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julio cortázar, lector
nosotros, a la vez, habremos de descifrar y cuyo primer borrador acaso se
encuentra en el cartapacio que lleva en la mano izquierda.
Dos escritores antitéticos caminan por la misma plaza. Uno, sedentario e
insular; otro, peregrino e intercontinental. Uno, artificioso hasta el herme­
tismo; otro, natural –sólo en la medida en que la literatura puede serlo–
hasta la ternura y la complicidad; uno marginado por el sistema social que
el otro, aunque crítico, nunca dejó de defender. ¿Qué los une, además de
la plaza de la Catedral por la que caminan al lado de unos mulatos ergui­
dos que seguramente ignoran la identidad y la valía de los escritores con
quienes comparten, por unos instantes, el itinerario de la vida? Los une una
historia. Hay que recordar que Cortázar fue uno de los primeros lectores
que celebró la aparición de
Paradiso
y que Lezama manifestó en repetidas
ocasiones admiración y simpatía por la obra de Cortázar y una enorme
afinidad con ella
.
Pero más que la historia, los une la imaginación –en uno
hiperbólica, en otro fantástica, en ambos portentosa–; los une la palabra
poética, que re-crea la realidad para hacerla más habitable, más gozosa,
menos ignota.