Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 10 de Enero de 2022
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

En la festividad de
los Reyes Magos

Pues la estrella
es ya llegada,
vaya con los Reyes
la mi manada.
Vamos todas juntas
a ver el Mesías,
pues vemos cumplidas
ya las profecías.
Pues en nuestros días,
es ya llegada,
vaya con los Reyes
la mi manada.
Llevémosle dones
de grande valor,
pues vienen los Reyes,
con tan gran hervor.
Alégrese hoy
nuestra gran Zagala,
vaya con los Reyes
la mi manada.
No cures, Llorente,
de buscar razón,
para ver que es Dios
aqueste garzón.
Dale el corazón,
y yo esté empeñada:
vaya con los Reyes
la mi manada.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582)


Nada te turbe

Nada te turbe,
nada te espante.
Todo se pasa,
Dios no se muda.
La paciencia
todo lo alcanza;
quien a Dios tiene
nada le falta:
sólo Dios basta.
Eleva el pensamiento,
al cielo sube,
por nada te acongojes,
nada te turbe.
A Jesucristo sigue
con pecho grande,
y, venga lo que venga,
nada te espante.
¿Ves la gloria del mundo?
Es gloria vana;
nada tiene de estable,
todo se pasa.
Aspira a lo celeste,
que siempre dura;
fiel y rico en promesas,
Dios no se muda.
Ámala cual merece
bondad inmensa;
pero no hay amor fino
sin la paciencia.
Confianza y fe viva
mantenga el alma,
que quien cree y espera
todo lo alcanza.
Del infierno acosado
aunque se viere,
burlará sus furores
quien a Dios tiene.
Vénganle desamparos,
cruces, desgracias;
siendo Dios su tesoro,
nada le falta.
Id, pues, bienes del mundo;
id, dichas vanas,
aunque todo lo pierda,
sólo Dios basta.

Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
Poesía y pensamiento de Santa Teresa
de Jesús. Antología.
Alianza Editorial, Madrid, 2018.

Martes

Soneto

Con dulce y grave majestad ferviente,
mientras arde cantando la retama,
llegan los Reyes cuando el sol derrama
su niña antigüedad de oro inocente.
Con boca y labio de abejar riente
donde vuela la miel de rama en rama
besaron al Señor, que les enrama
de alegre mirto el corazón creyente.
Con toque y mano de fluvial espuma,
le ofrecieron el oro desvalido
y el lento incienso de ascensión trigueña:
¡todo en el aire es pájaro y es pluma,
está el cielo en el ser restablecido
y en la indefensa carne el tiempo sueña!

Luis Rosales (1910-1992)


Soneto

El sueño como un pájaro crecía
de luz a luz borrando la mirada;
tranquila y por los ángeles llevada, 
la nieve entre las alas descendía.
El cielo deshojaba su alegría,
mira la luz el niño, ensimismada,
con la tímida sangre desatada
del corazón, la Virgen sonreía.
Cuando ven los pastores su ventura,
ya era un dosel el vuelo innumerable
sobre el testuz del toro soñoliento;
y perdieron sus ojos la hermosura,
sintiendo, entre lo cierto y lo inefable,
la luz del corazón sin movimiento.

Luis Rosales (1910-1992)
El náufrago metódico. Antología.
Edición de Luis García Montero.
Visor, Madrid, 2005.

