Miércoles, 10 de Abril de 2013

Ceremonia de ingreso de don Raúl Arístides Pérez Aguilar a la Academia Mexicana de la Lengua

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Discurso de ingreso:
México, el Caribe y Yucatán en Quintana Roo: expresiones de herencia e identidad

Señoras y señores académicos.
Amigos e invitados especiales.
Gran familia que me acompaña.
Comunidad quintanarroense:

Sirva esta ocasión de contento para expresar a los miembros de la Academia Mexicana de la Lengua mi sincera gratitud por permitirme formar parte de esta corporación, específicamente en la red de miembros correspondientes que, desde hace varios años, ella ha extendido en nuestro México con objetivos y propuestas acordes con su misión y visión institucionales.

Sirva también para agradecer a la Universidad de Quintana Roo, mi casa por más de dos décadas, los apoyos y encomiendas que he recibido de ella y que he podido cristalizar en las aulas y en los diversos terrenos en los que la sociedad me ha dejado aposentar y poner en práctica, con objeto de contribuir al estudio y desarrollo de nuestra identidad, mis proyectos y los productos de los mismos.

Y mi familia no puede estar ajena a estos agradecimientos, pues ella toda ha contribuido de manera directa en todos mis quehaceres y ha sido, desde siempre, mi estímulo y serena motivación para encauzar mis pasos cuando me he llegado a desubicar.

No estaría completo este panorama sin hacer mención a los quintanarroenses quienes, desde sus nichos y conocimientos, han encaminado mis tareas y orientado, con sus sabias explicaciones, gran parte de lo que he escrito e investigado sobre nuestro pueblo amigo de toda esta frontera caribeña, gran receptor de migrantes, gente trabajadora y heredero de una enorme tradición indígena. Del mismo modo, extiendo estas palabras de gratitud a la Dra. Concepción Company quien con sus sabias reflexiones hará más gratos estos momentos al darme la bienvenida a esta magna institución. Muchas gracias, estimada amiga y colega.

El sábado 24 de septiembre de 2011, el gran escritor y mejor amigo Hernán Lara Zavala me envió un correo electrónico en el que me comentaba haber tenido una conversación con don Gonzalo Celorio en la que, no sé por qué, salí a relucir. En el mismo mensaje, Hernán le echó unas flores a mi trabajo de investigación que, tal vez, nunca pensó lanzarlas. Lo sentí sincero. Me dijo que don Gonzalo le argumentó que sería bueno conocer mi Currículum Vitae, no sin antes anunciarle que Quintana Roo no tenía miembro correspondiente en la Academia.

Hernán adjuntó los datos de don Gonzalo, y de inmediato quise platicar con quien fuera en 1979 mi profesor de literatura iberoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Después de varios intentos lo pude lograr y saber que don Gonzalo ya tenía conocimiento de mi CV que había yo enviado apenas Hernán me dibujó la entrevista sostenida con nuestro Secretario. La verdad me emocioné durante esos 4 o 5 minutos que charlamos por teléfono. Luego de colgar, pensé en mis años de adolescencia en que supe, por primera vez, de la existencia de una Academia de la Lengua (supongo que se trataba de la Española), y ese recuerdo se hizo más grande cuando, días después de conocer la noticia que me envió don Gonzalo, mi amigo Humberto Vidal me dijo que una vez en la secundaria Adolfo López Mateos le comenté que algún día yo sería miembro de esa Academia recién descubierta por mí. La memoria es a veces traicionera, y por más que intenté rebobinar esa red de andamios eléctricos que me unen al pasado, no pude.

Días después, una voz de mujer me solicitó por teléfono mi CV, y presuroso cumplí con ella en espera de una respuesta favorable en febrero o marzo de 2012. Sin embargo las cosas se adelantaron. Gratísima fue la noche aquella del 24 de noviembre cuando en una carta, don Gonzalo Celorio me comunicaba que había sido nombrado miembro correspondiente de nuestra corporación en la ciudad de Chetumal.

De ahí pa’l real, como se dice coloquialmente, todo ha sido bañado con diferentes matices. He recibido reconocimientos que agradezco, pero lo que más me ha llenado de gusto y esperanza es haber sido detenido en varias ocasiones por gente que no conozco y que, con ojos de sinceridad y palabras de gratitud, me ha demostrado su cariño y pasión por esta tierra fronteriza, de azarosas ceremonias fundacionales y singulares tradiciones.

Yo, como ellos, profeso idénticos sentimientos. Y por eso regresé a esta costa llana, y me prometí llevar a cabo un registro del habla de mis paisanos. Para lograrlo, hube de retomar el pequeño bosquejo que un día de 1982 le presentara al maestro Antonio Alcalá Alba (†) como proyecto de tesis de licenciatura y cuyo título era más o menos así: “El habla de Chetumal: fonética, gramática y léxico”. Recuerdo que, después de leerlo, me dijo: “Está bien, pero déjelo para su tesis doctoral”. Ese augurio o deseo feliz se cumplió, pues la misma idea original y proyecto, un poco transformado y ya concluido, fue defendido por mí en 2000 frente al sínodo conformado por Juan M. Lope Blanch (†) quien fue mi director, Ramón Arzápalo, Sergio Bogard, Juan López Chávez (mi profesor de fonética y fonología en 1978) y Beatriz Arias. La promesa, que fragué en este territorio poco después de mi regreso a finales de 1992, parecía cumplida, el reto alcanzado. Y, si ustedes me lo permiten, quisiera desmenuzar algunas de mis conclusiones en las páginas que siguen.

LÉXICO USUAL

Muchos de los primeros habitantes de Chetumal llegaron de los pueblos beliceños a tomar posesión de una tierra que, por tradición más que por ley, había pertenecido a sus antepasados. De Sarteneja, Consejo, Corozal, Xaibé, San Joaquín y de otros más salieron llevándose consigo lo necesario, aunque algunos embarcaron casas completas y curvatos1 que luego ensamblaron cerca de la rada, de este lado del río Hondo y dieron a este suelo una apariencia gemela a la otrora Honduras Británicas. Mis padres llegaron hacia 1950 en busca de una mejor vida, él de Corozal, ella de San Román, encaramaron su amor y levantaron una casa que todavía mira de frente al mar en flagrante reto.

Y de su lengua española y su habla criolla recibí mi bautizo lingüístico en esa casa de Punta Estrella: palabras como rag,2 white shoesqueque,3 fried jakc4 y otras más se regodearon en mis descansos y mis juegos junto al descomunal léxico hispánico. Recuerdo que una vez en la primaria, un profesor me tachó la palabra té porque la había escrito tea; le pregunté que por qué me la había tachado, y me dijo que tea era inglés y en México se hablaba español. En ese momento, supe la diferencia ortográfica; esta situación se debía a que yo leía tea y decía té pues así estaba escrita la palabra en el empaque del té negro inglés que en mi casa se consumía a diario.

