Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 24 de Febrero de 2019
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

No te desencuentres de mí…

No te desencuentres de mí
cuando la noche nos descobije
que sean tus labios mi retorno
mi convite
mi ensueño
No te alejes a la deriva
que a ti voy enredada
para andar lo suelto
que de no ser así
no habría podido renunciar
a lo no una vez tan querido
esas palabras benditas que me cantan
y que me reclaman en su presencia
y que vuelven de la mano de otro
a recordarnos el cuerpo luminoso que somos
y cae
cae
cae la luz.

Mariana Bernárdez (1964)
Aliento/Alento
Traduçāo de Nuno Júdice
Edição bilingüe
Glaciar, Lisboa, 2018

Martes

Cosmos

La furia, ni vencida ni doméstica, ni por tomar un jugo frío pasa a ceder la venganza de un corazón en llamas. Lo leo en los periódicos: consensos y disensos satisfechos mientras crece la lista de los muertos, los desaparecidos. Lo veo en el yaqui líder que denuncia una construcción en contubernio. Ha sido acusado y perseguido. Sabe que no está solo. La cárcel no doblega a ciertos hombres que no miran de lado, que les gustan los ritos, las costumbres de su comunidad, su pueblo, el cosmos.

Josué Ramírez (1963)
Multi/Verso
Instituto Sinaloense de Cultura,
Guadalajara, 2018

Miércoles

La mujer, el hombre y el perro

I
Esta mujer que pasa
Tiene un curioso sentido
Del movimiento.
Se acerca a mí
Evitando la calle
Y al mismo tiempo
Se aleja por un rumbo distinto.
¿Pensará que ese ir y volver
la salva de sí misma?

II
Pasa un hombre corriendo con su perro
Tiene la barba blanca y flacas piernas.
Pasa un perro trotando
Lleva un hombre atado a la cuerda.
La mirada del perro es de un marrón herido.
La mirada del hombre es ámbar sucio.
La costumbre y el hombre van trotando.
Sólo es libre la cuerda.

Waldo Leyva (1943)
El dorso de las cosas
UANL y Ediciones Caletita,
Monterrey, 2016

Jueves

Las cosas

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora, ¡Cuántas cosas,
limas, umbrales, atlas, copas, clavos
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
No sabrán nunca que nos hemos ido.

Jorge Luis Borges (1899-1986)
Poesía completa
Random House Mondadori, México, 2011

Viernes

Desnudo bajando la escalera

I
Por un momento no sabes si ella baja o sube,
fascinada la mirada no comprende, no quiere comprender
el movimiento de sus pechos.
Atrever un gesto hacia ella haría caer en pedazos la escalera.
¿Y ella seguirá bajando (o subiendo) por la luz de su
desnudez?

II
Cada paso celebra las proporciones que al darse inaugura
en la jerarquía del mundo.
Designa un arriba, un abajo. ¿Con qué cara la mira el escalón
que pisa?

III
Da principio el baile y no sirve ya la lógica.
¿Con qué cara mira ella que tiene tantas?
Si mira de frente ¿baja o me sonríe?
(Porque de eso está seguro: se la mira desde abajo).

IV
Ella me dice: “No lo entiendes,
quiero saber mirar mi desnudez como si no fuera mía”.

V
Es la fragilidad de su cuerpo la que desarma,
la que vuelve imposible la caricia en que toma forma,
en la escalera es más un eco
y la palabra desnudo designa el vértigo
en que nos abandona.

VI
Un rostro no está desnudo como un cuerpo,
Un rostro no baja la escalera (ni la sube),
pero un rostro mira y un cuerpo es mirado.
Por eso la belleza que te admira (la que buscas)
es monstruosa. No la encontrarás si ella no quiere,
si no es ella quien te busca al final de la escalera.

VII
¿Y si no mira, si me ignora?

VIII
Sin ella la escalera se ha quedado vacía,
Ya sin sentido se pierde en la noche.
Perdida ya su desnudez, olvida también la proporción del
universo.
Sin arriba y sin abajo, sin desnudo, ¿quién pregunta qué?

Y apago en mi garganta un grito
(como se apaga la luz).

