Page 251 - tomo34

Basic HTML Version

253
formación del estado y evolución nacional en el xix
matizó casi dos terceras partes del siglo xix, pero que logró conciliar con
el ideal inherente al liberalismo, aprovechando el marco jurídico de la Re­
forma. Así se concilian las tradiciones de la autoridad personal, producto
del caudillismo, con las garantías constitucionales, prácticas electorales e
ideales difusos que emanaban del liberalismo decimonónico.
Los diputados de 1822 reflejaban, sin embargo, un sentir colectivo
cuando se referían al “Imperio que va a ser el reino de la abundancia, la paz
y la felicidad…” y a la promesa de que ese imperio había convocado, por
igual, la simpatía interesada de una élite privilegiada y el fervor ingenuo de
un pueblo llano, predispuesto por una tradicional veneración al soberano,
a transferir el imperio a la autoridad de “un ente católico y libertador”.
La actividad más productiva seguía siendo la extracción de plata. La
eco­nomía agrícola se sustentaba en las haciendas que, hacia 1810, suma­
ban 4 994.
2
La industria, aún incipiente, estaba maltrecha. La Iglesia, po­
seedora de un patrimonio cuantioso, mantenía su control omnipresente:
educaba y velaba sobre la vida y la muerte de las personas, interfiriendo en
su destino desde la cuna hasta la tumba.
Españoles y criollos, que no pasaban entonces de 10% de la población,
poseían tierras que no se encontraban en manos de la Iglesia. Los indios
(60%) y las castas (30%) las cultivaban en torno a los antiguos pueblos,
conservando cada vez menor proporción de las tierras otorgadas algún día
por mercedes de los monarcas españoles.
3
Si la mitad del valor total de los bienes raíces del país se encontraba,
según lo informa Alamán, en manos de la Iglesia, es fácil entender por qué
el alto clero asumía funciones bancarias de gran prestamista.
Una inmensa proporción de la población era analfabeta y, aunque por
la exacerbación de agravios y el impulso libertario se había sostenido la
insurgencia, su preocupación inmediata era sobrevivir. Mínima era la expe­
riencia política y grande el peso de la inercia. No obstante, la integración
del Congreso fue notable: las élites locales ganaron las elecciones. Ahí es­
2
J. Coatsworth, “Obstacles to Economic Growth in Nineteenth-Century Mexico”, en
American
Historical Review
, núm. 83, 1978, pp. 80-100.
3
María Luna Argudín,
El Congreso y la política mexicana, 1857-1911
, Fideicomiso Historia de
las Américas, fce, México, 2006, pp. 123 y ss.