Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 22 de Julio de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Soneto en que se previene al alma los peligros
de asomarse al jardín de la belleza

Cierra tus leves párpados rosados;
no te hiera el puñal de los colores
y te abracen las llamas de las flores
y te llaguen los cielos estrellados.
Y piensa, pues están abandonados,
¿por qué nadie se llega a estos alcores?
Y escarmienta en los tristes voladores
que ves sobre las hierbas amatados.
Por amor de tu paz, ven cautelosa…
más que los cielos huye los rosales;
puede ser que escaparas milagrosa-
mente de los incendios siderales,
pero en este retiro es cada rosa
un incendio cercado de puñales.

Efrén Hernández (1904-1958)
Obras. Poesía/ novela/ cuentos
Nota preliminar de Alí Chumacero
Bibliografía de Efrén Hernández
por Luis Mario Schneider
Fondo de Cultura Económica
México, 1965

Martes

Para gozar tu paz

Como el viento agita las altas hierbas
así mis dedos vuelan sobre tu cabellera de diamantes,
y la noche de alcohol y los árboles de oro
encierran para siempre un sollozo de triunfo,
el ay de la alegría, el ah definitivo.
Como el aire de junio en la colina
mueve la dulce sombra de la nube,
así mi corazón se sacrifica
en el húmedo templo de tu pelo.
Nave sin dueño, sombra de ardorosa
violencia, esta mi mano canta
bajo el murmullo alado de tu gloria.
Porque tienes la luz y la belleza
en el sereno estanque de tu rostro,
así el negro laurel es tu corona
y es mi fatiga y es
la sangre del insomnio.
Sólo cuando el pecado es la guirnalda
y la atadura, la cadena infinita
y el profundo latido; sólo cuando
la hora ha llegado, y tú,
joven de rosas y jazmines,
miras al horizonte del deseo
y dejas que el tesoro de seda y maravilla
sea la noche en mis manos,
sólo entonces, dorada,
todo me pertenece;
las hierbas agitadas y el viento
corriendo como el agua entre mis dedos:
agua de mi delirio, eterna fiebre,
espejismo y violencia, dura espina,
pedernal de la muerte, lento mármol,
millón de espigas negras.
Donde nace la idea,
donde tus pensamientos
–aves en dulce selva sometidas–,
donde mis labios buscan el milagro,
ahí estará mi fuerza.
Ahí estará el dolor de mi presencia:
al pie de tu dominio y tu pureza,
sin más aroma que el júbilo
y una medalla de aire,
palpitante, como el fuego
de una lágrima viva.
Crece la hierba, el río,
y el ala de la garza
es la mano de Dios que se despide.
Crece el amor en invisible grito
(quemante, activa espada),
y el corazón despierta
como herido de muerte.
Doblo la lenta hoja del silencio
y te apareces tú, página y perla,
con el cabello al viento
y una cierta sonrisa de alta luna.
Suave y veloz, como el aire de junio,
beso tu cabellera de diamantes,
el tesoro escondido de tu sueño,
y digo adiós a la violencia
para gozar tu paz,
tu dulce, tu gloriosa geografía,
por siempre detenido,
por siempre enamorado.
1957

Efraín Huerta (1914-1982)
Poesía completa
Edición a cargo de Martí Soler
Prólogo de David Huerta
Fondo de Cultura Económica,
México, 1988

Miércoles

Retrato de invierno con fondo líquido

1
Un ángel anida tiempo entre sus vértebras. Más allá de la raíz es iceberg soñando plagas transparentes –alcanfor y pangea glauca–. Obedece al instinto de la piedra: atravesar el corazón del relámpago.
(La primera nevada parió un ángel sombrío.)

2
Fuertes tormentas lo franquean. No es sangre, nunca nieve. Al escupir heridas en abismo, no distingue el mate de los pájaros. Oscuridad atraviesa su garganta. Ahí, cardenal y cuervo son témpano y saliva.
(Las pesadillas son helechos quemados por el aire.)

3
Siamés y guía. Al transpirar el firme desvelo decide nunca dormir. En su pecho el viento no descansa.
(Llora nieve negra cuarteada por las sombras.)

4
Eucalipto alrededor de la pupila, sus lágrimas nacieron hace cuatro mil millones de años. Las aspas eran su espalda al derivar. Lleva tormentas en los hombros.
(Su asma es tumba sin aire.)

5
El ángel conoce los rostros de la tundra. Recoge arcilla del volcán, la mezcla con su barba. El ángel es mineral nómada.
(Eructa rocas y suda avalanchas.)