Al jugar canicas, decía gosiáf antes de que mi contrincante dijera lips, para que no repitiera el mal tiro que había hecho y se tuviera que esperar a que yo hiciera el mío; cuando alguna niña me gustaba y quería que se fijara en mí había que hacer shoaf5 delante de ella mostrando mis habilidades en el futbol (que nunca fueron sobresalientes), o en el peor de los casos recitarle un poema con ademanes estudiados y nada espontáneos, o jugar yácses,6 que no es juego propio de varones, sólo por estar junto a ella. Yo prefería la timbomba,7 la pescapesca 8 o la buscabusca9.

En el futbol, varias veces me abombillaron,10 y muchas otras hice lo propio, di varios cholazos para despejar el peligro de mi portería (era yo defensa), y otras tantas me pasó la pelota entre las mecas. Hasta le fecha, cuando puedo, lo practico con mis amigos. Ya no ganamos o perdemos por forfit11 porque sólo es un moloch,12 y aunque no estemos completos, jugamos. El chiste es divertirse. Y como ahora me gusta ir a la delantera, me cuido de no caer en off side.13

De las manos de mi madre salían manjares y de sus labios el aderezo de esos nombres raros. La mezcla de culturas en aquella mesa era evidente pues estaban desde el frijol con puerco, el makkum,14 los kodzitos,15 los papadzules,16 los penchuques,17 el makal18 hervido y los vaporcitos de xpelón19 yucatecos, hasta el ajiaco20 y el ceré21 caribeños, y el salad22 el domplín23 y el rice and beans24de Belice. Al final, ella tejía con su ingenio mestizo todos los ingredientes exactos y coronaba el ágape con postres como arepas,25 buñuelos26 o torrejas.27

En la zapatería “La Victoria” una vez nos compró calzado a todos, y aunque los vio medio biriches,28 los pagó sin imaginar que los suyos, antes de alcanzar los cien metros de caminata, la obligarían a regresar a la casa, ponerlos en el bote de basura, calzarse otros y llevarnos al cine para ver una película de vampiros con Santo, El enmascarado de Plata.

Recuerdo también que nos mandaba a peluquearnos con don Pilar, en Barrio Bravo, un señor que nunca nos dejaba blanquizales29 porque nos colizaeba30 y sólo nos dejaba un potito31 al frente; y mientras mi hermano se dejaba cortar el cabello, yo jugaba con los nietos de aquel buen hombre con mis bongolonas32 y mis ojos de gato que casi nunca salían de las bolsas de mis pantalones cortos o me dedicaba a contemplar a Bony, un mono negro que espantaba, sobre todo, al más pequeño de esos niños que de inmediato se ponía chechón,33 y junto a él, un perro malix34 a ladrar.

A veces, después de chapear35 el patio o la banqueta, nos íbamos a “La Forestal” a nadar, a ver a los bufeos o a pescar charales; nadie llevaba calzonera,36 la trusa o el pantalón corto servían como tal. Otras, nos íbamos a bajar uvas de playa, ciruelas tsiponas37 o mangos verdes para hacer mataburro.38 La naturaleza pródiga nos proveía de nuestras golosinas con sólo estirar la mano, aunque a veces lo hacía Chacal, un chico del barrio que vendía ponteduro39 o La gata, un cancalaz,40 hoy algunas personas le llaman gay, aunque la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha prohibido recientemente usar maricón o puñal, bien mamado que pregonaba patas,41 conchas, pan de levadura y budín de camote y de plátano por las tardes. Al suyo se unía, por las mañanas, el de un pescador que ofrecía, voz en cuello, macabí42 asado y liseta salada en aquellas calles sin pavimentar. El saspá43 y los saborines44 los comprábamos en la tienda del barrio, en tanto que los salbutes45 y los panuchos,46 en “El Merendero” nos esperaban todos los días.

Además de la pescapesca y la buscabusca ya mencionados, y que no tenían una temporada para jugarlos, los papagayos y el trompo sí la tenían; los primeros eran elevados desde febrero que es cuando el sueste invade Chetumal, y el otro, lo jugábamos cuando no hallábamos chilib47 para fabricar más. Desde el korox48 hasta el plumita,49 el trompo fue siempre una sana diversión de niños que habitaban una ciudad con dos cines que proyectaban, con notorio retraso, películas mexicanas como Las aventuras de las hermanas X con Dacia González y Kity de Hoyos, y extranjeras como el Manto sagrado con Richard Burton, una estación de radio que transmitía sus conocidas complacencias musicales y episodios de “Kalimán contra los hijos del sol”, y ningún televisor. Una ciudad de niños con una gran imaginación que se inventaban sus propios juegos: carrera de veleros de Punta Estrella al muelle, carreras de cochecitos de madera en el Parque de los caimanes, competencias de atletismo en plena calle cuyo único premio era una bien saboreada victoria o una gran moneda para la alcancía de la vanidad.

A veces en los corrillos nocturnos que hacíamos en el camellón del barrio, salían los aluxes50 y la xtabay,51 nadie quería irse solo a su casa y así permanecíamos achocados52 en un círculo que se hacía más y más pequeño. Una vez alguien contó la historia delhuaychivo53 y otro la del zizimite54 que nos plantaron de momento en una selva de grillos, zampopos55 gigantes, tolokes56 y tuchos.57 Mi hermanito58 se espantó de tal modo que esa noche durmió abrazado de mi madre.

Una tarde salí con un amigo en bicicleta, nuestro afán era descubrir hasta dónde los llevaría la avenida Héroes. Después de pedalear, llegamos a un crucero desde donde partía un camino largo y ancho de sascab:59 era el libramiento de la ciudad, hoy avenida Insurgentes. Al regresar, comimos en su casa y casi nos acabamos el tsapal60 de tortillas que su madre nos había puesto y la salsa tamulada,61 luego salimos a jugar a la calle. Ese domingo, después de gustar la tele un rato, nos fuimos a la Explanada a bailar regué y calipso. Yo no bebía, pero pude oír a varios hombres que pedían la hach62 y partían con su sirena del brazo.

Con la llegada de mis pantalones largos, las cosas empezaron a cambiar. La primera vez que fui chambelán en unos XV años, mi mamá prestó63 un flux64 brilloso y grande que sabiamente amoldó a mi escuálida figura; ese día limpié bien mis zapatos (ella les llamaba peclemes), pero una noche antes, los 29 que conformábamos el séquito de Leyla le llevamos asalto65 a una casa que todavía mira hacia el Monumento a la Patria.