Miércoles

El cuarto Rey Mago
Para Emmanuel Carballo Villaseñor

–Me lo trajeron los Reyes Magos –dijo Fermín, y metió la cuchara en la crema de pimientos tiernos que Toña acababa de servirle.
–Yo les pedí otra cosa –protestó Fermín con el plato extendido, mientras Toña partía en dos la tarde con el aroma de los canelones.
–Ya te dijeron que es distraído, niño –refunfuñó la Beba, que no encontraba el pañuelo y se quería sonar.
–¿En mayo? –se escandalizó la tía Celia.
Algo iba a decir el Nene, pero las primas memoriosas lo miraron de mala manera.
–Fue hace dos años, o cuatro –explicó Fermín-, pero antes no me quedaba –y alzó el brazo para que lo viéramos.
–¿Vas a apagar tu cigarro? –preguntó la Beba botando en el plato una flota de aros de cebolla.
La tía Martucha estaba de dieta y no respondió. Aspiró el humo y lo dejó escapar hacia las cenefas de estuco.
–Voy a escribirles otra vez –dijo Fermín muy serio, mientras cuchareaba la sopa.
–¿En mayo? –insistió la tía Celia, que estaba esperando el agua de arrayán.
–Y ¿qué más si es mayo? –exclamó Martucha, malhumorada porque no se había dejado seducir por las tostadas de cazón.
–¿Estamos en mayo? –preguntó Fermín.
–En mayo, en agosto, cuando se te dé la gana –siguió Martucha y enseguida, con la voz reblandecida, con aire de misterio–. Esas cartas a destiempo van a dar a manos del cuarto Rey Mago.
La Beba resopló molesta, ahuyentando el humo con las manos. El Nene abrió la boca para decir algo, pero optó por morder un pedazo de pan. Martucha esperó hasta que el silencio fue tan denso que pudimos escucharlo.
–El cuarto Rey Mago –dijo la tía con su vocecita de clavo– era un astrólogo poco competente. Se equivocó de estrella. Olvidadizo. Desorientado. Llegó al pesebre mucho tiempo después que los demás.
Toña apareció en la puerta de la cocina con los canelones al ron, pero no se atrevió a entrar.
–No se dio por vencido –siguió Martucha–. Regresó a sus libros y a sus apuntes. Salió cada noche a escudriñar los cielos. Cruzó mares y desiertos. Siguió nuevas estrellas. Incansable y torpe, siempre llegó tarde. Años y años pasó en su empeño. Todo lo perdió. Familia, amigos, fortuna. Los días y las noches.
–Es una historia muy triste –suspiró Celia.
–Hasta que lo alcanzó –prosiguió Martucha con las manitas crispadas–. Porque finalmente dio con Él. Claro que para entonces el cuarto Rey Mago era ya un anciano. Y aquel cielo no tenía estrellas. Y Jesús no era ya un niño. Estaba en la cruz.
Celia iba a sollozar, pero prefirió servirse más agua.
–Y el cuarto Rey Mago tuvo miedo de haber llegado definitivamente tarde. Pero Jesús todavía estaba vivo, así que el astrólogo, con el corazón desbocado, comenzó a buscar entre su ropa el regalo que había cargado toda la vida para el Niño divino y, con horror, descubrió que no lo llevaba. Tal vez nunca lo tuvo encima; tal vez lo olvidó desde que comenzó su aventura, tanto tiempo atrás. Ya les dije que era distraído.
–Quiero más sopa –pidió Fermín.
–Y entonces sí, el cuarto Rey Mago sintió que lo había echado todo a perder. Sintió un dolor tan intenso que de los ojos envejecidos dejó caer tres lágrimas. Y Jesús, conmovido por la constancia de aquel hombre, hizo aún un milagro y le convirtió las lágrimas en perlas, para que el astrólogo, a pesar de su impericia, tuviera qué regalarle.
–¿Me sirves, tía? –insistió Fermín.
–Así que ahora él tiene a su cargo las peticiones hechas fuera de tiempo. Seguro que él recibió tu carta –terminó Martucha mientras aplastaba la colilla con un gesto de suprema elegancia.
–Yo les pedí otra cosa –protestó Fermín con el plato extendido, mientras Toña partía en dos la tarde con el aroma de los canelones
–Ya te dijeron que es distraído, niño –refunfuñó la Beba, que no encontraba el pañuelo y se quería sonar.

Felipe Garrido (1942)
Conjuros.
UdeG / Jus. México, 2013.

Jueves

Auto de los Reyes Magos

El Auto de los Reyes Magos es el más antiguo texto teatral escrito en español, acaso en el siglo XIII, como se ve, por su caligrafía. El canónigo don Felipe Fernández Vallejo lo encontró en la biblioteca del Cabildo catedralicio de Toledo y se conserva en la Biblioteca Nacional de España. El título se lo dio en 1900 el filólogo Ramón Menéndez Pidal. Consta de cuatro escenas puestas en dos folios y tiene 147 versos. Reproduzco aquí las dos primeras, en que los tres reyes se ponen de acuerdo para seguir la estrella que anuncia el nacimiento del Niño Dios. Las otras dos se ocupan del encuentro de los reyes con Herodes.
Preparé esta versión a partir de la edición digital de la Biblioteca Virtual Cervantes, que reproduce la de Ramón Menéndez Pidal en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos, IV, 1900, pp. 453-462; reeditada en Textos medievales españoles (Espasa Calpe, Madrid, 1976), y aprovecha las aportaciones de Ricardo Senabre (1977), Ana María Álvarez Pellitero (1990) y Ronald E. Surtz (1992). FG

