Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 22 de Marzo de 2021
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

Lunes

Cuando amanece

Las primeras palabras del poema
las escribe la muerte, y en seguida
se adueñan de la página. Nos besan
las mejillas, los ojos, desplegando
su invisible poder sobre las cosas.
Una imagen oculta en la memoria
el párrafo inicial: “Cuando amanece
oigo a un niño que llora sin remedio
en una habitación desconocida”.
Se apaga el cielo falso, nos encienden
en silencio una lámpara. En el pecho
hay un sudor de fiebre. Alguien murmura
las últimas palabras: “Ya nos vamos”.

Jorge Valdés Díaz-Vélez (1955)
Vientos del siglo. Poetas mexicanos 1950-1982
Margarito Cuéllar, Mario Meléndez,
Luis Jorge Boone y Mijail Lamas
UNAM / UANL, México, 2012.

Martes

Yo escucho los cantos…

Yo escucho los cantos
de viejas cadencias
que los niños cantan
cuando en corro juegan,
y vierten en coro
sus almas que sueñan,
cual vierten sus aguas
las fuentes de piedra:
con monotonía
de risas eternas
que no son alegres,
con lágrimas viejas
que no son amargas
y dicen tristezas,
tristezas de amores
de antiguas leyendas.
En los labios niños
las canciones llevan
confusa la historia
y clara la pena;
como clara el agua
lleva su conseja
de viejos amores
que nunca se cuentan.
Jugando, a la sombra
de una plaza vieja,
los niños cantaban…
La fuente de piedra
vertía su eterno
cristal de leyenda.
Cantaban los niños
canciones ingenuas,
de un algo que pasa
y que nunca llega:
la historia confusa
y clara la pena.
Seguía su cuento
la fuente serena;
borraba la historia,
contaba la pena.

Antonio Machado (1875-1939)
Poesías completas 
Editores Mexicanos Unidos,
México, 1993.

Miércoles

Un piano solitario en el desván

“Tu madre fue un piano”, dice alguien cuyo rostro olvido. Lo dice tan serio que sé que es cierto. Le beso las manos en señal de agradecimiento. En el aire se dibuja la perfección de un piano pequeño. Observo el teclado. Las teclas negras y blancas, verticales y nítidas. Sin odiosas mezclas, sin tímidos grises. Pureza y elegancia.
Pienso a solas: “Así era ella. Quizás por eso decía que en la vida hay dos senderos, el de marinero borracho o el de monja. Yo la escuchaba con devoción. Ahora sé que hay también el de la monja ebria y el del marinero virgen, entre otros”.
El del rostro olvidable toca al piano una melodía ambigua y desaparece.
Me quedo tan quieta como mi silla, sola y pensativa, sola con el aroma de mi madre.

Beatriz Novaro (1953)


La puerta

El viejo portón era mi paisaje favorito.
El tiempo antiguo de su madera,
Mi espejo favorito.
Repasaba mi mano niña en su pecho polimorfo,
invadido de extraños animales,
caras de espantos,
mi cuento favorito.
Ya no está,
tampoco mi madre.
Mi madre también era mi cielo favorito.
Sus últimas palabras fueron:
“Entre ser marinero borracho o monja,
elige marinero”.
Claro que ya nadie la podía tomar en serio.
Sin embargo,
fue lo mejor que me dijo.
Ya no existe el portón,
no existe mi madre.
Vestida de novia me mira ambigua,
delgada y ausente,
cautiva en su foto.

Beatriz Novaro (1953)
Desde una banca del parque
Conaculta, México, 1998.

Jueves

A ti, rosal, nevado por la cima

A ti, rosal, nevado por la cima
de hielo ligerísimo,
a ti, que en el rigor abres tu rosa
póstuma, desplegada
sobre tu vago verde, y que la agitas
como una carta del verano ausente. 
A ti, esbeltez intrépida, que subes
para estallar de tu mudez de espinas
hasta tu coro de dispersa nieve,
para mecer y para orear tu viaje,
en ésa tu paloma de alas quietas,
bajel de suavidad, vuelo de espumas.
Para ti, que contigo la trajiste,
que la sacaste de la tierra oscura
como si nos subieras un diamante.
Para ti, que una noche la tuviste
en soledad, como se tiene un sueño,
y luego, bajo el sol, su puerta abriste
igual que desatando
una celeste voz en tus espinas,
lo mismo que si anclaras
una pequeña nube en tus orillas.
Para ti, tesorero de la nieve,
silencioso arquitecto de la espuma,
este poema de este triste día.
Es que hablándote así, del frágil tallo
hundido y doloroso de mi voz,
desde mi noche que olvidó su estrella,
desde mi soledad, desde mi enero
y su granizo y sus perdidas aves,
me parce, loándote en la gloria
tardía y denodada en que terminas,
que, como tú, levanto yo una rosa.

Margarita Michelena (1917-1998)
Material de lectura. Poesía moderna. 128
Selección y nota de la autora. 
UNAM, México, 1987.

Viernes

Cortad el árbol

Cortad el árbol… ¡cortadlo!
Es demasiado bello:
no me deja cantarlo.
Cuando ya no haya árboles,
yo brotaré una selva, un bosque nuevo,
vivo en el solo ardor de mi palabra;
con la raíz mojándose en mi centro,
y, al aire, entre sus ramas, hojas, tallos,
estremecidas alas de mis versos.

