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RESPUESTA AL DISCURSO ANTERIOR
Carlos Montemayor
Dice Víctor Hugo Rascón Banda que si los plenos de la Suprema Corte,
del Congreso de la Unión y de los partidos políticos sesionaran con el cli­
ma de cordialidad y respeto con que se conducen las reuniones de trabajo
de nuestra Academia Mexicana de la Lengua, otro sería este país. No sé si
tenga razón; puedo asegurar, en cambio, que la Academia es la única ins­
titución cultural de México que a lo largo de más de 130 años ha logrado
sobrevivir, increíblemente, al margen de los recursos presupuestales del go­
bierno mexicano. La autonomía e independencia de la Academia no le han
aportado bonanza, pero sí dignidad ante muchas orientaciones científicas y
sociales en los cambios de la revolución y de las burocracias políticas. Ello
se refleja en las destacadas generaciones de sus académicos, provenientes de
muchas regiones del país. Comenzaré esta respuesta con uno de los muchos
recuentos que podrían hacerse de estas presencias regionales.
No ha sido ininterrumpida la aportación de Chihuahua a los trabajos
de la Academia Mexicana, pero en algunos momentos podríamos sugerir
que ha sido dramática o incluso novelable. La sesión inaugural de nuestra
Academia ocurrió el 11 de septiembre de 1875, ciertamente. Pero cinco
años antes, el 24 de noviembre de 1870, en Madrid, la Real Academia de la
Lengua Española había determinado crear Academias Correspondientes en
nuestro continente para que se ocuparan de cuidar la pureza de la lengua
castellana en nuestras tierras. Con ese motivo, y para el caso de nuestro
país, fueron designados miembros correspondientes de la Academia Espa­
ñola 10 ilustres mexicanos. Entre ellos una figura sobresaliente de Chihua­
hua, el historiador, jurista y diplomático parralense (para algunos resultará
lógico que la primera aportación chihuahuense proviniera de Parral) don
José Fernando Ramírez. Por los años de su formación y de su fecunda labor
en Durango, nuestros vecinos lo han considerado como hijo de ese estado,
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