Ceremonia de ingreso de doña Concepción Company Company (Parte 2)

Miércoles, 09 de Noviembre de 2005.

3.1.3. La ausencia de leísmo referencial

La muy escasa frecuencia de la pronominalización de objetos directos con clíticos de dativo, le(s), es decir, el escaso empleo de leísmo, ha sido uno de los rasgos aducidos recurrentemente en todo tipo de estudios como manifestación del carácter conservador del español en México, rasgo este compartido por la mayoría de variedades americanas. El leísmo es, ciertamente, esporádico en el español mexicano, aunque no es desconocido. Por contraste, el español peninsular de Castilla se muestra en este aspecto innovador en extremo, ya que ha difundido ampliamente la pronominalización no etimológica, al punto de que, como se sabe, para ciertas entidades objeto el uso canónico con clítico acusativo lo(s)- la(s) ha quedado completamente desplazado. Lo relevante, sin embargo, para mostrar la identidad lingüística del español mexicano, no es tanto la mayor o menor presencia de leísmo en uno u otro dialecto, sino la diferente motivación, referencial frente a pragmática-relacional, que subyace a los usos leístas en cada uno de estos dialectos.

En general, el leísmo se muestra como un fenómeno diacrónica y diatópicamente complejo en el que intervienen tanto aspectos sintácticos: el número de participantes en la oración, cuanto léxico-semánticos: características referenciales de la entidad objeto, particularmente género y número, y también rasgos semántico-pragmáticos relacionados de manera global con la predicación y con las relaciones que el objeto directo contrae con su verbo, tales como, entre otros, el grado de transitividad del verbo, el grado de afectación del objeto, el grado de agentividad del sujeto, el carácter aspectual télico o atélico del verbo y otros matices aspectuales del evento, así como la prominencia y respeto que, desde la perspectiva del hablante, tenga la entidad dentro de una situación comunicativa dada. Una estrecha interacción entre la sintaxis, la semántica léxica y la semántica pragmática parece motivar la codificación de un objeto directo en forma de dativo, le, o mantener una codificación etimológica en acusativo lo / la. Este imbricado juego de factores parece haber estado presente en todas las etapas del leísmo, incluso desde las primeras manifestaciones del cambio. [58]

Sin embargo, el español castellano y el español mexicano han generado en esta zona de la gramática una frontera dialectal, guiada, al igual que los cambios anteriores, por dos pautas distintas de gramaticalización. Estos dos dialectos difieren notablemente en cuanto a cuáles de los factores semánticos arriba señalados son los responsables inmediatos de que aparezca un uso innovador leísta. El leísmo en la variante mexicana está motivado por factores relacionados con la semántica pragmática de la oración, tales como el grado de afectación, la valoración y prominencia del objeto, o el significado aspectual (a)télico, virtual o real del verbo, mientras que el leísmo en el español peninsular castellano parece que está más motivado, podríamos decir que de manera casi exclusiva, por factores semántico-referenciales, como el género y el número, específicamente la masculinidad y la individuación del objeto directo. Esto es, en el mismo espacio funcional los dos dialectos hacen un distinta elección semántica: el castellano focaliza a la entidad per se, atendiendo a sus rasgos referenciales: masculino y singular, mientras que el español de México enfatiza las relaciones que la entidad objeto contrae con su verbo y las valoraciones que sobre ella proyecta el conceptualizador.

Para mostrar estas dos diferentes elecciones semánticas, compararé la pronominalización de objetos directos en un determinado estado de lengua de estas dos variedades dialectales, el siglo XVIII, periodo en que, como vimos, el español mexicano muestra ya una caracterización propia y la innovación leísta está ya muy difundida en el español de Castilla. Los datos proceden de los DLNE, en el corpus correspondiente a la segunda mitad de ese siglo, y del español castellano representado en el teatro de Moratín, escrito entre 1790 y 1805. [59] Examinaré en primer lugar la referencialidad de la entidad objeto directo y en segundo lugar los significados relacionales.

