Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 17 de Abril de 2023
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Flor nocturna

1948
Para el poeta Emilio Ballagas

I
Hay una flor que en la noche
nace –¡lucero en la rama!–
y su blancura derrama
en silencioso derroche.
En las tinieblas es broche
de una luz estremecida
que, entre las sombras hundida,
enardece su blancor:
es paloma vuelta flor
que en la oscuridad se anida.

II
Fuego fatuo detenido
en el luto del follaje.
En sombra, blanco tatuaje;
brillo de nácar hundido
en el humo del tejido
del cacto donde fulgura.
¡Vegetal copa de albura
que derrama su esplendor:
ánima es y no flor,
que vaga en la noche oscura!

III
La sombra enciende tu vida;
la luz, descubre tu muerte
y tu corola convierte
en albura fallecida.
Por la noche, estremecida
–¡inquemante ave de llamas!–
alzas tu brillo en las ramas;
porque de estrella atesoras
el ritmo, y sólo en las horas
nocturnas, tu luz derramas.

IV
Nocturna flor que aparece
cuando la tiniebla asoma,
y derrama luz y aroma
en la noche que la mece.
Flor de espuma, que perece
cuando en oriente fulgura
el temblor del alba pura
que, con su tacto, la hiere.
Flor que nace, vive y muere
en doce horas de negrura.

V
Sensible flor que al nacer
riegas tus horas al viento
porque entiendes el momento
de aromar y perecer.
La blancura de tu ser:
de la aurora, temerosa,
sólo una noche, gloriosa
como luna se ilumina, y al amanecer termina
en la luz que la destroza.

VI
Sueño de flor es la flor
que en lo oscuro se realiza:
imagen que petaliza
la verdad de su color
con el astral esplendor
que sólo una noche dura.
Realidad en la negrura
que la luz, a sueño vuelve,
y en sus ondas la disuelve
para darle sepultura.

Elías Nandino (1900-1993)
Veinte años de poesía (1968-1987).
Selección de Alejandro Sandoval
Joaquín Mortiz, México, 1988.

Poema impaciente

¿Y si llegaras tarde,
cuando mi boca tenga
sabor seco a cenizas,
a tierras amargas?
¿Y si llegaras cuando
la tierra removida y oscura (ciega, muerta)
llueva sobre mis ojos,
y desterrado de la luz del mundo
te busque en la luz mía,
en la luz interior que yo creyera
tener fluyendo en mí?
(Cuando tal vez descubra
que nunca tuve luz
y marche a tientas dentro de mí mismo,
como un ciego que tropieza a cada paso
con recuerdos que hieren como cardos.)
¿Y si llegaras cuando ya el hastío
ata y venda las manos;
cuando no pueda abrir los brazos
y cerrarlos después como las valvas
de una concha amorosa que defiende
su misterio, su carne, su secreto;
cuando no pueda oír abrirse
la rosa de tu beso ni tocarla
(tacto mío marchito entre la tierra yerta)
ni sentir que me nace otro perfume
que le responda al tuyo,
ni enseñar a tus rosas
el color de mis rosas?
¿Y si llegaras tarde
y encontraras (tan sólo)
las cenizas heladas de la espera?

Emilio Ballagas (1908-1954)
Obra poética,
Letras Cubanas, La Habana, 1984.

Martes

Poema

Si yo pudiera pondría una flor
sobre el pecho de tu ternura muerta
y me resignaría.
Si nada más pudiera lavarme el alma
de este dolor con una lágrima;
si pudiera caminar indiferente
por esos sitios que recorrimos juntos
y cuya sola vista me desgarra.
Morir, perderme, destrozarme, huir
donde no estén tus ojos;
adonde el hilo más delgado de tu voz
no exista,
y tu gracia perfecta
no sea más que nube no mirada;
donde tu nombre no se me vuelva angustia
ni tu palabra herida,
y tu sonrisa no me pueble las noches
de estrellas y de lágrimas.

Ninfa Santos (1914-1990)
Rueca
Otoño e invierno
México, 1946

Revistas Literarias Mexicanas Modernas
Rueca III Verano de 1945 / Invierno
de 1951 – 1952
Fondo de Cultura Económica, México, 1984.

