Viernes, 24 de Octubre de 1969

Ceremonia de ingreso de don Amancio Bolaño e Isla

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Discurso de ingreso:
Estudio comparativo entre el

I

Sr. Director de la Academia Mexicana,

Sr. representante de la Real Academia Española,

señores Académicos, señoras y señores:

Embargado de emoción y lleno de rubor, señores académicos, me presento ante esta honorable asamblea para tomar posesión del sillón, ocupado antes de mí por don José María González de Mendoza, el silencioso, apacible, servicial, abnegado “Abate de Mendoza”, yo que soy su antípoda, porque ni silencioso, ni apacible, ni abnegado son adjetivos que puedan aplicárseme sin hipérbole exagerada.

“… Abate —dijo él mismo—, cordial sobrenombre que han comenzado a darme mis amigos, a causa —dicen— de mis maneras unciosas y de que suelo citar algún latinajo”. Algunos latines cito yo también, y en eso tal vez nos parezcamos, pero en lo de uncioso, sí que estoy muy alejado de él, porque la unción es carisma que Dios concede a muy pocos elegidos.

Y por no citar a todos sus panegiristas, porque todos vienen a coincidir en fervor unánime para con tan eminente personaje, me limitaré a los pareceres y elogios de los más conspicuos compañeros de este respetable sanedrín académico.

Dice de él don Francisco Monterde, nuestro honorable director:

Si González de Mendoza, ‘El Abate’ —cuyo seudónimo adecuado a su serena bondad y apacibles maneras, se ha impuesto casi hasta sustituir su nombre de pila—, no hubiera sacrificado abnegadamente su tiempo en servir a quienes complicamos su laboriosa existencia con incontables demandas, tendría no menos de una docena de volúmenes publicados. Algunos más podría haber firmado con sus dos millares de estudios impresos en diarios y revistas y en lo que conserva manuscrito.

...Muy pequeña parte de mi producción —dice el mismo ‘Abate’— corre editada, aunque no sea poco lo escrito desde que, a comienzos de 1917, vi en letras de molde mi primer cuento. Mas el par de millares de artículos, que he dado a la prensa, sepultado está en lo que uno de vuestros más eminentes colegas, don Victoriano Salado Álvarez, llamaba con donaire la fosa común.

El exquisito poeta don Jaime Torres Bodet dijo ante su tumba, en el Panteón Español, el martes 11 de abril de 1967, día de su entierro:

Con emoción y recogimiento venimos a inclinarnos frente a los restos mortales de quien supo ser un excelente prosista, un investigador incansable, un ejemplar amigo y un hombre libre, fino, digno y cabal…  A las cualidades del hombre de letras, unió las mejores virtudes del hombre: la sencillez, la bondad y la rectitud, el respeto de la justicia, la fidelidad a la palabra empeñada, el valor —siempre renovado en el cumplimiento de su deber... Las letras pierden a un servidor abnegado, firme y austero.

A propósito de un artículo de Cardona Peña publicado al día siguiente de su entierro dice nuestro compañero Andrés Henestrosa en Novedades: “Estoy consternado. ‘El Abate’ siempre comentaba mis artículos, especialmente los que se referían a la muerte, esa muerte que nos ahoga y persigue. Don José María era la erudición en la Academia. Todo lo sabía y todo lo esclarecía. Fue una bella reunión de la bondad y del saber”.

“De toda su persona —concluye Cardona Peña— irradiaba el clásico ‘gris perla’ emblema del señorío, del tono menor, característico de los mexicanos de buena cepa. Todo él fue amor a las letras mexicanas y practicó como nadie la cortesía mexicana”. Todo esto, añado yo, a pesar de haber nacido en Sevilla, patria, al parecer, de la exageración y de la gracia chillona.

Baste esto como elogio de mi amable antecesor en el sillón número 25 de esta Academia Mexicana de la Lengua correspondiente de la Real Española.

II

Sus publicaciones en el campo de la poética y novelística no son numerosas, digamos más bien que son reducidas; pero la labor desarrollada como cronista, crítico literario y artístico es encomiable, distinguiéndose siempre por la mesura de juicio y por su firme conocimiento de nuestras letras. A mí especialmente me parece un acierto la selección que hace de los más eruditos biógrafos de Cervantes y de los más perspicaces críticos del Quijote ya que, en sesenta cuartillas, toda una biblioteca, pues no equivale a menos —como él dice— cuanto acerca de Cervantes y del Quijote se ha impreso. “Ni abundante, ni por tasa” es su lema.

Don Leopoldo Rius y de Llosellas necesitó 790 páginas en 49 para presentar las Biografías y noticias biográficas y las Notas y comentarios a "Don Quijote" (sic) en el tomo II de su Bibliografía crítica de obras de Miguel de Cervantes Saavedra (Barcelona, 1895-1904). En cambio, El Abate nos da en el tomo XII de las Memorias de la Academia Mexicana, de la página 220 a la 266, la información más importante acerca de la materia, desechando, con estupendo criterio selectivo, todo lo que le parece superfluo o de ínfimo valor informativo.

Selecciona a los más eruditos biógrafos de Cervantes, a los más descabellados “esoteristas” y a los más perspicaces críticos del Quijote y deja fuera a los que de ellos, él mismo dice, imitando a los cronistas de sociedad: “y otras muchas personas que sentirnos no recordar”. La ficha bibliográfica reza así: Biógrafos de Cervantes y críticos del Quijote en Memorias de la Academia Mexicana, t. XII, Edit. Jus, México 1955, pp. 220-266. Nada hubiera sido más grato para mí que comentar dicha crítica, como discurso de ingreso en esta Academia, a la que se me ha concedido el alto honor de pertenecer, pues de todos es conocido mi fervor cervantino, los trabajos que sobre el Quijote he publicado y los 25 años que profesé dicha cátedra en la Universidad Nacional Autónoma de México, en la Escuela de Verano y en la Universidad de las Américas, pero, por razones que se sabrán más adelante, he abandonado este camino tan trillado y conocido por mí y me lanzo a aventuras paradójicamente quijotescas, bastante más desconocidas y difíciles, en obsequio a la memoria del Abate por motivos más sentimentales que científicos, o de crítica literaria.

De traducciones, podríamos enumerar como las más importantes: El libro del consejo (PopolVuh) hecha del francés de las versiones de Georges Raynaud, en colaboración con Miguel Ángel Asturias, Ed. Paris-América, Paris, 1927 y los Anales de los Xahil, en colaboración con el mismo Miguel Ángel Asturias, hoy premio Nobel, París, 1928. Y a esto dejo resumida su bibliografía, no muy copiosa, sin incluir en ella los dos mil artículos que andan dispersos por periódicos y revistas de que ya hemos hablado.

