Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 13 de Diciembre de 2021
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Confianzas

se sienta a la mesa y escribe 
«con este poema no tomarás el poder» dice 
«con estos versos no harás la Revolución» dice 
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice 
y más: esos versos no han de servirle para 
que peones maestros hacheros vivan mejor 
coman mejor o él mismo coma viva mejor 
ni para enamorar a una le servirán 
no ganará plata con ellos 
no entrará al cine gratis con ellos 
no le darán ropa por ellos 
no conseguirá tabaco o vino por ellos 
ni papagayos ni bufandas ni barcos 
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos 
si por ellos fuera la lluvia lo mojará 
no alcanzará perdón o gracia por ellos 
«con este poema no tomarás el poder» dice 
«con estos versos no harás la Revolución» dice 
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice 
se sienta a la mesa y escribe

Juan Gelman (1930-2014)
Relaciones, 1973.
En Poesía reunida
Seix Barra, Barcelona, 2012.

Martes

De pronto se quiere escribir versos

De pronto, se quiere escribir versos
que arranquen trozos de piel
al que los lea.
Se escribe así, rabiosamente,
destrozándose el alma contra el escritorio,
ardiendo de dolor,
raspándose la cara contra los esdrújulos,
asesinando teclas con el puño,
metiéndose pajuelas de cristal entre las uñas.
Uno se pone a odiar como una fiera,
entonces,
y alguien pasa y le dice:
"vente a cenar, tigrillo,
la leche está caliente".

Eduardo Lizalde (1929)


Magna et pulchra conventio

Hoy me produce vómitos
pertenecer a este planeta,
pero entiéndase bien: sólo por hoy,
sólo por esta vez.
No se me tome por contrarrevolucionario
Sólo por unas horas.
Hay que comprenderlo.
No me importa por hoy
pertenecer al bando oscuro
o claro de los hombres.
De todo hay en la fiesta.
Toda clase de baile se cultiva.
Sólo siento esta vez
unas ganas dulcísimas,
ganas empalagosas
de matar un hombre
–pudiera ser yo mismo–
o una mujer,
por nada, sin motivo,
como un supremo lujo irrealizable.
Ganas terribles
de que nuestras sagradas asambleas
de ranas que barritan
y canguros que graznan
estallen como el vientre
de la chinche golosa.
Pero eso es todo, amada.
Simplemente por hoy,
aunque no constituya precedente,
como un relámpago sucio
contrario a los principios esenciales,
por esta vez, insisto,
sólo por media hora,
vuelvo el estómago,
hago del cuerpo con la boca
de sólo ver un traje o unos poemas
tejidos por los hombres.

Eduardo Lizalde (1929)
Todo poema está empezando.
Antología 1966-2007.
Prólogo de Eduardo Hurtado
Universidad Autónoma de Nuevo
León / La Cabra Ediciones, 2008.

Miércoles

Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
Que no quiero verla sangre
De Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando, 
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!
Por las gradas sube Ignacio
Con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer,
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina 
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!
No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!
Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando:
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.
¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio se azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!

Federico García Lorca (1898-1936),
Obras completas.
Recopilación y notas de Arturo del Hoyo.
Prólogo de Jorge Guillén.
Epílogo de Vicente Aleixandre.
Aguilar, Madrid, 1960.

Jueves


Silverio Pérez


Mirando torear a Silverio
me ha salido de muy dentro
lo gitano de un cantar.
Con la garganta sequita,
muy sequita la garganta,
seca de tanto gritar.
Silverio, Silverio Pérez,
diamante del redondel,
tormento de las mujeres,
a ver quien puede con él.
Silverio, torero estrella,
el príncipe milagro
de la fiesta más bella.
Carmelo que está en el cielo
se asoma a verte torear.
Monarca
del trincherazo,
torero torerazo,
azteca y español.
Silverio, cuando toreas
no cambio por un trono
mi barrera de sol.

Agustín Lara (1922-1968)
Este pasodoble fue compuesto por
Agustín Lara después de ver torear
a Silverio Pérez el 31 d enero de 1943.

Viernes

De la “Égloga Primera” de Garcilaso de la Vega, versos 394 a 407: El pastor Nemoroso llora la muerte de Elisa, su enamorada, su pastora, y se dirige a ella con voz adolorida:

Divina Elisa, pues agora [ahora] el cielo
con inmortales pies pisas y mides
y su mudanza [sus cambios] ves, estando queda [quieta],
¿por qué de mí te olvidas y no pides
que se apresure el tiempo en que este velo
rompa del cuerpo y verme libre pueda,
y en la tercera rueda [la esfera de Venus, la diosa del amor]
contigo mano a mano [de la mano contigo]
busquemos otro llano,
busquemos otros montes y otros ríos,
otros valles floridos y sombríos
donde descanse y siempre pueda verte
ante los ojos míos
sin miedo y sobresalto de perderte?
Canción de amor y sombra

Quiero sembrarme en ti. No me conformo 
con tu piel, ni con tu risa, con tu aliento.
No me bastan tus ojos y tus labios.
Tu sangre quiero.
Tenderte junto a mí,
desmadejar tu pelo
sobre el césped, sentirlo embravecido
como el torrente negro.
Deslizar mi silencio por tu lengua.
Beber de ti en tus pechos.
Surcarte libre, único, infinito,
como el barco en el mar y el pájaro en el cielo.
Enamorar tu entraña con mi entraña.
Herir de paz tu cuerpo.
Yo callo triste, tú besas mis manos,
mientras gime de amor mi pensamiento.