La comparación en la zona semántica prototípica del leísmo, señalada en todos los estudios como la más motivadora para una pronominalización no etimológica, esto es, aquella que pronominaliza entidades masculinas singulares, cuadros 5 y 6, ápud Flores, [60] nos muestra que el leísmo mexicano no obedece, u obedece mínimamente, al género y al grado de individuación léxico-semántica de la entidad pronominalizada como objeto directo, ya que estos no influyen de manera importante en la elección de un clítico le para objeto directo. Esos mismos cuadros indican que en el dialecto peninsular contemporáneo del novohispano las características referenciales de la entidad pronominalizada sí eran, por el contrario, decisivas para que aflorara un uso no etimológico leísta. La frecuencia relativa de uso reflejada en el cuadro 5 indica también que el leísmo es casi categórico con masculinos singulares en los textos españoles del XVIII (99%), a la vez que los índices de asociación, odd ratio, del cuadro 6 nos muestran que género y número tienen pesos diferentes en el español peninsular: el primero dispara el leísmo mucho más que el segundo, pero ambos muestran la misma asociación y son de baja incidencia en el español mexicano novohispano. El balance general que estos dos cuadros reflejan es que la vinculación a rasgos referenciales del objeto es muy fuerte en el texto peninsular, 100% de asociación con género masculino y algo más de 50% con individuación, pero que los rasgos referenciales del objeto, en cambio, motivan mínimamente la aparición de un leísmo en el dialecto novohispano contemporáneo del peninsular.

Cuadro 5. Proporción de leísmo con entidades masculinas singulares

DLNE-XVIII                              27% (54/199)

MORATÍN                                 99% (95/96)

 

Cuadro 6. Índices de asociación del leísmo con los rasgos referenciales del objeto

Género masculino                                       Número singular

    DLNE-XVIII                                                 5.59                                                                 5.12

    MORATÍN                                                   100                                                                  50.06


Si atendemos a la entidad objeto no de manera aislada, esto es, no en sus características referenciales, sino en sus relaciones con los otros constituyentes de la oración y con la predicación en su totalidad, es posible percatarse de que el español mexicano y el español peninsular muestran una muy distinta selección de esas relaciones. En el cuadro 7 que sigue, ápud Flores, aparecen concentrados los índices de asociación del leísmo con diversos factores relacionados con la transitividad de la oración. Puede verse que en el español de México existe una fuerte asociación entre la clase aspectual del verbo y la aparición de leísmo: este se presenta con verbos imperfectivos, que implican además un menor grado de actividad, ie. verbos de no realización, y que existe una muy fuerte asociación con la animacidad y agentividad del sujeto de la oración transitiva. El mismo cuadro nos muestra que, por el contrario, el leísmo en los textos de Moratín no obedece a los factores semánticos que hemos venido llamando pragmático-relacionales —solo hay ligera asociación con la copresencia de un sujeto agentivo—, y que, por lo tanto, ni la dinámica del evento ni las relaciones del verbo con sus participantes son decisivas para que aflore una pronominalización innovadora leísta en el español peninsular del siglo XVIII.

Cuadro 7. Asociación del leísmo con factores que intervienen en la transitividad

 

Animación del sujeto       Virtualidad del evento       Verbo de no realización       Imperfectividad del evento

    DLNE-XVIII             15.8                                    1.33                                  10.99                                         6.8

    MORATÍN                1.85                                      0                                         0                                             0 

 

Acorde con lo reflejado en los cuadros, puede afirmarse que el español mexicano y el español peninsular, en su variante castellana, operan de nuevo en esta zona de la gramática bajo parámetros distintos, relacional el primero, no relacional el segundo: la semántica asociada a la transitividad del evento y a la pragmática de la entidad en el dialecto mexicano; la referencialidad en el dialecto peninsular. Español de México y español de Castilla generaron dos rutinas gramaticales distintas vía una diferente puesta en relieve de la semántica de las entidades involucradas: el primer dialecto gramaticaliza los rasgos que no dependen de las características observables, externas, referenciales de la entidad objeto, sino aquellos que están más apegados a la capacidad relacional de la entidad y a su valoración por parte del conceptualizador. El segundo dialecto pone énfasis en las características de la entidad de manera absoluta, con una casi total independencia de sus relaciones con los otros constituyentes de la oración.