Miércoles

A veces llora el hombre

A veces llora el hombre
su inútil, lenta vida,
su derrumbada voz en los abismos
donde se abaten cercenados sueños.
A veces llora el hombre
con desgarradas lágrimas de siglos,
como si fuera el último
superviviente náufrago del mundo,
que caminara solo entre cadáveres
de transparentes venas disecadas.
A veces llora el hombre
su viril crecimiento solitario,
su semilla injertada de granizo
estéril, deleznable, llora su soledad
y el hijo de su llanto congelado.
Llora sus pasos de fantasma
sobre un aciago páramo de sombras.
Ya ni la misma tierra lo sostiene.
No lo tocan los dedos de la brisa.
Tiene sed, pero el agua se le escapa
por fracasos de súbitos cristales.
Se deslizan sus pasos en la nada
y un pavor infinito lo estremece
cuando se queda mudo y paralítico
en la hora nupcial de la poesía,
sin eco que responda a su amargura,
sin huellas que delatan su presencia,
su dolida presencia de abandono.
Porque el hombre está solo,
porque nadie sospecha
la dolorosa concepción de un hijo,
extraordinario, singular diamante
casi gema de leche, casi aurora
en su nocturna entraña marinera.
A veces llora el hombre
porque se siente solo.
El hombre que debiera
sonreir del olvido,
cuando el mundo se olvida
de que el hombre ha llorado.
Pero cuando despiertan
milenarios diamantes
y ascienden a la vida
por claras madreselvas,
invadiendo la noche
de esmeraldas pequeñas,
al hombre de repente
le despiertan palabras
_lirios amanecidos-
y su invernal angustia
se cubre de campánulas
de vegetales ecos,
y sus brazos morados
por lentas soledades,
se le van envolviendo
de ingénitas presencias,
y la gema de leche
de su honda poesía,
le ilumina la entraña
sosegada del llanto.
Fluye de sus trémulas manos
el venero de plácidas angustias,
cuando siente nacer en su agonía
al hijo invertebrado.
Un filo adverso aniquila el lucero.
Torna a llorar el hombre
con desgarradas lágrimas de siglos,
y antes que el grito asombre
al silencio del alba,
agoniza en sus labios mortecinos
la canción infantil de la esperanza.
Se derrumba su voz en los abismos,
rueda por incontables
túneles de tinieblas
y se empoza en gargantas mutiladas.
Sube de las entrañas de la tierra
el lamento obstinado y delirante
que llega hasta el Creador y lo conturba
como en el día agorero
del parto inenarrable,
en que nació la luz, el agua, el viento,
y comenzó el oscuro, el desolado,
inagotable llanto de los hombres.

Margarita Paz Paredes (1922-1980)
Rueca
Primavera
México, 1948
Año V Núm. 17

Revistas Literarias Mexicanas Modernas
Rueca III Verano de 1945 / Invierno
de 1951 – 1952
Fondo de Cultura Económica, México, 1984.

Jueves

XIII. Poema donde todo se niega

Están aquí los muertos, olvidados.
Nombres ilustres, personas sin relieve.
Aquí se encuentran todos, confundidos
en la Nada tranquila, entre las sombras.
Igual será llamarse Carlos, Luis,
Francisco, Eduardo, acaso Juan Sin Rostro,
María sin Apellido, Marta Desconocida.
Murieron ya sus nietos, Nadie recuerda Nada.
En este panteón están las cenizas
de mi abuelo, dicen. También,
me han dicho, las cenizas del abuelo
de mi abuelo. Pero los nietos de los nietos
que caminan por este cementerio
ya no recuerdan a Ninguno. Los nombres
se conservan como se guarda un libro
en la memoria enjuta de los hombres.
Nadie está a salvo de la corrosión y el olvido.
Día llegará, quinientos años después,
en que Ninguno tendrá nombre.
¡Tú sí recuerdas? Pero si a Nadie
conociste. Con aquellos que pasaste
algunas de las horas de tu infancia
son ya también ceniza, una imagen diluida
en la memoria. Tú pasarás igual, serás
tan sólo un nombre grabado en una piedra
que borrará sin duda el tiempo, con insultos.
Todo lo niega el paso de las horas, sin medida.
Todo lo niega un ángel, implacable.
El mensaje es el mismo: eres polvo
tan sólo, un polvo triste que se pone
de pie por unas horas y luego cae
y se confunde con otra tierra seca
en la hojarasca. Así sucede siempre.
Así sucederá otra vez, no tengas duda.
Jamás podrás negar este pasado,
presente desde ahora en tu futuro.
Vive de todos modos, sereno de alegría,
las pocas horas que estarás erguido.
Así sucederá. Sucede siempre.
No abrigues ya temor, la vida
habrá de continuar entre las sombras,
en las pálidas sombras de los hijos
de tus hijos. Sucede ahora.
No cabe duda alguna.
No niegues lo que fue.
No niegues que será.
Lo que antes sucedió,
sucede ahora.

Jaime Labastida (1939)
Álgebra del polvo
Lectorum, México, 2019.

