Académicos

Mauricio Magdaleno

Categoría: De número
Silla: XXIV
Estatus actual: Fallecido
Lugar de nacimiento: Tabasco, Zac.
Fecha de nacimiento: 13 de mayo de 1906
Fecha de defunción: 30 de junio de 1986
Fecha de elección: 28 de septiembre de 1956
Lectura de ingreso: 14 de junio de 1957

Nació Mauricio Magdaleno el 13 de mayo de 1906 en Villa del Refugio [o: ¿en el poblado de Tabasco?], Zacatecas. A causa de la Revolución —la cual más tarde marcaría buena parte de su producción literaria—, se trasladó a Aguascalientes, donde hizo los estudios primarios y los secundarios. Viajó luego a la ciudad de México. Entre 1920 y 1923 estudió en la Escuela Nacional Preparatoria y, entre 1924 y 1925, en la Escuela de Altos Estudios de la Universidad Nacional. Se iniciaba entonces como escritor y publicó, en 1927, su primera novela, Mapimí 37. En 1929 fue uno de los jóvenes líderes del vasconcelismo y a sus ideales siguió fiel durante mucho tiempo. Junto con Juan Bustillo Oro fundó el Teatro de Ahora, que representaba obras sobre los problemas sociales del país. Dentro de esa línea, escribió tres piezas teatrales: Emiliano ZapataTrópico y Pánuco 137, que en 1933 se publicarían en España como libro (Teatro revolucionario mexicano) y que revelan ya sus dotes de observador de la realidad y de aguda percepción de la psicología humana.

Entre 1932 y 1933 vivió en Madrid. Siguió ahí cursos de letras en la universidad y colaboró en el diario El Sol, que dirigía Martín Luis Guzmán; entre otras cosas, se publicaron ahí dos relatos suyos sobre la Revolución. A su regreso a la ciudad de México, en 1934, publicó El compadre Mendoza y al año siguiente, Campo celis; en 1936 salió su libro Concha Bretón, y en 1937, El resplandor, novela de protesta que sería considerada como su mejor obra y una de las mejores novelas indigenistas. El resplandor escenifica la vida de una comunidad en uno de los parajes más desolados y pobres del país, el Valle del Mezquital, un “yermo miserable y ahogado entre tolvaneras de cal y salitre”, habitado por indios otomíes sumidos sin remedio en la desesperanza. Es un relato complejo, estupendamente estructurado y de gran profundidad y dramatismo. Otras tres novelas de Mauricio Magdaleno, las últimas, se publicaron en la década siguiente: Sonata salió a luz en 1941. Al cabo de varios años, en el 49, se publicaron Cabello de elote, sobre la nueva burguesía de la ciudad de México, y, más lograda, Tierra grande, extensa novela centrada en la pasión por la tierra de una familia de latifundistas. Por su orientación, su profundidad y su capacidad descriptiva, hay, sin duda, un parentesco entre la novelística de Magdaleno y la de Mariano Azuela, aunque no se da en aquél la característica amargura de Azuela. Entre 1941 y 1948 también escribió Magdaleno una serie de cuentos, que se recogerían en el libro Ardiente verano (1954). Digno de notar es igualmente su trabajo en el cine, pues, a partir de 1942 escribió argumentos y guiones de unas 50 películas, algunas tan famosas como María Candelaria y Flor silvestre. Escritor incansable, fue además autor de libros sobre varios aspectos de la historia y de la cultura mexicanas y de variadas colaboraciones en los periódicos El NacionalEl Universal y La Nación de Buenos Aires; ninguna de ellas, salvo seis, ha sido reeditada. Y, siguiendo la línea de Vasconcelos, publicó ediciones populares de obras tales como la Suma indiana de Sahagún, La linterna mágica de Cuéllar, y Pueblo y canto de Micrós, además de reunir en una antología El pensamiento vivo de América, textos de escritores hispanoamericanos. Nuestro autor fue diputado al Congreso de la Unión y senador por Zacatecas y también ocupó varios puestos en el gobierno, como el de jefe de los departamentos de Bellas Artes y de Bibliotecas de la Secretaría de Educación Pública. En 1956 Mauricio Magdaleno fue electo miembro de la Academia Mexicana, y, desde 1957, ocupó la silla XXIV durante cerca de 30 años, hasta su muerte, ocurrida el 30 de junio de 1986. Su discurso de ingreso a la Academia se intituló, significativamente, El compromiso de las letras; en su respuesta al discurso dijo Antonio Castro Leal que Magdaleno pertenecía a la generación literaria “que aprendió lecciones de rebeldía y de esperanza en José Vasconcelos” —que recogió en Las palabras perdidas (1956), su mejor libro— y que “volvió a sentir, como llaga en carne propia, la dolorida realidad mexicana”. Ambas cosas hicieron de Magdaleno un escritor apasionado y crítico, de clara y coherente ideología progresista (Margit Frenk, Semblanzas de académicos).

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