Refrán que expresa la desconfianza hacia quienes socialmente son tenidos como buenos: el disfraz de la bondad es mucho más efectivo que la conducta franca del malo. El refrán combate, por tanto, la convicción popular de que hay que cuidarse de los enemigos y confiar ciegamente en los amigos. Se basa, desde luego, en la convicción de que bajo el supuesto de que hay que desconfiar de todo mundo, son más peligrosos los amigos que los enemigos; la razón que da es que mientras estos últimos están señalados socialmente por su conducta, los amigos están ocultos tras su máscara amistosa. Es un refrán consejo cuyo sentido paremiológico es el mismo que el del refrán "cuídame de mis amigos, que de mis enemigos me cuido yo"