III

Y es hora de pasar ya al sujeto principal de este discurso que quiero que vaya precedido de la anécdota que lo hizo posible o lo ha motivado: Era un examen de tesis de la Universidad Nacional Autónoma de México, al que asistía por deberes de amistad con la familia de la sustentante el siempre cumplido y caballeroso Abate de Mendoza. Cuando me tocó el turno de hacer la réplica a dicha tesis, hube de sostener que no había relación alguna entre el Periquillo Sarniento Mexicano y la novela picaresca española y que, en caso de querer sostener la comparación, podría hacerse solamente, y con determinadas limitaciones, con el Estebanillo González. Y dije esto, porque conozco bastante bien el Periquillo y mucho mejor el Estebanillo, pues siempre me ha atraído esta preciosa joya picaresca, por graciosa y bien escrita y por ser Estebanillo el único héroe de la picardía española oriundo de Galicia, mi tierra natal, aunque me duela y no le perdone el comienzo del relato de su vida: “Mi patria es común de dos, pues mi padre, que esté en gloria, me decía que era español trasplantado en italiano y gallego engerto en romano, nacido en la villa de Salvatierra (Salvatierra de Galicia) y bautizado en la ciudad de Roma: la una cabeza del mundo, y la otra rabo de Castilla, servidumbre de Asturias y albañar de Portugal, por lo cual me he juzgado por Centauro a lo pícaro, medio hombre y medio rocín: la parte de hombre por lo que tengo de Roma, y la parte de rocín por lo que me toca de Galicia”. Palabras bastante desagradables para la fina sensibilidad galaica.

Pero absolvamos a Estebanillo y continuemos la anécdota: terminado el examen, el Abate, que había escuchado muy atentamente la réplica, cuando salíamos del salón me tomó del brazo y me dijo: “me ha gustado mucho la comparación que usted ha hecho entre el Periquillo y Estebanillo y creo que tiene mucha razón al decir que pueden, en todo caso, compararse esas dos novelas, pero de ninguna manera podría hacerse tal comparación entre el Periquillo y el resto de la novela picaresca española. Éste es el motivo del tema de mi discurso —y lo he escogido 1° por: El recuerdo entrañable y querido del Abate, por lo cual dije antes que era más bien sentimental que científico o crítico; 2° Por la convicción positiva que siempre he tenido sobre la materia picaresca; 3° Porque quiero reunir en mi discurso a México y España, pues, imitando a Estebanillo, yo también me considero Centauro, no a lo pícaro, claro está, pero sí culturalmente ya que, si nací y me formé en España, vine a madurar bajo el sol radiante de “la región más transparente del aire”, a la sombra de los volcanes más límpidos y apacibles de cuantos hayan roto la corteza terrestre. Veamos si puedo probar lo afirmado.

IV

Creo yo que para tener una idea lo más clara posible (cosa bastante difícil de conseguir) de lo que es la novela picaresca, hemos de acudir a una obra fundamental: El pensamiento de Cervantes, de Américo Castro, Ed. Hernando, Madrid, 1925 y al ensayo de Fernández Montesinos “Gracián o la picaresca pura” publicado en Cruz y Raya, Madrid, 1933.

Ambos fueron grandes maestros de la Universidad madrileña y máximas autoridades en éste y otros muchos temas de literatura española.

Américo Castro, al iniciar el, capítulo acerca de lo picaresco, comienza por apoyarse en la autoridad de M. Pelayo, diciendo, además, que es la más fina observación que hizo el gran polígrafo acerca de Cervantes. Dice M. Pelayo, citado por Américo Castro, que entre Cervantes y la novela picaresca hay una infinita distancia. Sus palabras textuales son éstas: “Camina por otros rumbos, Cervantes no la imita nunca” (la novela picaresca) y añade estas otras firmes y definitivas: “Mateo Alemán, uno de los escritores más originales y vigorosos de nuestra lengua, es tan diverso de Cervantes en fondo y forma, que no parece contemporáneo suyo, ni próximo siquiera”. Decir esto de quien escribió Rinconete y Cortadillo y decirlo don Marcelino Menéndez Pelayo, ya debe ponernos sobre aviso y pensar que no es lo mismo escribir acerca de picardías realizadas por un determinado protagonista que aventuramos en la amarga lobreguez de la novela picaresca.

Claro está que aquí, como en nuestro caso del Periquillo y Estebanillo, las opiniones se dividen y el equívoco se refleja en la vaguedad de las opiniones: Apráiz dice en Las novelas ejemplares, 1901, página 45: “En este admirable mosaico… de ningún modo podía faltar una novela genuinamente picaresca”. ¿Por qué dice esto Apráiz? Lo ignoramos, aunque pensamos que pudiera ser, porque en 1901 no estaban aguzados los instrumentos de crítica literaria. En cambio Savy Lopes afirma que escribió algo parecido, pero no propiamente picaresco. Dice así Savy Lopes: “Ésta es la gran diferencia que existe entre Rinconete y las novelas propiamente picarescas, tales como el amarguísimo Lazarillo de Termes o el tétrico Guzmán de Alfarache”. Viene a ser la misma idea de Menéndez Pelayo, aunque Savy Lopes, adoptando una posición ambigua o ecléctica, afirme que Rinconete no es novela picaresca tan propiamente como otras. Para nosotros no sólo no es tan propia como otras, sino que sencillamente es novela de picardías, pero no novela picaresca.

Y para no hacer larga enumeración terminemos con De Lollis en su Cervantes reazionario, página 59, quien opina como Schevill, De Haan y Chandler al decir que Cervantes pensó escribir una novela picaresca “la cual habría sido —palabras textuales— una obra maestra, a juzgar porRinconete y Cortadillo y el capítulo XXII de la primera parte del Quijote: sería sin duda una maravilla”. El capítulo XXII del Quijote es el de los galeotes.

Ortega y Gasset en un artículo titulado: “La picardía original de la novela picaresca” publicado en la revista La Lectura, 1915, página 373, nos sitúa en el punto de enfoque para poder juzgar lo que es o no es tal novela. Dice él: “El tema del rencor y la crítica madurece en la novela picaresca. En la primera novela integral que se escribe —el Quijote—, se dan un abrazo momentáneo... amor y rencor, el mundo imaginario e ingrávido de las formas, y el gravitante y áspero de la materia”. Así pues, la primera conclusión provisional que podemos sacar de tal afirmación es que donde no haya rencor y crítica amarga, no puede darse dicha novela. Pero no nos adelantemos y volvamos a Américo Castro. El maestro está intrigado, y con razón, por qué Lope de Vega y Cervantes, contemporáneos de Alemán, Quevedo y Espinel, siendo como son los dos mayores clásicos de nuestra literatura, no escribieron novela picaresca, y la contestación que él mismo se da a su pregunta es que: “Esa clase de obras, además de tratar de pícaros, nos ofrecen la visión que puede tener del mundo uno de esos sujetos mal logrados, bellacos y ganosos de decir mal De ahí que sean esenciales la forma autobiográfica y la técnica naturalista”. Añade más: “El pícaro ha de ver la vida picarescamente, no ha de creer en las ideas, ni en los valores ideales y ha de aferrarse, por consiguiente, a lo único que para él es válido y seguro; la materia y el instinto”. La consecuencia de todo esto serán emociones de descontento, de amargura y de pesimismo. Es, pues, la novela picaresca —paro Castro—: “El molde fraguado para contemplar la vida humana de cierta manera. Su técnica ha de ser naturalista, su carácter, autobiográfico, su degustación de la vida ha de hacerse con amargo sabor de boca”; si no se dan estas condiciones, no puede haber novela picaresca. Cierto que en el Lazarillo falta en ciertos momentos este tono amargo, y aparece a veces algo de sentimentalismo, cosa totalmente ajena a dicho género de novela; podríamos afirmar, acaso, que por ser la primera obra en una serie generacional, carece a veces de ciertas continuidades en el tono, que le falta la seguridad en el trazo; pero no es moderna la tesis sustentada por Lázaro Carreter en su ponencia, leída es el último congreso de hispanistas, de que: “Alemán se esfuerza en imitar al Lazarillo porque ya sabíamos hace tiempo, yo lo sé desde estudiante —y ya ha pasado agua bajo los puentes— que Alemán clava sus raíces más hondas en el sintético realismo del Lazarillo”. Es, pues, tal novela la primera auténtica del género, aunque no llegue a la tétrica realidad del Guzmán de Alfarache.

