Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 07 de Septiembre de 2020
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

 

Lunes

La verdad

Nada sabéis de mí, ni siquiera vosotros
cuya vida transcurre en paralela
sucesión frente al cauce de la mía.
Ni tú siquiera, tú que me miraste
arrebatando al cielo de mis ojos
la gloria de tu estrella más perfecta.
–Saber es escuchar entre silencios
la eternidad que un átomo contiene,
recoger en el hueco de la mano
la gota que hace rebosar el cáliz.
Mirar… y ver en el perfil oculto
de una tarde sin luz que nos traspasa
el estremecimiento de los astros
cautivos en el lecho de las nubes.
El secreto pavor de la semilla
en los surcos hirvientes de lombrices
y la angustia febril de la palabra
que secundan las manos del poeta.
Nadie sabe de nadie, los amantes,
cuerpo a cuerpo obstinados, se entresconden
verdades mutuas, mientras se arrebatan
un don que sólo roza superficies.
El amor forja en besos y caricias
una red implacable: este cilicio
que nos desgarra y cuya herida ansiamos.
El abrazo es la tierra, el exaltado
frenesí que pretende no acabarse,
es en sí mismo un huracán de polvo,
de un polvo con partículas divinas.
Las raíces del árbol solitario
pueden hallar, tal vez, en lo profundo,
otra raíz, angustia retorcida
de un anhelo que busca feliz eco.
Pero ¿y el hombre?...
antorcha pensativa
no logra enraizar aunque un mal viento
le desgaje el duramen socavado
por fieras dentelladas de pasiones.
Y es inútil el grito de la carne
prisionera del alma que diluye
los afanes concretos en el turbio
ir y venir de sus divagaciones.
Y, allí, bajo la carne florecida
de luz y primavera, el alma lucha
combatiendo a su vez por arrancarse
del incentivo que la prostituye.
Si eres mujer, no llores. Tu congoja
irrita y exaspera al que no entiende.
¿Qué saben ellos de ese amor oculto
que estremece tu cuerpo más guardado,
de la enorme ternura desolada
que te invade sintiéndote desnuda?
Y no es tu sed de vida lo que abrasa
en la noche tus curvas más secretas;
es el ansia divina de entregarte
a algo infinito y puro igual que Dios.
El que duerme en tu lecho no concibe
que puedas esquivarte de sus brazos
por un ensueño que tú misma ignoras,
por la dicha que nadie te ha ofrecido.
Mas tú palpas y sientes la promesa
en el aire de fuero que respiras,
y en esa expectación, fiebre gozosa,
que ilumina de júbilo tus pasos…

Ernestina de Champourcin (1905-1999)
Litoral,
Tercera época, número dos,
México, 1944.
Directores: José Moreno Villa, Emilio
Prados, Manuel Altolaguirre, Juan
Rejano y Francisco Giner de los Ríos.

Martes

Centinela

Sabe todas las formas en el aroma de las viejas. Habla de aquellas fauces bajo la sombra. Contra la salamandra bebe el zumo del galápago y la sangre que serpea en los muros.

Del capullo lame el agua, las ondas pluviosas en la miel de los alveolos. Sabe que es torpe y desigual cuando es la guerra, cuando un rumor se estampa en goce lánguido sobre la hierba seca.
Entonces grita hasta cansar su voz.

Un rumor en tanto se calienta, y en la pureza de las ubres con voz doliente, la de largas quejas a todas las culebras:
¡Líbrense de la gracia, viejas en la ablución, desaten toda la esencia de su carne donde su casta de mendigas se retuece!

El centinela aguarda junto al balido de la oveja. Sobre su pecho esplende un fuerte olor a láudano y su color es púrpura entre las ramas de la impaciencia. Añade siempre cosas de magos donde rige el júbilo que bordea a las mujeres.

