Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 23 de Septiembre de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Oda a Cuauhtémoc 2/3

II
Consagremos al primero de los mexicanos
una montaña o un pedazo de cielo.
Alegrémonos por la maravilla de sus actos.
Era hermoso como la noche y misterioso como el cielo.
Pero su dolor no puede medirse
con la órbita de los planetas gigantescos,
ni con los itinerarios
de las estrellas caudales que iluminan el miedo.
Su dolor,
que en el espejo negro de mis ojos
empieza a revelarme
la eterna angustia y el dolor eterno.
Cuauhtémoc tenía 19 años
cuando en sus manos
como un águila herida cayó el Imperio.
Tenoxtitlán era la ciudad más hermosa
de todas las ciudades del mundo nuevo.
El divino Quetzalcóatl,
llamado Ku-Kul-Kan en la tierra del faisán y del ciervo,
había anunciado,
hacía ya muchas vueltas de tiempo,
que vendrían por el mar otros hombres.
Y así, tuvo sueños.

Carlos Pellicer (1897-1977)
Poesía completa. Tomo I
UNAM, Conaculta, El Equilibrista, México, 1996

Martes

Oda a Cuauhtémoc 3/3

III
Y es así como en este día
con el sol roto entre mis manos
oigo rodar en mi destino,
como en un bosque de cactus,
la maldición de los dioses horadada en mi boca
y el hacha santa de la tragedia amarrada a mis manos.
¿Nadie podrá libertarme nunca
de este duelo grandioso como una ola de basalto?
¿Nadie podrá devolverme nunca
las dulces horas del amor y la alegría de cantar en el campo?
Porque estos ojos brillan solamente para el odio
y estas manos libres
sólo piensan ahora en la venganza,
en la venganza y en el odio.
Pues ¿quién puede volver a mirar serenamente las estrellas,
cuando todo semeja que el destino
va a aplastarnos con sus plantas de piedra?
Cayeron las monarquías
civilizadas de mi América.
Tenoxtitlán y Cuzco
eran sus esculpidas cabezas.
Cayeron esas razas finas
al golpe brutal de los conquistadores
que vencían a los flecheros
con las ruidosas caballerías y los ávidos cañones.
El tórrido profeta Quetzalcóatl,
¿anunció la llegada de estos intrépidos destructores?
Y desde entonces una estrella tristísima
se alarga sobre las llanuras y se ahonda junto a los montes.
¡Desde hace cuatrocientos años
somos esclavos y servidores!
¿Quién puede mirar el cielo con dulzura
cuando del oprobio de los europeos
nacieron estos pueblos de mi América,
débiles, incultos y enfermos?
Marcaron a los hombres como si fueran bestias
y en el rostro del campo y en el hígado de la mina
vivieron la crueldad, la miseria y el tedio.
Y ahora mismo todavía
lo miro, lo palpo y lo siento.
¿Quién puede mirar con ojos de dulzura
la dulzura misteriosa del cielo
si la ignominia y la infamia
buscan sepultarnos otra vez bajo su estrépito de acero?
Los hombres del Norte piratean a su antojo
al continente y las islas y se agregan pedazos de cielo.
¡Oh destino de la tragedia inexorable y gigantesca!
Llenas el muro colosal de mi angustia
y frustras el flechazo que iba hacia algún lucero.
Veo tu figura dibujada en la sombra del fuego.
¿Bajo tus leyes de plata roja
todos sucumbiremos?
En las Antillas y las Nicaraguas
el sol está hundido entre el fango y el miedo.
Toda nuestra América vanidosa y absurda
se está pudriendo.
¡Oh destino de la tragedia inexorable y gigantesca!
¿Nadie podrá detenerte?
¿Vendrán con tus manos brutales
del país de los yanquis, mediocre, ordenado y corpulento?
¿Y entre estallidos y máquinas
a robar, a matar, a comprar caciques con tu inacabable dinero?
¡Oh Señor! ¡Oh gran rey! ¡Tlacatecutli!
¡Oh solemne y trágico jefe de hombres!
¡Oh dulce y feroz Cuauhtémoc!
¡Tu vida es la flecha más alta que ha herido
los ojos del Sol y ha seguido volando en el cielo!
Pero en el cráter de mi corazón
hierve la fe que salvará a tus pueblos.

Carlos Pellicer (1897-1977)
Poesía completa. Tomo I
UNAM, Conaculta, El Equilibrista, México, 1996

Miércoles

Puerto Fin I
Un barco:
en la cubierta dos navegantes

¿Navegamos?
–¿Hacia dónde?
¿Qué importa a dónde?
Por fin salimos de estos linderos
Tanto tiempo anhelando
¡Tantos límites en nuestra espera!
Por fin navegamos
–Pero aquí no habita nadie más que nosotros
Las aguas de estos océanos
sombrías y estáticas
nos arrojan a un peor abismo
Todos han dejado el barco
¿Cuánto tiempo hemos permanecido aquí?


Puerto Fin II
Un barco:
en la cubierta dos navegantes

¿Navegamos?
–¿Quién lo puede saber?
Como si aquí el destino se desvaneciera
¡Tantos años! ¡Tantos años en este puerto!
Mas es ahora cuando emprendemos la distancia
¿Hacia dónde iremos?
–El barco no se mueve
En nosotros todo es evanescencia
–Es el mismo viento de olvido
¿Estás seguro que salimos y no que hemos llegado?
–¡Tantos años para dejar un puerto!
¡Tan poco mar para nosotros!

Adriana Arrieta Munguía (1966)
De límite leyenda y fin
Conaculta, México, 2003

Jueves

La otra caída del otoño

¡Si fuera hoja…
qué más diera!
¡Si mi carne comida
por los años
obligada a hincarse ante el rey Cronos,
que fuera hoja!
¡Que fuera eso!

