Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 12 de Agosto de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Apocalipsis

No creo en el Apocalipsis, pero ya casi no veo pájaros. Se habrán hecho ceniza. No creo en el Apocalipsis, pero la Tierra terminará de mala manera: crecerá el Sol moribundo hasta alcanzarla. Hipertrofiado, más luminoso que nunca, devorará uno a uno los planetas. Quizá se adelantó y está pasando. Hace tanto calor que se evaporan los edificios, las paredes terminan hechas aire. Se volatilizan las palabras, duran poco las sílabas. Vivimos el mal gris, la media muerte. Mi abuela con la suya hizo lo mismo, la regaló a la flama y se volvió cenizas. Duró poco su corazón, su sangre roja. Se evaporaron sus ojos. Lo que toca el fuego pronto se convierte.
De pequeña me gustaba atravesar la flama de una vela con el dedo. No me dolía. Mi abuela me encontró y ordenó que la apagara. Pero al final le dio su cuerpo. Al final todos quedarán hechos polvo. Se expandirá el Sol embravecido, nos lamerá con sus mil lenguas. Cuando llegue a la Tierra, nosotros estaremos muertos. Pero no importa. Nuestro planeta no podrá huir: su órbita es demasiado constante. Estará atado a su cercanía. Así acabó mi abuela a mis espaldas: en un cuarto de acero y luego era de polvo. Caeremos en el cuerpo furioso del Sol, se acabarán los miércoles, seremos sólo una forma de consumirnos. Como siempre. Me asomo por la ventana, el Sol se desdibuja. Vivo el color rojo. Entonces no habrá colores, sólo luz.

Elisa Díaz Castelo (1986)
Principia
Premio Nacional Alonso Vidal 2016
Instituto Municipal de Cultura y Arte, Hermosillo, Son.
Programa Editorial Tierra Adentro, México, 2018

Martes

De “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”

A mi querida amiga Encarnación López Julvez

1. La cogida y la muerte

A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
El viento se llevó los algodones
a las cinco de la tarde.
Y el óxido sembró cristal y níquel
a las cinco de la tarde.
Ya luchan la paloma y el leopardo
a las cinco de la tarde.
Y un muslo con un asta desolada
a las cinco de la tarde.
Comenzaron los sones del bordón
a las cinco de la tarde.
Las campanas de arsénico y el humo
a las cinco de la tarde.
En las esquinas grupos de silencio
a las cinco de la tarde.
¡Y el toro solo corazón arriba!
a las cinco de la tarde.
Cuando el sudor de nieve fue llegando
a las cinco de la tarde,
cuando la plaza se cubrió de yodo
a las cinco de la tarde,
la muerte puso huevos en la herida
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
A las cinco en punto de la tarde.
Un ataúd con ruedas es la cama
a las cinco de la tarde.
Huesos y flautas suenan en su oído
a las cinco de la tarde.
El toro ya mugía por su frente
a las cinco de la tarde.
El cuarto se irisaba de agonía
a las cinco de la tarde.
A lo lejos ya viene la gangrena
a las cinco de la tarde.
Trompa de lirio por las verdes ingles
a las cinco de la tarde.
Las heridas quemaban como soles
a las cinco de la tarde,
y el gentío rompía las ventanas
a las cinco de la tarde.
A las cinco de la tarde.
¡Ay qué terribles cinco de la tarde!
¡Eran las cinco en todos los relojes!
¡Eran las cinco en sombra de la tarde!

Federico García Lorca (1898-1936)
Obras completas
Aguilar, Madrid, 1960

Miércoles

Contraola

Todos los sueños han sido míos,
únicamente y por tu culpa míos.
Por eso ahora persigo
tan sólo una gardenia,
una piedra,
una ola,
que son los únicos fragmentos
de realidad que necesito,
para propagar tu imagen y extenderla
hasta el final del tiempo
sobre toda la tierra.

Carmen Alardín (1933-2014)
Entreacto
Editorial Katún, México, 1982

Jueves

El exprimidor de naranjas dejó de funcionar.
Eso pasa.
Las cosas sin importancia
buscan su turno, se dan su importancia
así, no sirviendo,
dejándonos incompletos, ausentándose en
[el justo momento.
Y a mí
Todo lo que es ausencia, ausentarse,
Me rompe los vidrios. Ejerce una poderosa detonación
casi como el que se tira al piso al escuchar un bombardeo,
[una balacera.
Lo mismo hizo el sacacorchos.
No estuvo. Tal vez nunca compré uno.
Y el rallador, y el abrelatas
que nunca pensó hacerme tanta falta
me hizo salir al centro comercial
a buscarlo. Como una esposa cuando se enoja
y hay que ir por ella a casa de los suegros, o a buscarla
[con la vecina.
No sé por qué me afectan tanto las cosas
que dejan de funcionar, que se ausentan.
A veces he pensado en comprar dos cosas de lo mismo.
Pero no sé si yo pueda
en lo futuro
con dos ausencias.