6
Mazuria –noroeste de Polonia– tiene numerosos lagos. Brotaron después del último glaciar. La clepsidra los nace como polvo de algodón. El ángel es un péndulo de lluvia. Viejo lagrimal de tizne.
(Laberinto de su propio deshielo, suspende su destino al azar.)

7
Pequeñas hendiduras, filo de latidos, fiordos en la espalda del sueño. Alcalina polución es su memoria.
(“Más adelante,/ alguien aún más silencioso/ pisa la hierba/ sin curvarla.// De pronto,/ en medio de este silencio/ parece posible/ simplemente vivir en la tierra.”1

Armando Salgado (1985)
Relámpago molido
Mantis Editores / Luis Armenta
Malpica. Guadalajara, 2016

Jueves

Vehemencia

¡Celebrar el rito del mar ola tras ola
diluir las páginas inconclusas
los pensamientos anfibios
las horas lánguidas en la danza!
Los amantes habitan sus cuerpos como una premonición
La distancia despliega angustia en el intento
Una línea, un verso, el cuento desafortunado
mal creados sin la musa, ni agua ni cielo
destruyen la complicidad más ansiada que el amor
Los amantes viven malheridos noches afiebradas
Ese tálamo ritual impedido por los muros que limitan las ciudades
En la lejanía se encuentran suspendidos de una a otra orilla
consternados y en celo.

Elizabeth Cazessús (1960)
No es mentira este paraíso
Centro Cultural Tijuana / Conaculta
Tijuana, 2009

Viernes

3
Encaramada
sobre la lenta escalera de piedra
la sala de costura
suspendida entre canteros
y la máquina de coser enhebrando
vainillas, bordes, brotes
ordenando racimos
cultivando su jardín
ensimismada
la busco
y ya no está allí
levantó vuelo
quizá en el campo entre hojas de lluvia
y pájaros rotos
corriendo sobre los charcos
y las piedras
ahora saltamontes
ahora perro
galopando sin bridas
hasta desnucarse.

4
Decía las palabras
las pronunciaba
rescatándolas de algún fondo
de su océano profundo
las decía
sin saberlas
ignorando el trazo
que levanta el árbol
y construye el bosque
y arde
de pájaros
me iluminaban las palabras
rotas
y en sus trozos me miraba
a veces
cob alas
y máscara
intuyendo lo oscuro
ebria
de felicidad pura.

5
Como esas lilas
al borde del acantilado
plenas de sol
y prontas a despeñarse
los viajeros
en los días irisados
detenidos
en la estela de agua
que los prolonga
y arrebata.

María Soledad Quiroga Trigo (1957)
Seis poetas bolivianos
Benjamín Chávez (comp.) Festival
Internacional de Poesía de Bolivia
Ediciones Caletita, Monterrey, 2016

Sábado

Para un mordisco

Propio camaleón de otros cielos mejores,
a cada nueva aurora mudaba de colores.
Así es que prefiriera a su rubor primero
el tizne que el oficio deja en el carbonero.
Quiero decir (me explico): la mudanza fue tal,
que iba del rojo al negro lo mismo que Stendhal.
Luego, un temblor de púrpura casi cardenalicio
(que viene a ser también el tizne de otro oficio)
se quebró en malva y oro con bandas boreales,
que ni el disco de Newton exhibe otras iguales.
Es muy de Juan Ramón esto de malvas y oros,
o del traje de luces de un matador de toros.
Y no sé si atreverme, en cosa tan sencilla,
a decir que hubo una “primavera amarilla”,
con unas vetas verdes, con unos jaspes grises
en olas circunflejas como en el mar de Ulises.
¡Ulises yo, que apenas de Caribdis a Escila
–de un vértice a un escollo– saciaba la pupila!
Porque como es efímero todo lo que es anhelo,
el color se evapora y otra vez sube al cielo,
y ya sabemos que poco a poco se va
aun la marca de fuego de la infidelidá.
Y se acabó la historia. –Tal era la mordida
que lucía en el anca mi querida.

Alfonso Reyes (1889-1959)
Obras completas
Tomo X, Constancia poética
Fondo de Cultura Económica
México, 1959

Domingo

Elegía

En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto
como el rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería.

Yo quiero ser, llorando, el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento,
a las desalentadas amapolas
daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.
Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
No hay extensión más grande que mi herida;
lloro mi desventura y sus conjuntos,
y siento más tu muerte que mi vida.
Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.
Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.
No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.
En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.
Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Volverás a mi huerto y a mi higuera:
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado.
A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero:
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández (1910-1942)
El rayo que no cesa
Héroe, Madrid, 1936


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