siempre

habrá poesía.

          Mientras las ondas de la luz al beso

palpiten encendidas,

mientras el sol las desgarradas nubes

de fuego y oro vista,

mientras el aire en su regazo lleve

perfumes y armonías,

mientras haya en el mundo primavera,

¡habrá poesía!

          Mientras la ciencia a descubrir no alcance

las fuentes de la vida,

y en el mar o en el cielo haya un abismo

que al cálculo resista;

mientras la humanidad siempre avanzando

no sepa a dó camina,

mientras haya un misterio para el hombre,

¡habrá poesía!

          Mientras se sienta que se ríe el alma,

sin que los labios rían;

mientras se llore sin que el llanto acuda

a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza

batallando prosigan,

mientras haya esperanzas y recuerdos,

¡habrá poesía!

          Mientras haya unos ojos que reflejen

los ojos que los miran;

mientras responda el labio suspirando

al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso

dos almas confundidas,

mientras exista una mujer hermosa,

¡habrá poesía!

Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)

Continúa el mismo asunto 

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco:
          a quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro
y al que le hace desprecios enriquezco;
          si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí ofendido
y al padecer de todos modos vengo;
          pues ambos atormentan mi sentido;
aqueste con pedir lo que no tengo
y aquel con no tener lo que le pido.

Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695)

Telegramas1
Quiero pensarte muerta
y que tu muerte sea
un plagio de mi canto2
Como los niños:
           a jugar con barro.
Pondremos
las lágrimas tú y yo.
No habrá escasez de polvo.3
Al arder inventamos las cenizas.4
Tienes la edad del mundo
y ni un minuto menos
pero te ves más joven.5
Estar solo es perder el sitio
andar a la intemperie.
Dame un aquí en tu cuerpo.6
Muchacha desnuda
te voy a escribir
un poema-guante.7
En tu prisa por crecer
echaste alas y raíces
qué vas a hacer?

Ulalume González de León (1932-2009)

Frente al mar

1
¿La ola no tiene forma?
En un instante se esculpe
y en otro se desmorona
en la que emerge, redonda.
Su movimiento es su forma.

2
Las olas se retiran
¿ancas, espaldas, nucas?
pero vuelven las olas
¿pechos, bocas, espumas?

3
Muere de sed el mar.
Se retuerce, sin nadie,
en su lecho de rocas.
Muere de sed de aire.

Octavio Paz (1914-1998).

Sábado

¿Sabes por qué se queman los periódicos sobrantes?

—para que no haya prueba—, 

igual que incineran a las que no aparecen, 

rengas dejan las versiones.

¿En el principio fue el verbo?

¿Después la carne?

Sí,

porque primero hablaron 

y después vino el cuello.

          ¡El cuerpo de la mujer fue hallado sin vida!

¡El cuerpo de la mujer fue hallado sin vida!

Así una y otra vez 

se repite el encabezado del periódico.

          ¿Fue hallada sin vida? 

duda que no alcanza 

chayote, 

pan,

hueso, 

huesitos,

no.

          ¿Dónde todas?, ¿dónde acomodan la ropa?

la lavada,

la planchada, 

despercudida

que desde hace años 

venimos guardando.

          Y va de nuevo el voceador:

¡El cuerpo de una mujer fue hallado sin vida! 

y el sujeto activo de esa oración

¿Dónde?

¿A qué hora?

¿Quién le da rostro?

¿Nosotras?

En las calles, 

planchando el miedo, 

cuidándonos los pasos.

          No aparece nadie a corregir la nota 

antes de que se vaya a prensa.

          ¿Cómo se pronuncia la palabra impunidad? 

sin que se escupa saliva al término de gesticular dos D seguidas.

Se atropella la palabra desde la lengua como no queriendo salir.

          ¿Cómo se dibuja el miedo?

para mí son un montón 

de cruces rosas adornando las calles,

se escribe así: feminicidio.

Pero así no se pronuncia, 

es mejor decir: se calló, 

se tropezó al cruzar la calle, 

se degolló a sí misma, 

se le escapó una bala, 

se desmembró

porque ya le cansaba el peso de las piernas, 

de los pechos, 

de la cara.

Se dice así,

y se coloca en la sección de nota roja, 

después es número que difuminan para no alterar.

          Hoy es uno de esos días en los que no cabemos, 

ni siquiera en este arenoso terreno conocido 

podemos nombrarnos,

          —preguntar—,

¿qué lugar ocupo en estos números?