Distingue siempre un rostro lejano en la ribera y los huesos a su memoria ofrecen un suave rumor de pócimas para beber junto a los pozos de la muerte.
Pierde su canto al aire, bajo los pétalos más rojos, en la mendicidad de los laboratorios. Sabe que la vida está entre él y el cloroformo.
No tiene historia. Tampoco oficio junto a las reses. Pero recuerda siempre el corazón más grande en los tumores blandos y en la hiel que sana las cicatrices.

Es torpe en el estiércol. Monótono y viscoso entre los dientes. Guarda en los hospitales el apogeo del aire, el polvo en la serenidad de las raíces.

Flores de pericón, sales en los juramentos. Un ojo llora bajo la luz de una fosa abierta. Palpita un corazón a ciegas. Una lágrima cae sobre el rubor de los renunciamientos.
Arde un pabellón en el filo de la tristeza.

Guarécete del centinela. Lava sus cánulas en el soplo que silba del relámpago. Deja tus pausas donde la risa espanta. No has de morir en la tiniebla del mediodía.

María Baranda (1962)
Nadie, los ojos.
Conaculta, México, 1999

Miércoles

Tlacuilo / Pintor

Con rosas empapadas en luz
dibujo mi metáfora
en la tilma de la tarde.
Su apariencia sólo mientras la plasmo vive,
cauda furtiva
con que el gis de una luciérnaga
dos abismos antípodas divide.
Recuerda mi diáfana pintura
–oh amigo venidero–
y con arena incandecida
cruza tu rostro,
enloda tu pelo,
mancha tus vestiduras
que el destino rasga
más allá del hueso.
En la gloria del orto de vivir
convoca pinceladas vivas,
caligrafías sangrantes,
la llama que manotea y se ahoga
en mitad de su plegaria.
Con el cuerpo aramos la ausencia
en que la eternidad
ante sí misma se revela:
tú eres, como yo le he sido,
piedra de toque del universo,
eres como yo lo he sido,
templo instantáneo de su coronación.

Marco Antonio Montes de Oca (1932-2009)
Alta noche. Antología de poemas breves, 1953-1984
Joaquín Mortiz, SEP, México, 1986.

Jueves

Sombras

Las sombras bajan, se esconden
por los troncos, por la yedra,
entre los altos ramajes;
otras por el suelo quedan
como fantasmas tendidos
bien pegados a la tierra…
Las hay que llegan dormidas
y se las siente que sueñan…
Otras traen aires sonoros
en debilísimas quejas…
He cruzado los jardines
en esta hora en que se ausenta
el día. Como otra sombra
crucé por las alamedas.
Entre los claros oscuros,
me confundía con ellas.
En las aguas del estanque
donde el cielo se refleja,
había otro cielo de agua
con misteriosas estrellas.
Me senté al borde. La noche
había tendido velas.
Me pareció como un barco
que a la inmensidad nos lleva…

Concha Méndez (1898-1986)
Litoral,
Tercera época, número especial, a la
memoria de Enrique Díez-Canedo.
México, agosto de 1944.
Directores: José Moreno Villa, Emilio
Prados, Manuel Altolaguirre, Juan
Rejano y Francisco Giner de los Ríos.

Viernes

El refrigerador

Suena el refrigerador en mi casa. Suena más fuerte que el motor de un coche.
Es un gigantesco grano de sal ese refrigerador detrás de mí. No me deja escribir, Me aturde.
En ese escándalo me incorporo igual que el fuego en el vino
cuando el vino se agita como un lago bajo un aguacero.
Y bajo de ese aguacero trabajo, empapándome la ropa y los sentidos,
nadando en la silla, buceando en las palabras, agarrándolas de la cola como peces,
golpeándolas con la empuñadura de un cuchillo en la cabeza.
Sueno turbio de miles de corrientes de agua, que penden sin embargo
de un roble caído. Me levanto de la silla a buscar algo que beber.
Voy hasta el refrigerador y lo abro. Bebo un poco de leche.
El refrigerador cruje. Quiere decirme algo. pero entre él y yo no hay comunicación posible.
Regreso a la mesa de madera que al peso de mi aliento y de mis codos se convulsiona
en selvas y lluvias de danza recobrada. Reflexiono. Escribo.
El refrigerador, cerca de mí, a las 3 de la mañana,
es lo único real,
tangible,
a esas horas.