El héroe de la picaresca se halla pegado a la tierra, ha de contemplar la vida de abajo, y cuando quiera realizar y ennoblecer su contemplación, rencorosa, tendrá que acudir a recursos ajenos a la novela que está escribiendo, de ahí las digresiones morales y la interpolación de episodios sonrientes de amor, ajenos al tema general de la obra. El capítulo VIII en que, en El Guzmán de Alfarache, se refiere la historia de los dos enamorados Ozmín y Daraja es un ejemplo auténtico de esta posición estética, teniendo en cuenta además que la narración se hace después del rezo de horas de los clérigos que hallaron a Guzmán maltratado, herido, ensangrentado y mal-trecho por los de la Santa Hermandad: “Líbrete Dios de delito contra las tres santas; Inquisición, Hermandad y Cruzada y, si delito no tienes, líbrete de la Santa Hermandad”. Y añade en seguida; “Era la suya (la de Daraja) una de las más perfectas y peregrina hermosura que en otras se había visto… Y siendo en el grado que tengo referido, la ponía en mucho mayor su discreción, gravedad y gracias”, etcétera; lo cual ya no es picaresco, sino un descanso lúcido o luminoso en la lobreguez del relato y un contraste evidente del arte barroco. Supuesto todo esto, yo pienso que se puede contestar a la pregunta de por qué ni Cervantes ni Lope de Vega escribieron novela picaresca. Para ambos había otros valores que los negativos de la misma. Pudieron escribir sobre hechos ejecutados por pícaros, pudieron bordear los linderos de la picaresca, pero era imposible para ellos meterse dentro de su infierno, porque estaban hechos para la afirmación no para la negación de valores, para las altas concepciones poético-idealistas, no para vivir en las tinieblas de las oscuras realidades en que vive el héroe de la picaresca.

V

Fernández Montesinos además de estar conforme con la teoría de Castro elabora la suya propia, y también es digna de tenerse en cuenta su tesis. Para él los contenidos novelescos se van adelgazando hasta disiparse casi por completo al color de preocupaciones morales cada vez más extensas, si no más intensas. Es decir, que la picaresca quedó subordinada a la moral. ¿Cómo pudo suceder esto? Partamos de aquella tesis teológica que dio cabida en el teatro al Condenado por desconfiado de Tirso: “Concordancia entre la gracia eficaz en acto primero y el libre albedrío del hombre”. Desde entonces la preocupación por la salvación eterna sustituye al hombre paradigmático del Renacimiento. “Totalismo moral. Desprecio de lo posible por lo supremo inaccesible”. Salvación de la conciencia por el aniquilamiento del mundo. Y continúa Montesinos: “Leyendo la vida de Marcos de Obregón se experimentan frecuentes sorpresas, sermoneo inútil”. Es probable que Esquivel fuera el clérigo apicarado de que con frecuencia se hable; de ser así, su drama íntimo quedó fuera del libro, uno de esos libros meramente bien escritos de que tan pródigo fue nuestro siglo XVII. De esta novela picaresca en trance de adelgazar los temas picarescos fue surgiendo aquella en que era necesario que la corte fuera una Babilonia llena de peligros para dar consejos a fin de poder huir de ellos. “Qué cosas no escribieron —dice Montesinos— Salas Barbadillo, Castillo Solórzano y aquel incógnito Ligón y Verdugo, autor de uno de los libros menos ilegibles y que tuvo un acierto extraordinario al rotular su colección de novelistas: guía y avisos de forasteros que vienen a la corte”. Es decir, que la moral corroía cuanto de novelesco aparecía a los ojos de estos escritores. La trama novelesca se adelgazaba tanto que se perdía lo que tenía de novela para quedar reducido a una agenda de avisos morales o de comportaciones sociales nuevas para los lectores de tales libros que ya no pueden llamarse: “Novela picaresca”. Para Montesinos el ejemplar más perfecto de esta posición nueva y aleccionante es el padre Gracián en toda su obra, pero de una manera especial en el Oráculo manual y El criticón. “Para los humanistas era indispensable al hablar, por ejemplo, de castidad, nombrar los dos paradigmas de mujeres castas: Porcia o Lucrecia, pero ya el mismo Lope de Vega, en La corona merecida, influido por lo que a su alrededor ocurría, hace grandes listas de héroes y heroínas castos para deslumbrar con nombres extraños de personajes de muy indecisa realidad, nombres espigados en la Oficina de Ravisio Téxtor, y es que se han dado cuenta, o se ha adquirido conciencia de que la ética no puede ya destacar modelos de heroísmo inasequible, sino que hay que poner la virtud más al alcance de la mano”. Entonces ya no basta, después del robo cometido por un pícaro, enderezar un discurso contra el robo, como lo hace Guzmán de Alfarache. Según Castro el pícaro vacía de contenido moral el mundo y para llenar ese vacío es por lo que se hacen discursos morales. Pero ahora se va ya directa e inmediatamente a condenar el robo por sí mismo.

La frase predilecta de Gracián es: “la vida es milicia contra la malicia” y la malicia que nos rodea es la que nos mantiene en acecho. Si la malicia nos bloquea, nuestro propósito ha de ser conseguir discreción y prudencia. Desaparece, en fin, la vida picaresca y se impone la vida de la prudencia o de la treta: “Si no puedes ser león —dice el padre Gracián—, vístete con piel de raposa”.

“Dichoso tú —dice Critilo — que te criaste entre las fieras, y ¡ay de mí! que entre los hombres, pues cada uno es un lobo para el otro, si ya no es peor el ser hombre” (I, IV). Para luchar en estas circunstancias ya no basta la picaresca corriente, hace falta una moral de acecho, no de púlpito, que Gracián formula en aforismos: “No tienes que temer, que cautelarte sí” (I, IV).

Argumentos, motivos novelescos han desaparecido del todo, queda solamente el consejo, la máxima, el aforismo que ha de dirigir nuestros pasos por entre los escollos del camino, por toda la senda de la vida: “Nunca juega el tahúr la pieza que el contrario presume, y menos la que desea”. Prudencia, flor de tahurería, añagaza, treta.

