Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria
Lunes
Inminencia del plenilunio
Se va poniendo grande
y redonda, carnal, la luna.
Creciente está desde su propia entraña.
Espejo o vientre
luminoso de un dios que la fecunda.
Su luz no es suya, pero el don es suyo.
Luna solar que el día me arrebata.
Permanece en el cielo para siempre,
perpetuamente derramada madre.
Ven, reaparece.
Celeste acude o vuelve.
Jamás te ocultes, duradera, danos
la paz.
***
Versión de Li Po
Templo de la cima, la noche:
la mano alzada acaricia la estrella.
¡Pero cuidado!
Bajad la voz.
No despertemos a los habitantes del cielo.
***
I El sacrificio
Perdón, la luna,
para toda la especie
engendrada en sus ciclos más secretos.
Los cuerpos gimen bajo el cielo nocturno
que en tu terrible luz se enciende.
Baja tú, la celeste, hasta el barro y la sangre
que en tu luz nos conciben.
Desciende, engendradora
de una especie infeliz que nunca
alcanzará su reino.
II Llanto
Ahora que tu disco resplandece
con plenitud solar en el cielo de estío,
ten piedad de nosotros,
la luna en esta noche.
y III Luna
Vienes.
No estás.
Desapareces.
Hay duras ráfagas de viento.
Espesas nubes.
Vienes de pronto.
En luz te manifiestas.
Un instante tan solo.
Deja caer tu no palpable velo
en la ciega raíz de nuestro sueño.
José Ángel Valente (1929-2000)
Fragmentos de un libro futuro.
Galaxia Guteberg, Barcelona, 2019
Martes
El cuarto Rey Mago
Para Emmanuel Carballo Villaseñor
–Me lo trajeron los Reyes Magos –dijo Fermín, y metió la cuchara en la crema de pimientos tiernos que Toña acababa de servirle.
–¿En mayo? –se escandalizó la tía Celia.
Algo iba a decir el Nene, pero las primas memoriosas lo miraron de mala manera.
–-Fue hace dos años, o cuatro –explicó Fermín-, pero antes no me quedaba –y alzó el brazo para que lo viéramos.
–¿Vas a apagar tu cigarro? –preguntó la Beba botando en el plato una flota de aros de cebolla.
La tía Martucha estaba de dieta y no respondió. Aspiró el humo y lo dejó escapar hacia las cenefas de estuco.
–Voy a escribirles otra vez –dijo Fermín muy serio, mientras cuchareaba la sopa.
–¿En mayo? –insistió la tía Celia, que estaba esperando el agua de arrayán.
–Y ¿qué más si es mayo? –exclamó Martucha, malhumorada porque no se había dejado seducir por las tostadas de cazón.
–¿Estamos en mayo? –preguntó Fermín.
–En mayo, en agosto, cuando se te dé la gana –siguió Martucha y enseguida, con la voz reblandecida, con aire de misterio-. Esas cartas a destiempo van a dar a manos del cuarto Rey Mago.
La Beba resopló molesta, ahuyentando el humo con las manos. El Nene abrió la boca para decir algo, pero optó por morder un pedazo de pan. Martucha esperó hasta que el silencio fue tan denso que pudimos escucharlo.
–El cuarto Rey Mago –dijo la tía con su vocecita de clavo– era un astrólogo poco competente. Se equivocó de estrella. Olvidadizo. Desorientado. Llegó al pesebre mucho tiempo después que los demás.
Toña apareció en la puerta de la cocina con los canelones al ron, pero no se atrevió a entrar.
–No se dio por vencido –siguió Martucha-. Regresó a sus libros y a sus apuntes. Salió cada noche a escudriñar los cielos. Cruzó mares y desiertos. Siguió nuevas estrellas. Incansable y torpe, siempre llegó tarde. Años y años pasó en su empeño. Todo lo perdió. Familia, amigos, fortuna. Los días y las noches.
–Es una historia muy triste –suspiró Celia.
–Hasta que lo alcanzó –prosiguió Martucha con las manitas crispadas–. Porque finalmente dio con Él. Claro que para entonces el cuarto Rey Mago era ya un anciano. Y aquel cielo no tenía estrellas. Y Jesús no era ya un niño. Estaba en la cruz.
Celia iba a sollozar, pero prefirió servirse más agua.
–Y el cuarto Rey Mago tuvo miedo de haber llegado definitivamente tarde. Pero Jesús todavía estaba vivo, así que el astrólogo, con el corazón desbocado, comenzó a buscar entre su ropa el regalo que había cargado toda la vida para el Niño divino y, con horror, descubrió que no lo llevaba. Tal vez nunca lo tuvo encima; tal vez lo olvidó desde que comenzó su aventura, tanto tiempo atrás. Ya les dije que era distraído.
