Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 10 de Junio de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Amo

amo tu euforia
tus pasos para desnudarte
en vez de sacarte la ropa
como un caballero armado
amo tus besos mojados
empapados chorreantes
tus labios abiertos
tu piel que se rompe
bajo el filo de mis dedos
amo la línea perfecta
de tu nuca
bajo la camisa medio planchada
tus pantalones (con el dinero del camión)
cayendo a tus pies
como si te desangraras
amo tus ojos volubles
que no se deciden entre el azul y el gris
tus manos frías de uñas cortas
tus desmayos y tus desmanes
sobre mi cuerpo tuyo
amo tu piel delatora
reventando en un placer
que acaba con el frío
tus pies descalzos
sobre la sábana blanca
amo tus desequilibrios
tus entregas a domicilio
y las entregas absolutas
que me hacen ver estrellas
ver volcanes en erupción donde sólo
estamos tú y yo
modestamente instalados
en un escenario más que acostumbrado
a nuestras batallas
amo tu cuerpo
tan limpio tan perfecto
tan desacostumbradamente eterno

Leticia Herrera (1960)
Sólo digan que fui. Antología provisional
La Tinta en el Espejo, Monterrey, 2011

Martes

Encuentro

Al abrir la puerta,
en la penumbra de la casa,
ese fantasma que te mira y se aleja.

Era la niebla que empañaba el brillo de mis ojos,
un hato de corderos despeñándose del sueño,
la mañana, el día, las brujas que incrustaban el
[azul de sus colmillos
hasta deambular sonámbulas por oscuros y
[diminutos campos de batalla…
Los güelfos vigilaban acechando como serpientes
[enroscadas los muslos de las vírgenes.
El día tras el resplandor del día bajo una lluvia
[que moja el pesado manto de las doncellas,
la mirada atenta de los muchachos.
Y todo esto en el centro mismo del mundo.
Nos vimos apenas un instante:
Halcones suspendidos sobre la presa del deseo.

José Javier Villarreal (1959)
Bíblica / Portuaria
Conarte / El Tucán de Virginia, México, 2011

Miércoles

Pido,

si es posible
si hay alguien detrás de esto
que me salve
que me saque de los supermercados
de las avenidas
de los bancos
de los sepulcros atestados de lodo
si alguien pudiera oír detrás de esto
que vayan a decirle
a los que esperan que esperen
a los que cantan que canten
a los que tengan que hundirse entre la herida
que apuren las explosiones de la lluvia
Lloro con las ambulancias encendidas
soy el muerto
el niño naciendo
el inmolado
el paramédico insomne que revisa las pulsaciones
en esta calle que no fue hecha para las emergencias.
Tengo el llanto de los padres, de los hijos,
de los huérfanos, de los abandonados
me aterra ser despertado a medianoche
porque golpean la puerta y entra un hombre
y dice: tuvo suficiente
y no sea yo, sino otro
el que me lleve a cuestas.
Huesos enterrados en el fondo del cielo
eso somos.
Acude a mí la nada.
¿Pero qué acude?
Mujeres desparramadas en el suelo de mi habitación
mirando de cerca todas las tragedias que me forman
pozos, heridas, ojos que no cierran la ventana.
Ah, si tan sólo pudiera, si tan sólo supiera ser poeta
tendría ante mí todas las palabras para callarme
pero no sé, pero no las tengo
y me invento a mí mismo penetrando
a la nostalgia como a una amiga cercana
o sentado a la orilla del tiempo
viendo deambular a toda mi generación
entre whatsapps y suicidios.

Alessander Segovia Haas (1992)
Parkour pop.ético (o cómo saltar las bardas hacia el poema)
Armando Salgado y José Agustín Solórzano
SEP Dirección General de Educación Superior
para Profesionales de la Educación, México, 2017

Jueves

Ajedrez

Para Dinora Cardoso

I
Tu boca
herida perfecta,
cicatrizó en mis labios.

II
El sol se miró en el espejo
y se quebró en astillas,
sin quererlo
se alojó en los ojos del deseo.
¿Eso eres tú?

III
Cerré la mano
para acariciar
la mariposa.
Cuando la abrí
colores pulverizados
iluminaron el azar.