A. E. Quintero (1969)
Cuenta regresiva
Premio Bellas Artes de
Poesía Aguascalientes 2011
Era, ICA, INBA, Conaculta,
México, 2011

Viernes

Ella es el umbral
su mirada fija vértigos.
        Detrás de sus labios hay una voz
que nadie escucha.
        Por sus párpados se esconde
el secreto de algunas noches.
        Muerto,
deambulo por su rostro,
me levanto para llevarle serenata,
le escribo en el pecho una canción
para ayudarla a bien dormir,
cierro sus párpados
y dejo caer un beso sobre ellos
para que vea por donde anda
mientras sueña.
        Ella es la luz anhelada del insomnio
pasajera sombra hermana de mis noches.
        Duerme, hermosa, duerme,
que estaré despierto
hasta que el sol te tome de la mano.

Carlos Reyes Ávila (1976)
Claridad en sombra
Premio Nacional de
Poesía Tijuana 2003
XVII Ayuntamiento de Tijuana
Instituto Municipal de Arte y Cultura

Sábado

Las mujeres de Bagdad,
hambrientas
comparten el pan con sus hijos.
Vacías 
caminan por la calle de la mano de un muerto.
Con los destellos de la ciudad caída
esculpen palacios en la mirada de sus niños.
Más de mil noches llorarán sin apagar el fuego
más de mil noches sus hijos despertarán sacudidos 
[por el miedo
y un día la muerte caerá madura, más estruendosa
[que las bombas.
Fue inútil esconderlos en palacios de humo,
su nombre siempre estuvo entre los muertos.

María Luisa Iglesias 
Atardacer del séptimo día
Instituto Cultural del
Estado de Durango
Durango, 2005

Domingo

De “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”

A mi querida amiga Encarnación López Julvez

2. La sangre derramada

¡Que no quiero verla!
Dile a la luna que venga,
que no quiero ver la sangre
de Ignacio sobre la arena.
¡Que no quiero verla!
La luna de par en par.
Caballo de nubes quietas,
y la plaza gris del sueño
con sauces en las barreras.
¡Que no quiero verla!
Que mi recuerdo se quema.
¡Avisad a los jazmines
con su blancura pequeña!
¡Que no quiero verla!
La vaca del viejo mundo
pasaba su triste lengua
sobre un hocico de sangres
derramadas en la arena,
y los toros de Guisando,
casi muerte y casi piedra,
mugieron como dos siglos
hartos de pisar la tierra.
No.
¡Que no quiero verla!

Por las gradas sube Ignacio
con toda su muerte a cuestas.
Buscaba el amanecer
y el amanecer no era.
Busca su perfil seguro,
y el sueño lo desorienta.
Buscaba su hermoso cuerpo
y encontró su sangre abierta.
¡No me digáis que la vea!
No quiero sentir el chorro
cada vez con menos fuerza;
ese chorro que ilumina 
los tendidos y se vuelca
sobre la pana y el cuero
de muchedumbre sedienta.
¡Quién me grita que me asome!
¡No me digáis que la vea!

No se cerraron sus ojos
cuando vio los cuernos cerca,
pero las madres terribles
levantaron la cabeza.
Y a través de las ganaderías,
hubo un aire de voces secretas
que gritaban a toros celestes,
mayorales de pálida niebla.
No hubo príncipe en Sevilla
que comparársele pueda,
ni espada como su espada
ni corazón tan de veras.
Como un río de leones
su maravillosa fuerza,
y como un torso de mármol
su dibujada prudencia.
Aire de Roma andaluza
le doraba la cabeza
donde su risa era un nardo
de sal y de inteligencia.
¡Qué gran torero en la plaza!
¡Qué gran serrano en la sierra!
¡Qué blando con las espigas!
¡Qué duro con las espuelas!
¡Qué tierno con el rocío!
¡Qué deslumbrante en la feria!
¡Qué tremendo con las últimas
banderillas de tiniebla!

Pero ya duerme sin fin.
Ya los musgos y la hierba
abren con dedos seguros
la flor de su calavera.
Y su sangre ya viene cantando;
cantando por marismas y praderas,
resbalando por cuernos ateridos,
vacilando sin alma por la niebla,
tropezando con miles de pezuñas
como una larga, oscura, triste lengua,
para formar un charco de agonía
junto al Guadalquivir de las estrellas.

¡Oh blanco muro de España!
¡Oh negro toro de pena!
¡Oh sangre dura de Ignacio!
¡Oh ruiseñor de sus venas!
No.
¡Que no quiero verla!
Que no hay cáliz que la contenga,
que no hay golondrinas que se la beban,
no hay escarcha de luz que la enfríe,
no hay canto ni diluvio de azucenas,
no hay cristal que la cubra de plata.
No.
¡¡Yo no quiero verla!!

Federico García Lorca (1898-1936)
Obras completas
Aguilar, Madrid, 1960


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