Viernes

Agua

1
Ha comenzado a nevar.
Copos,
agua
que hiere de golpe.
Se posan candentes
sobre mis temores
mi misterio.
No resbalan.
Se han clavado como espinas
de una corona de oro.
Como raíces.

2
Cuántos pies han pasado por aquí
sin hollar
gozo y contemplación,
un mismo tiempo:
Cuesta arriba,
alcancé a ver los despojos
del narciso.
Todo era azul desde ese punto
hasta el final.
Alenté un deseo:
no el avance, ni la cima helada
ni la calidez del cielo.
Sólo el oleaje
sin celda o libertad,
sólo el oleaje.

3
Tu población de fuego
me vio volver,
sus seres en constante movimiento,
su mensaje.
Todo se sentía disuelto
en una capa densa,
el mar aquél.
Noté que comenzaba a replegarse.
Alargué el brazo.
Mis dedos anhelaban mojarse apenas,
como en una pila antigua,
bautismal…

4
Mar abierto

Ese mar hizo de mí
una madreperla consagrada,
una vasija llena de algo
que se va
o simplemente se evapora
a ritmo propio.
Flor aguamarina,
olorosa a sal
y húmedos abrazos
entre una vida y otra,
sin orillas.

5
Mar adentro

Te vi a lo lejos, desde muy lejos,
pero no yacías en la barca,
el horizonte.
Caminabas, escondiendo
algún destino.
Tu expresión
me era inconfundible.
Tu manto de azafrán,
una urna viva.
Creí que me llamabas.
Pasé los dedos por tu piel
deseando guardarla
en la memoria del corazón.
Entre la niebla,
tus párpados temblaron
al sentirme.
Y yo también.
La rosa de los mundos giró
hasta secarse. Se hizo luz.
Ni una lágrima en sus pliegues.
En su centro fresco,
tu ojo espeluznante,
lleno, por primera vez,
de una ternura incontenible.
Acababas de morir,
aurora,
en la noche oscura
de mi cuerpo.

Pura López Colomé (1952)
Aurora
Ediciones del Equilibrista,
México, 1994.

Sábado

De 6/

A veces tengo un miedo verídico
de olvidarte.
Un miedo histórico
como un globo de gas que un niño pierde.
Un miedo científico
como el de quien descubre en su laboratorio
que no se equivocaba.
Otras veces
tengo miedo de olvidarte a secas; así
sencillamente
como quien busca una silla y una ventana
y no recuerda para qué.
Este miedo de que la muerte
sea un dejar de amarte; un desacostumbrarse que lleva trenes adentro,
lentos. Muy lentos.
Un cuerpo vivo que olvida un cuerpo muerto.
En ocasiones estoy seguro que no será así. Que no podré
desacostumbrar tus cosas de mis cosas.
Un miedo reducido a una ecuación muy simple:
que un día me levante y caiga en cuenta
que pasaron meses sin pensarte.
Porque no quiero, porque
eso es lo único que ahora puedo hacer por ti. No olvidarte.

De 5/

Hoy me he quedado
haciéndole compañía al refrigerador.
Escuchando
el trabajo que le cuesta
funcionar, cumplir,
estar al día
con sus frías labores, con sus tareas congeladas.
Lo que se espera pues
de un refrigerador de cocina.
Y literalmente
tomé una silla y me puse en ella
a su lado. Y ahí estuvimos.
Quejándonos. Oyéndonos mutuamente funcionar, respirar.
Pensando en las cosas que deben congelarse
para que el mundo siga. En nuestras cosas,
supongo. En la vida
mecánica o no, eléctrica o no. Programada.
Lineal, independientemente de la curva, o el zigzag,
que marca, en el monitor de pulso, el pulso.
Y ahí estuvimos
prestándonos dos horas de nuestro tiempo.
Sin conclusión alguna
respecto a nuestra última estancia
por seguir:
eso que es congelar lo que se lleva dentro. 

De 1/

La vida,
qué extrema palabra.
Qué extenuante.
¿Sobre qué ecuación
--y sus variables–
da su vuelta la lluvia bajo el mundo?
¡Qué reina arrodillada!
¡Cuántos territorios que van de prisa!
Hoy te puedo cantar
como si fueras pájaro: ¡cómo se te parecen
esos viajes!
¡Cómo te imitan
las rosas y sus dardos!
Y te podría contar como se cuentan las monedas
o los discos. Vida.
Como se cuentan las arrugas al llegarnos el cielo
a la espalda. Al doblarnos el ruido, la rodilla, y sus bestias pasajeras.
Pero éste es un poema de amor,
vida, v mereces que se te acerquen
las niñas que llevan flores en sus manos,
las ancianas de melón dulce
que te han bebido como un jarabe portentoso.
Mereces ser nominada diosa y ser temida.
Ser conducida al altar de blanco
y que en tu lecho suelten las nevadas sus antiguas verdades.
Mereces que hasta tus pies
lleguen
las gatas en celo
y huelan la masculinidad que calzan los siglos
en su desleche. Y te huelan.
Pero éste es un poema de amor
y tú
eres esa parte del poema que no se entiende,
que nunca queda clara.

