Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE.
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE.
SIEMPRE SERÁ CRITICABLE la cada día más frecuente tendencia de no pocos políticos, alcaldes y administradores a cambiar los nombres tradicionales de los pueblos y las calles. Me parece que tales topónimos, cuanto más antiguos, más respetables deberían ser para los ciudadanos comunes y sobre todo para las autoridades civiles. Si la integridad de los monumentos históricos o artísticos está defendida jurídicamente por leyes severas, no veo por qué los nombres de verdadera raigambre deban modificarse por el capricho de unos pocos. Sin duda habrá siempre nuevos trazos urbanos, nuevos asentamientos humanos que puedan honrar a héroes o políticos destacados, mediante su bautizo con tal o cual nombre. Consérvense en cambio inalteradas las viejas designaciones, que son también parte de la historia.
        Hay sin embargo algunos casos en la intrincada nomenclatura de las calles de la ciudad de México que sí convendría revisar. No me refiero naturalmente a los pintorescos nombres de muchas de nuestras avenidas y calles, ni tampoco al hecho de que sólo en el Distrito Federal existan más de 200 calles que se llamen Benito Juárez, ni a las impersonales denominaciones numéricas al estilo de Nueva York (calle 112 esquina con la 25). Aludo en concreto a designaciones que suponen, en alguna medida, una broma (a mi juicio de mal gusto) que implica cierto engaño o falacia. Me explicaré. Muchos ciudadanos llegan a conocer algo de historia, de botánica, de astronomía, etc., gracias a los nombres de las calles. Esto es más evidente con la geografía: en una ciudad tan grande como la de México encontramos con facilidad, en sus numerosísimas colonias y barrios, todos los topónimos imaginables: países, continentes, ciudades, montañas, ríos... Esto está muy bien, mientras no se tome a juego.
        En buena parte del tradicional barrio de Tacuba las calles tienen nombres de lagos (Lago Managua, Lago Mayor, Lago Ontario, etc.). Entre ellas hay una (y dos cerradas y una privada) con el nombre de Lago Gascasónica, lago que ningún manual de geografía menciona, por la sencilla razón de que no existe. La Enciclopedia de México, a mi juicio demasiado benévolamente, describe como pintoresco el hecho de que a algún empleado se le haya ocurrido tal designación para honrar así al general Celestino Gasca (quien fue entre otras cosas gobernador del Distrito Federal por los años veinte), para lo cual influyó también el que, a juicio del mismo empleado, "eran muchas las calles de esas colonias y me faltaron lagos o me sobró ignorancia". Independientemente de que se dé o no crédito a esa ingenua explicación —pues, entre otras posibles dudas, creo que no corresponde a cualquier empleado asignar nombres a las calles—, lo anecdótico de este dato no bastaría, me parece, para conservar, en la nomenclatura de una ciudad como la nuestra este absurdo sinsentido, para el cual contribuye también lo grotesco de la "derivación" (-asónica), incluyendo la terminación femenina para el masculino lago. Creo que convendría en ese caso (y en otros que tal vez existan) cambiar el nombre de esa calle. Habrá seguramente por ahí algún lago verdadero con cuyo nombre todavía no se haya bautizado a calle alguna.

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