Los ejemplos que siguen muestran las distintas motivaciones del leísmo en uno y otro dialecto. En (20) se ejemplifica una alternancia común en el español de México; la diferente pronominalización, lfrente a le,viene dada por una distinta valoración de la entidad objeto por parte del narrador: pronominalización leísta (20a) cuando hay mayor distancia social y respeto entre los interlocutores, no importa si la entidad objeto directo es masculina o femenina, se suele denominar leísmo de respeto, pronominalización no leísta (20b), cuando hay mayor proximidad social o cuando el hablante ocupa una situación jerárquica superior al oyente. Por su parte, en (21a) el referente ha perdido toda posibilidad de actividad, está altamente afectado por la transitividad del verbo, es alguien socialmente degradado, y, en consecuencia, surge un clítico etimológico lo; en cambio, en (21b) el referente del clítico objeto aparece conceptualizado como una persona común, alguien no afectado por la acción del verbo, el impacto de la transitividad sobre ese objeto es menor y, en consecuencia, surge un dativo len el papel de objeto directo. Los ejemplos de (22)[61] muestran empleos leístas comunes en el español de Castilla; en ellos son fundamentalmente los rasgos referenciales inherentes de la entidad en cuestión los que hacen aflorar un uso leísta: el carácter masculino del referente, ya sea este animado o no, y, en menor grado, la individuación, apareciendo incluso el clítico dativo con verbos que implican alta transitividad y alta afectación del objeto, como matar.

(20) a. Maestra, ¿le ayudo con los libros?

Maestro, ¿le ayudo?

Me da mucho gusto saludarle [puede ser hombre o mujer el refe­rente]

Primero que nada, permítame felicitarle [puede ser hombre o mu­jer el referente]

b. Lulú, ¿no quiere que la ayude? ya casi llegan los niños de la escuela

(21) a. Lo llamólo convenció y aún algo lo abochornó (DLNE, 1808, 304.704)

b. Oyó de repente que por detrás le chiflaba un hombre, y volviendo la cara vio que le llamaba (DLNE,1799, 270.652)

(22) Al niño le llevaron al hospital

El cerdo le sujetamos entre varios y le matan. Después le limpia­mosle colgamos le abrimos

El tractor hace tiempo que le vendimos para desguace.

Pasemos al último caracterizador dialectal del español de México para mostrar que en él también opera la misma dinámica de selección semántica.

3.1.4. El pretérito perfecto compuesto

El pretérito perfecto compuesto o antepresente es, como ha sido señalado en numerosos estudios, una forma verbal polisémica, de significación temporal compleja, que indica la existencia de un lapso indeterminado en su extensión, por lo que referencialmente invade el pretérito y el presente, pudiendo proyectarse incluso hacia el futuro, y de una significación aspectual también compleja, ya que engloba tanto valores perfectivos cuanto imperfectivos, ambos, a su vez, con una amplia gama de matices semántico-pragmáticos, tales como imperfectividad actual, imperfectividad habitual, relevancia presente, perfectividad de pasado próximo, perfectividad durativa, perfectividad puntual, etcétera.

Cualitativamente, difieren los dos dialectos en cuanto que uno de ellos, el peninsular, selecciona preferentemente valores temporales para la significación de esta forma verbal, mientras que el otro, el mexicano, selecciona valores de tipo aspectual, es decir no temporales. En el español de Castilla, como señala Moreno de Alba, [62] “la característica principal del antepresente es su valor temporal, su aproximación al presente gramatical, [...] si la acción tuvo su perfección en el presente ampliado aparece el antepresente”, es decir, se trata esencialmente de una forma que indica un valor temporal: eventos concluidos en un antes próximo al presente, es decir, ‘antepresente’, como la denominara Bello. [63] En el español de México, por el contrario, “la diferencia [entre pretérito perfecto y pretérito simple] es esencialmente aspectual. [...] Si la significación verbal no se considera como concluida, sino en proceso, es decir si la acción o serie de acciones, iniciada en el pasado, continúa o puede continuar en el ahora o en el futuro se usa el antepresente”; [64] es decir, se trata de una forma que no indica si el evento tuvo lugar próximo o distante del presente, sino que indica si el evento, desde la perspectiva del hablante, sigue teniendo relevancia en el momento de la enunciación, esto es, son valores no temporales los aportados por el pretérito perfecto compuesto en el dialecto mexicano.