León Guillermo Gutiérrez (1955)
Los dardos de Dios
Malinalco, Toluca, 1996

Viernes

LXI

mariana la mora se ha traído
(ambrosías de la diosa:
chocolates
en caja de oros éxtasis delirio
cobertura de nueces
centros líquidos
trufas de iluminar
danzo y silbo:
la sibila despierta
–otra vez niño
la profecía entre dientes
no comparto
cacahuates suplican las ardillas
allá van cola parada rumbo
al nido
aplaudo aplaudo)
mariana la mora vino muda
me mira nos miramos
muda a la hoja mora lágrima

Estela Alicia López Lomas (1944)
El último monolito de la noche
Cecut, Tijuana, 2004

Sábado

Ensueños

Eco sin voz que conduce
el huracán que se aleja,
ola que vaga refleja
a la estrella que reluce;
recuerdo que me seduce
con engaños de alegría;
amorosa melodía
vibrando de tierno llanto,
¿qué dices a mi quebranto,
qué me quieres, quién te envía?
Tiende su ala el pensamiento
buscando una sombra amiga,
y se rinde de fatiga
en los mares del tormento;
de pronto florido asiento
ve que en la orilla aparece,
y cuando ya desfallece
y más se acerca y lo alcanza,
ve que su hermosa esperanza
es nube que desaparece.
Rayo de sol que se adhiere
a una gota pasajera,
que un punto luce hechicera
y al tocar la sombra muere.
Dulce memoria que hiere
con los recuerdos de un cielo,
murmurios de un arroyuelo
que inaccesible hondure
brinda al sediento frescura
con imposible consuelo,
en inquietud, como el mar,
y sin dejar de sufrir,
ni es mi descanso dormir,
ni me consuela llorar.
En vano quiero ocultar
lo que el pecho infeliz siente;
tras cada sueño aparente,
tras cada mentida calma,
hay más sombras en el alma,
más arrugas en la frente.
Si vienen tras este empeño
en que tan doliente gimo
la esperanza de un arrimo,
de un halago en un ensueño,
si de mí no siendo dueño
sonreír grato me veis,
os ruego que recordéis
que estoy de dolor rendido…
Pasad… dejadme dormido…
Pasad… ¡no me despertéis!

Guillermo Prieto (1818-1897)
Poesía mexicana I, 1810-1914
Introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco
Promexa, México, 1979

Domingo

–Pobre país que tiene todavía que aceptar bandidos, asesinos, sinvergüenzas en esfuerzos positivos de interés nacional y concederles hasta puestos de dirección, de elección, para sobrellevarlos, para neutralizarlos, para aprovecharlos, cuántas veces ha sido regidor y diputado este talamontes, y cuántas veces el Gobierno ha tenido que depositar confianza y convertir en sus agentes a cada una de las fieras que nos rodean, que a estas horas, sin dormir, maquinarán el modo de aprovecharme y liquidarme, para alzarse con el santo y la limosna, para seguir siendo los amos indiscutibles que frenan el progreso del país en la medida de su personal enriquecimiento, y sobre todo, de su voluntad incontrastable […]; esa cara del famoso Sotero Castillo y ese cinismo risueño del Tuerto terrible; se sientan, alrededor de mí, como en torno de un conejillo; aventura atractiva junto al mar; mucho diera por compartirla mi amigo Diego Laínez, argumentista; mi amigo Diego Laínez y tantos otros que inventan a México desde sus oficinas, en sus conversaciones de café; mi amigo Diego Laínez ahora absorbido por la conquista de una esquiva casquivana; ese mundo brillante y falso en que ahora resplandece Claudia Capuleto, como antes, mucho antes, la Manzoni, la Aguglia, la Bernhardt; mundo vertical que baja a los más bajos barrios y se extiende horizontal hacia todos los apetitos; el mundo de los ideólogos y de los arbitristas, en teatros y recepciones; acá, acá la fuerza, la verdad soterrada en violencia y abusos; pero al fin la verdad y el porvenir; buen provecho les haría conocer este submundo en que como allá las fieras se disfrazan de ovejas; pero la naturaleza late con acordes imponentes, y jadea en espera de hombres que luchen y la desembaracen de fieras […]; después de todo ¿pudieron ser de otro modo los conquistadores? No serán alegadores de café que componen el mundo en tres patadas quienes puedan venir a estas tierras; eran así los conquistadores y de ellos se valieron los reyes; ladrones, asesinos, sinvergüenzas; rico país que puede contar con esta gente y lanzarla al futuro; aquéllos también hablaban de alzarse con la tierra, y lo que hicieron fue labrarla para su Rey y Señor; pobre país el que no sepa aprovechar la fuerza primitiva de los desalmados y meterlos en cintura.

Agustín Yáñez (1904-1980)
La tierra pródiga
Fondo de Cultura Económica, México, 1960


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