En esa época aprendí a dar koyazos,66 a decir groserías entre el rebumbio67 del salón en la secundaria, a cazar chachalacas con tirahule,68 a llamar a las lesbianas y a los maricones tortilleras y cangrejos respectivamente, a dejar de lado el tajador69 porque ya escribía con pluma, y el tinjoroch,70 que dicho sea de paso, nunca le encontré el chiste, pero seguía siendo hochobero71 y un poco gandido,72 sobre todo con mi hermano menor, ya me juntaba con la broza para ir a los bailes que me dieron la oportunidad de ver lo amplio que suele ser el mundo si se tiene en frente y de la mano a una chica hermosa. Y seguía llamando tuch al tuchxic al xicxix al xixuix al uixtulix al tulixhombrera a la hombreranevado al nevadocuja a la cujatirahule al tirahule.

Sin embargo, llegó 1975 y con él mi partida hacia la ciudad de México que me enseñó muy pronto el luegoluego, el cámara, el ñero, el de volada, el balconear y el güey, entre otras delicias aderezadas con tlacoyomemelapambazo y huitlacoche y muchas sabores más. El mundo tomó otro carril, el tuch, la hombrera y el uix se me empezaron a olvidar entre los chiapanecos, veracruzanos, oaxaqueños, michoacanos, sinaloenses, tamaulipecos y guanajuatenses de la pensión de la colonia Roma en la que viví poco más de dos años, y lo mismo sucedió con el xic, el tulix, el xix, el tirahule, el nevado y la cuja entre mis compañeros chilangos de la preparatoria.

Recuerdo que un día fue a verme un amigo que acababa de llegar de Chetumal con un minúsculo contrato para boxear en una arena desconocida. En esa visita inesperada lo invité a comer en la pensión y allá, en pleno comedor le preguntó a un comensal: “Oye, ¿de qué te toca73 esa chava que se acaba de ir? Mi compañero de cuarto me vio, nos vio con cara de asombro, y entonces le traduje lo que Carlos le había preguntado. “Ah, respondió, no es nada mío, somos del mismo lugar, de San Luis Río Colorado”. Mi amigo fracasó, y hoy anda de martillo74 y con muchas bocas que mantener.

Esos contactos cotidianos con otras hablas hicieron que poco a poco mi léxico regional empezara a transformarse en otro más “entendible” y más eficiente, lograron, asimismo, que empezaran a diluirse esas palabras ya que sólo con mis hermanos, a veces, salían a relucir, y aunque nuestras charlas eran abundantes, me di cuenta de que lo mismo que estaba sucediendo conmigo les estaba ocurriendo a ellos dos. Ése era el precio que nos estaba cobrando la ciudad de México, un precio elevado sin duda porque nos estaba quitando parte de nuestra identidad provinciana, parte de nuestra manera de ver y de interpretar el mundo, parte de nuestros corazones que querían regresar al terruño, pero antes de hacerlo, tenían que obtener un título. Ya no decía tuch sino ombligo, el nevado fue sustituido por el betún, la hombrera por el gancho, el xic por el sobaco, el xix por los restos, el tirahule por la resortera, el tulix por la libélula, el uix por el orín o la meada y la cuja por la funda. Y así fui perdiendo mi léxico identitario en ese destierro voluntario. Pero nunca ha sido tarde para recobrarlo.

Los avatares que experimenté en esa hasta hoy bellísima ciudad son la base de todas las experiencias posteriores que he tenido en cualquier sitio. La conozco tanto como conozco Chetumal y le guardo un profundo respeto que atesoro como algo singular y único. No hay dos ciudades como ella. Fueron 18 años de ausencia de mi barrio, de mi casa y mi ciudad. Años en los que perdí completamente mi pronunciación yucateca y los hilos lexicales de la región en la que nací. Y no fue sino hasta 1992 en que, aposentado de nuevo en mi territorio, me he dado a la tarea de conocer más de cerca las ideas y los decires de mis paisanos.

La vuelta al terruño tuvo un significado inédito, pues no sólo era el hecho de haber regresado, sino que a esa nueva visión del retorno se adhería con fuerza una plaza obtenida en la Ciudad de México y que, a la postre, hizo unirme a nuevos amigos, a los fundadores de la Universidad de Quintana Roo, en ese entonces (1992) instalada en la avenida Lázaro Cárdenas y desde donde iban asentándose innovadores directrices en la enseñanza de las ciencias y las artes en nuestro estado.

Esta universidad con una exigua biblioteca, contados alumnos y profesores, pero tierra fértil abonada con esperanzas, planes y programas de estudio y fugaces rectorías, me arropó con una sinceridad particular y me hizo miembro de su Junta Directiva durante 6 años en los cuales pude vivir cercanamente las revoluciones pacíficas que suele tener una institución que poco a poco va dejando los pañales y los pantalones cortos para enfundarse en el traje de adultez que le quede a la medida.

En ese sitio, pude respirar de nuevo el aire de la bahía, recordar al viejo Jesús quien solía platicar con las estrellas que de cuando en cuando venían desde esa punta beliceña llamada Consejo a visitarlo en la esquina de las calles 5 de mayo y Carmen Ochoa de Merino, de acercarme a mi adolescencia con la mirada de un adulto recién desempacado de la tierra del pulque y del smog, de treparme de nuevo en el trajín de la lengua con sus bien cimentadas palabras y su alcahuetería íntima ante los extraños. Y entonces volví a ser yo. Y lo llegué a ser de tal modo que pude dar a la prensa una novela75 que no es otra cosa que segmentos de la vida de mi abuelo paterno nacido en Belice de padres yucatecos, novela que me devolvió a mis raíces y con ellas a la tierra de donde salieron mis padres para asentar su futuro en esta ciudad mexicana que mira al mar y que la selva recuerda.

He tratado de asomarme al mundo de palabras de los quintanarroenses para estudiarlas, para hallarles un origen y un asidero en la comunicación de todos los días y saber así cómo hablan, qué quieren decir, de qué manera expresan su molestia y su regocijo, qué comen, cómo planean su futuro y valoran su pasado. Mi estancia en la ciudad de México me dio las herramientas para poder diferenciar, en su habla, la articulación de una /b/ oclusiva de una /b/ fricativa, de encontrar ciertos sonidos vocálicos epentéticos en determinados segmentos enfáticos del discurso, de discriminar el buen o mal uso de un gerundio, entre otras cosas. Ellos amablemente han cooperado, han hablado conmigo, y al hacerlo, no sólo me han dado la oportunidad de analizar los matices de su habla sino de conocer sus planes y su pasado, su presente y sus sueños. Mi agradecimiento es poco si se compara con lo que me han entregado en esas charlas en sus casas, patios y oficinas.

