Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE.
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE.
EL ADJETIVO INTELECTUAL, de origen latino, tiene esencialmente dos acepciones. La primera refiere al entendimiento ('perteneciente o relativo al entendimiento'), como en trabajo intelectual (para el que se requiere el ejercicio intenso del entendimiento); la segunda, sin duda más reciente, alude a cierta clase de seres humanos, y así el DRAE explica que por intelectual puede entenderse 'aquel que se dedica preferentemente al cultivo de las ciencias y letras', como en "Fulano es un intelectual". Esta segunda acepción explicaría, por ejemplo, la voz intelectualidad con el sentido de 'conjunto de personas cultas de un país o región'.
        Probablemente, con esta segunda acepción, el francés usó la voz intelectuel antes que el español el adjetivo intelectual. Intelectuel, en los diccionarios franceses, suele interpretarse, aplicado al hombre, como una extensión de significado. Así lo señala el conocido Dictionnaire alphabetique et analogique de la langue française de Paul Robert: "Intelectuel. Par ext. Dont la vie est consacré aux activités intelectuelles". Semejante es también la definición del Larousse du XXe siècle: "Qui s'occupe par gout ou par proffesion des choses de l'esprit".
        De conformidad con la definición del DRAE, conviene resaltar el hecho de que por intelectuales debemos concebir tanto a los científicos cuanto a los humanistas. En México el vocablo tiende a emplearse casi con exclusividad referido a estos últimos o a los llamados “científicos sociales", y rara vez se usa aplicado, por ejemplo, a un matemático o a un físico, aunque evidentemente les corresponde también a ellos, con todo derecho, el calificativo de intelectuales.
        Sin embargo me interesa detenerme en un rasgo semántico que, a mi juicio, viene dándose cada vez con mayor evidencia en el uso, al menos mexicano, del adjetivo intelectual, y que no se explica todavía en los diccionarios. Tengo la impresión de que en el español actual de México no se aplica normalmente el adjetivo intelectual a cualquiera que se dedique al cultivo de las ciencias y las letras, sino sólo a algunos de ellos. Sin necesidad de proporcionar nombres, todos tenemos en mente casos de personas dedicadas a esos menesteres intelectuales a quienes nadie designa como intelectuales. Por lo contrario, conocemos también a personas a quienes la designación de intelectuales parece venirles como anillo al dedo. Buscando la razón de este fenómeno me inclino por pensar que en el español de hoy, para ser en efecto un intelectual reconocido como tal, debe desempeñarse una actividad, intelectual ciertamente, pero en buena medida pública. El intelectual en México, creo, es el que, dedicado a las ciencias y a las letras, tiene además la preocupación de manifestar públicamente, de muy diversas maneras, sus reflexiones y sus descubrimientos. Yendo un poco más allá, pero como consecuencia de ese mismo rasgo característico, es muy frecuente el uso del adjetivo intelectual para aludir a personas consagradas, en efecto, a actividades intelectuales, pero que están también muy interesadas en la solución de problemas sociales de su tiempo. Suelen ser personas, como se dice, comprometidas.
        Como puede verse, si no estoy equivocado, el vocablo intelectual en el español mexicano de hoy viene empleándose no sólo para designar un tipo particular de actividad laboral (las cosas del espíritu, como dicen los franceses), sino también para aludir a una peculiar manera de comportamiento, a una actitud moral. Se trata, me parece, de una importante modificación semántica en el vocablo intelectual, de una nueva acepción que, sumada a las anteriores, debería de alguna manera consignarse en los diccionarios.

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