–Quiero más sopa –pidió Fermín.
–Y entonces sí, el cuarto Rey Mago sintió que lo había echado todo a perder. Sintió un dolor tan intenso que de los ojos envejecidos dejó caer tres lágrimas. Y Jesús, conmovido por la constancia de aquel hombre, hizo aún un milagro y le convirtió las lágrimas en perlas, para que el astrólogo, a pesar de su impericia, tuviera qué regalarle.
–¿Me sirves, tía? –insistió Fermín.
–Así que ahora él tiene a su cargo las peticiones hechas fuera de tiempo. Seguro que él recibió tu carta –terminó Martucha mientras aplastaba la colilla con un gesto de suprema elegancia.
–Yo les pedí otra cosa –protestó Fermín con el plato extendido, mientras Toña partía en dos la tarde con el aroma de los canelones.
–Ya te dijeron que es distraído, niño –refunfuñó la Beba, que no encontraba el pañuelo y se quería sonar.
Felipe Garrido (1942)
Conjuros.
Jus, México, 2013
Miércoles
La noche
La noche
se quedó afuera
ahuyentada
por los reflectores
se aleja
les digo
que es la noche misma
¡no importa!
escucho
no puede entrar
ni siquiera por arriba
la miro desde la ventana
callada nos envuelve
entre lunas y estrellas
me gusta su humilde grandeza
y ese silencio suyo
donde los sueños se rinden.
Tomás Calvillo (1955)
Pausada tinta.
Colección Libro Viaje
Gobierno del Estado de San Luis Potosí.
San Luis Potosí, 2016
Jueves
Ángeles
Sus pies apenas tocan los andamios,
sus brazos se apoyan en latas de pintura
vacías y ligeras,
su fuerza se desplaza
sobre delgadas tablas que cruzan el abismo.
No saben que son dioses,
que edifican destinos
y que la mezcla en sus manos
secunda los espacios
y hace crecer las sombras.
Son ángeles de piedra,
tallas de polvo,
gárgolas cuya sangre
pone en movimiento las fechadas
y vuelve los deseos góticos y posibles.
Sus objetos sagrados descansan en el suelo:
un radio, unos zapatos, un refresco.
Por la tarde descienden,
guardan sus alas rotas
y el edificio en construcción
mira crecer su soledad
desangelado y gris.
Carmen Villoro (1958)
Espiga antes del viento.
Selección y prólogo de Jorge Orendáin
La Zonámbula, Guadalajara, 2020
Viernes
Qué ángel…
Qué ángel
detendrá la piedra
para que no perturbe el agua del espejo
si alguien imprudente traspasara esta puerta
que conduce al vacío
y entrara en mí
buscándome por todos mis rincones
Y yo estuviera ahí pintándome los labios
para ofrecerle un beso azul oscuro
un olor a lluvia
un aullar de ambulancia en la madrugada.
***
Noche…
Noche…
dame tu esencia para incorporarme
para ir por mis pasillos sin dolerme
porque es jueves
el delirio me acecha
y la ciudad se enciende a cada abrazo
Mañana
sobre el atardecer
permitiré que mis gusanos me devoren.
Lidia Acevedo
Mar de fondo.
Fotografías de Hiram Castruita
Agli Editorial, Durango, 2018
Sábado
Comenzábamos…
Comenzábamos desmenuzando el día
revuelto en las migajas de pan sobre la mesa.
Venían los pájaros
a picotear el fruto,
mientras la muerte colgaba de las hojas.
***
Urdías…
Urdías un sueño y otro
hasta formar una tela firme
que amordazara tu voz.
Quitamos velo tras velo
hasta dejar un rastro de nudo.
¿Quién se rehace venido de la espuma?
***
Pájaros…
Pájaros insomnes,
toda la noche en la memoria del bosque.
En la herida de este espacio
va un futuro verde cayendo.
Su prontitud lo desaloja del terreno vivo,
sólo cae
no recuerda otra cosa
que el abrirse paso en la precipitación.
Marianne Toussaint (1958)
De “Provincias de la noche”,
En Cordillera de sombras
UNAM, México, 2000
Domingo
Cantos de vida y esperanza
A J. Enrique Rodó
Yo soy aquel que ayer no más decía
el verso azul y la canción profana,
en cuya noche un ruiseñor había
que era alondra de luz por la mañana.
