Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
HACE MUCHO SE VIENE DISCUTIENDO de donde viene la voz tocayo (‘respecto de una persona, otra que tiene el mismo nombre’). En la más reciente edición del DRAE (2001) no se aventura etimología alguna. No faltan empero lexicógrafos de ayer y de hoy que o bien le atribuyen origen náhuatl o bien se van hasta el mismo latín. Alfredo Chavero escribió todo un ensayo sobre el asunto e, igual que Cecilio Robelo, llega a la conclusión de que proviene del náhuatl. Los mexicanos llamaban tocaitl —argumenta el primero— a la persona que tiene nombre. No pocos etimologistas, por su parte, opinan que tocayo procede de la fórmula empleada en la ceremonia del matrimonio romano: ubi tu Caius, ibi ego Caia, literalmente ‘donde tú eres Cayo, ahí yo soy Caya’, lo que, en opinión de esos lexicógrafos, venía a significar algo así como: en donde tú serás llamado Cayo, a mí me llamarán Caya, en donde tú mandarás, mandaré yo, tú y yo seremos iguales en la casa... seremos tocayos. Como puede suponerse, yo no pretendo con esta nota resolver un asunto tan difícil. Deseo simplemente aportar algunos datos más, de carácter indirecto, que podrían tal vez ayudar a seguir buscando el origen de tan popular vocablo. Me limitaré a hacer algunas precisiones en cuanto a las primeras documentaciones de la voz tanto en textos literarios españoles y mexicanos, cuanto en lexicones y diccionarios.
        Revisé cuidadosamente el CORDE (Corpus diacrónico del español: siglo IX a mediados del siglo XX), en la página electrónica de la Real Academia Española. Según ese prestigioso y amplísimo corpus, la primera documentación de tocayo, en un texto publicado en español, corresponde a los años 1820-1823, en el libro Sátiras y panfletos del Trienio Constitucional de Sebastián de Miñano: “Igualmente ingrata te muestras con su medio tocayo de apellido sin haber acabado de fijar el concepto en que quisieras que le tuviesen”. Le sigue un texto de Leandro Fernández de Moratín (Cartas de 1823 [Epistolario]): “Me alegro de que haya vuelto vivo el tocayo de la sierpe; y si ha de esperar la amnistía para darse a luz, no quisiera que tuviera mucho que esperar”. En ese mismo corpus sólo encuentro un registro, muy tardío por cierto, de tocayo en México: uno en El tamaño del infierno (1973) de Arturo Azuela: “¡Ni tu santo tocayo lo permita! Arráncate de una vez por todas los cantos de la cigarra, los resplandores de la hoguera y el viento que arremete contra los sabinos y los olmos”.
        Es muy importante tener en cuenta que en el CORDE son abundantísimos los textos del español de España y, mucho menos, los del español de México. A ello obedece, sin duda, lo escaso de las documentaciones mexicanas de tocayo y lo tardío de la única que contiene. Algunas más están en el otro corpus (CREA: Corpus de referencia del español actual, 1980-2003): apenas ocho casos, el más antiguo de los cuales es de 1985. De España, por lo contrario, aparecen ahí 29 registros. Prueba de lo limitado del corpus mexicano es que no hay documentaciones de tocayo correspondientes al siglo XIX. Evidentemente era vocablo de empleo común en esa época. Salvador Díaz Cíntora, gran conocedor de la obra de Fernández de Lizardi, el Pensador Mexicano, me proporcionó dos citas de ese autor mexicano: “Yo no sé si son hombres o son nuestros tocayos” (1811 o 1812); “soy un tocayo de usted con poca diferencia, porque no paso de un Juan de buena alma...” (1820).
        Estos dos textos de Fernández de Lizardi son anteriores a las más antiguas documentaciones españolas (según el CORDE ) del vocablo tocayo. Parece éste buen argumento para defender su origen náhuatl o, al menos, mexicano, a pesar de que unas y otras son relativamente recientes. Es indudable que el empleo en lengua española de tocayo es mucho más antigua, aunque no dispongamos, hasta ahora, de documentaciones probatorias. De ello puede ser prueba suficiente el que esa palabra aparezca definida en el Diccionario de autoridades (1739), ilustre antecedente del actual DRAE (Tocayo, ya: “Lo mismo que colombroño” ). Colombroño: ‘el que tiene el mismo nombre que otro’. Sólo en dos ediciones, las correspondientes a los años 1899 y 1914, la Academia se atreve a proponer como etimología de la palabra la ya citada fórmula latina: Ubi tu Caius, ego Caia. En las anteriores y en las siguientes, hasta la XXI (2001), no se anota el origen del vocablo. Lo que importa destacar es que, si el Diccionario de autoridades, de la primera mitad del siglo XVIII , consigna el vocablo tocayo, quiere decir que su empleo era común y extendido, seguramente, por lo menos durante el siglo XVII . Lamentablemente el Diccionario de autoridades no consigna, en ese artículo, cita alguna, es decir, el vocablo tocayo no tiene, en ese lexicón, un autor, una autoridad que lo respalde ni tampoco, obviamente, etimología alguna. Sin embargo otros vocablos con etimología náhuatl, quedan así explicados, aunque con otras palabras, en Autoridades: atole (“es voz mexicana usada también en España”), cacao (“voz indiana”), chocolate (“su etimología es de la voz india chocollat” ), copal (“liquidámbar de la Nueva España”, cita de Acosta), etc. No sucede esto con el vocablo tocayo.
        Es probable, por tanto, que para el Diccionario de autoridades la voz tocayo no fuera de origen náhuatl. Ciertamente no faltan en ese venerable vocabulario errores en la asignación de etimologías, como por ejemplo cuando asigna al vocablo hule origen francés (“parece pudo venir del francés”). En ediciones posteriores hay otras etimologías para este vocablo: “del alemán hülle, cubierta” (1884), “del francés huilée, dada de aceite” (1914). No es sino en 1925 cuando finalmente se reconoce su origen náhuatl: “del mejicano ulli”. Tal vez en alguna futura entrega el DRAE asigne a tocayo origen mexicano. Para ello se necesitarían, creo yo, entre otras cosas, al menos documentaciones mucho más tempranas del empleo de la voz en México. Ciertamente la de Fernández de Lizardi (1811) es anterior a la española más antigua del CORDE (1820); no creo empero que sea esto suficiente, pues esa documentación (1811) sigue siendo muy posterior a la consignación del vocablo en el Diccionario de autoridades (1739). Más aún, encontré el vocablo en un diccionario poco conocido, varios años anterior al de autoridades. Me refiero al de John Stevens, A new Spanish and English Dictionary. Collected from the Best Spanish Authors Both Ancient and Modern, de 1706. Está ahí el artículo tocayo, voz que traduce como “a Namefake”. No le asigna etimología y, por tanto, la considera simplemente española, pues en otros casos, como en cacao, por ejemplo, aclara: “the name is indian”.
        En resumen: para asignar origen náhuatl (o novohispano en general) a la voz tocayo conviene esperar a que se documente su uso en el español mexicano o, mejor, novohispano anterior al siglo XVIII, pues, como vimos, a principios de esa centuria ya está consignado el vocablo, sin etimología, en varios diccionarios impresos en España. Si, por una parte, no se hallara documentación de tocayo en textos españoles (de España) anteriores al siglo XVIII y sí se encontrara en textos novohispanos del siglo XVI o, al menos, del XVII, habría alguna razón para pensar que la palabra fue exportada de la Nueva España a España durante el siglo XVII, lo que explicaría su incorporación en diccionarios españoles de principios del XVIII.

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