Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
TODO MUNDO SABE que la epidermis de la lengua, el nivel que con más frecuencia y rapidez se modifica, es el léxico. Por el contrario, las alteraciones fonológicas y gramaticales son de tal manera lentas, que tenemos la falsa impresión de que esas estructuras permanecen inmutables a lo largo de los años. Lo que sucede es que, en el lapso —muy breve ciertamente— de nuestra vida, somos capaces de observar, con suma facilidad, el nacimiento y la muerte de no pocas palabras; ello no sucede con los cambios morfósintácticos y fonológicos pues normalmente, desde que éstos comienzan hasta que concluyen, suelen pasar siglos enteros. El DRAE, que, de manera predominante, explica voces y significados del español general, explicablemente tarda en incluir los neologismos y en suprimir (o señalarlas como desusadas) las voces o acepciones que, vigentes hasta cierto momento, no se emplean ya en el español actual.
        Puede darse incluso el caso de que ese Diccionario no haya nunca considerado tal o cual voz o significado regional porque en ocasiones se trata de vocablos tan efímeros que, antes de que se hubieran asentado y dispersado en la generalidad de hablantes de determinada región, desaparecen, si no del vocabulario pasivo, sí de las hablas y del léxico activo de los muchos o pocos que los empleaban. Todos contamos, en nuestro sistema lingüístico individual, con dos tipos de inventarios: el activo (voces que empleamos habitualmente y cuyo significado, obviamente, nos es familiar) y el pasivo (palabras que no solemos emplear pero cuyo significado conocemos). Hay, por ejemplo, tres mexicanismos, con diferente grado de vitalidad, que significan casi lo mismo y que no aparecen en la más reciente entrega del DRAE. Tanto vaciado cuanto suave y chido significan, con diversos matices cada uno, 'agradable, simpático, bonito, bueno'. Suave y vaciado, con ese preciso significado, no aparecen en el DRAE; el adjetivo chido simplemente no está consignado.
        El Diccionario del español usual en México, dirigido por Luis Fernando Lara, consigna las tres voces. A suave (con marca de coloquial) le asigna el sentido de 'que es muy agradable o muy satisfactorio': "¡qué suave irse de vacaciones!" Vaciado (también coloquial): 'que es simpático': "¡qué vaciado hablan mis cuates!" Por lo que toca a chido, en primer lugar queda marcado como voz propia del caló y significa "que es bueno, bonito o apreciable [...]: ¡qué chido que hayamos ganado!" Al caló ('jerga de origen popular, basada por lo general en el habla de los maleantes, como el pachuco, y otras expresiones juveniles') puede corresponder la tercera acepción de ese mismo diccionario. Ahora bien, me parece que de los tres vocablos anotados el menos usual hoy es el adjetivo vaciado. Es probable que se trate de un coloquialismo, propio sobre todo de la clase baja y media baja, que tuvo algún éxito en el español mexicano de los años sesenta, pero que paulatinamente lo fue perdiendo al grado de que ahora sólo muy esporádicamente se oye en boca de personas mayores de 50 años. Se trata, como se ve, de un mexicanismo verdaderamente efímero, pues su vigencia no va más allá de hace 20 años. Ello justifica, me parece, el que no haya tenido cabida en los diccionarios generales del español. Quitado el de Lara, tampoco aparece el vocablo, con esta particular acepción, en los principales diccionarios de mexicanismos.
        El empleo de suave por 'agradable' puede explicarse con facilidad como una simple y atinada extensión de su significado original. Si los diccionarios consignan el valor de suave aplicado sobre todo a objetos —'blando, liso para el tacto' o, en general, 'agradable' para algún otro de los sentidos (suave aroma, música suave, etc.)—, el mexicanismo consistirá simplemente en emplear la voz no sólo para modificar objetos sino para calificar todo tipo de acciones, situaciones, conceptos o cualidades ("la fiesta estuvo resuave", "¡qué familia tan suave!")... Aunque no tiene hoy mucho uso, se oye más que vaciado y me parece que, aunque no deja de ser coloquial, es menos vulgar. Santamaría, por cierto, menciona (en su imprescindible Diccionario de mejicanismos) un curioso sentido de suave: "en sentido vulgar y hasta pornográfico, 'apetecible, admirable'; dícese principalmente de la mujer". (¿Qué diría nuestro lexicógrafo —dicho sea entre paréntesis— del empleo actual, aplicado a la mujer, del adjetivo buena: "esa vieja está bien buena"?) Son tantos los matices que señalan los diccionarios generales para el adjetivo suave que quizá por ello no atienden el uso mexicano, creyendo que cabe en alguna de las muchas acepciones ('liso, blando, dulce, grato, tranquilo, quieto, manso, dócil, manejable, apacible'...).
        Finalmente, algo sobre chido. Hasta hace unos pocos años, la voz parecía caracterizar sólo a jóvenes pertenecientes a los estratos socioculturales bajos. Tengo la impresión de que hoy, sin dejar de ser voz propia de jóvenes, se ha venido extendiendo a los demás niveles. Es decir que forma parte del vocabulario de los jóvenes nacos ('ignorantes, torpes, ineducados', según el diccionario de Luis Fernando Lara), de los jóvenes fresas ('que no se atreven a contradecir normas y leyes': ibidem) y de los demás. No se trata precisamente de un neologismo, como tantos otros términos creados en las inventivas hablas juveniles. Es un vocablo, quizá bastante antiguo, perteneciente al caló, a la germanía, al habla del hampa, que con el sentido de 'bueno, bonito', aparece ya en un Diccionario de caló de Carlos G. Chabat, de 1956. Es notable empero que no aparezca definida esta voz en ninguna de las 95 listas de mexicanismos que publicó hace poco la Academia Mexicana (Índice de mexicanismos, 1997).

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