El dueño fui de mi jardín de sueño,
lleno de rosas y de cisnes vagos;
el dueño de las tórtolas, el dueño
de góndolas y liras en los lagos;
y muy siglo diez y ocho y muy antiguo
y muy moderno; audaz, cosmopolita;
con Hugo fuerte y con Verlaine ambiguo,
y una sed de ilusiones infinita.
Yo supe de dolor desde mi infancia;
mi juventud… ¿fue juventud la mía?,
sus rosas aún me dejan su fragancia,
una fragancia de melancolía…
Potro sin freno se lanzó mi instinto,
mi juventud montó potro sin freno;
iba embriagada y con puñal al cinto;
si no cayó es porque Dios es bueno.
En mi jardín se vio una estatua bella;
se juzgó mármol y era carne viva;
una alma joven habitaba en ella,
sentimental, sensible, sensitiva.
Y tímida ante el mundo, de manera
que, encerrada en silencio, no salía
sino cuando en la dulce primavera
era la hora de la melodía…
Hora de ocaso y de discreto beso;
hora crepuscular y de retiro;
hora de madrigal y de embeleso,
de “te adoro”, de “¡ay!” y de suspiro.
Y entonces era en la dulzura un juego
de misteriosas gamas cristalinas,
un renovar de notas del Pan griego
y un desgranar de música latinas,
con aire tal y con ardor tan vivo,
que a la estatua nacía de repente
en el muslo viril patas de chivo
y dos cuernos de sátiro en la frente.
Como la Galatea gongorina
me encantó la marquesa verleniana,
y así juntaba a la pasión divina
una sensual hiperestesia humana;
todo ansia, todo ardor, sensación pura
y vigor natural; y sin falsía,
y sin comedia y sin literatura…:
y si hay un alma sincera, ésa es la mía.
La torre de marfil tentó mi anhelo;
quise encerrarme dentro de mí mismo,
y tuve hambre de espacio y sed de cielo
desde las sombras de mi propio abismo.
Como la esponja que la sal satura
en el jugo del mar, fue el dulce y tierno
corazón mío, henchido de amargura
por el mundo, la carne y el infierno.
Mas, por desgracia de Dios, en mi conciencia
el Bien supo elegir la mejor parte;
y si hubo áspera hiel en mi existencia,
melificó toda acritud el Arte.
Mi intelecto libré de pensar bajo,
bañó el agua castalia el alma mía,
peregrinó mi corazón y trajo
de la sagrada selva la armonía.
¡Oh la selva sagrada! ¡Oh la profunda
emanación del corazón divino
de la sagrada selva! ¡Oh la fecunda
fuente cuya virtud vence al destino!
Bosque ideal que lo real complica,
allí el cuerpo arde y vive y Psiquis vuela:
mientras abajo el sátiro fornica
ebria de azul deslíe Filomena.
Perla de ensueño y música amorosa
en la cúpula en flor del laurel verde,
Hipsipila sutil liba en la rosa,
y la boca del fauno el pezón muerde.
Ahí va el dios con celo tras la hembra
y la caña de Pan se alza del lodo;
la eterna vida sus semillas siembra,
y brota la armonía del gran Todo.
El alma que entra ahí debe ir desnuda,
temblando de deseo y fiebre santa
sobre cardo heridor y espina aguda:
así sueña, así vibra y así canta.
Vida, luz y verdad, tal triple llama
producir la interior llama infinita;
el Arte puro como Cristo exclama:
Ego sum lux et veritas et vita!
Y la vida es misterio, la luz ciega
y la verdad inaccesible asombra;
la adusta perfección jamás se entrega,
y el secreto ideal muerde en la sombra.
Por eso ser sincero es ser potente;
de desnuda que está, brilla la estrella;
el agua dice el alma de la fuente
en la voz de cristal que fluye d’ella.
Tal fue mi intento, hacer del alma pura
mía una estrella, una fuente sonora,
con el horror de la literatura
y loco de crepúsculo y de aurora.
Del crepúsculo azul que da la pauta
que los celestes éxtasis inspira,
bruma y tono del Sol --¡toda la flauta!
Y Aurora, hija del Sol --¡toda la lira!
Pasó una piedra que lanzó una honda;
pasó una flecha que aguzó un violento.
La piedra de la honda fue a la honda,
y la flecha del odio fuese al viento.
La virtud está en ser tranquilo y fuerte;
con el fuego interior todo se abrasa;
se triunfa del rencor y de la muerte,
y hacia Belén… ¡la caravana pasa!
Rubén Darío (1867-1916)
Obras completas. Poesías.
Anaconda, Buenos Aires, 1952
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
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