Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 01 de Abril de 2018
Por: Noticias

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

 

Lunes

Lied de la noche

La nuit vient sur un char

conduit par le silence

Lafontaine

 

Y, de repente,

llega la noche

como un aceite

de silencio y pena.

A su corriente me rindo

armado apenas

con la precaria red

de truncados recuerdos y nostalgias

que siguen insistiendo

en recobrar el perdido

territorio de su reino.

Como ebrios anzuelos

giran en la noche

nombres, quintas,

ciertas esquinas y plazas,

alcobas de la infancia,

rostros del colegio,

potreros, ríos

y muchachas

giran en vano

en el fresco silencio de la noche

y nadie acude a su reclamo.

Quebrantado y vencido

me rescatan los primeros

ruidos del alba,

cotidianos e insípidos

como la rutina de los días

que no serán ya

la febril primavera

que un día nos prometimos.

 

Álvaro Mutis (1923-2013)

Material de lectura. Poesía moderna. 24

UNAM, México, s/f


Martes

La estrella

 

Todo está en calma.

La ciudad y su halo anaranjado

tiemblan ligeramente

cuando desde la peña los miramos.

Un mundo de cabezas descansa,

y los borrachos

con racimos dorados,

caras de dioses falsos

coronados por su propia ebriedad,

juntan angustia y gozo

en su fiesta nocturna.

El cansancio cubre los rescoldos del día

y todo se junta en una gran respiración.

Los cuerpos bajo las sábanas viven

y se buscan en las camas desiertas.

Un hombre que sueña nunca está solo,

lo acompañan fantasmas de todas las edades,

las figuras de todas las edades del mundo.

Al abrir la ventana

se aferra al último vestigio de la noche:

la estrella matutina.

Todo está en calma;

Sobre la gran cabeza brillan las estrellas;

en el cielo hay caminos,

y esta noche todos tenemos alas.

 

Hugo Gutiérrez Vega (1934-2015)

Material de lectura. Poesía moderna. 91

UNAM, México, s/f


Miércoles

Lo mío

 

I

Y lo mío me espera tan lejos de nosotros

que nunca volveré a su dulzura intacta.

Quiero morirme un día soñando con mis cosas

y con ese amor tuyo que no me las dará.

Si te tuviese entero no tendría tampoco

esa dicha absoluta que mi demencia exige;

y si vuelvo a lo mío sin ti, ¿cómo sentirme

total, y realizada, en beatitud perfecta?

Mi deseo clavado en doble cruz de afanes

se distiende y disloca entre rumbos contrarios.

¡Qué fatigoso andar y desandar sin tino

de cien vías opuestas cuyo término falla!

A tu lado me duele la ausencia de mí misma,

esa absorción en ti que me hace vulnerable

solamente a lo tuyo y me impide el retorno

a lo que me quitaste; la entraña de mi entraña.

De ti a mí una ruta que alargas cada día;

de lo mío hasta mí, una senda en el mar.

Desde esta cruz de afanes, voy renunciando a todo.

¿Se abre acaso la aurora de mi resurrección?

 

II

C’est chez nous ou il n’y a plus personne.

Rainer Maria Rilke

Nadie ya. Ni una sola presencia que atenúe

la orfandad sin alivio de los lechos,

ni el solitario asombro de las cosas

que ningún roce familiar constriñe.

Sólo pisadas muertas que la inquietud no atisba

con el ávido afán del amor vigilante,

y roces de otros tiempos que amarillean, pálidos,

entre las vibraciones de un eco indefinido.

Lo nuestro sin nosotros, sobrevive a la ausencia

y resucita, fiel, ademanes antiguos,

contactos ya dispersos en los que brotan ágiles,

fervores renovados, latidos aún en ascuas.

No hay nadie, pero todos volvemos allí mismo.

¡Permanencia inmutable que burla la distancia

y mantiene a través de un remoto pasado

un hábito de vida! ¡Eternidad, memoria…!

 

III

Cada vez más sola, cada vez más mía.

¿Para qué nos sirven báculos y estrellas?

Hay nubes que ocultan la luz más brillante

y vientos que quiebran el tronco más recio.

Cada vez más honda. Cada vez más firme.

Que los otros anden sin rumbo ni meta.

Yo marcho en silencio, hacia mí, hacia todo.

Y mi voluntad abarca el espacio.

¡Caminos del mundo! Qué ancho refugio

para el que los cruza sin ansias ni miedo,

para el que ya sabe dominar sus pasos

y no se detiene en fútiles huellas.

Para el que acaricia en todas las rutas

la ruta esencial, raíz verdadera,

la senda remota que allá en lo profundo

encauza y sostiene la llama del ser.

Cada vez más sola. Cada vez más rica

de ausencia y desdenes, y nobles olvidos.

¡Con qué amplio gesto recorre la tierra

el que nada quiere y todo lo dio!

 

Ernestina de Champourcin (1905-1999)

Rueca, Primavera 1942 México

Año 1, número 2, pp. 96-99


Jueves

Mi Cristo de cobre

 

Quiero un lecho raído, burdo, austero

del hospital más pobre; quiero una

alondra que me cante en el alero;

y si es tal mi fortuna

que sea noche lunar la en que me muero,

entonces, oíd bien qué es lo que quiero:

quiero un rayo de luna

pálido, sutilísimo, ligero…

De esa luz quiero yo; de otra, ninguna.

