Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 09 de Septiembre de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Alta traición

No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
–y tres o cuatro ríos.

José Emilio Pacheco (1939-2014)
En La patria en verso. Un paseo por la poesía cívica en México
Selección, comentarios y notas de Felipe Garrido.
Conaculta, UANL, Jus, México, 2012

Martes

La tarde

La tarde es una voz, un árbol,
un gato que ronronea y que tiene hambre,
un aroma, un volcán.
La tarde es una edad,
un parque lleno de
columpios, una canasta de frutas.
La tarde es un desván,
una silla de espera.
La tarde es un castigo en el pasillo oscuro,
un trocito de pan,
una máquina antigua de coser,
que emprende un viaje por la tela,
una casona vieja donde espantan.
La tarde es un juego,
un escondite,
una pregunta,
una voz que me llama.

Mariángeles Comesaña
En Inédito diamante. 5 poetas mexicanas
Selección y prólogo de Eduardo Mejía
Ediciones Ikygai, México, 2018

Miércoles

De “Elementos para un poema”

XVII
Cualquier cosa que se diga acerca del silencio, cualquier interpretación o sentencia, no lo aclara, lo destruye. Afirma la teoría que una palabra no es metáfora, que ésta se construye con una frase o una expresión. Sin embargo, hay palabras que por sí solas dan origen a una expresión metafórica por su enorme carga de sentido. Así, silencio es la fuente de todos los significados, la más contundente de todas las metáforas.

XVIII
Trato de rescatar palabras que la gente tira a la basura, las limpio, retiro con cuidado las costras que las cubren, las pongo a orear, reúno un montón de palabras que buscan una realidad para nombrarla. Sin embargo, al término de cada singladura me descubro los bolsillos llenos de silencio y, en las tardes, arrojo los silencios a la sala y el patio, a las calles, los jardines, las panaderías y las antesalas.

Norberto de la Torre (1947)
Tiempo es una metáfora que duele
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo
Editorial Universitaria (UMSNH), 2002

Jueves

Piel

Sobrado espacio al alba abierto
extensión del eterno deseo
capilares fuente de la tentación
cada célula es el retrato de la infinita
cada núcleo la promesa sin nacer
suave advertencia que corre pareja con el viento
irisados efectos de la luz sin remedio
estremecimiento de un pétalo instantáneo
áspero recogimiento en vano invocado
paisajes de todas las tierras holladas
pluma espejo deslizado levita excitación
difícil de atrapar momento no existente
en un punto es tanta la acumulación
que no sientes el brillo de la estrella
ni el haz de la luna baña breve tu cuerpo
deslizas piel sobre piel para conocer la piel
indescriptible roce del mármol encarnado
aquello que era estática pleamar
ola detenida en el estruendo del pico
espuma a punto de desbaratarse
trasmuta su oro líquido
en sangre y nervio
en aprestado corcel que la montaña peinase
y no fuese montaña
sino la piel acariciable.

Angeliña Muñiz-Huberman (1936)
La tregua de la inocencia
Conaculta, México, 2003

Viernes

Señales

Un relámpago como la carótida y sus ramificaciones
en el cuello del horizonte
me mostraron un pulso del Universo.
Una rana salta al estanque
y el mundo entero se estremece
como de risa nerviosa.
A esa gota de agua que pende del tejado
La haré caer si parpadeo.
¿Pero, qué señal emite aquel zapote
para que su fruto se desplome torpe
y las aves lo abandonen
abofeteando sus hojas?

María de Guerra (1970)
Fervores
Conaculta, México, 2011

Sábado

Peso y contorno de animal
[I-V]

I
Viene de lejos. En la quietud trenzada por el tiempo, su peso y contorno de animal agitan las ramas del silencio, su calor avanza y toca la piel, la bautiza, la rasga o la florece, si es verdad, siempre desde adentro. Así, igual que la risa. O el peligro.

II
Viene del roce de la ausencia con el cielo primigenio de las cosas a la semilla alerta en su vórtice de espera, de ese tiempo que la luz no viaja aún y ondula sin embargo con su ala inmensa la marea del espacio.

Viene del paso cauteloso del fuego por los puentes de la sombra al dolor y brillo de la carne;

de las manos absortas que de noche vislumbraron por primera vez el pan, y del trigo delicado que paciente lo soñó de día.

Viene del borde frío de la vida –arco del agua–, y del borde tibio de la muerte –pausa de la sangre.

III
La suave hondura de quizás un cuerpo a tu lado en el lecho, la llama de un perfil que vacila en el umbral de la puerta o deja en el cristal de la ventana la letra delicada de su huella.

El frío que cruza fugaz las plantas de tus pies en la entraña húmeda del sueño, y te despierta, y otro día en el nicho de la nuca de pronto florece en un incendio.

El golpe de una gota –la primera– de saliva, leche o savia que cae de una boca invisible a la cuenca de tu mano, y la cierra despacio pensativa.

O en el centro de la habitación que se alarga al amanecer y crece entonces con el mundo, y sosiega y colma un instante la distancia,

o pulsa
la aguda resonancia que el Hambre cultiva en el silencio.

El temblor del sol –que la piel guarda porque sabe consanguíneo.

Ese crepitar preciso y ubicuo.
Esa trama de bestia inocente y letal en tus oídos.

IV
¿Escuchas?

Sus raíces van más allá de las hojas de esquisto y se pierden en honduras que alguna vez fueron intemperie.