Si definimos los valores que indican tiempo como referenciales y los aspectuales o no temporales como no referenciales o pragmático-relacionales, es posible observar que también en esta zona de la gramática, al igual que en las otras áreas analizadas, cada dialecto pone de relieve valores distintos dentro de un mismo espacio semántico: el español de España construye su gramática sobre un parámetro referencial, tiempo inmediato anterior al presente, mientras que el español de México la construye sobre un parámetro no referencial o más relacional: evento concluido o no respecto de la perspectiva del hablante.

Lo interesante para la configuración dialectal del español mexicano es observar cómo ocurrió el cambio y cómo las frecuencias relativas de uso, diacrónicas y diatópicas, apoyan la naturaleza esencialmente pragmático-relacional del español de este país. Si dinamizamos los datos dialectales del siglo XX (véase más abajo cuadro 9) y los comparamos con el uso y valor que el pretérito perfecto compuesto tenía en la segunda mitad del siglo XV e inicios del XVI —el momento previo a la gran escisión dialectal del español— es posible percatarse de que cada dialecto gramaticalizó uno de los valores que estaba en competencia en ese periodo y debilitó el otro valor. Veamos.

El pretérito perfecto compuesto a fines del siglo XV e inicios del XVI tenía cuatro valores: temporal referencial de antepresente, aspectual o no referencial de pretérito abierto, temporal de pasado pero no en el ámbito de un presente, y temporal de posterioridad a un presente, [65] pero solo los dos primeros eran valores básicos en cuanto que, juntos, constituían algo más del 90% de las frecuencias de uso de esta forma verbal en ese periodo, tal como se aprecia en el cuadro 8.

Cuadro 8. Valores del pretérito perfecto compuesto a fines del siglo XV e inicios del XVI

 

Antepresente                            Pretérito                                      Otros

58% (158/272)                     35% (94/272)                              7% (20/272)

 

Estos dos valores fundamentales tenían el siguiente significado:

a ) Antepresente. Cuando el pretérito perfecto compuesto tiene este valor, la acción se inicia y se concluye en el pasado, pero este pasado que marca el límite de la acción está próximo al momento del habla, tal como se ejemplifica en (23); es un valor fundamentalmente temporal que hace referencia al presente ampliado dentro del cual ocurre la predicación. Suele haber indicaciones contextuales (se marcan en cursivas en los ejemplos) que permiten localizar temporalmente la acción como próxima al presente, bien un verbo en presente del cual depende el pretérito compuesto, bien participios absolutos que enmarcan temporalmente el evento, bien modificadores adverbiales.

(23) Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que oy ha passado? (La Celestina, 2.133)

más aun porque les toman aquel agua para los molinos que es la con que regavan sus labranças y sementeras los pobres jndios. [...] Y lo mesmo ha hecho el licenciado Delgadillo que en el pueblo de Tacuba ha tomado un çercado grande de huerta (DLNE, 1529, 7.79).

b ) Pretérito abierto. La acción se inicia en el pasado pero sus efectos, desde la perspectiva del hablante o narrador, continúan abiertos en el momento de la enunciación y en algunos casos pueden perdurar en el futuro, como se ve en los ejemplos de (24). En este segundo significado la forma verbal conserva parte del valor resultativo de presente que originariamente tenía el auxiliar latino habere; de ahí que se indiquen mediante la forma verbal los efectos duraderos del evento en el momento del habla. Posiblemente, más que de un valor aspectual imperfectivo, como suele ser identificado en la bibliografía especializada, es más adecuado considerarlo como un valor de tipo pragmático-relacional, en cuanto que el significado de relevancia actual no viene dado tanto por el valor intrínseco de la forma verbal, sino por la valoración que hace el conceptualizador, hablante o narrador, respecto de la relevancia del evento en el momento en que este está siendo enunciado.