Como el último pobre vergonzante,

quiero un lecho raído

en algún hospital desconocido

y algún Cristo de cobre agonizante

y una tremenda inmensidad de olvido

que, al tiempo de sentir que me he partido,

cojan la luz y vayan por delante.

Con eso soy feliz. Nada más pido.

¿Para qué más fortuna

que mi lecho de pobre,

y mi rayo de luna,

y mi alondra y mi alero,

y mi cristo de cobre,

que ha de ser lo primero…?

Con toda esa fortuna

y con mi atroz inmensidad de olvido,

contento moriré; nada más pido.

 

Alfredo R. Placencia (1875-1930)

Otro Adán expulsado

Material de lectura. Poesía moderna. 54

UNAM, México, s/f


Viernes

Cuarta anunciación

 

Recordando a Milosz

en el Café del Gringo,

mientras bebo un espreso

y fumo un Delicado,

contemplo como él

sus torsos, sus escotes,

los pies en las sandalias,

el resplandor desnudo de sus muslos.

“Ya no estás en edad,

pinche viejo chirrisco”,

resuena en mis adentros

la voz de una muchacha

que desdeñó a un amigo,

y, sin embargo, en el Café del Gringo,

no hago otra cosa que lo que siempre he hecho

cuando a mis siete años

el cuerpo de María,

la espiga de su piel

se enredó con mis ojos.

Desde entonces soy eso;

una extraña pregunta

ante el decir oscuro de sus hombros desnudos,

de sus labios sin tiempo,

de sus pies que equilibran,

entre el cielo y la tierra,

el resplandor exacto de su vientre

y me hacen amar todo:

una desgarradura

–mitad contemplación

y mitad apetito–

ante el blanco estupor de una puerta entreabierta.

Yo sé que cuando muera

–lo sabía Milosz ese día en Mineápolis–

por fin habré entrado

y libre de estos huesos

que desean y duelen,

tocado en el vacío,

contemplaré en mi carne

lo que ellas balbucen en el Café del Gringo,

y sentiré sus hombros,

el sabor de sus labios,

el gozo de sus pies sobre sandalias,

el cobalto del cielo,

el sol, la arena, el agua,

lo que he amado del mundo por María.

 

Javier Sicilia (1956)

Vestigios

Era, México, 2013


Sábado

Los 5 sentidos

 

1

En el telar de la lluvia

tejieron la enredadera

–¡madreselva, blanca y rubia!–

de tu cabellera negra.

2

¡Si el picaflor conociera

a lo que tu boca sabe!

3

Iluminados y oscuros

capulines de tus ojos,

como el agua de los pozos

copian luceros ilusos.

4

Cuando te toco parece

que el mundo a mí se confía

porque en tu cuerpo amanece,

desnudo pétalo, el día.

5

Por tu voz de mañanitas

he sabido despertar

de la realidad al sueño,

del sueño a la realidad.

 

Bernardo Ortiz de Montellano (1899-1949)

Material de lectura. Poesía moderna. 58

UNAM, México, s/f


Domingo

Canto a la primavera

 

La primavera nace

de no sabremos nunca

qué secretas regiones

de la tierra sumisa,

del mar inacabable,

del infinito cielo.

La primavera sube

de la tierra. Es el sueño,

el misterioso sueño

de la tierra dormida,

fatigada y herida.

El sueño en el que todo

lo que la tierra encierra,

desde el profundo olvido,

desde la muerte misma,

germina o se despierta

y regresa a la vida.

¡La primavera sube de la tierra!

La primavera llega

del mar. Es una ola

confundida entre todas, ignorada,

perdida sin saberlo

como un niño desnudo entre las olas,

cayendo y levantándose desnuda,

entre las olas grandes,

entre las incansables

eternas olas altas.

¡Porque la primavera es una ola!

La primavera surge

del cielo. Es una nube

silenciosa y delgada,

la más pálida y niña.

Nadie la mira alzarse,

pero ella crece y sube

a los hombros del viento,

y llega, inesperada.

¡Porque la primavera es una nube!

La primavera surge, llega y sube

y es el sueño y la ola y es la nube.

Pero también la primavera nace

de pronto en nuestro cuerpo,

filtrando su inasible,

su misteriosa savia

en cada débil rama

del árbol de los nervios;

mezclando su invisible

y renovada linfa

a nuestra sangre antigua.

¡Y enciende las mejillas,

y abrillanta los ojos fatigados,

da calor a las yemas de los dedos

y despierta la sed de nuestros labios!

Decimos en silencio

o en voz alta, de pronto, “Primavera”,

y algo nace o germina

o tiembla o se despierta.

Magia de la palabra:

primavera, sonrisa,

promesa y esperanza.

Porque la primavera es la sonrisa

y, también, la promesa y la esperanza.

La sonrisa del niño

que no comprende al mundo

y que lo encuentra hermoso;

¡del niño que no sabe todavía!

La promesa de dicha

murmurada al oído,

la promesa que aviva

los ojos y los labios;

¡qué importa que no llegue

a cumplirse algún día!

La trémula esperanza,

la confiada esperanza que no sabe

que alimenta la angustia

y aplaza el desengaño:

¡el frío desengaño

que vendrá inevitable!

Porque la primavera

es ante todo la verdad primera,

la verdad que se asoma

sin ruido, en un momento,

la que al fin nos parece

que va a durar, eterna,

la que desaparece

sin dejar otra huella

que la que deja el ala

de un pájaro en el viento.

 

Xavier Villaurrutia (1903-1950)

Poesía y teatro completos

FCE, México, 1953


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