Para mí son, desde luego, satisfactorias ambas explicaciones. Yo profesé algunos años un curso titulado: “Puntos de contacto entre la ascética y la picaresca”, porque me parecía significativo que ambos géneros se cultivaran en los siglos XVI y XVII; que el Concilio de Trento que tanto fomentó la ascética no condenara la picaresca; que si el Quijote acaba con los libros de caballerías, parodiándolos satíricamente, es el padre Gracián el que acaba con la picaresca, como la novela aguzándola en tal forma que desaparece el motivo novelesco, para quedar solamente el elemento moral en que aquélla se apoyaba. Por eso dice Icaza que en el espíritu de Guzmán dialogan un filósofo estoico y hampón desenfadado, largo coloquio entre el moralista y el pícaro que Alemán lleva dentro. Herrero García, en su “Nueva interpretación de la novela picaresca” (RFE, tomo XXIV), llama a éste producto ascético, hijo de las circunstancias especiales del espíritu español, que hace de las confesiones autobiográficas de pecadores escarmentados un instrumento corrección. Por eso aquel agustino de comienzos del siglo XVII sostuvo en salamanca “no haber salido a la luz libro profano de mayor provecho y gusto hasta entonces”. (Se refiere al Guzmán de Alfarache). El elogio concierne sólo a la verdadera picaresca y no a otras novelas que aunque parezcan picarescas son obras de mero entretenimiento, entre las cuales vamos a colocar a Estebanillo El Periquillo Sarniento. La estética de contrastes del barroco se avenía a este cruce de picaresca y ascética, de conceptos divinos y humanos, de tierra y cielo. Velázquez coloca junto a la dorada belleza de la hija de Felipe IV, en el cuadro de Las meninas, La hosca fealdad de doña Bárbola, como el Greco abre los cielos sobre las cabezas en rígida teoría de tantos caballeros toledanos como hay en El entierro del conde Orgaz. Es la época, y el que no lo vea así, no entenderá jamás la picaresca, la picaresca pura a la cual no pueden pertenecer ni Estebanillo y Periquillo. Por eso nos defrauda el señor Marañón quien legó a nuestra literatura libros bellos de temas apasionantes, cuando afirma, en el prólogo que escribió para la C.A. sobre el Lazarillo de Tormes, que la picaresca denigra a España. No denigra a España, como él afirma, la novela picaresca, sino que exalta los valores eternos de la ascética española, que son los valores morales, cuya supervivencia es clara todavía. Y no pensemos que no hubiera pícaros en el resto de Europa, los había y más refinados en su malicia. Que los pícaros españoles, los que no supieron aquéllos fue hacer de sus picardías base de sustentación moral de la etapa contrarreformista, porque no supieron o no quisieron convertir en aprendizaje moral el “deleitar enseñando” de los clásicos. O no tuvieron valor para hacer una confesión pública tan característica del pueblo español, según Américo Castro, y tan típica de la novela picaresca. En los orígenes de la misma ya dice el Arcipreste: “E yo como so omne/ como otro pecador/ ove de las mugeres a veces grand amor”, simple confesión signo de moral y no de perversa actitud de mal ejemplo.

VI

Sentadas estas bases, pasemos directamente al tema medular de nuestro discurso que es el siguiente: “Ni el Periquillo Sarniento, ni el Estebanillo González son novelas picarescas”. Hay picardías en los dos, pero sin el tétrico fondo de la picaresca; hay consejos morales también en los dos, pero educativos y costumbristas, de moral de escuela o pedagógica, de carácter social, mas no de predicador de púlpito, de fraile tonante en su moralización; hay sátira suave, pero no la pulverizante del mundo; hay cierto matiz confesional, pero característico entre amigos y no de reja de confesionario que separa al hombre del mundo del hombre celestial o iluminado por la gracia. En una palabra, se contempla y se divierte uno en el mundo pero no se recorre el mismo con amargo sabor de boca, sino con el bailoteo de ojos alegres en la mirada, o con la sonrisa en los labios del que ha hecho una cosa con donaire, o dijo un chiste con gracia. Vamos a verlo; pero antes hemos de afirmar que el Periquillo es una novela estupendamente escrita y además, bellamente narrativa; no creo, además, que sea aventurado afirmar que Fernández de Lizardi quiso o pretendió hacer una novela picaresca, pero sin comprenderla ni darse cuenta de que la resaca del siglo XVIII había dejado sobre él otros arrastres y otras preocupaciones bien distintas de las que la apostasía de Lutero, los aforismos de Erasmo o los cánones de Trento habían depositado sobre los grandes autores de la picaresca española, o sea, sin darse cuenta de que ya no vivía la época de la Contrarreforma. Por eso no pasó el Periquillo de ser una novela costumbrista.

Así pues, en la obra de Lizardi, el primer antecedente que se patentiza es la novela picaresca española, pero mientras en ésta la sátira va disolviéndose en moral, en aquélla, en Lizardi, lo hace en novela de aventuras, con propósitos costumbristas, moralizantes y educacionales. Para mí tanto en las novelas como en los artículos, periódicos y folletos de El Pensador Mexicano hay un insistente propósito educativo y esto no es más que herencia del siglo XVIII y propio de un pueblo en el periodo de su formación que acaba de liberarse de las cadenas que le aherrojaban. Hay que enseñar al pueblo a ser libre, hay, para ello, que educarlo. Sus lecturas fueron los satíricos y moralistas españoles y franceses: Cervantes, Quevedo, Villarroel, Fenelón y Feijoo principalmente, todos ellos moralistas y educadores, y, sobre todos ellos, Feijoo que es elvademecum de todos los escritores americanos de fines del XVIII y comienzos del XIX. A esto hay que añadir datos tomados de acá y de allá, sin ningún propósito selectivo, hasta de enciclopedias y obras de divulgación, todo ello empleado y reunido de tal forma —debido probablemente a su deficiente formación académica—, que como alguien dice “su obra pudiera definirse como la novelación ocasional de las lecturas de su autor”.

Social y literariamente es el Periquillo Sarniento —según el mismo autor—una obra eminentemente revolucionaria ya que el pueblo entra en la escena literaria con su ideario, sus costumbres y prejuicios, su habla peculiar, precarias alegrías, y las miserias de su vida, un pueblo al que hay que educar, en definitiva. Esta característica la aleja resueltamente de la picaresca española que no es absolutamente obra revolucionaria en manera alguna ni en estilo ni en temas. Obra revolucionaria la de Lizardi, pero con el insistente propósito educativo, bien característico del siglo XVIII que España se saltó a la torera —como dice Ortega y Gasset—, aunque nada tuviera que ver el siglo XVIII con la picaresca española. Ni creo que pueda decirse tal cosa del siglo que nos dio a Feijoo, Sarmiento, Moratín (hijo), Cadalso, Jovellanos, filólogos y editores de la poesía más importante medieval y del Diálogo de la lengua de Juan de Valdés.

Con su lectura (del Periquillo) —dice un autor—, se despierta siempre alegre el recuerdo de las aventuras de la juventud. Este recuerdo alegre de lecturas tanto del Periquillo como delEstebanillo es lo que aleja para siempre a ambas novelas de la verdadera picaresca, agria y desabrida en todo momento. Cuando habla Periquillo en el primer capítulo de su narración de los recuerdos que deja escritos a los “queridos hijos míos” comunica a la novela una tierna sensibilidad amorosa que ya no es posible eliminar en el resto de la obra. La exclamación: “hijo mío” se repite hasta el cansancio, quitando a la novela toda la agrura indispensable para gustar la vida con mal sabor de boca sensiblería bien ajena a la acidez picaresca. Véase este párrafo que pudiera ser de Feijoo o Fenelón: “El azote, hijo mío, se inventó para castigar afrentando al racional y para avivar la pereza del bruto que carece de razón; pero no para el niño decente y de vergüenza que sabe lo que le importa hacer y lo que nunca debe ejecutar”. Etcétera.

