Dicho popular que funciona como lamentación resignada o grito de conformidad de enamorado celoso con respecto a las mujeres. En sentido paremiológico, se utiliza para resignarse a una situación en que son tantas las dificultades que se presentan para obtener algo que es mejor, aconseja implícitamente el dicho, dejar el asunto en paz. Tiene la forma de una exclamación y la función de un consejo.