A. E. Quintero (1969)
Cuenta regresiva.
Premio Bellas Artes de
Poesía Aguascalientes 2011
Era, Conaculta, México, 2011.

Domingo

Canción para todas las que eres

No sólo el hoy fragante de tus ojos amo
sino a la niña oculta que allá dentro mira
la vastedad del mundo con redondo azoro,
y amo a la extraña gris que me recuerda
en un rincón del tiempo que el invierno ampara.
La multitud de ti, la fuga de tus horas,
amo tus mil imágenes en vuelo
como un bando de pájaros salvajes.
No sólo tu domingo breve de delicias
sino también un viernes trágico, quién sabe,
y un sábado de triunfos y de glorias
que no veré yo nunca, pero alabo.
Niña y muchacha y joven ya mujer, tú todas,
contra mi pecho las abrigo,
colman mi corazón, y en paz las amo.

Eliseo Diego (1920-1994)

 

Por el vacío

Por el vacío de tu barrio anoche
qué silenciosa ibas a mi lado.
Salió la luna entre los árboles
y vi una sola sombra desolada.
¿Es cierto, dime, que una vez te tuve
junto a mi corazón, bien a su abrigo?
¡Cómo es de fría la implacable luna!
Sólo responde el aire.

Eliseo Diego (1920-1994)

 

No hace tanto

¡Ah, Dios, pues no hace tanto
que regresé por esta acera rota
de vuelta a casa, sí, desde la escuela!
¡Ah, Dios, pues no hace tanto!
¿No son los mismos álamos dorados
bajo la escarcha de aquel mismo polvo?
Los secos cauces de los viejos ríos
sobre el mapa de piedra de la acera,
¿no llevan, como siempre, al mediodía?
¡Todo el futuro en el calor del oro
de tu pelo que huye, muchachita,
por el recodo de la esquina en sombras
que doblo ahora, anochecido,
para encontrarme a solas con la brisa!

Eliseo Diego (1920-1994)

 

Vuelta a la ronda

Es el balcón aquel que amanecía
cuando tú te asomabas a mis horas,
fiestecilla del aire,
sorpresa del crepúsculo.
Es el mismo balcón, pero vacío.
Quizás desierto porque tardas –puede.
¿Cuántos años de ayer hasta mañana?
Si me demoro, a solas,
si entretengo a mis días en la esquina
o cuento alguna fábula a mis miedos,
quizás, quién sabe,
tal vez por fin en el balcón te inclines,
tan joven erés tú, tan joven,
y acaso a mí contigo
de regreso a tu edad a salvo lleves.

Eliseo Diego (1920-1994)

 

Mi madre La Oca

La vieja inmensa, inmóvil junto al fuego.
Largo rostro rugoso,
manos rudas.
Las llamas charlan en la chimenea
con el obeso calderón de cobre.
Las ristras cuelgan lacias,
las magistrales ristras
de cebollas.
En la penumbra el fuego escoge
bien un surco reseco
junto a una boca mustia, bien
el voraz amarillo de unos ojos.
Hay gente allí muy quieta en la penumbra.
Tan callada, la gente,
como las ristras blancas,
esas tan blancas ristras de cebollas.
Mira, tú estás allí también, un poco aparte,
aunque nunca, lo sabes, podrán verte.
Como un ratón en la pared,
al otro lado, quedo, inmóvil.
Qué bajas son las vigas, y qué oscuras.
Por fin bulle el caldero entre las llamas.
La enorme vieja ahora suspira.
Dónde se fue tu aliento, dónde el aire.
Tan pura es la quietud
que oyes la leve
huella de la ceniza. Entonces,
entre el oro del fuego, la caverna
de la gran boca. Un huracán susurra
“había una vez...”
Y nace todo.

Eliseo Diego (1920-1994)
La sed de lo perdido. Antología.
Ediciones del Equilibrista, México, 1993.


Comparte esta noticia

La publicación de este sitio electrónico es posible gracias al apoyo de:

Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.

(+52)55 5208 2526
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

® 2024 Academia Mexicana de la Lengua