Ángela Figuera Aymerich (1902-1984)


Añoranza

Como encallada en áspero cemento,
alta, se asoma mi terraza al río
de la ciudad. Naufragan en neblinas
oros y rosas del atardecido.
Paz de la hora, golpeada y rota
por los estruendos y los gritos.
Mientras se van prendiendo en las ventanas
estrellas diminutas y sin brillo…
(¡Álamos dulces del lejano Duero!
¡Agujas afiladas de los pinos
tejiéndome los ocios del verano!
¡Cielo perfecto y limpio!...)


En tierra escribo

Si por amar la tierra pierdo el cielo,
si no logro completa mi estatura
ni pongo el corazón a más altura
por no perder contacto con el suelo;
si no dejo a mis alas tomar vuelo
para escalar mi pozo de amargura
y olvido el resplandor de la hermosura
para vestir el luto de mi duelo,
es porque soy de tierra: en tierra escribo
y al hombre-tierra canto, que, cautivo
de su vivir-morir, se pudre y quema.
Mi rein-o es de este mundo. Mi poesía
toca la tierra y tierra será un día.
No importa. Cada loco con su tema.

Ángela Figuera Aymerich (1902-1984)
Material de Lectura
Serie Poesía Moderna 59
Selección y nota introductoria de Carmen Alardín.
UNAM, México.

Sábado

La canción del alba, I/IV

Il principe ignoto: 
Nessun dorma! Nessun dorma!
Tu pure, o Principessa,
Nella tua fredda stanza 
Guardi le stelle
Che tremano d’amore e di speranza.
Ma il mio mistero é chiuso in me,
Il nome mio nessun sapra!, no, no.
Sulla tua boca lo diro!...

All’alba vincero!

GiuseppeAdami y Renato Simoni

El príncipe desconocido:
¡Que nadie duerma! ¡Que nadie duerma!
Tampoco tú, oh Princesa.
En tu fría estancia
miras las estrellas
que tiemblan de amor y de esperanza.
¡Mi nombre nadie lo sabrá! No, no…
Sobre tu boca lo diré…

¡Al alba venceré!

Leticia Luna

I
En los labios lánguidos del alba
te convertí en mi nombre y mil palomas
hoy vuelan a tu tumba
donde alguien más te habita:
el árbol y la última manzana
o el tallo de la rosa y su blancura
de pétalos suavísimos
como la piel de bronce
de dos cuerpos fundiendo sus historias
en la amplitud del fuego

II
La brasa de la noche es una pira
cuando enciendes o exaltas
fragmentas o penetras
en mi nombre furtivo
Ah, el agua de los sexos
ebrios desde el delirio 
hasta volver al celo de los cuerpos
a conjugar las partes
del despertar en llamas
tras un sueño nutrido de tumultos

III
Horas y eras de voluptuosidad
asida; amaneciente, primigenia,
me vuelves a fundir
en ojos, pies y entumecidas manos
Un fino musgo brota
de las paredes tibias
nos toca suave, hiere
es el Amor que a gatas
camina silencioso y nos descubre
abrazados, imperceptiblemente

IV
Ahora no es el alba y sí tu risa
radiante de elocuencia
tu falo adquiere mi vocación de orquídea
vive alegre, da floración perpetua
en el remanso corporal del sueño
luciérnagas de una aromosa aurora
cuando un agua más clara que una playa
nos espera a la orilla de esta dicha
Soledumbre, solsticio del incendio:
sólo somos dos cuerpos
en el confín del mundo.

Mañana termina.

Leticia Luna (1965)
La canción del alba.
Parentalia, México, 2018.

Domingo

La canción del alba, V/X
Comenzó ayer; hoy termina.

V
Y en un rito lunar, solar, de vida
invocas a la voz del Poderoso
nombrándome princesa de tu reino
y yo, ciega de luminosidad
me enredo a tu costilla
¡Qué coartada feliz!
¡Qué cielo más allá del infinito!
Sol: haz brotar el oro entre mis labios
y no permitas que al amanecer
se me olvide su nombre

VI
El amor es ahora imaginado
por un alma famélica
que escucha con voz sacra:
tu ópera divina
en el teatro del mundo
Tu voz suelta su polen
y entre mis pétalos mojados, canta
da nacimiento al junco de la orquídea
que silba y salva en la quietud del tallo
trina y danza nuestra canción del alba

VII
Tu furor desde cada movimiento
que disfruta tomarme de costado:
un hombre mar y una mujer arena
noche y día con trino de violines,
tu mano toca trémula y descubre
en el vientre del agua
mi cavidad de esfera;
si en una flor nos vierte
sus pistilos navegan, paulatinos,
como el furor que al alba nos desgrana
con ebriedad de espiga

VIII
Fuimos un largo sí y un breve no
la materia de luz incandescente
un hombre de ceniza 
y una mujer de barro
un cardumen de imágenes
el árbol de un árbol dentro de otro árbol
la posibilidad de dos historias
cifrándose en palabras al oído
anidando el lenguaje
que nombra lo invisible:
verbo recuperado en la memoria

IX
En la ciudad de viejos terremotos
(barrios apuñalados por la Historia)
muy cerca en una arista
avanza la hojarasca:
un edredón gastado
y al fondo un piano en llamas
vibrato entre relámpagos
la flor de lis al filo del ocaso
Mi ciudad es una estación violácea
por los vientos que desprenden su cáliz
¡Jacarandas de abril, surgen de nuevo!

X
El brío de tus pupilas
se encenderá cuando el árbol desnude
otras ramas al alba
y una brisa de eternidad tan breve
(como nido de pájaros
cuando amaneces mío)
le invente nuevos ecos
a mi esencia fortuita
Y sabrás que soy hija de la luna
al pronunciar mi nombre

Leticia Luna (1965)
La canción del alba.
Parentalia, México, 2018.


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