Esos pormenores lingüísticos son muchos, como han podido apreciar en esta pequeña muestra lexical, y todos producen una mezcla singular en la que se entrelazan las culturas mexicana, beliceña, yucateca y caribeña. Y aunque en esta mezcla separe a Yucatán del resto de México, no es mi pretensión mostrar que es ajena a él, pero sí afirmar que los rasgos de la cultura yucateca son únicos, y a ella le debemos los quintanarroenses gran parte de la nuestra. Eso lo sabemos todos, y al que no le plazca estará pecando de altanero o de ignorante.

MORFOLOGÍA

Los rasgos morfológicos siguientes nos hacen diferentes frente a las hablas mexicanas, hablas igualmente ricas y eficaces, piezas de un gran tablero que se mueven con singular gracia. Menciono sólo unos cuantos.

La pluralización de <i, hace ratohace tiempo y enseguida parece ir en aumento en todos los sectores sociales (sobre todo ni modos) en los que no es raro escuchar:

“aunque la ciudad es un poco corrompida, pero ni modos tienen que salir porque tienen que estudiar.”

“y como le digo de lo que hablábamos no hace ratos de la educación…ahora si no tienes una computadora…”

“en las mañanas hay que ir en la escuela y luego ya ve que hace tiempos no se había cambiado lo que es la escuela…”

“se cayó la carabina y cuando disparó la carabina enseguidas en su corazón de él en que se inclinó a verlo…”

Las formas mal apenas ‘apenas’ y pa sabio ‘para saber’ son casi exclusivas del sector menos escolarizado en el que también afloran con singular frecuencia váyamoshaigacatálagopiedrada y coza.

FONÉTICA

En el terreno fonético, nuestra habla se encuentra emparentada muy cercanamente con la yucateca. Esto puede verse en:

  • Aparición de cortes glóticos cuyo origen se encuentra en la lengua maya: [no?úbo].
  • Aparición de articulaciones glotales de los fonemas /p/, /t/ y /k/: [otélmark’és].
  • Realizaciones oclusivas de /b/, /d/ y /g/ en posición intervocálica en que la norma hispánica las realiza como fricativas: [loísoadréde].
  • Polimorfismo de /r/ y /r/ en posición implosiva que incluye una articulación retrofleja: [kartón].
  • Realización bilabial de /n/ final ante pausa: [siklóm]
  • Palatalización de /n/ ante /j/: [kiñéntos].
  • Desdoblamiento de /ñ/ en /nj/: [kompanía].

Indudablemente también se hallan presentes otros rasgos que aparecen en las hablas de otras latitudes y que también suelen aparecer en el español yucateco:

  • Velarización de /n/ final.
  • Aspiración de /x/.
  • Conservación de /s/ final.
  • Abertura de /y/.

Vuelvo al léxico sin entrometer mis recuerdos y andadas porque es la capa lingüística que más nos identifica: anolar,76 apesgar,77 bacalear,78 limpia,79 bratacócora,80 chicolear,81 dolama,82 ensuciar,83 gastada,84 lapo,85 menuza,86 provocado,87 rejalar,88 wiro,89 zuncho90 y muchas más poseen ese raigambre coloquial y popular que nos permite comunicarnos todos los días. Algunas van en franco retroceso: el caso de brata ‘pilón’, tan usado en los años sesenta y hoy apenas oído gracias a una campaña de Televisa en los años ochentas, es un claro ejemplo de mortandad; sin embargo, hay muchas otras que siguen gozando de una vitalidad evidente y que la seguirán teniendo si las usamos y no las guardamos como yo lo hice alguna vez por obligadas razones.

LÉXICO CHICLERO

De los chicleros, que dieron a Quintana Roo felices exportaciones de resina y más sonadas fiestas de cantina, he recogido un lexicón que estaba dormido en la memoria de esos hombres rudos. De las palabras usadas por ellos, muchas han sido tomadas de la gran tradición hispánica y mexicana: chiclearriasámagozapote, y aunque ellos mismos hayan llegado a la creación de otras tantas siguiendo los modelos de la norma hispánica, éstas parecen estar destinadas a seguir descansando en sus mentes, sean los casos de cocinadero ‘lugar donde se cuece el chicle’, chiclerada ’conjunto de chicleros’, shalbec ‘bolsa de lona que usa el chiclero para llevar su equipo de trabajo’, arrimadito ‘arco cuadrangular levantado en el monte, se cubre de huano y se usa para dormir’. Hoy ya no se va a chiclear caminando sino en vehículo motorizado y ello ha provocado que los caminos de herradura ya no se nombren así sino con los genéricos vereda, brecha o camino, pero ello no ha impedido que estos hombres sigan cantando como lo hicieron sus padres y abuelos:

Cuando salimos de Tuxpan
para esta tierra afamada,
qué gritería tan brusca
formaba la chiclerada.


LÉXICO MARINERO

Cuando tuve la oportunidad de acercarme a los pescadores con objeto de recopilar su léxico y frases de uso cotidiano, me sucedió algo semejante a lo que le ocurrió a Eugenio de Salazar y Alarcón durante un viaje de Canarias a La Española en 1537. Asienta en una carta: “Y no es de maravillar que yo sepa algo de esta lengua (la de los marineros) porque me he procurado ejercitar en ella, tanto que en todo lo que hablo se me va allá la mía…”91 porque, como él, aprendí en esa larga convivencia, que dama es un armazón en forma de U que, pegada a la borda, sirve de apoyo al remo sujetándolo para que no se salga al remar. Esta singular metáfora en que aparece la hembra abrazadora del remo que sería el macho y otras denominaciones marítimas me permitieron profundizar no sólo en sus significados sino rastrear su posible origen. Sólo daré algunos ejemplos.

Lebisa se le llama en Chetumal a una variedad de raya que posee una piel dura y rasposa y que, al secarse, adquiere todas las características de una lija, y precisamente se usa para lijar la madera, lo que ha dado el verbo lebisar, de uso marcadamente regional.

Lebisa es un antillanismo documentado ya por Friederici (1949) en las formas libuçalibusalebisalabusa y labuza con registros del padre Las casas: “es rayada la yuca en unos cueros de pescado como cazón, que los indios llaman libuça…” Esta misma cita la recoge Lope Blanch (1973) cuando habla de la suerte que corrieron los antillanismos marítimos en el siglo XVI en México, y dice que “de los ocho términos registrados, sólo uno ha caído en el olvido –libuza–“, afirmación no exacta, pues varias veces he escuchado lebisa, incluso en ámbitos no marineros sino familiares, lo que demuestra que la voz continúa teniendo una gran vitalidad en esta región caribeña.

En Cuba, Zayas (1931) dice que en 1798 todavía se empleaba en la isla la piel de lebisa para rayar la yuca, y que los indios decían libuça. Santamaría (1984) menciona que es un pez raro del Golfo de México y del Mar Caribe y que a veces se pronuncia lebisa o libisa.