José María Espinaza (1957)
En Poesía en la ciudad
Mercado de Poesía
Socicultur, México, 1996

Sábado

Qué lástima

¡Qué lástima
que yo no pueda cantar a la usanza
de este tiempo lo mismo que los poetas que hoy cantan!
¡Qué lástima
que yo no pueda entonar con una voz engolada
esas brillantes romanzas
a las glorias de la patria!
¡Qué lástima
que yo no tenga una patria!
Sé que la historia es la misma, la misma siempre, que pasa
desde una tierra a otra tierra, desde una raza
a otra raza,
como pasan
esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca.
¡Qué lástima
que yo no tenga comarca,
patria chica, tierra provinciana!
Debí nacer en la entraña
de la estepa castellana
y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada;
pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,
y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.
Después... ya no he vuelto a echar el ancla,
y ninguna de estas tierras me levanta
ni me exalta
para poder cantar siempre en la misma tonada
al mismo río que pasa
rodando las mismas aguas,
al mismo cielo, al mismo campo y en la misma casa.
¡Qué lástima
que yo no tenga una casa!
Una casa solariega y blasonada,
una casa
en que guardara,
a más de otras cosas raras,
un sillón viejo de cuero, una mesa apolillada
(que me contaran
viejas historias domésticas como a Francis Jammes y a Ayala)
y el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla.
¡Qué lástima
que yo no tenga un abuelo que ganara
una batalla,
retratado con una mano cruzada
en el pecho, y la otra en el puño de la espada!
Y, ¡qué lástima
que yo no tenga siquiera una espada!
Porque..., ¿Qué voy a cantar si no tengo ni una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada?
¡Qué voy a cantar si soy un paria
que apenas tiene una capa!
Sin embargo...
en esta tierra de España
y en un pueblo de la Alcarria
hay una casa
en la que estoy de posada
y donde tengo, prestadas,
una mesa de pino y una silla de paja.
Un libro tengo también. Y todo mi ajuar se halla
en una sala
muy amplia
y muy blanca
que está en la parte más baja
y más fresca de la casa
Tiene una luz muy clara
esta sala
tan amplia
y tan blanca...
Una luz muy clara
que entra por una ventana
que da a una calle muy ancha.
Y a la luz de esta ventana
vengo todas las mañanas.
Aquí me siento sobre mi silla de paja
y venzo las horas largas
leyendo en mi libro y viendo cómo pasa
la gente a través de la ventana.
Cosas de poca importancia
parecen un libro y el cristal de una ventana
en un pueblo de la Alcarria,
y, sin embargo, le basta
para sentir todo el ritmo de la vida a mi alma.
Que todo el ritmo del mundo por estos cristales pasa
cuando pasan
ese pastor que va detrás de las cabras
con una enorme cayada,
esa mujer agobiada
con una carga
de leña en la espalda,
esos mendigos que vienen arrastrando sus miserias, de Pastrana,
y esa niña que va a la escuela de tan mala gana.
¡Oh, esa niña! Hace un alto en mi ventana
siempre y se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
¡Qué gracia
tiene su cara
en el cristal aplastada
con la barbilla sumida y la naricilla chata!
Yo me río mucho mirándola
y la digo que es una niña muy guapa...
Ella entonces me llama
¡tonto!, y se marcha.
¡Pobre niña! Ya no pasa
por esta calle tan ancha
caminando hacia la escuela de muy mala gana,
ni se para
en mi ventana,
ni se queda a los cristales pegada
como si fuera una estampa.
Que un día se puso mala,
muy mala,
y otro día doblaron por ella a muerto las campanas.
Y en una tarde muy clara,
por esta calle tan ancha,
al través de la ventana,
vi cómo se la llevaban
en una caja
muy blanca...
En una caja
muy blanca
que tenía un cristalito en la tapa.
Por aquel cristal se la veía la cara
lo mismo que cuando estaba
pegadita al cristal de mi ventana...
Al cristal de esta ventana
que ahora me recuerda siempre el cristalito de aquella caja
tan blanca.
Todo el ritmo de la vida pasa
por el cristal de mi ventana...
¡Y la muerte también pasa!
¡Qué lástima
que no pudiendo cantar otras hazañas,
porque no tengo una patria,
ni una tierra provinciana,
ni una casa
solariega y blasonada,
ni el retrato de un mi abuelo que ganara
una batalla,
ni un sillón de viejo cuero, ni una mesa, ni una espada,
y soy un paria
que apenas tiene una capa...
venga, forzado, a cantar cosas de poca importancia.

León Felipe (1884-1968)
Obras completas
Visor Libros, México, 2017

Domingo

Oración a Santa Nostalgia

Por la gracia de tu clemencia, alta Señora, vengo a postrarme al abrigo de tu sombra para pedirte que ampares mi derrotero. Santa Nostalgia, sirena y virgen, cuídame los pasos, los vientos, los sueños, las compañías, los pensamientos, las tristezas. No dejes que me pierda de mi isla; no permitas que llegue a ella sin darme cuenta; no toleres que la destruya mi codicia, mi ira, mi abandono, la torpeza de mi amor.

Felipe Garrido (1942)
Historias de santos
Conaculta, México, 199


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