Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE.
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE.
TODOS SABEMOS que, contra lo que podría esperarse al ver las interminables listas de vocablos que contienen los diccionarios, cada uno de los hablantes, incluyendo a los iletrados y a los más cultos, maneja un vocabulario muy limitado. Sin embargo, hay necesidad de aclarar que las diferencias en los inventarios léxicos personales entre los diversos tipos de usuarios de la lengua pueden llegar a ser muy importantes. Mientras un joven analfabeto se comunica muy imperfectamente con unas pocas centenas de voces, un adulto culto, un escritor por ejemplo, emplea varios miles de palabras. Evidentemente sus mensajes, orales o escritos, independientemente de la riqueza semántica de los contenidos propiamente dichos, suelen tener un grado de precisión inimaginable en los torpes enunciados del iletrado.
        La pobreza léxica se nota no sólo en la casi total carencia de designaciones abstractas, sino también en la ignorancia del nombre que corresponde a los objetos de la vida diaria. Sería interesante contar el número de veces que en las conversaciones de algunas personas aparece el demostrativo precedido de artículo (el ése, la ésa, los ésos, las ésas), sustituyendo el sustantivo que nombra determinada cosa, en contextos como los siguientes: "pásame el ése" (el salero, por ejemplo), "tráite (tráete) los ésos" (los cubiertos, sea por caso). A veces cierta desesperación lleva al hablante a decir: "pásame el ése... ¿cómo se llama?", o bien "el ése... como se llame".
        Ése, éste, aquél son deícticos, es decir, formas que sirven para señalar o mostrar. Lo señalado debe de alguna manera estar presente, ya sea en la situación o en el contexto. Si en la mesa hay dos saleros, puedo decir, señalando, "pásame ése; aquél no me gusta". Si en la conversación vengo hablando de Fulano de Tal, en un momento puedo referirme a él como ése o éste. Nótese que en tales casos de uso propio del pronombre demostrativo (que va en lugar del nombre), no se emplea el artículo; no se dice, por ejemplo: "entonces *el éste llegó a mi casa". Puede llevarlo cuando el demostrativo funciona como adjetivo: "el salero este", "el hombre aquel" (sin acento, precisamente por ser adjetivos). Véase que cuando alguien dice "el ése", normalmente sin señalar, sin que el referente esté presente ni en la situación ni en el contexto, lo que sucede es que simplemente ignora o no recuerda el sustantivo designador corrrespondiente.
        Notable es asimismo el uso, quizá más reciente, de la preposición de entre el demostrativo y el artículo. No me resulta fácil saber la explicación de este tipo de construcción, sumamente frecuente en la lengua hablada popular: "pásame *el d'ése (de ése)". La conveniencia de evitar tales formas de expresión se explica, una vez más, por la necesidad que todos tenemos de ser precisos. La comunicación entre los seres humanos será más perfecta en la medida en que designemos cada cosa por su nombre. La dificultad no es aquí de naturaleza semasiológica (que parte del signo, de las palabras, para llegar a la determinación del concepto), y, por tanto, no puede resolverse con la consulta del diccionario, sino que es de carácter onomasiológico (que parte de los conceptos para llegar a los significantes, a las palabras); por ende, la manera de atenderla es aprendiendo las designaciones de las cosas, para lo cual se necesita preguntar a quien sepa más que nosotros.

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