(24) aunque ella no me conosce, por lo poco que la serví y por la mu- dança que la edad ha hecho (La Celestina, 1.109)

y alli lo sacrificaron a sus ydolos, y de los de más no dexaron hombre a vida [...] Han puesto, muy catholico señor, tanto dolor y tristeza en los vasallos de vuestra magestad estas nuevas y muerte del dicho gobernador y cristianos, que no ha podido ser más (DLNE, 1525, 1.25).

Si observamos los efectos diatópicos en el siglo XX de aquella gran escisión dialectal, cuadro 9, [66] es posible percatarse de que cada dialecto generó su gramática poniendo de relieve una de las posibilidades del sistema antiguo y minimizando la otra posibilidad, y, desde luego, esta especialización modificó profundamente el sistema global de valores del pretérito perfecto compuesto. De nuevo, en esta zona de la gramática, al igual que ocurría con las otras tres áreas examinadas, el español peninsular enfatizó la referencialidad del evento, en este caso la temporalidad de pasado próximo al presente (84%), y degradó el empleo del valor pragmático-relacional; por lo contrario, el español de México puso de relieve el valor aspectual, generalizando valores pragmáticos, aspectualmente de tipo imperfectivo (96%), y minimizó casi por completo el valor temporal.

El español de España vuelve a situarse, por tanto, en un plano o ángulo más objetivo, más referencial, el tiempo per se, para generar una gramaticalización, a la vez que se muestra más flexible en su codificación ya que no desechó totalmente el otro valor, mientras que el español mexicano se sitúa de nueva cuenta en un plano más interno, más relacional o pragmático, a la vez que menos flexible, ya que gramaticalizó la valoración del hablante sobre el evento e hizo un muy escaso empleo de la referencialidad temporal del evento mismo.

Cuadro 9. Valores del pretérito perfecto compuesto en el siglo XX

 

Referencial-temporal                                       Pragmático-aspectual

    Español peninsular                           84% (253/300)                                                   16% (47/300)

    Español mexicano                             4% (18/404)                                                       96% (386/404)

 

Se observa en el cuadro 9 que los hispanohablantes de los dos dialectos pueden emplear, y de hecho emplean, los dos valores; por ello son variantes de un mismo español general, pero las frecuencias relativas de uso indican que siguen pautas de gramaticalización diferentes y que, en consecuencia, construyen sus respectivas gramáticas sobre ejes o parámetros muy distintos. Para España, es un ámbito eminentemente temporal: se emplea el antepresente para indicar que un hecho está concluido en el presente ampliado; tanto el perfecto compuesto como el pretérito simple son perfectivos en este dialecto, la diferencia es temporal: próximo frente a distante, respectivamente, como se ejemplifica en (25). Para México en cambio el empleo del antepresente es un hecho esencialmente pragmático y aspectualmente imperfectivo, y la diferencia con el pretérito simple no es temporal sino de tipo aspectual-pragmático; en este dialecto se emplea un pretérito perfecto compuesto cuando desde la perspectiva del hablante siguen teniendo relevancia presente, o aun futura, los hechos significados por la forma verbal, [67] tal como indican los ejemplos de (26). Así, una misma situación pasada próxima al presente —que sería codificada con un pretérito perfecto compuesto en el español peninsular— es codificada con un pretérito simple si el hablante considera que es un hecho concluido (26a), o será codificada con un pretérito perfecto compuesto (26b), si desde la perspectiva y valoración del hablante el fenómeno o sus consecuencias siguen vigentes, o tienen relevancia en el presente o se pueden repetir en el presente o en un futuro. Los ejemplos de (27) muestran el carácter aspectual del pretérito perfecto compuesto en el español de México.