          Se llama cáncer pero no se multiplica vía sanguínea, 

con esta enfermedad hay que caminar de puntitas, 

viajar de ilegal por aquello que fue arteria.

          Recuerdas: ¿para qué se queman los periódicos?

Sí, para borrar expedientes

          ¿clínico, penal?

Por eso lo único que sabes de la muerte de los próceres es:

          "Falleció en aquella ciudad tal día, 

          sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres".

Anarquistas,

rebeldes,

montón de señores dadores de patria.

¿Patria?

Próceres fallecidos de forma natural,

otros de angina de pecho,

envenenamiento prolongado,

igual a cáncer de páncreas,

hígado,

leucemia.

          El bien morir es derecho de pocas, 

si eres revoltosa nada se sabrá de tus cueros.

          Nunca se supo de qué murió Ricardo un telegrama anunció:

"Ricardo Flores Magón murió repentinamente 

a las cinco de la mañana de enfermedad cardiaca".

Librado Rivera murió de tétanos,

Daniel Cabrera, hemiplejía.

Entre uno y otro nadie

sabrá si murieron de cancer o de espera.

          Pero, ¿de qué murieron ellas?

Juana

María

Andrea

Sara

Margarita

Elisa Dolores

          Barremos sus tumbas como quien desempolva 

actas de defunción que no han sido levantadas.

Entumidas husmeamos las razones del deceso, 

separamos con alfileres los sumarios rancios, 

la necropsia no varía de una a otra, 

manchas del Padre que nadie borró.

Sin darnos cuenta cavamos la fosa en cada marcha, 

mítines que disimulan el golpe.

          Enamorarse al filo de los treinta, 

mientras mi madre agonizaba.

La sujetaba del brazo y leía tu carta 

en la que tiras todas las piedras sin esconder la mano.

Pero no, no atiné a recoger ninguna, 

las dejé rodar por las calles de una ciudad que se hunde.

Y así me hundo,

aunque camino por la orilla de este lago, 

me hundo.

De nada sirve nadar,

este charco no camuflajea los temblores.

          Mi madre murió, y te conté, 

era mi forma de decir: así ando descalza por la casa.

          Entiendo muy poco del cáncer, también del amor.

Pero ambos van de cerca, 

recorren los mismos vasos sanguíneos 

y al final ni el naproxeno ni la morfina 

calman las fiebres que comparten.

          Entiendo poco de estas dos enfermedades 

como tampoco entiendo

por qué me calma pasar mis manos por tu cabello, 

poner mi cara sobre tu barba, 

porque no sé si nombrar a las muertas 

es regresar a los locales que ya manoseamos.

          Pronunciamos a las difuntas, 

las contamos,

enumerarlas para decir: aquí estamos, 

en otro tiempo,

pero estamos.

Ahora nos toca contar con todo lo que se tenga:

palas, 

guantes, 

calcetas, 

zapatos,

en alguna de estas prendas se dibujará un rostro, 

olfato certero que delata los harapos, 

porque a veces el corazón se queda donde olvidas los aretes.

          Más de una vez he mirado los rostros de las madres 

buscando los gestos de sus hijas en la tierra.

Hay otras maneras de morir 

pero el cáncer más largo 

es el que no halla funeral para llorar, 

en el sur tiene finta de coronel 

que se pasea con los chivos, 

barbacoa que no se come porque es pura bala, 

soldaditos de plomo que corretean a las muchachas, 

trueques de becerros por vestidos.

          Y así nos miran sin mirar, 

nos oyen sin chistar, 

cuchicheo de miradas, 

pestañeo que no cuenta.

Aunque sean ellos los que siembran la amapola, 

aquí lo liberal nunca ha sido tan mexicano.

Yelitza Ruiz (1986)

Lengua materna

El ala del tigre 02

UNAM, México, 2020.

Domingo

Espermaceti

Para Lelé

1.

Una ballena es un país de fronteras difusas, 

un país que no aparece en los mapas, 

que bien podría estar inscrito 

en la “Breve guía de lugares imaginarios” 

entre Balnibarbi (tierra de hombres distraídos) 

y Barataria (la ínsula que el Quijote encomendó a Sancho Panza).

Vista desde arriba una ballena es una isla de piedra 

flotando a la mitad del océano.

2.

En el agua los cachalotes son fantasmas grises, 

afuera son negros casi púrpuras con pecas amarillas.

Las ballenas tienen la barriga llena de bichos, 

una ballena puede hospedar a más de siete mil.

          Las ballenas también son una casa.

3.

Hay al menos dos ballenas blancas.