Óscar Oliva (1937)
Estado de sitio, y otros poemas.
Joaquín Mortiz, SEP, México, 1986.

Sábado

Tres letras meridianas

1. Cancioncilla del sur

En la noche del Sur
los luceros se agitan
como piedras preciosas
que estuvieran vivas.
Iré al Sur
–claras estrellas–
iré al Sur
para verlas.
Volver al Sur a aguantar
el empellón de sus soles
y a volver a tener
pulmones.
Iré al Sur
–sol acezante–
iré al Sur
a saciarme.
El horizonte es al Sur
un fondo de mirada
que asustada de las nuestras
nos mira mirarla.
Iré al Sur
–cielos ignaros–
iré al Sur
a inquietarlos.
Tendré que volver al Sur
por si quisiera entregar
pero asible y en carne y sangre
mi libertad.
Iré al Sur
a mediodía
a que su alma luche con la mía,
iré al Sur
a incendiar el azul.

2. Canción del otro silencio

El sol de encendida cresta
desde el primer azul pisa sin escape
a la ciudad sometida
mas su clamor no sonaba
en un fondo de estupor que en el saqueo
enmudeció todo el día
y ahora que la calígine
extenúa y reconcilia al tiempo airado
–golfo de sombras violetas
donde nadan las miradas–
a su sombra y de la mano del estío
paso de un silencio a otro.

3. Cigarra

En la noche misteriosamente obtusa
del verano letárgico y suntuoso
confiarse –aunque la sombra bruta
que devora lenguajes nos arroja
sin nombre ni memoria al tiempo errático–
con el grito frenético de la cigarra,
a la salvaje exactitud de los llamados.

Tomás Segovia (1927-2011)
Anagnórisis
Premiá, SEP, México, 1986.

Domingo

Las palabras

Las palabras tienen un sabor definido,
una envoltura táctil,
una vital presencia,
un color, un peso, una fragancia.
Nosotros, los culpables,
casi nunca sabemos
en qué molde podemos acogerlas,
retenerlas, darles color y vida,
tierra donde germinen,
ramas donde florezcan,
brisa que las envuelva.
Cuántas, cuántas palabras muertas
al iniciar su vuelo.
Cuántas, cuántas palabras
en busca de horizonte,
mudas y aniquiladas
por un absurdo miedo
de mostrar su inocencia.
Ahora que se me agolpan insistentes
en el túnel del alma;
que tengo en la garganta
su sabor agridulce;
que insólitas, dibujan con sus manos etéreas
el nombre ya cotidianamente acostumbrado
a mi vigilia,
o acompañándome
en los breves instantes sustraídos
al tiempo malogrado;
ahora que repentinamente se rebelan;
me exigen su cálida morada,
la redoma que guarda su perfume,
el eco que responda a su mensaje,
la boca que las guste,
el pecho que sea templo y campanario
para su comunión y su aleluya.
¿Cómo explicarte, entonces, este hallazgo?
Las palabras ahora, mis palabras,
tienen un dulce peso acompasado
al temblor de tus brazos;
su forma delicada
puede llenar el molde de tu frente;
su languidez sonora
esparcirá su música en tu oído,
y habrá de estremecerte su secreto,
cuando por fin, henchido de preguntas,
ávido y presuroso a recibirlas,
abras de par en par las puertas de la esfinge.

Margarita Paz Paredes (1922-1980)
Litoral del tiempo.
Fem, SEP, México, 1986.

 


Comparte esta noticia

La publicación de este sitio electrónico es posible gracias al apoyo de:

Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.

(+52)55 5208 2526
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo. 

® 2024 Academia Mexicana de la Lengua