Y si, por lo que dicen las vecinas de Lazarillo ante el alguacil y el escribano que acuden a casa del escudero a cobrar la renta de la casa: “Señores, éste es un niño inocente y ha pocos días que está con ese escudero y no sabe de él más que vuestras mercedes, sino cuando el pecadorcicose llega aquí a nuestra casa y le damos de comer lo que podemos por amor de Dios”, etcétera; si ese niño inocente, y ese pecadorcico, con un diminutivo entrañable y cariñoso, han bastado para quitarle a la novela toda la agrura de la picaresca y hay quien ha querido eliminarla de entre dichas novelas, aunque por otros motivos Lázaro siga siendo pícaro, pensemos lo que puede decirse acerca del Periquillo. Los cuadros de corrupción social son tan socorridos que degeneran en tópicos literarios y aparecen sólo como descripciones de costumbres. Véase un ejemplo: “Os mando y encargo que estos cuadernos no salgan de vuestras manos...; pero si tenéis la debilidad de prestarlos... os suplico que no los prestéis ni a las viejas hipócritas, ni a los curas interesados y que saben hacer negocio con sus feligreses vivos y muertos, ni a los médicos y abogados chapuceros, ni a los escribanos, agentes, relatores y procuradores ladrones... ni a los padres y madres indolentes en la educación de su familia, ni a las beatas necias y supersticiosas, ni a los jueces venales...” Etcétera, etcétera. Tópico universal de todos los tiempos, repetidos hoy todavía, pero que no entran a formar parte ni trabazón íntima de la obra como en la novela picaresca.

En medio de verdaderas descripciones narrativas, hay en el Periquillo manifestaciones ascético-líricas, dignas de un San Francisco de Asís bien alejadas de la ascética española: “Ese globo de fuego que está sobre nuestras cabezas... que no sólo alegra, sino que da vida al hombre, al bruto, a la planta y a la piedra, ese Sol, hijo mío, esa antorcha del día, ese ojo del cielo, esa alma de la Naturaleza... no es más que un juguete de la soberana omnipotencia”. En fin, hasta sátiras de Juvenal, por ejemplo: “Nada digno del oído o de la vista/ el niño observe en vuestra propia casa/ de la doncella tierna esté muy lejos/ la seducción que le haga no ser casta”. (Sátira XIV) Aunque puestas en verso por el autor, se convierten en fábulas moralizantes, parecidas a las de Samaniego. Frases gracianescas para afirmaciones de tópicos que nada tienen que ver con la raíz íntima de la novela: “Sois unos impíos, crueles, ladrones, ingratos, asesinos, etcétera, etcétera. Sois hombres y no podéis dejar de ser lo que os he dicho, porque todos los hombres lo son”. Esto como se ve no deja en nosotros mal sabor de boca, porque no está inserto en la intimidad de la novela. Es incluso frase escrituraria que podemos aprovechar para efectos educacionales: “pronus in malum ab adolescencia sua”, dice del hombre la escritura, y a esa frase tendremos que acomodar nuestra actividad de educadores, pero nada más. Los conocedores del Periquillo que abundan en esta Academia, saben muy bien que no hay necesidad de dar mayor amplitud a la argumentación para demostrar lo que pretendo; yo puedo afirmar que no he leído un solo capítulo del Periquillo Sarniento que pueda compararse ni en propósitos, ni en tesis con la verdadera picaresca española, donde la lección moral está ínsita en el carácter mismo de la obra, de la época, y en su desarrollo.

VII

Es cierto que el Estebanillo González está más cerca de la novela picaresca que el Periquillo Sarniento, proximidad cronológica y geográfica, pero el adelgazamiento de la trama novelesca es en él evidente, y el tipo de aventuras se desarrolla ya según este canon aun sin el propósito del autor. Para confirmación de anteriores afirmaciones empecemos por decir que el Estebanillo es anónimo sin que se tenga idea de su autor, como no fuera un criado del duque de Arnalfi. La obra se imprimió en 1646. Estebanillo dejó su vida aventurera en 1645 y el padre Gracián vivió de 1601-1658; coinciden, pues, la vida del religioso y la obra de que tratamos. En ésta hay exceso de episodios. Los viajes y correrías fatigan la atención. Hay tópicos abundantes, uno de ellos, el del vino, repetido cientos de veces, parece convertirse en el tema fundamental de la picardía. Contiene datos útiles para la historia de los españoles en Flandes y en Italia, memorias pormenorizadas del reino de Polonia, y viajes interminables por Italia, Flandes, Austria, Alemania, Rusia, Polonia e Inglaterra.

¿Qué quiere decir todo esto? Que la trama novelesca se ha adelgazado de tal forma, que la novela se convierte en aventura, en tópico, hasta en historia. Y en esto consiste su parecido con el Periquillo Sarmiento, aunque los propósitos educativos no sean su característica como sucede en esta última novela. No olvidemos que pertenece todavía al Siglo de Oro y que el padre Feijoo, creador de la literatura moderna y educacional, no nace sino hasta 1676 y no publica su Teatro critico universal sino hasta 1726 a 39; pero es evidente que esta novelita pertenece ya a una nueva sensibilidad que no es ni la del Lazarillo, un siglo anterior, ni la de Guzmán de Alfarache de 1599, ni la de Marcos de Obregón (1618) para hablar sólo de las tres principales novelas del género. La picaresca moralizante se ha convertido en aventurera.

Dice el mismo Estebanillo en la página 86 de la C. A.: “De pícaro es dificultoso el sentar plaza”. Lo cual es, consciente o inconscientemente, alejamiento de los motivos picarescos; aunque no de las sonrientes alegrías de la picardía. Porque, desde luego, el libro está lleno de picardías, pero ¿qué pasó con los discursos morales, medio de que se vale la verdadera picaresca para rellenar el vacío de valores en que se ha dejado al mundo? ¿Qué pasó con los hechos extraños a la picaresca a los que hay que acudir (Historia de Ozmín y Daraja) para dar un poco de alegría y valor poético a lo que se ha forjado sin valores?

“Yo, Estebanillo González, hombre de buen humor, hijo de mis obras y padrastro de las ajenas”, así reza el comienzo de la dedicatoria al duque de Amalfi. El hombre de buen humor no puede tener tina visión amarga de la vida. Y en el prólogo “Al lector” se llama “Estebanillo González flor de la jacarandaina”, para cuyo significado me atengo a la acepción de la palabra, según elDiccionario de la Academia, puesto que Covarrubias no la consigna, así que flor de la jacarandaina quiere decir, donairoso, alegre, desenvuelto. Las definiciones le alejan de las características tétricas y pesimistas de la verdadera picaresca.