(25) Bueno, cuando has dicho clubs ¿a qué te estabas refiriendo? (Ha­bla culta de Madrid, 193)

Cuando he llegado esta mañana, me dice: “Ah, pues esta tarde te­nemos un compromiso” (Habla culta de Madrid, 424)

(26) a. Este año llovió mucho [se espera que no siga lloviendo, ya no hay lluvias]

b. Este año ha llovido mucho [se espera que siga lloviendo]

(27) Y su mamá ¿cómo está? Pues ha estado mala [se entiende que si­gue enferma] (Habla culta de la Ciudad de México, ápud Colombo) [68]

Y ese cambio en la evolución de la especie ha dado por resultado un mayor volumen de cerebro (Habla culta de la Ciudad de México, ápud Colombo)

He ido muy seguido a Acapulco [...] sí por cuestiones de trabajo.

3.2. Balance de cambios: una escisión dialectal del español

Hemos analizado cuatro distintas zonas de la gramática del español que tienen un comportamiento similar, a la vez que diferente, según se observe el español mexicano o el español peninsular, pero vimos que tales diferencias no radican en la apariencia externa formal de las construcciones, sino en sutiles diferencias semánticas solo observables a través de la diferente frecuencia relativa de uso de las formas en uno frente a en el otro dialecto. Un mismo conjunto de motivaciones semánticas, referenciales y pragmático-relacionales, articula un único espacio gramatical funcional, pero tales motivaciones operan con dinámica diferente en cada dialecto y generan gramáticas diferentes. En la difusión del cambio cada dialecto privilegió un subconjunto de esos rasgos, debilitando u opacando el otro subconjunto, y realizó por tanto una diferente gramaticalización de ese espacio. Dos puestas en relieve que operan bajo dos parámetros: referencial o externo en España / relacional-pragmático en México.

La diferente selección de rasgos semánticos provocó una importante frontera o distanciamiento dialectal, frontera que debió iniciarse en etapas inmediatamente previas al fin del virreinato, esto es, en las últimas décadas del siglo XVII e inicios del XVIII como sugiere la diacronía de los mexicanismos analizados en el capítulo anterior.

El comportamiento gramatical semejante de posesivos, diminutivos, leísmo y pretéritos perfectos compuestos al interior de cada uno de los dialectos parece sugerir que se produjo una gran escisión dialectal, articulada a partir de la distinta selección de rasgos semánticos para comunicar una “misma” realidad, es decir, a partir de una diferente explotación de la semántica y la pragmática.

La gráfica 3 resume los cuatro cambios analizados y permite visualizar el contraste existente entre los dos dialectos. Puede verse en ella que efectivamente México y España están contrapuestos en cuanto a la selección de rasgos semánticos en esas cuatro zonas gramaticales. Se ve en la gráfica que las dos modalidades dialectales construyen de hecho una imagen de espejo en esas cuatro áreas: aquella zona puesta de relieve por un dialecto, la referencialidad (sombreada en gris oscuro) en España, aparece minimizada por el otro dialecto, el mexicano, que pone sistemáticamente de relieve una semántica de naturaleza relacional-pragmática (sombreada en gris claro).

La sistemacidad del contraste entre el español peninsular castellano y el español mexicano que refleja la gráfica anterior admite, a mi manera de ver, una lectura en términos de la relación entre lengua y con ceptualización, o, de una manera más general, entre lengua y cultura.

Gráfica 3. Escisión español peninsular frente a español mexicano. Contraste dialectal generado por diferente selección semántica.

 

Parece claro que los distintos comportamientos gramaticales de los dos dialectos estudiados reflejan visiones de mundo bastante diferentes. En efecto, se observa una consistente preferencia del español peninsular por manifestar su gramática —al menos en las áreas base del análisis— expresando los rasgos externos o referenciales de las entidades, y la misma consistencia del español mexicano por hablar de las entidades no por sí mismas sino en cuanto a su capacidad relacional y a las valoraciones que sobre ellas realizan los hablantes. Es decir, los hablantes mexicanos están más motivados por su propia relación con las entidades y el mundo, y por proyectar sus propias valoraciones sobre esas entidades, que por las entidades mismas, esto es, parecen estar más interesados en hablar de cómo ellos ven la realidad y no de la realidad misma. Ya hemos dicho que la lengua mexicana se sitúa con frecuencia en un proceso de subjetivización, y ello podría ponerse en relación, a mi modo de ver, con el amplio desarrollo de la cultura barroca en este país, que permea todos los ámbitos de su vida cotidiana.