No quisiera terminar este recorrido sin referirme al manatí, animal que ya no se pesca y explota en la bahía de Chetumal, declarada desde hace ya varios años como santuario natural de este mamífero.

La voz, según Lope Blanch (1979) era totalmente desconocida en México en 1979. Sin embargo, veo con gusto que en uno de los trabajos lexicográficos más recientes que se han hecho sobre el español mexicano sí figura.92

La primera descripción que de este animal nos ha llegado es la que transcribe Las Casas del Diario del primer viaje de Cristóbal Colón, descripción real y fantástica del almirante debida seguramente al deslumbramiento que le producía la belleza exótica de los lugares que iba descubriendo.

Más tarde, Pedro Mártir de Anglería,93 imbuido por la novedad y lo exótico, cuenta un episodio más novelesco que histórico cuyo protagonista no es ya la sirena de Colón, sino un pez monstruoso con características de buey, tortuga, elefante y delfín llamado manatí por los indígenas y denominado matum por el reyezuelo Caramatex, quien lo crió, y en cuyo estanque vivió 25 años.

Gonzalo Fernández de Oviedo proporciona en su obra mayor94 no sólo una descripción del animal, sino que, involucrándose en asuntos lingüísticos y oponiéndose a lo que Anglería aseguraba, cree que porque el animal tiene aletas que son como manos los cristianos le llamaron manatí; es decir, deriva manatí de mano. En otro de sus trabajos95 solamente se limita a describir las costumbres del animal y a decir: “creo que es uno de los mejores pescados del mundo en sabor, y el que más parece carne; y en tanta manera en la vista es próximo a la vaca.”

Cronistas posteriores, al conjeturar cuál sería el étimo latino, tejieron una cadena de errores cuyo resultado fue la acuñación de dos neologismos: mato y manato. Francisco López de Gómara, al resumir el episodio narrado por Anglería llega a pensar que matum era el acusativo latino de matus, por lo que escribió mato.96

Luego, Jerónimo de Huerta, siguiendo a Gómara y por analogía con lobato y ballenato –denominaciones de la cría del lobo y la ballena respectivamente–, logra la voz manato, que fue recogida por el Diccionario de Autoridades en su edición de 1734. La errónea denominación tuvo suerte pues aparece en la edición más reciente del DRAE, y como variante común en la obra de Santamaría (1942).

Sin embargo, Corominas (1980-1983) por un lado y Morínigo (1985) por el otro, han demostrado que no es posible que manatí tenga origen latino. El primero considera que es voz Caribe ante lo tardío de su testimonio más seguro (1535) en Fernández de Oviedo, el segundo vacila entre si es un préstamo del arahuaco o del Caribe.

Ante la duda de Morínigo, un importante documento de Raymond Breton publicado en 166597 registra una descripción del manatí en la isla Guadalupe, donde se hablaban dos lenguas indígenas: la de las mujeres, de origen arahuaco, y la de los hombres, de génesis caribe.98 Al examinar Arrom (1980) el tomo complementario del Dictionaire…, halló que ‘pecho’, ‘teta’ se decía manátir en la lengua de los hombres, y toüri en la de las mujeres. De esta importante pista, y después de consultar el texto de De Goeje (1928), Arrom comprueba que la palabra que designa al manatí en arahuaco es koiamoora o koymoro, y que, por consiguiente, manatí es voz extraña en esa lengua.

Además, Adam (1893) establece que en chaima ‘leche’ es manatí, y ‘teta’, ‘pecho’ manatir; en galibi manate-lé, en yao manati-i, en carima manaté, y en media docena más de lenguas caribes en las que la morfología y el significado de la palabra son muy semejantes. En adición a esto, Del Castillo (1977a) apunta que en arek, manatí significa ‘pechos’, ‘mamas’, en uaika manatí es ‘leche’, ‘savia’, y en pariri manari es ‘tetilla’.

Con estos datos, se puede concluir que manatí parece haber sido originalmente caribe,99 de ahí pasó al taíno y de éste al español. En cuanto al valor semántico de la voz, es lógico pensar que para el nativo americano el animal era ante todo un mamífero, pues las hembras amamantaban a sus crías con sus pechos. Al observar tal realidad, lo bautizó con la palabra exacta: manatí, forma que ha sobrevivido al influjo de voces hispánicas como lobo marino y vaca marina con las que convivió en un principio.

Es una voz común en la nómina pasiva de los indigenismos del español de Cuba y República Dominicana, en donde forma parte del léxico de la norma del nivel sociocultural alto, mientras que en Puerto Rico la conocen entre el 80 y el 90% de las personas encuestadas por López Morales (1992).

PALABRAS FINALES

Dicen que las palabras se las lleva el viento, pero tal vez no suceda del mismo modo en todas partes. Y permítaseme la metáfora. Los descomunales ciclones que han azotado las costas quintanarroenses no se las han llevado, y permanecen incólumes ante la realidad que nombran. Se necesitarían varios huracanes de turistas para que el habla de los cancunenses, cozumeleños y playenses, chetumaleños y carrilloportenses sufriera algún deterioro estructural. A aun si esto ocurriera, el español volvería a imponerse con un reflujo de mano de obra lingüística y proyectos de planificación de las lenguas maya y española que las asentarían de nuevo en los territorios ocupados. Tal vez, si esta situación aparece, sucedería algo muy semejante a la que ocurrió en Toledo en 1085 durante la Reconquista cuando el habla castellana fue imponiéndose poco a poco a los dialectos mozárabes que ahí tenían vida corriente. Creo que los ciclones naturales seguirán azotándonos, los culturales también, pero nunca pasarán de ser vientos arrachados que siempre se estrellarán con las montañas firmes de nuestra lengua española y dejarán, tal vez, sólo su eco. De nosotros depende.

Existe un léxico que, irremediablemente, he perdido por la edad y las circunstancias que me ha impuesto la vida. Ya no juego canicas, tampoco le doy al trompo ni a la timbomba, y sus aderezos lexicales: con subidas y bajadasagüitaaltasbajaspicsito rellenadolipsbongolonakorox y plumita se han ido diluyendo hasta hacerse casi nada. Sin embargo, espero que los niños los sigan utilizando después de un divertido entrenamiento y posterior y más feliz práctica.

Pero lo que sí puedo asegurar es que aquel acervo lexical que estuvo en desuso en la ciudad de México ha vuelto pleno y enriquecido, tal vez, con nuevos sesgos semánticos, producto de su actualización cotidiana. La naturaleza, las estructuras sociales, los defectos y las gracias, los planes y los recuerdos, los afectos y desdenes, todo lo que nos rodea lo he podido re-nombrar de nuevo con esas mismas palabras que dejé de utilizar a los 17 o 18 años. Y eso es ganancia. Una ganancia que no tiene precio, un sendero lingüístico por el que transito todos los días con quien desee acompañarme a recorrerlo.