VIII

Pero hagamos la comparación del proceso confesional entre Estebanillo, Periquillo y los demás pícaros. El padre de Guzmán fue estafador y renegado, “se case con una mora y le dijo se quería ocupar en ciertos tratos de mercancía, vendió la hacienda de la mujer y puesta en cequíes —moneda de oro berberisca— con las más joyas que pudo, dejándola sola y pobre, se vino huyendo”. Es decir es hijo de un ladrón renegado, claro que viene en seguida el arrepentimiento, para el relleno de vacíos, y aclaración de propósitos morales, pero vuelve presto a las andadas y concluye: “Veis aquí, sin más acá, ni más allá, los linderos de mi padre”. Dice Estebanillo: “Mi padre fue pintor in utroque, como doctor y cirujano... Tenía una desdicha que nos alcanzó a todos sus hijos, como herencia del pecado original, que fue ser hijodalgo, que es lo mismo que ser poeta, pues son pocos los que se escapan de una pobreza eterna o de una hombre perdurable”. Y sigue por el mismo estilo. Los linderos de ambas confesiones están bien claros y delimitados. Ni el padre va a la cárcel, ni la madre es alcahueta. Nada hay desgarrador y estrujante. Es decir, no hay verdadera confesión sino confidencias que pueden depositarse en cualquier amigo de confianza. Veamos la confesión de Periquillo, “Digo quo nací en esta rica y populosa ciudad (México) por los años de 1771 a 73, de padres no opulentos, pero no constituidos en la miseria, de limpia sangre… que hacían lucir y conocer por su virtud”. Pedro —dice su padre— “...mañana, muerto yo, tú habrás de dirigirte y mantenerte a costa de tu sudor o tus arbitrios, so pena de perecer, si no lo haces así; porque ya ves que soy un pobre y no tengo más herencia que dejarte que la buena educación que te he dado, aunque tú no la has aprovechado, como yo quisiera”. Lazarillo dice: “Mi nacimiento fue dentro del río Tormes... mi padre por ciertas sangrías mal hechas... fue preso y confesó y no negó, y padeció persecución por justicia. Mi madre, sin marido y sin abrigo, llegó en conocimiento de un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban... y vino a darme un negrito muy bonito, el cual yo brincaba y ayudaba a calentar”. Y todavía más amarga la confesión de Buscón: “Por estas y otras (como meter el dos de bastos y sacar el as de oros) estuvo preso... y salió de la cárcel, con tanta honra, que le acompañaron doscientos cardenales, sino que a ninguno llamaban señoría. Mi madre… fue por mal nombre alcahueta yflux para los dineros de todos”.  Decíame mi padre: “Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica, sino liberal”, y añadía: “Quien no hurta en el mundo, no vive”. Guzmán amargado, Estebanillo alegre y jacarandoso, Periquillo seriamente educado y Lazarillo y Buscón terriblemente decepcionados, indican bien a las claras las características de estas novelas.

IX

El capítulo IV de Estebanillo es una serie de aventuras amontonadas, como para dar noticia de los hechos más culminantes de los lugares por que va pasando con descripciones maravillosas y picardías que se suceden sin interrupción, pero que no son más que el cuadro de costumbres do la sociedad que se desenvuelve, fielmente descrita y llena de las picardías necesarias para vivir. Desembarca en Barcelona, pasa por Zaragoza, llega a Madrid: “Corte de las cortes y leonera del real león de España, academia de la grandeza, congregación de la hermosura y quinta esencia de los ingenios”. Determina ir a Santiago de Galicia, patrón de España, pero antes pasa a Toledo, “centro de la discreción y oficina de esplendores”, “me volví por Illescas a visitar aquella divina y milagrosa imagen... dando la vuelta a Madrid, me partí en demanda del Escurial, a donde se suspendieron todos mis sentidos, viendo la grandeza incomparable de aquel grandioso templo… Partí de allí a Segovia. Pose a la ciudad de Valladolid, júnteme en ella con dos devotos peregrinos, el uno era trances, el otro genovés y yo gallego romano y todos tan diestros en la vida poItrona que podíamos dar papilla al más entendido gitano... Con esta mala ventura con coles pasamos par Benavente y llegamos a Orense, donde los peregrinos Iavaban la broza de los cuerpos y en Santiago de las almas”. (Se refiere a las burgas de aguas termales y elevada temperatura que hay en Orense.) “Llegamos a la ciudad de Santiago que, porque no me tengan por parte apasionada, por lo que tengo de gallego, me excuso de decir lo mucho que hay en ella que poder alabar”. Sigue hacía Portugal pasando par Pontevedra, y su lugar de procedencia, Salvatierra, y así continua el viaje de ciudad en ciudad, hacienda observaciones topográficas e históricas y alguna que otra trapacería de muchacho, pero todo visto alegremente sin amargura alguna hasta llegar a Sevilla. La descripción del itinerario es deliciosa y tan fielmente geográfica que no podría mejorarse.

No hay itinerarios tan densos en el Periquillo. Tal vez sea el más importante el viaje de ida y vuelta a Manila. Ya sabemos que de la picaresca, parodiando a Ortega y Gasset, podemos decir que es literatura de andar y de ver. En esto de viajes, tanto Estebanillo coma Periquillo, están cerca del Guzmán de Alfarache, o le sobrepasan pero con cuán diferentes motivaciones, ejecuciones y resultados.

X

La comparación de una obra antigua (Estebanillo) con otra moderna (Periquillo Sarniento) supone relación entre ambas, que suele ser, come en el teatro de Anouilh, similitud de actividades o caracteres en situaciones diferentes. En el caso en quo nos ocupamos (comparación entrePeriquillo y Estebanillo) se da tal similitud, pero los puntos de contacto son simples exterioridades: el nombre, comarca natal, el hecho de correr mundo, pensar, sentir y obrar son tan dispares como los genios de los respectivos creadores. Estas obras ven la ha en una hora y en un sitio en que todo lo que se haga o deje de hacerse tiene importancia capital. Por eso dijimos al principio que solo con determinadas limitaciones pueden compararse Estebanillo yPeriquillo dejando a un lado la demás picaresca con la cual no puede haber punto de comparación, según se ha visto.

Hay en todas estas novelas dos tipos de ejemplaridad: una expresa, la estética, como en las novelas ejemplares de Cervantes, observada por Unamuno, y otra implícita en el texto, la moral. La primera nos la confiesa el propio Lazarillo en su prólogo: “Podría ser que alguno que las lea, halle algo que le agrade y a les que no ahondaren tanto, los deleite”. La segunda, si bien es moral, no lo es en el sentido normativo, sino de acción y situación, que enseña al hombre a valerse por sí mismo y a no fiar sino en su patrimonio íntimo. Al pervertirse hacia la vía picaresca, Guzmán de Alfarache nos dice que “en cualquier acaecimiento más vale saber que haber, porque si la fortuna se rebelare nunca la ciencia desampara al hombre”. Claro que esta ciencia no es sabiduría teórica, el nombre más adecuado sería saber práctico, “savoir-faire”, o gramática parda—que dice nuestro pueblo— (moço de ciego un punto ha de saber más que el diablo). Éste es el patrimonio íntimo del pícaro más valioso que todo lo que de fuera pueda venirle en favores, gracias o bienes. Y de fuera le vienen las normas, son dadas, ajenas, no caben en ese saber vital. El pícaro no acepta más que consejos, que puede seguir o no seguir, y sus resoluciones desde dentro y, en cada caso, no pueden convertirse en normas. No hay, pues, imperativo picaresco o si lo hay no es normativo, sino utilitario, de motivaciones primarias, de necesidades inmediatas. Si el pícaro obra bien es por sentimiento y nunca por coacción. El pícaro que no roba a los amigos ni a los amos se rige por una tabla de valores en constante conflicto con las necesidades, en las cuales a veces, solo a veces, quedan “soterradas” las normas de buen vivir.

El argumento definitivo y la diferencia esencial están en que en el Periquillo todo es normativo, el saber y la moral y en un grado un poco más inferior en Estebanillo.

Dice Periquillo, en cuanto al saber: “Hay muchos modos de leer, según los estilos de las escrituras. No se han de leer las oraciones de Cicerón coma los anales de Tácito, ni el panegírico de Plinio, como las comedian de Moreto. Hay que saber distinguir los estilos en que se escribe para animar con su torso la lectura y entonces manifestar que entiende lo que lee y que sabe leer”. Un verdadero tratado de fono-estilística y de normas de entonación.