Éste el otoño doliente:
la hora del temor.
A las hojas les castañetean los dientes.
Ya nada habla como tú, clara rama,
madre de las flores, de las hojas verdes.
Ya nadie conoce tu secreto.
Te has llevado contigo
a otra latitud, a otro planeta,
la verdad de tu savia.
Ya nada ama nada,
todo seco, todo yerto.
Aplauden como idiotas las hojas infelices.
Todo es muerte.

Cascarones vacíos, las hojas.
¿Son los fantasmas que se agarran con sus dientes a la vida?
¿Mi cuerpo un mero cascarón más –y que no se agarra–?

Ése es el otoño:
Del invierno saldrá otro invierno,
a la noche la engendrará otra noche.
Éste es el otoño:
Un invierno.
Los nuevos jenízaros son analfabetos.
El otoño es el oro corrupto.
Las ramas peladas.
La vigilia sin fin del insomne.
Éste es el otoño: Nada amanece.
Los dedos son huesos
buscando anos para vestirse.
Lo demás no es ya más.
El otoño ha encerrado en su ano mayor al mundo.
Otoño,
oro podrido.
Ramas peladas.
Vigilia eterna el insomne.

Brooklyn, otoño de 2006
(cuando las puntas de las hojas de
este otoño apuntan a Irak, reza…)

Carmen Boullosa (1954)
Corro a mirarme en ti
Conaculta, México, 2012

Viernes

Si camino paso a paso…

Si camino paso a paso hasta el recuerdo más hondo, caigo en la húmeda barranca de Toistona, bordeada de helechos y de musgo entrañable. Allí hay una flor blanca. La perfumada estrellita de San Juan que prendió con su alfiler de aroma el primer recuerdo de mi vida terrestre una tarde de infancia en que salí por vez primera a conocer el campo. Campo de Zapotlán, mojado por la lluvia de junio, llanura lineal de surcos innumerables. Tierra de pan humilde y de trabajo sencillo, tierra de hombres que giran en la ronda anual de las estaciones, que repasan su vida como un libro de horas y que orientan sus designios en las fases cambiantes de la luna. Zapotlán, tierra extendida y redonda, limitada por el suave declive de los montes, que suben por laderas y barrancos a perderse donde empieza el apogeo de los pinos. Tierra donde hay una laguna soñada que se disipa en la aurora. Una laguna infantil como un recuerdo que aparece y se pierde, llevándose sus juncos y sus verdes riberas…

Juan José Arreola (1918-2001)
Narrativa completa
Prólogo de Felipe Garrido
Alfaguara, México, 1997
4ª reimpresión, octubre de 2008

Sábado

In memoriam
Croquis sentimentales

Arrasados de lágrimas los ojos,
solíame decir: “Cuando me muera,
no vayas presto a mi sepulcro, espera
al claro mes de los claveles rojos.
“Entonces habrá pájaros y flores
y brisas olorosas a tomillo,
y esplenderán las lápidas con brillo
de lucientes cristales de colores.
“Entonces, alfombrados de verdura
hallarás, a tu paso, los senderos,
y la voz de uno o dos sepultureros
entonará canciones de ternura.
“Entonces ven a mi sepulcro; llega
risueño el rostro, alborozada el alma,
como el amante que en serena calma
al dulce afán de amar feliz se entrega.
“Cuando te acerques, alzarán los lirios
su cáliz ormesí, los nomeolvides
serán mis valerosos adalides
que han de vencer tus lúgubres delirios.
“Allí leerás mi nombre entre festones
de espigas frescas y de ramas nuevas,
y sentirás que dentro el pecho llevas
frescas también tus viejas ilusiones.
“Te inundará la vida de mi tumba,
y lejos de creerme entre los muertos,
soñarás un edén tras los inciertos
límites misteriosos de ultratumba.
“Y en tu imaginación contemplativa
verás cruzar mi sombra fascinada
por ensueño inmortal, que tu llegada
espera sonriente y rediviva.”

Balbino Dávalos (1866-1951)
El Parnaso mexicano (los trovadores de México)
Maucci Hermanos, México – Buenos Aires, 1905
José López Rodríguez, Habana

Domingo

Después del aguacero…

Después del aguacero
chapotean los niños.
El sol a ratos
en la colonia Moctezuma,
cerca del aeropuerto.
Llega el Concorde,
desciende su figura de arcángel
entre aviones varados.
El ruido de turbinas
estremece a María.
Era el brumoso atardecer
por la calzada,
cuando el arcángel se inclinaba
sobre los hombros de María.
Eran tan sólo los instantes
de la fiera y sus pavores.
Era en realidad entrenamientos
del animal en celo.
Era tan sólo una tormenta en clave
hacia el artero domador en ronda,
humedad en los ojos y en la voz.
Era la hora en que
el bárbaro diamante de la estrella
abría el postigo
y trizaba el espejo.
Era el brumoso atardecer
cuando el arcángel desnudaba
los hombros de María.
Por donde los tejados
las alas acariciaban la piel azul del aire.
El placer venía de lejos
sobre la tierra apisonada.
El ángel duerme en el regazo de María.
Sueña
lo que su mente pervertida anuncia.
Tres días después de la visita
María detuvo el sueño;
volvió a vivir
el pecho duro y liso del arcángel,
el perfil fatigado
y el fuego
sobre su vientre en fruto.
–Todo ángel es terrible,
diría en la duermevela.

Víctor Sandoval (1929-2013)
Poesía reunida
FCE, México, 2008


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