Muchas gracias.
11 de abril de 2013.

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1 Tinaco grande hecho de madera usado para almacenar agua de lluvia.

2 Estropajo.

3 Panecillo redondo hecho con harina de trigo, polvo de hornear y sal o azúcar adornado con pequeños agujeros hechos con la punta de un tenedor.

4 Tortilla de harina cortada a la mitad y frita en aceite. Pueden ser dulces o saladas.

5 Coquetear con descaro.

6 El juego de matatena.

7 Juego que se practica con dos palos, uno que sirve como bate del otro más pequeño y con los extremos devastados; un equipo parte de una base en el suelo desde donde batea mientras el otro espera atrapar en el aire lo lanzado.

8 Juego de niños que consiste en que uno de los integrantes persigue a los demás hasta tocar a uno y convertirlo así en un nuevo perseguidor.

9 Juego infantil que consiste en que algunos niños se esconden mientras que otro, con los ojos cerrados, cuenta hasta cincuenta y uno y medio, y al terminar, empieza a buscarlos.

10 Pegar fuerte a una persona con la pelota.

11 Se refiere al equipo incompleto que por esa razón no puede jugar el partido.

12 Juego de futbol improvisado.

13 Hoy felizmente sustituido por fuera de lugar.

14 Guiso de pescado en trozos condimentado con achiote, jitomate, chile dulce, y cocido en olla de barro en cuyo fondo se colocan hojas de plátano.

15 Tortilla de maíz enrollada y frita, que suele rellenarse de pollo o carne de res o puerco y bañarse con salsa espesa de jitomate.

16 Platillo hecho con tortilla enrollada y empapada de salsa de pepita de la calabaza xcá, rellena de huevo cocido y bañada con la misma salsa y jitomate.

17 Tortilla gruesa de maíz cocida directamente en las brasas o en el comal.

18 Bulbo de pulpa blanca y gran sabor que se suele comer cocido y endulzado con miel (colocasia esculenta).

19 Frijol nuevo y tierno.

20 Guiso de arroz coloreado con azafrán al que suele agregarse caracol.

21 Caldo rojo de pescado, aderezado con leche de coco y plátano macho en trozos y con cáscara.

22 Ensalada preparada con papa, zanahoria, chícharos, mayonesa y leche Raimbow®.

23 Bolita o trozo de harina de trigo hervida en caldo de frijoles negros.

24 Platillo de arroz cocido con leche de coco, caldo y granos de frijoles bayos.

25 Tortilla pequeña, redonda y frita de maíz espolvoreada con azúcar.

26 Bola frita de harina de trigo, hueca y bañada con miel de abeja.

27 Postre frito en forma de cilindro hecho con plátano maduro, huevo, azúcar y harina.

28 Referido al objeto o cosa de mala calidad.

29 Parte del cuero cabelludo que es muy visible después de haberse cortado el pelo.

30 Pelar a rape la cabeza.

31 Copete.

32 Canica grande.

33 Llorón.

34 Referido al animal sin casta, corriente.

35 Limpiar de maleza y hierbas un terreno con el machete.

36 Traje de baño del varón.

37 Fruta henchida y carnosa, también es usado para referirse a la mujer de buenas formas sin huesos visibles.

38 Golosina hecha con agua, sal, trozos chile habanero y de mango verde.

39 Dulce duro de leche en forma de churro pequeño.

40 Hombre homosexual.

41 Pan de harina de trigo, largo y enrollado, relleno de queso y espolvoreado con azúcar.

42 Pez muy espinoso del Golfo de México y el Caribe.

43 Especie de nancen agrio que se prepara como golosina con agua, chile habanero, orégano y sal.

44 Barra de hielo de distintos sabores que se consume para refrescar y como golosina.

45 Tortilla suave y frita de maíz, aderezada con pollo deshebrado, cebolla morada, jitomate y lechuga.

46 Tortilla de maíz rellena en el hollejo de frijoles colados y refritos, y aderezada con pollo deshebrado, cebolla morada, jitomate y salsa de chile habanero.

47 Vara muy delgada extraída de la palmera.

48 Trompo cuyo giro es áspero e irregular.

49 Trompo cuyo giro es regular, sin alteraciones en el ritmo.

50 Duendecillos del monte.

51 Personaje mítico femenino, de gran belleza y maléfico que pierde a los hombres en el monte.

52 Referido a la persona que se halla apretada en algún sito estrecho.

53 Personaje mítico o brujo que suele tener la forma de un gran chivo negro y ojos rojos que asusta y come gallinas.

54 Personaje mítico, humanoide que tiene los pies al revés y con eso engaña a quien quiere rastrearlo.

55 Hormiga grande y roja que se alimenta del follaje de varias plantas.

56 Lagartija pequeña de color negro que anda en los arbustos y terrenos llanos.

57 Tipo de mono.

58 Hermanos de menor edad del que habla.

59 Tierra blanca de origen calizo empleada en la construcción.

60 Pila de cosas planas.

61 Aplastada con la mano o con el mortero.

62 Última bebida que se ha de tomar en ese sitio.

63 Pidió prestado.

64 Traje de dos piezas del varón.

65 Visita grupal, sorpresiva y nocturna que se hace para agasajar con música y bocadillos a alguna persona que cumple años.

66 Golpear bruscamente con el pulgar enhiesto el trasero de una persona con fines maliciosos.

67 Desorden, relajo.

68 Resortera.

69 Instrumento para afilar los lápices.

70 Juguete hecho con hoja de lata con dos agujeros en el centro por los que pasa un hilo que se enreda en los dedos, y que al girarlo se enrolla sobre sí mismo se estira y se encoge dándole velocidad a la hoja cuyo objetivo es cortar el hilo del contrincante.

71 Persona que mira la comida con la evidente intención de obtener la invitación a degustarla.

72 Persona avorazada en el consumo de comida y cuya pretensión es no compartirla con los demás.

73 Se usa para aludir a los lazos sanguíneos entre las personas.

74 Taxista que conduce un auto de alquiler sin ser dueño de él ni de las placas.

75 Esta novela lleva por título Nómadas del sur que bajo el de Los ecos nómadas obtuvo una mención de honor en el Premio Latinoamericano a Primera Novela Sergio Galindo en 2007 y fue publicada por la universidad Veracruzana al año siguiente.