En otra ocasión se refiere a Horacio y dice: “No os disgustéis con estas digresiones, pues a más de que os pueden ser útiles, si las sabéis aprovechar de su doctrina, os tengo dicho desde el principio que serán muy frecuentes en el discurso de mi obra... y quisiera que bebierais el saludable amargo de la verdad en la dorada copa del chiste y de la erudición. Entonces si estaría contento y habría cumplido cabalmente con los deberes de un sólido escritor, según Horacio, y conforme mi libre traducción.

“De escritor el oficio desempeña/ quien divierte al lector y quien lo enseña”. Aquí hay una norma y bien estricta para el escritor.

Respecto de la moral no hay m6s que recordar, cómo a cada paso y en todo momento recomienda Periquillo la virtud y la manera de llegar a ella. Dice: "”Usted tiene buen corazón y buena conducta, mas estas cualidades por sí no bastan para ser buenos padres, buenos ayos, ni buenos maestros de la juventud. Son necesarios requisitos para desempeñar estos títulos: ciencia, prudencia, virtud, disposición, etcétera”. Norma moral bien explicita, que no hallaremos en la picaresca.

Esta norma estrictamente mirada tampoco la hallamos en el Estebanillo. Repetimos que la comparación sólo podría hacerse bajo ciertas condiciones. No estamos conformes con Henríquez Ureña cuando sitúa a Lazarillo fuera de la picaresca, por considerarle "un pobre niño víctima de sus armos y no un pícaro comic después lo pinta Mateo Alemán”. El arrapiezo que da de rostros al ciego contra un poste y saquea el arcaz del clérigo, no es una víctima indefensa. El pícaro no es más que un hombre que actúa de una peculiar manera, en una peculiar situación, y en ese respecto consideramos bastante menos pícaro a Estebanillo que a Lazarillo. Estebanillo es un pícaro transformado lo mismo que Periquillo Sarniento, y casi sería mejor llamarlos mixtificados o sofisticados que truecan el valor y la astucia del pícaro en servilismo y servidumbre a normas, normas efímeras, si se quiere, pero propias de la época en que vivieron, que colocan a Bossuet donde solo debiera haber sitio para Maquiavelo.


Respuesta al discurso de ingreso de don Amancio Bolaño e Isla por José Rojas Garcidueñas

Día fasto para la Academia, éste en que llega a ella don Amancio Bolaño e Isla porque, con él aquí, nuestra institución verá grandemente facilitada su permanente tarea de resolver consultas, revisar neologismos, estudiar los mexicanismos que deban incorporarse al diccionario y, en fin, todo lo que atañe al uso, evolución y cultivo del lenguaje.

El doctor Bolaño viene a ocupar la vacante que dejó nuestro colega el señor don José María González de Mendoza y Rodríguez del Villar. Al faltar nuestro querido Abate, fue deliberada voluntad de la Academia el que le sucediera en su sitial, que es el vigésimo quinto, otro estudioso conocedor de nuestro idioma y nuestras letras que, de ser posible, fuese también de origen español. No se piense que con ello se trataba de auspiciar o mejorar relaciones con letrados de España, pues las tenemos constantes y magníficas, los motivos eran internos y sencillos: simplemente porque, ya que aquí no existen nacionalismos estrechos y discriminatorios, nosotros nos sentimos honrados en invitar a nuestra casa a quienes habiendo dejado su país de origen y buscado el nuestro, se han radicado, es decir arraigado aquí y han continuado y realizado en nuestro suelo y bajo nuestro cielo su obra de lingüística o de literatura.

El primer director de esta Academia fue un madrileño, el señor Conde de Bassoco; con él, como fundadores, estuvieron varios mexicanos que, por razón de edad, habían nacido españoles, es decir antes de la consumación de nuestra independencia política, así los señores Arango y Escansión, Aguilar y Marocho, Ormaechea, Orozco y Berra; académicos fueron dos santanderinos: don Casimiro del Collado y don Anselmo de la Portilla; más tarde, el ya citado don José María González de Mendoza, que nació en Sevilla, y ahora su presente sucesor.

Don Amancio Bolaño e Isla nació en Galicia; estudió en Madrid hasta su licenciatura en Filosofía y Letras; vino a radicarse a México hace más de seis lustros y en nuestra Universidad Nacional obtuvo el Doctorado en Letras.

En Madrid empezó a ejercer la docencia en el Instituto Plurilingüe, enseñando lengua y literatura latina y lengua y literatura española. En México, desde 1936, ha profesado cátedras diversas: filología románica, diversos cursos de latín, fonética, lingüística y, en la rama de literatura: la medieval, cursos especiales sobre El Quijote, la novela picaresca, estilística y otros muchos cursos, ya generales ya especializados y de seminarios, todos ellos en cátedras universitarias de esta capital o a veces invitado por las de provincia, en instituciones oficiales y particulares, alguna vez también en el extranjero.

Discípulo directo del muy ilustre don Ramón Menéndez Pidal, en cuyo elogio escuchamos, en este mismo sitio hace pocos meses, la erudita oración del doctor Bolaño, con una larga y eficaz labor docente y valiosa obra publicada, a la que luego he de referirme, todos esos trabajos que han llenado su vida siempre activa, también le han procurado distinciones, sin duda menos de las que él merece. Pero ya desde 1925 fue llamado como Miembro de la Academia de Bellas Letras de Málaga y luego del Colegio de Licenciados y Doctores de Madrid. Aquí en nuestro país, varias instituciones le han otorgado diplomas y honores y la Universidad Nacional le hizo entregas sucesivas, de medallas de plata y oro, al cumplir en ella, el doctor Bolaño, los veinticinco y luego los treinta años de servicio docente.

 Como siempre, la obra refleja al hombre: la bibliografía del doctor BoIaño contiene publicaciones pedagógicas, de ensayos y de crítica; las primeras, dentro de la línea de la lingüística; el Breve manual de fonética elemental y el Manual de historia de la lengua española. En el ensayo y crítica: Contribución al estudio biobibliográfico de fray Alonso de la Vera Cruz; además, versiones modernas, para divulgación, con notas e importantes prólogos, de El Conde LucanorEl Arcipreste de HitaGonzalo de Berceo, el Mío Cid y otra docena y media de estudios lingüísticos y literarios, en revistas y publicaciones especializadas, más otros reunidos en un volumen de bien nutridas doscientas páginas, titulado Estudios literarios, que vio la luz en 1960.

Imposible me es referirme a todo ello; tanto por mi propia incapacidad para juzgar de algunos de esos trabajos, cuanto porque mucho tiempo llevaría el comentar, aun haciéndolo de modo somero, aquellos de los cuales mucho me gustaría tratar.

Por ejemplo, este minucioso y perspicaz estudio cuya lectura acabamos de escuchar, de todo el cual solamente podría yo débilmente objetar la hipótesis de que “Fernández de Lizardi quiso o pretendió hacer una novela picaresca…”, supuesto que luego el mismo doctor Bolaño desecha, dejando aquello en mero antecedente y aclara luego la verdadera índole del Periquillo, de modo tan claro y exacto que en sí resume su índole y carácter en la literatura, diciendo:

…en la obra de Lizardi el primer antecedente que se patentiza es la novela picaresca española, pero mientras en ésta la sátira va disolviéndose en moral, en aquélla, en Lizardi, lo hace en novela de aventuras —tanto en las novelas como en los artículos, periódicos y folletos de El Pensador Mexicano hay un insistente propósito educacional y esto no es más que herencia del siglo XVIII, y propio de un pueblo en el periodo de su formación... Hay que enseñar al pueblo a ser libre, hay, para ello, que educarlo... (página 16) .