          La primera navegó los océanos reales de 1820, 

provocó el hundimiento del barco ballenero Essex.

Según el explorador Jeremiah Reynolds 

esta ballena respiraba diferente al resto, 

su chorro de agua se elevaba en otro ángulo 

y llevaba una corona de percebes en la cabeza.

          La segunda navega los mares imaginarios de 1851, 

navega las páginas de un libro, 

navega la furia de un capitán cojo, 

loco, vengativo, un capitán del silencio.

4.

Dicen los libros que un cachalote pesa cuarenta toneladas.

Eso no puede ser cierto: 

un cachalote es ligero y blando 

como todo lo que no sabe tener dueño.

          Una ballena es un país:

no pesa porque no tiene anatomía, tiene geografía.

5.

Ballena azul ballena gris ballena de Groenlandia 

ballena minke ballena

piloto ballena franca

ballena jorobada

beluga

cachalote enano

pigmeo ballena

narval ballena.

          Las nombramos pero no sabemos cómo son.

Las ballenas siempre están en otra parte.

6.

Nadie sabe por qué los cachalotes tienen en la cabeza una sustancia parecida al esperma. Los científicos adivinan que la voluminosa cavidad en su frente es un balastro biológico, un contendor de aceite que cambia de densidad según la temperatura. Tal vez es el centro del sistema de sonido que usan para navegar y comunicarse. O el aceite sirve a los machos para amortiguar los golpes que se dan en la cabeza unos a otros o contra los barcos balleneros.

          ¿Es la cabeza de las ballenas un mecanismo de flotación?

Sí.

Y es una bocina.

Y es un tope.

7.

¡Apretar, apretar, apretar, durante toda la mañana! Apreté aquel aceite de esperma hasta que casi me fundí en él, hasta que me invadió una extraña suerte de locura y me encontré, sin darme cuenta, apretando en él las

manos de los que trabajaban conmigo, confundiéndolas con suaves glóbulos.

          Las ballenas también son suaves glóbulos.

8.

En 1989 los hidrófonos de la marina estadounidense 

detectaron un sonido en las profundidades:

una ballena que canta a 52 hercios, 

mucho más alto que otras ballenas, 

un poco más alto que la nota más baja de una tuba.

Nadie responde, nadie sabe quién es.

Esta ballena está deforme, 

es un híbrido, está sorda, 

su canción está rota, 

es una tuba.

La última ballena de su especie, ballena tuba.

          No sabemos qué cosa aman las ballenas, pero sabemos

que el corazón de un cachalote es del tamaño de un coche pequeño.

9.

Las ballenas se parecen a nosotros.

          Lloran cuando secuestran a sus hijos, 

son 97% agua,

cada familia habla su propio lenguaje, 

tiene caries, son polígamas, 

permanecen horas suspendidas en diagonal, 

acurrucadas unas sobre otras.

Cuando sueñan las ballenas 

son delicadas flores de pétalos de carne.

10.

Hay una escultura ecuestre de Teddy Roosevelt a la entrada del Museo Americano de Historia Natural.

          Cazador conservacionista, dice la placa.

¿Qué dice de nosotros que asesinemos lo que

deseamos conservar?

11.

Las ballenas fueron animales terrestres, 

caminaron en tierra firme en forma de pakicétidos:

zorritos peludos con pezuñas y cola gruesa 

que podían escuchar debajo del agua.

12.

No todas las ballenas tienen dientes.

Las ballenas azules no comen, 

absorben, filtran,

tienen dos filas de barbas de queratina, 

dos peines paralelos de cuatro metros.

          Abren la boca y entra el mundo.

Rompen el mundo.

          Así como nosotros tenemos muelas del juicio, 

tenemos apéndice, se nos pone la carne de gallina, 

ellas tienen un hueso donde estuvo alguna vez 

la pelvis de sus peludos antepasados.

          El esqueleto de la ballena no se parece a la ballena

Pero la diferencia no le estorba.

13.

Así como las frutas se bastan a sí mismas 

las ballenas no necesitan nada que no contengan.

14.

Las ballenas no se parecen a nosotros.

          Cada familia habla su propio lenguaje, 

pero no cantan para lastimar.

Son polígamas, pero no saben mentir.

          Sus dientes son troncos:

si cortas uno a la mitad puedes leer en él la edad de la ballena.

          Las ballenas se parecen más a las secuoyas de California que a nosotros.


Comparte esta noticia

La publicación de este sitio electrónico es posible gracias al apoyo de:

Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.

(+52)55 5208 2526
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

® 2024 Academia Mexicana de la Lengua