76 Desleír lentamente en la boca algún dulce, caramelo, etc.

77 Hacer presión, con las manos o con los dedos, sobre algún objeto.

78 Acariciar, manosear y besarse las parejas con evidente urgencia sexual.

79 Tunda, cueriza.

80 Inquietud, nerviosismo, curiosidad que se experimenta ante una situación.

81 Agitar un líquido dentro de un recipiente tapado.

82 Padecimiento o dolencia de alguna enfermedad.

83 Evacuar el vientre.

84 Dinero que se le da al menor para que compre alimentos o golosinas en la escuela.

85 Bofetada.

86 Migaja de pan.

87 Persona con deseos de vomitar.

88 Cortar el trozo de carne para hacerlo más delgado y largo.

89 Persona sin abolengo ni casta.

90 Dulce esponjoso, con textura chiclosa en forma de cubo.

91 Ver Eugenio de Ochoa (ed.) en la bibliografía.

92 Me refiero al Diccionario del español de México dirigido por Luis Fernando Lara y publicado por El Colegio de México en 2010.

93 Sigo sus Décadas del Nuevo Mundo, Década 3a, libro VIII, con la traducción de Agustín Millares Carlo, México, Porrúa e Hijos, 1964.

94Historia general y natural de las Indias, aparecida en Sevilla en 1535.

95Sumario de la natural historia de las Indias. Sigo la edición de José Miranda, México, FCE, 1996, p. 259.

96Historia general de las Indias. Sigo la edición de Emiliano M Aguilera, Barcelona, Orbis, 1985, p. 65.

97Dictionaire caraibe-francaise, Auxerre, 1665, reimpresión Leipzig, 1900.

98 Esta situación es explicable si pensamos que en una época anterior a la conquista española, guerreros caribes de la Guayana (kaliñas o galibis) invadieron las Antillas Menores y se establecieron en ellas, dando muerte a los hombres y conservando a las mujeres, lo que debió producir inicialmente la coexistencia de dos léxicos, unos masculino de ascendencia Caribe y otro femenino, al parecer más abundante, de base arahuaca; aunque, obviamente, con el paso del tiempo, ambos sexos debían hacer un amplio uso de un vocabulario común. Esta situación de diferenciación sexual aún prevalecía a la llegada del padre Bretón a la isla a mediados del siglo XVII. (Véase Del Castillo, 1975:402).

99 Sala (1977) y su grupo de colaboradores comparten esta opinión.

 


Raúl Arístides Pérez Aguilar como miembro correspondiente en Chetumal, Quintana Roo por Concepción Company Company

Es un grato deber y un honor representar a la Academia Mexicana de la Lengua en este acto para dar la bienvenida a don Raúl Arístides Pérez Aguilar como miembro correspondiente en el estado de Quintana Roo. Es asimismo un placer y un honor en lo personal contestar su discurso de ingreso. Bienvenido a esta Corporación, que es ya tu casa académica, muy apreciado Raúl.

Raúl Arístides Pérez realizó una licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas, una maestría en Literatura Iberoamericana y un doctorado en Lingüística, grados todos obtenidos en la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. Es, por tanto, literato y lingüista de formación, y así lo refleja la práctica docente y el quehacer de investigación de nuestro nuevo miembro, ya que sus libros, abundantes artículos y ponencias en congresos se han movido por casi 20 años entre la lingüística y la literatura. En la lingüística ha cultivado sobre todo el estudio del léxico usual contrastivo de su estado natal y, en gran medida, por esos estudios léxicos especializados fue elegido miembro de nuestra Academia. En la literatura, se ha abocado al análisis de aspectos diversos de autores mexicanos contemporáneos varios. Además, es un creador de literatura, ya que es autor de una novela, Nómadas del sur, así como de poemas y cuentos. En la docencia, Raúl también se mueve entre la enseñanza de la literatura iberoamericana y la enseñanza del español.

La elección e ingreso de Raúl Arístides Pérez como académico correspondiente en Quintana Roo y el perfil profesional que él representa atiende cabalmente el artículo 1 de los Estatutos de nuestra Academia, que a la letra dice: “La Academia Mexicana de la Lengua tiene por objeto el estudio de la lengua española y en especial cuanto se refiera a los modos peculiares de hablarla y escribirla en México”, modos que el día de hoy son los propios del estado de Quintana Roo.

El discurso de don Raúl Arístides Pérez Aguilar toca tres aspectos muy importantes para entender qué es el español y, en particular, el español de México. En primer lugar, el hecho de que el contacto y los préstamos son parte integral de la lengua española, y nos dice, aunque sin hacerlo explícito, que los préstamos enriquecen nuestra lengua y nunca la contaminan, aunque la reacción natural ante muchos préstamos, que son siempre resultado del contacto cultural, sea de una inicial extrañeza y, por lo regular, de rechazo. En segundo lugar, nos dice implícitamente que la variación es inherente al funcionamiento de cualquier lengua. Y en tercer lugar, que todo hablante y toda comunidad de hablantes se enfrenta al problema básico y fundamental de la estandarización, es decir, al problema de qué lengua enseñar y por qué esa modalidad dialectal y no otra u otras.

Pasemos al primer punto: el asunto de los préstamos. Su discurso de ingreso hoy y algunos de sus libros, como El habla de ChetumalFonética, gramática, léxico indígena y chiclero y El habla de Quintana Roo. Materiales para su estudio, inciden en un hecho importante que debe ser tenido muy en cuenta a la hora de acercarnos al estudio de la lengua española, a saber, que no existe tal cosa como un español homogéneo y puro, abstraído de contactos y préstamos. Raúl Arístides Pérez Aguilar nos muestra en su discurso algo que es obvio para los lingüistas pero que, justamente por obvio y cercano a nuestro entorno y mirada, suele pasar desapercibido para quienes no se dedican al estudio de la lengua —es más, debe pasar desapercibido para los hablantes “normales” para así garantizar la buena salud de una lengua y su fluida comunicación, y sin duda la buena salud de los hablantes—. La primera obviedad es que la lengua española, como toda lengua, como cualquier lengua, es un crisol de rasgos lingüísticos de procedencia y origen muy diverso. La segunda obviedad es que para el español de México, las lenguas indígenas son, junto con la española que arribó a este continente a inicios del siglo XVI, lenguas patrimoniales del español mexicano actual; patrimonial en el sentido técnico con que se emplea en la lingüística histórica y también, desde luego, en su sentido cultural más amplio. Y la tercera obviedad es que el español de algunos estados se construyó y se enriqueció con el inglés, tal es el caso de Quintana Roo, y también el caso de los estados del norte de la república mexicana, contacto con el inglés que, contra lo que pudiera pensarse, no empobrece sino que enriquece, como cualquier préstamo, y así lo señala don Raúl Arístides cuando nos recuerda e inventaria las voces cotidianas de la gastronomía acuñadas, usadas, y desde luego comidas, si se me permite la metonimia, desde su niñez. Desde luego, el español general de México tiene un no desdeñable número de mexicanismos de origen inglés, y esto es un hecho que ni nos debe agradar ni molestar, así está configurada nuestra lengua mexicana y esa es parte de su identidad.