De modo igualmente claro prueba lo que él mismo declara el tema medular de su discurso: que ni el Periquillo Sarniento ni el Estebanillo González son novelas picarescas. La semejanza está en que “hay picardía en los dos, pero sin el tétrico fondo de la picaresca…” (página 15).

Y la diferencia principal es que en el Estebanillo “la trama novelesca se ha adelgazado de tal forma, que la novela se convierte en aventura, en tópico, hasta en historia…” Lo cual ocurre también en el Periquillo, pero “los propósitos educacionales no son su característica como sucede en esta última novela...” (página 20).

Excelente estudio que nos ha dado, condensada en sustanciosas frases, lo que es la esencia o lo esencial del origen, sentido y contenido de la novela picaresca, todo ello aún más nítidamente mostrado por el seguido contraste de la novela que no es ya picaresca, aunque el héroe sea un pícaro o semipícaro.

Por lo demás, insistir es las cualidades de ese estudio es ahora superfluo, pues ellas están ahí patentes y todos hemos podido advertirlas en esta lectura tan llena de enseñanzas, como lo han sido siempre las lecciones de su autor. Aquí debería de terminar estos comentarios a. la obra del doctor Bolaño, pero no puedo dejar de aludir, por lo menos, al cuidado y aciertos y penetración que hay en ensayos como los dedicados al Quijote, algunos de los cuales figuran en el mencionado volumen Estudios literarios. Allí, en algunos párrafos, condensa y explica mucho de la esencia del libro y del personaje, partiendo de una de las frases fundamentales de la novela cervantina, cuando (en el capítulo quinto de la primera parte) caído el Caballero y apaleado por el mozo de los mercaderes, quedó desvariado por el romance del Marqués de Mantua, y así lo encontró un labrador conterráneo suyo al cual, queriendo ayudarle y sacarle de su desvarío, le dijo: “Mire vuestra merced, señor, pecador de mí, que yo no soy don Rodrigo de Narváez, ni el Marqués de Mantua, sino Pedro Alonso su vecino; ni vuestra merced es Valdovinos, ni Abindarráez, sino el honrado hidalgo del señor Quijana”. Y entonces contestó Don Quijote con la frase que antes llamé fundamental y es una de las claves del propio personaje, diciendo: “Yo sé quién soy, y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los doce Pares de Francia, y aun todos los nueve de la Fama, pues a todas las hazañas que ellos todos juntos y cada uno por si hicieron se aventajarán las mías”.

Y, partiendo de allí, explica el doctor Bolaño:

Don Quijote sale al mundo ‘incitado’ por la lectura de los libros de caballerías pero libre para actuar en este o aquel sentido.

El punto de partida es ése: ‘yo sé que puedo ser…’ Para el hombre del Renacimiento no hay limitaciones a las posibilidades humanas, por eso, el afán de convertirse en prototipo, en ejemplar único de cualquier posibilidad...

Y en otro estudio correlativo completa su interesante concepto de la in-mortal novela y de su personaje epónimo. Dice el doctor Bolaño:

...Don Quijote es un personaje a quien se infunde una ‘incitación’ eficaz y poderosa capaz de hacer actuar y transformar en procesos de vida exteriorizables (según el modo de vivir hispánico del siglo XVI) las excitaciones venidas de fuera y transformadas por dicha incitación. Y así comprendemos fácilmente que Cervantes convirtiera su narración en historia, poetizada naturalmente, a partir del capítulo IX que es cuando debieron ocurrírsele las posibilidades que encerraba un personaje de esa manera estructurado...

Esa alusión al capítulo noveno, de la primera parte del Quijote, se refiere a cuando el autor de ella, estando un día en Alcaná de Toledo, vio que un muchacho trataba de vender unos cartapacios y papeles viejos, escritos con letra árabe, los cuales resultaron ser la Historia de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo.

Prosigue Bolaño: “Desde este momento Cervantes es un simple historiador de hechos ejecutados por Don Quijote, gracias a la incitación venida de fuera, que él supo infundirle y que le hará actuar según la 'sensibilidad vital' hispánica del gran siglo…”

Continuación en cierto modo de los ensayos citados es el titulado Las dos vidas metafóricas de Don Quijote en el cual redondea y completa su pensamiento e interpretación del ser y del actuar del personaje, considerándolo: “el personaje de vida metafórica más perfecta que se haya jamás pensado en los indecisos y fulgurantes mundos de la poesía, como prototipo de lo universal de quienes hayan podido vivir tan alucinante vida” (Op. cit, 90).

“Don Quijote es, pues, un personaje poético, incitado que transforma en procesos vitales exteriorizados (que obra) según una incitación que el autor (Cervantes) tuvo buen cuidado de ingerirle en el mismo momento en que inicia su vida poética (que es en el segundo capítulo de la primera parte) y por tanto universal, y por tanto aplicable a la humanidad entera...”

Con esto último ha venido a mi memoria el recuerdo, un poco fragmentado pero claro, de una charla con mi ilustre colega. Fue una tarde, hace muchos años, en uno de los corredores de nuestro viejo caserón de Mascarones, cuando la Facultad de Filosofía y Letras estaba allí. No recuerdo la causa ni el comienzo de nuestra conversación, pero ello es que derivó en consideraciones sobre lo permanente y lo transitorio de la obra literaria, o algo así; yo me atreví a decir que no creía que, en rigor, hubiese obras universales y eternas; don Amancio afirmó que El Quijote lo era; yo repliqué entonces que el valor de esa novela, como el de toda obra artística, está supeditado a la permanencia y reconocimiento de los valores culturales en que se apoya y que, a la vez expresa, por lo cual, si esos valores se alteran o cambian o faltan —lo que me parecía indudable puesto que las culturas se desenvuelven y perecen—, la obra literaria, como todo fruto de la cultura, caerá con ella.

No quiero, ahora, decir que yo haya superado mi natural escepticismo, pero sí digo que en verdad deseo haber estado equivocado, pues anhelo fervientemente que los grandes y altos valores de la cultura occidental, de nuestra cultura cristiana grecolatina, perduren, y que la obra de uno de sus más preclaros genios, don Miguel de Cervantes, cuya imagen preside esta casa, esta sala y este acto, sea verdad eterna en su validez y en su gloria.

Yo deseo que la razón y la verdad estén en lo que afirmaba aquella lejana tarde don Amancio, y que luego ha reafirmado en sus escritos, con sólidos apoyos de erudición y sostenido con su gran amor por la lengua y la obra de Cervantes.

Y ahora que el sabio maestro viene a sentarse entre nosotros, solamente cabe repetir lo que al comenzar estas mal pergeñadas frases dije: es éste un fasto día para la Academia Mexicana y, en cuanto a mí, sólo puedo añadir que estoy profundamente agradecido porque se me haya conferido el honor de decir, en este solemne acto público, en nombre de todos y cada uno de los señores miembros de esta Academia y con placer en el mío propio: maestro Bolaño, es usted bienvenido.

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