Luis Rius (1930-1984) 
Canciones de amor y sombra
Era, México, 1965.

Sábado


La Constitución de Cádiz, la Pepa, como le decían porque había sido peomulgada el 19 de marzo, día de San José, de 1812, estuvo en vigor hasta el 4 de mayo de 1814, cuando Fernando VII, hijo de Carlos IV, el del Caballito, en Tacuba, en la ciudad de México, regresó a Epaña, de cuyo trono había sido obligado a abdicar por Napoleón I, el emperador francés. Los liberales españoles quisieron impedir que se estableciera un régimen absolutista y lo consiguieron durante los siguientes tres años, hasta 1823. Siguió lo que se ha llamado la Década Oprobiosa (1823-1833), durante la cual, en los años finales del reinado de Fernando VII, con el apoyo de tropas francesas, destrozó España una implacable, sangrienta y cruel tiranía absolutista. Una de sus muchas víctimas fue Mariana Pineda (1804-1831), una mujer hermosa, apasionada y liberal. Una mujer que fue acosada como objeto de deseo, perseguida por su filiación política, y finalmente llevada a la horca. Dice una de las coplas que se escribieron después de su ejecución: “Granada triste está, / porque Mariana Pineda a la horca va, / Pedrosa y los suyos sus verdugos son. / Esta ha sido su venganza / porque Mariana Pineda su amor no le dio.” En 1925 Lorca escribió sobre ella una obra de teatro, Mariana Pineda, que presentó como un “Romance popular en tres estampas”. Cuando un grupo de infantes la visita en prisión, en un convento, Amparo, una de las niñas, dice este poema:

En la corrida más grande 
que se vio en Ronda la vieja. 
Cinco toros de azabache, 
con divisa verde y negra. 
Yo pensaba siempre en ti;
yo pensaba: si estuviera 
conmigo mi triste amiga, 
mi Marianita Pineda. 
Las niñas venían gritando
sobre pintadas calesas 
con abanicos redondos 
bordados de lentejuelas.
Y los jóvenes de Ronda 
sobre jacas pintureras, 
los anchos sombreros grises
calados hasta las cejas.
La plaza, con el gentío 
(calañés y altas peinetas) 
giraba como un zodíaco 
de risas blancas y negras.
Y cuando el gran Cayetano 
cruzó la pajiza arena 
con traje color manzana, 
bordado de plata y seda, 
destacándose gallardo 
entre la gente de brega 
frente a los toros zainos 
que España cría en su tierra,
parecía que la tarde 
se ponía más morena.
¡Si hubieras visto con qué 
gracia movía las piernas!
¡Qué gran equilibrio el suyo 
con la capa y la muleta!
Ni Pepe-Hillo ni nadie 
toreó como él torea.
Cinco toros mató; cinco, 
con divisa verde y negra. 
En la punta de su estoque 
cinco flores dejó abiertas, 
y a cada instante rozaba
los hocicos de las fieras,
como una gran mariposa 
de oro con alas bermejas.
La plaza, al par que la tarde, 
vibraba fuerte, violenta, 
y entre el olor de la sangre 
iba el olor de la sierra.
Yo pensaba siempre en ti; 
yo pensaba: si estuviera 
conmigo mi triste amiga, 
mi Marianita Pineda.

Federico García Lorca (1898-1936),
Obras completas.
Recopilación y notas de Arturo del Hoyo.
Prólogo de Jorge Guillén.
Epílogo de Vicente Aleixandre.
Aguilar, Madrid, 1960.

Domingo

El día tiene el don de la alta seda

El día tiene el don de la alta seda,
pétalos desandados por el pie de la noche,
monedas en corolas, eso dije.
Pero se izó la nube de magnolia hasta llegar al núcleo ahogado,
estambre eléctrico y pistilo triturado de amor,
monedas deshojadas por el terrible cheque templario,
o bien las brujas vírgenes prudentes
y la plomiza nada milenaria.
El día tuvo el don de la alta seda,
amor mío, amor mío, y por eso aún escúchame,
por eso te repito el perdido poema,
amor mío, amor mío, tu voz que amé y que cruza
las pupilas moradas de los puentes.
Y tu olor habitado, azul, y todo
lo que ahora abandono y abandonas
no sé con qué propósito,
ni sé de qué manera clandestina,
ahora, mientras yo rompo
la idea de tu rostro
y continúo ignorando
qué invierno,
qué arteria barroca del diciembre aquél,
qué orden despierto es el tuyo
mientras yo vivo sola, y duermo, y te detesto.

Blanca Andreu (1959)
El sueño oscuro (poesía1980-1989)
Hiperión, Madrid, 1994.


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