Pasemos al segundo punto: el asunto de la variación. Nos muestra hoy Raúl Arístides Pérez Aguilar que la variación lingüística, variación dialectal en este caso, es también inherente al funcionamiento de las lenguas, de hecho, como es bien sabido, no existe LA lengua sino variedades dialectales de esa lengua, nadie habla español sino alguna variedad de la lengua española, en unas coordenadas espaciales regionales, nuestro terruño, y en unas coordenadas temporales, nuestra breve o larga vida. Pero a la vez, todos y cada uno de los hablantes del español hablamos ESPAÑOL, con mayúsculas, y somos dueños, creadores y transformadores del español a lo largo de nuestras vidas. La lengua española, como ocurre con la literatura tradicional, vive en sus variantes. El español, tal como el Romancero, vive en sus variantes y se enriquece de ellas y con ellas.

La variación sincrónica, la variación en el hoy, es, como se sabe, la causante del cambio histórico. Si no hubiera dos o más seres humanos hablando de manera distinta en puntos distintos de la geografía o si un mismo ser humano no hablara de manera distinta en momentos y situaciones distintas de su vida, no existiría el cambio lingüístico, no existiría la historia de la lengua y no tendrían vida las lenguas. Sin cambio y sin variación, cualquier lengua pasa al estatus de lengua muerta y por ello debe ser aprendida en la escuela y en los libros y, por ello, nadie puede, como es lógico, hablarla. Sin variación ni cambio no podríamos reconocer como propio, semejante y distinto, todo a la vez, el español del Siglo de Oro, Cervantes por ejemplo, el español de La Celestina, esa obra maestra maravillosa nuestra de fines del siglo XV, o el español de cualquier tiempo pasado, así sea el de ayer. El reconocimiento de que la lengua es una constante transformación imperceptible que arroja una paradójica sensación de gran estabilidad a la vez que de gran dinamismo y cambio a través del tiempo no sería posible sin variación sincrónica previa. Esta compleja y paradójica convivencia entre estabilidad y variación está presente en el discurso de Raúl Arístides Pérez Aguilar.

La variación va de la mano con el sentimiento de identidad cultural y de adscripción cultural y adscripción social a una comunidad, y así nos lo hace ver Raúl el día de hoy. Detengámonos un momento en esta estrecha y casi imperceptible relación entre lengua e identidad de un pueblo, y ello nos lleva a preguntarnos para qué sirve una lengua. Decir que una lengua sirve para comunicarnos es una obviedad y por obvio es poco importante. Decir que una lengua es el soporte del pensamiento es también obvio porque no existe pensamiento sin lenguaje, o al menos es imposible deslindar uno del otro; pensamos y vemos el mundo a través de una lengua, en este caso, a través del español. Decir que una lengua es el vehículo de los sentimientos es también obvio.

Lo esencial, lo trascendente es que la lengua, la capacidad de hablar una lengua es la que nos hace ser seres históricos y hablar un determinado dialecto nos hace ser seres con una determinada historia e identidad. Todos los seres humanos hemos recibido la lengua que hablamos como una herencia del pasado que, además de permitirnos la comunicación, con nuestros semejantes, nos hace depositarios también de la cultura y de la visión de mundo de los seres que la utilizaron antes de nosotros. Gracias a la lengua somos seres históricos ya que por medio de ella transmitimos experiencias de padres a hijos, de abuelos a nietos, de amigos a amigos. Posiblemente lo que nos hace únicos en el planeta es la posibilidad de transmitir experiencia mediante la lengua. La historicidad está cargada de rutinas repetidas ritualmente a lo largo de siglos y generaciones; está cargada también de innovaciones, de creación léxica y metafórica y de adaptación constante a nuevas necesidades culturales, sociales o económicas. Ese conjunto de rutinas o hábitos aprendidos y sobre todo heredados por los hablantes, transmitido de padres a hijos, es en esencia la lengua. En esta historicidad Raúl Arístides nos lleva a los guisados de su mamá, a sus maestros, a sus amigos, y también a los chicleros y marineros que hace siglos construyen y recrean el español de Quintana Roo.

La historicidad está en relación directa con identidad. El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, mejor conocido como el DRAE, define identidad en sus acepciones 2 y 3 (2001:s.v. identidad), como el “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás” y “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”.

Cuando Raúl Pérez Aguilar, insisto, nos lleva al léxico de su infancia, al léxico de los juegos, al de los requiebros de amor, al de los platillos que su madre elaboraba, al léxico chiclero y marítimo, nos está hablando justamente del conjunto de rasgos propios de su comunidad, propios del estado de Quintana Roo, y está sin duda haciendo un acto de afirmación de historicidad y de identidad.

Raúl Arístides Pérez Aguilar nos dice en su discurso que la vida lo trajo a la ciudad de México y que, por pura sobrevivencia, se vio obligado a aprender el léxico y la norma del español del centro de México, el español chilango, y nos dice también que fue su voluntad regresar al sureste mexicano y recuperar, recordar y, a la manera de Platón, dar de nuevo vida, a través del recuerdo, al habla de Quintana Roo, y volver a ser un hablante de su zona, con un español lleno de mayismos, anglicismos y formas y usos patrimoniales del español pero distintas y variantes respecto del español del centro y respecto de cualquier otra zona de la república mexicana.

En el trasfondo de esta adopción de un español y la reavivación de otro español, su dialecto natal, los mismos españoles pero diferentes, está un aspecto importante para la lingüística: en qué español estandarizar, esto es, cuál es el español, o cuáles son los españoles que deben tener respaldarazo y carta de naturaleza en la enseñanza de la lengua española en México. Queda claro, tras el discurso de Raúl, que no es sólo el español del altiplano central y que no es sólo el español de los estados o de las zonas dialectales. Queda claro también que son el general y el estatal al mismo tiempo, una especie de idealización de dos o más normas, idealización y abstracción que surge y se cumple en toda enseñanza de la lengua. Un asunto peliagudo este de qué norma usar para estandarizar. Lo que es claro es que el discurso de Raúl Arístides Pérez Aguilar respalda y avala el empleo de voces y expresiones de México y avala nuestro derecho a y obligación de emplear el español que es propio de nuestro país y de nuestra zona dialectal. Su discurso sin duda avala el derecho de usar nuestras normas para respaldar nuestra visión de mundo.

Sólo me queda, para terminar, darte las gracias, muy estimado Raúl, en nombre de todos mis compañeros académicos por tan jugoso discurso y en nombre de la Academia Mexicana de la Lengua darte nuestra más cordial acogida en esta tu casa.

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