El comportamiento gramatical del español de España sugiere, en cambio, que los hablantes adoptan preferentemente un plano más objetivo o distante y codifican más las entidades por sus propiedades referenciales o externas que por la relación que los hablantes contraen con ellas y con el discurso comunicado; están más interesados en describir el mundo —por más que esta descripción pueda en sí misma ser subjetiva— y no tanto en expresar cómo ellos lo perciben y lo valoran.

Merece la pena traer aquí a colación la caracterización lingüística común, y bastante estereotipada, que realizan los hispanohablantes de cada uno de estos dialectos respecto del otro grupo. Para los mexicanos, los castellanos son muy directos y bruscos en su modo de expresión, y, en contrapartida, para los castellanos, los mexicanos son muy corteses y dan muchos rodeos para decir algo. La lengua, al menos en las áreas analizadas, parece respaldar esta recíproca, pero no similar, visión del otro. La frontalidad y los rodeos son, en buena parte, lingüísticamente traducibles en términos de, respectivamente, una selección semántica referencial frente a una relacional-pragmática.

Inicié este discurso tomando como punto de partida la definición del DRAE de identidad y afirmando que la lengua es el sistema que mejor permite acercarse a la organización conceptual del ser humano y a su forma de percibir, de sentir y de conocer, es decir, a su visión de mundo. Los datos aquí expuestos, creo, permiten establecer información de interés respecto de la identidad lingüística de México, esto es, respecto del “conjunto de rasgos propios [...] de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”. Creo que permiten establecer también vínculos interesantes respecto de la relación entre la lengua y los diversos aspectos cognitivos y culturales en cada uno de los dos dialectos analizados.

4. LA HISTORIA, COMPAÑERA DE LA LENGUA: LA HISTORIA EXTERNA

Elio Antonio de Nebrija en el Prólogo a su Gramática, dirigido a la Reina Católica, apuntaba la famosa frase de que la lengua es compañera del Imperio; pues bien, hoy me he permitido la licencia de parafrasear esta idea ya que, esta vez, la historia de México es la que, a mi ver, acompaña a la historia de la lengua. No puede deberse al azar la convergencia cronológica de cambios gramaticales y léxicos, y no debe ser fruto de la casualidad el funcionamiento de una misma semántica en áreas tan distintas de la gramática. A mi ver, los acontecimientos sociales, culturales y económicos ocurridos durante el siglo XVIII en este país pueden ayudarnos a comprender mejor por qué en ese periodo hubo tal concentrado de cambios lingüísticos y por qué se prefirió una semántica más relacional y pragmática, y menos referencial o externa, para codificar la gramática.

De los hechos históricos relevantes para la historia de la lengua española en México, unos atañen a la población indígena y otros conciernen al efecto ideológico y cultural de las reformas borbónicas en la población criolla. En cuanto a los primeros, el hecho fundamental es la migración masiva de indígenas a los núcleos urbanos, motivada por distintas causas; en cuanto a los segundos, las reformas borbónicas —conducentes a un mayor control centralizador por parte de la Corona y a la eliminación de privilegios separadores— hicieron que los novohispanos criollos de la época tomaran conciencia plena de su distanciamiento respecto de España.

Examinemos brevemente los primeros. En el siglo XVIII se produjeron en el Altiplano de México varios fenómenos relacionados que afectaron profundamente la conformación de la población indígena: eliminación administrativa de los pueblos de indios y de los cargos oficiales dependientes de ellos, eliminación total del sistema de repartimientos, notable aumento demográfico de los indígenas, consecuente escasez en el reparto de tierras comunales y, en consecuencia, migración masiva de indígenas a las ciudades; es decir, se produjo la ciudadanización del indígena.