Su aliento roza las frondas del árbol mayor que señala la hora en que la luz devuelve a la montaña su aleteo,

Las pausas del desierto en que emerge la escritura de las dunas y la incesante aritmética del mar.

En tu sombra se detiene y descifra su danza diminuta.

Talla una esfera perfecta en tus manos dormidas.

Con aguijones de viento y largos pliegues de quietud se acerca a las fibras secretas de tu rostro

y paciente

las hila.


V
Abre en la piedra una boca

Y dice tu nombre

Conoce tu nítida desnudez

De recién nacido y de cadáver.

Francisco Torres Córdova (1956)
Así la voz
Conaculta, México, 2006

Domingo

Amor, patria mía 1/4

Advertencia. Esta es una nota gravemente importante. Una advertencia necesarísima, que debe ser considerada por todos los lectores, sobre todo aquellos menos avisados y avezados en cuestiones de poesía. Yo soy uno de esos distraídos. El hecho es que, para darle fluidez a la lectura de este poema, he suprimido los subrayados y las comillas. Por ejemplo, a nadie escapará que la excomunión dictada por Abad y Queipo está caprichosamente cortada, y todos verán que el testimonio del fusilamiento del Padre Hidalgo está escrito en prosa de la época. No extrañen, pues, un “estremo” y un “safó”. Pido clemencia por lo que algunos habrán de calificar como una audacia… incalificable; el haber versificado textos clásicos, y emparejarlos con lo que es estrictamente mío. No lo pude evitar, y sólo aguardo que la historia poética me absuelva. E.H.

En un lugar de tu vientre
de cuyo nombre no quiero acordarme,
deposité la seca perla de la demencia.
Como era natural,
ya había perdido todo lo deseable
y realizado trabajosamente
los más feroces estudios obscenográficos.
(Amó tanto el pobre,
que ni perdón de Dios alcanzó.)
No hizo llorar a los muertos ni a los vivos
ni utilizó el cuchillo filoso que siempre cargaba
como si fuera el libro del más maldito amor.
Vio muertos y heridos pero a él nada le pasó.
Y en tu oreja derecha, que es mi biografía,
murmuré en desolada piedad:
¡Desnúdate, que yo te ayudaré!
Te desnudaste con sol y agua
y el siniestrado pudo escalar los muros
con sentido de río, árboles y luna.
Fue cuando me extravié en tu selva oscura
y hube de perder toda verde esperanza
pues no hay dulzura ni piedad para los afligidos.
Por eso tropecé entre los linderos de las mariposas.
(Hablé en mexicano, lloré en portugués y en chichimeca
y en mazahua y en otomí.
Me detuve a cavar mi fosa en San José Atlán,
al pie del sabino fieramente hendido por un rayo.
Callé las miserias de este mundo, las del otro,
las de siempre, las de toda la carne
y todo color y todo aroma.)

Ocurrió en medio del camino de la Poesía
a la hora en que me tropecé con doscientos cadáveres
de poetitas marxianos;
‘tonces tomé mi quinto aire
cogí las curvas como un loco
y como loco me reí de aquellos
que llegaron a la estación de Finlandia
y se regresaron como peces embrutecidos.
(Era el tiempo del poeta que dijo:
Tú eres más deseable que la guerra de los cien años,
y luego se escuchó, como el primer eco del planeta;
Adoro tu pecho cercenado,
la mútila sonrisa de piadoso ardor,
porque eres bella, con la belleza total de ciertos asesinatos
la hermosura de los ahorcamientos
el inminente vaso vacío del suicida
y la dulce entrega
sobre diamantes y musgo.)
Escribió su Poema del Bajío
(ah, su primer poema)
y en él estaba la tierra negra
y relampaguearon los ojos de Hidalgo.
Los ciclos finales de su larga vida
se los pasó causando lástimas
en las antesalas de los cardiólogos y otorrinos.
Olía a hospital de mala muerte
y a veces a persona mal educada
a poeta despaciosamente exterminado.
Su mujer y sus hijos lo cobijaron
como a una gallina mojada
o el último cisne con el cuello torcido.

Resulta pues
que el orgullosamente marginado,
el proscrito,
hubo de meterle mano a la Historia
y releer que un obispo
y decenas de frailes y tenientes
humillaron universalmente
al hombre de los ojos jade-jadeantes:
Anatema y excomunión
Para el Padre frenético.
Tormento, despojo y entrega a Datán y Abirán.
Maldición para él en nombre de todas
–sin faltar una– las huestes celestiales.
Persecución total, santísima condenación
para el Padre alfarero
en donde quiera que esté,
ya sea en la casa, en el campo,
en el bosque, en el agua o en la iglesia.
(Era el 27 de septiembre de 1810.)
Sea maldito en vida y muerte.
Sea maldito en todas las facultades de su cuerpo.
Sea maldito comiendo y bebiendo, hambriento,
sediento, ayunando, durmiendo,
sentado, parado, trabajando o descansando y sangrando.
Sea maldito interior y exteriormente;
sea maldito en su pelo,
sea maldito en su cerebro y en sus vértebras;
en sus sienes, en sus hombros,
en sus manos y en sus dedos.
(Dígote, amor mío,
que al cura párroco de Dolores
le siguieron dos capitanes
un bachiller cinco sargentos
un granadero tres presbíteros
dos serenos cuatro correos
un herrero cuatro músicos
y veinticinco vecinos, mi amor, tú que eres
adorable paloma como una patria.)
[…]

Efraín Huerta (1914-1982)
Amor, patria mía
Azabache, México, 1994


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