Escena I

Gaspar solo: ¡Dios creador, qué maravilla,
no sé cuál es esta estrella!
Muy temprano la he visto;
hace poco que ha nacido.
¿Ha ya nacido el Creador
que es de las gentes Señor?
No es verdad, no sé qué digo;
todo esto no vale un higo.
Lo observaré una noche más,
y si es verdad bien lo sabré.
(Pausa)
¿Bien es verdad lo que yo digo?
En todo, en todo lo compruebo.
¿No puede ser de otra cosa señal? 
Esto no es ninguna otra cosa;
ha nacido Dios de una hembra
en este mes de diciembre.
Allá iré; oh, qué alegría, lo adoraré;
por Dios de todos lo tendré.

Baltasar solo: Esta estrella no sé de dónde viene,
quién la trae o quién la tiene.
¿Qué es esta señal?
Nunca en mis días vi cosa tal.
Es cierto, nacido es en la tierra
aquel que en la paz y en la guerra
señor ha de ser de todos,
desde oriente hasta occidente.
Tres noches más la veré.
y más ciertamente lo sabré
(Pausa)
Vale, mi Creador, tal maravilla
¿fue alguna vez mencionada,
o por escrito encontrada?
Tal estrella no está en el cielo,
de esto sé yo, que soy buen estrellero.
Bien lo veo, sin duda ninguna:
ha nacido de la carne un hombre
que es señor de todo el mundo.
Tan cierto como que el cielo es redondo.
De todas las gentes señor será
y todo lo juzgará. ¿Es? ¿No es?
Creo que verdad es.
Voy a ver, otra vez,
si es verdad o si no es nada.
(Pausa)
Nacido es el creador,
de todas las gentes el mayor.
Bien veo que es verdad,
allá iré, por caridad.

Escena II

Gaspar a Baltasar:
Dios lo salve, señor. ¿Es usted estrellero?
Dígame la verdad, de usted saberla quiero.
¿Ve usted qué maravilla?
Nacida es una estrella

Baltasar: que de las gentes es señor;
con él iré; lo adoraré.

Gaspar: Lo mismo quiero hacer.

Melchor a los otros dos:
Señores, ¿a cuál tierra quieren andar?
¿Ya lo han visto? Yo lo voy a adorar.

Gaspar: También nosotros iremos, si lo podemos hallar.
Andaremos tras la estrella, veremos el lugar.

Melchor: ¿Cómo podremos probar si es hombre mortal,
o si es rey de la tierra o si es celestial?

Baltasar: ¿Quieren bien saber cómo lo sabremos?
Oro, mirra e incienso a él le ofreceremos;
si fuere rey de la tierra será el oro lo que quiera:
si fuere hombre mortal, la mirra tomará;
si fuere rey celestial, estos dos los dejará
y tomará el incienso, que lo suyo será.

Gaspar y Melchor:
Andemos, y así lo hagamos.

Viernes

El niño solo

A Sara Hübner

Como escuchase un llanto, me paré en el repecho
y me acerqué a la puerta del rancho del camino.
Un niño de ojos dulces me miró desde el lecho.
¡Y una ternura inmensa me embriagó como un vino!
La madre se tardó, curvada en el barbecho;
el niño, al despertar, buscó el pezón de la rosa
y rompió en llanto... Yo lo estreché contra el pecho,
y una canción de cuna me subió, temblorosa...
Por la ventana abierta la luna nos miraba.
El niño ya dormía, y la canción bañaba,
como otro resplandor, mi pecho enriquecido...
Y cuando la mujer, trémula, abrió la puerta,
me vería en el rostro tanta ventura cierta
¡que me dejó el infante en los brazos dormido!

Gabriela Mistral (1889-1957)
Poesías completas
Estudio preliminar y referencias
Cronológicas de Jaime Quezada
Andrés Bello, Santiago, 2001.

Sábado

[…]
Me acuerdo de esas noches. Primero nos alumbrábamos con ocotes. Después dejábamos que la ceniza oscureciera la lumbrada y luego buscábamos Natalia y yo la sombra de algo para escondernos de la luz del cielo. Así nos arrimábamos a la soledad del campo, fuera de los ojos de Tanilo y desaparecidos en la noche. Y la soledad aquella nos empujaba uno al otro. A mí me ponía entre los brazos el cuerpo de Natalia y a ella eso le servía de remedio. Sentía como si descansara; se olvidaba de muchas cosas y luego se quedaba adormecida y con el cuerpo sumido en un gran alivio.
Siempre sucedía que la tierra sobre la que dormíamos estaba caliente. Y la carne de Natalia, la esposa de mi hermano Tanilo, se calentaba en seguida con el calor de la tierra. Luego aquellos dos calores juntos quemaban y lo hacían a uno despertar de su sueño. Entonces mis manos iban detrás de ella; iban y venían por encima de ese como rescoldo que era ella; primero suavemente, pero después la apretaban como si quisieran exprimirle la sangre. Así una y otra vez, noche tras noche, hasta que llegaba la madrugada y el viento frío apagaba la lumbre de nuestros cuerpos. Eso hacíamos Natalia y yo a un lado del camino de Talpa, cuando llevamos a Tanilo para que la Virgen lo aliviara.
[…]

Juan Rulfo (1917-1986)
De “Talpa”, en El Llano en
llamas, FCE, México, 1953.

Domingo

[…]
El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio. Sonaba: plas, plas y luego otra vez plas, en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. Ahora de vez en cuando la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. Las gallinas, engarruñadas como si durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando de prisa, atrapando las lombrices desenterradas por la lluvia. Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire.
̶ ¿Qué tanto haces en el excusado, muchacho?
̶ Nada, mamá.
̶ Si sigues allí va a salir una culebra y te va a morder.
̶ Si, mamá.
“Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire. Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento. ‘Ayúdame, Susana.’ Y unas manos suaves se apretaban a nuestras manos. ‘Suelta más hilo.´
“El aire nos hacía reír, juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre los dedos detrás del viento, hasta que se rompía con un leve crujido como si hubiera sido trozado por las alas de algún pájaro. Y allá arriba, el pájaro de papel caía en maromas arrastrando su cola de hilacho, perdiéndose en el verdor de la tierra.
“Tus labios estaban mojados como si los hubiera besado el rocío.”
̶ Te he dicho que te salgas del excusado, muchacho.
̶ Sí, mamá. Ya voy.
“De ti me acordaba. Cuando tú estabas allí mirándome con tus ojos de aguamarina.”
Alzó la vista y miró a su madre en la puerta.
̶ ¿Por qué tardas tanto en salir? ¿Qué haces aquí?
̶ Estoy pensando.
̶ ¿Y no puedes hacerlo en otra parte? Es dañoso estar mucho tiempo en el excusado. Además, debías de ocuparte en algo. ¿Por qué no vas con tu abuela a desgranar maíz?
̶ Ya voy, mamá. Ya voy.
̶ Abuela, vengo a ayudarle a desgranar maíz.
̶ Ya terminamos; pero vamos a hacer chocolate. ¿Dónde te habías metido? Todo el rato que duró la tormenta te anduvimos buscando.
̶ Estaba en el otro patio.
̶ ¿Y qué estabas haciendo? ¿Rezando?
̶ No, abuela, solamente estaba viendo llover.
La abuela lo miró con aquellos ojos medio grises, medio amarillos, que ella tenía y que parecían adivinar lo que había dentro de uno.
̶ Vete, pues, a limpiar el molino.
“A centenares de metros, encima de todas las nubes, más, mucho más allá de todo estás escondida tú, Susana. Escondida en la inmensidad de Dios, detrás de su Divina Providencia, donde yo no puedo alcanzarte ni verte y adonde no llegan mis palabras.”
̶ Abuela, el molino no sirve, tiene el gusano roto.
[…]

Juan Rulfo (1917-1986)
Pedro Páramo
FCE, México, 1955.


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