Se ha señalado que durante el siglo XVI la división de la población en dos repúblicas, de indios o naturales, o pueblos de indios, y de españoles, condujo a mantener, hasta donde era posible, una continuidad funcional de las formas de vida prehispánicas y al aislamiento de la población indígena respecto de la española; los pueblos de indios, sin duda, constituían un modo de mantener la vida autónoma de los indígenas y de continuar la estructura social prehispánica, a la vez que se cumplía con uno de los propósitos de los conquistadores “reunir para controlar y separar para preservar”. [69] “En más de un sentido —señala García Martínez— [70] se trataba de formas [las nuevas disposiciones jurídicas] o instituciones que solo tocaban la superficie de las cosas sin llegar a las entrañas de los pueblos, donde seguían vigentes normas y prácticas tradicionales que no incumbían ni afectaban a los españoles”. Por su parte, las encomiendas y doctrinas, las células habituales de la vida social de los indígenas en las primeras décadas del virreinato, ayudaron sin duda a la segregación de indios y españoles. Si a esto añadimos la drástica disminución de la población indígena durante ese siglo, a raíz de la conquista, casi del 90%, señalada por todos los historiadores, todo ello nos permite entender por qué, por ejemplo, la frecuencia de indigenismos léxicos en el primer siglo virreinal es relativamente baja comparada con la de los siglos subsiguientes.

En la segunda mitad del siglo XVII inicia la recuperación de la población indígena, que llega a su nivel demográfico más alto a inicios del XVIII, periodo en que los indígenas componían en las ciudades algo más del 60% de la población total, mientras que las castas integraban el 20%, y el resto correspondía a criollos y extranjeros. [71] El crecimiento demográfico de los indígenas hizo escasear las ya de por sí escasas tierras comunales, pues se volvieron insuficientes para sostener a la creciente población, además de que estaban ya mermadas a causa de la usurpación y las ventas a españoles, y obligó a aquellos a emigrar a los núcleos urbanos y a emplear su mano de obra en busca de mejores condiciones de vida en la ciudad. El desplazamiento a las ciudades estuvo motivado también en gran medida, por una parte, por varias terribles epidemias, sucedidas a fines del siglo XVII y primera mitad del XVIII, [72] que hacían más vulnerables a los habitantes de zonas rurales, y, por otra, por el desmantelamiento definitivo en el siglo XVIII del sistema administrativo colonial inicial de los pueblos de indios, que acaba con los funcionarios a ellos adscritos —alcaldes mayores, repartidores y otras autoridades menores—, los cuales servían de intermediarios entre españoles e indígenas, y que coadyuvaban, por tanto, a la separación de los dos grupos étnicos. Se eliminan de manera definitiva en el último siglo virreinal las disposiciones legales que tendían a separar a los indígenas como un grupo étnico-social con una jurisdicción particular, eliminación que propició tanto el desplazamiento de indígenas fuera de sus lugares de origen cuanto la mayor convivencia de estos con los otros grupos étnico-sociales existentes en la Nueva España. [73]

Se produce por tanto en el siglo XVIII un gran cambio en la configuración poblacional de las ciudades novohispanas motivado fundamentalmente por la ciudadanización del indígena, cambio que conllevó a su vez una participación mucho más directa de este grupo étnico y social, tanto en los mercados urbanos, como en la vida cotidiana pública, calles y plazas, de la ciudad, como en la vida privada, en las casas de criollos, cuanto en el intercambio comercial y racial, alentándose con ello un mayor mestizaje, étnico, cultural y, por ende, lingüístico. No sería lógico pensar que la gran afluencia indígena a las ciudades no hubiera incidido en alguna medida en los usos lingüísticos.

De la separación y el aislamiento de los indígenas en las primeras décadas de la Colonia, se pasa, a partir de fines del siglo XVI y durante gran parte del XVII, a una integración débil o minoritaria del indígena en ámbitos hispanizados, criollos y españoles, a través de las haciendas y los obrajes, y se llega a una integración, convivencia y mestizaje intensos a partir de fines del XVII y durante el siglo XVIII. [74] Se puede decir que el último siglo virreinal constituye, a través de los profundos cambios demográficos urbanos y las reconformaciones sociales ocurridas, uno de los periodos de mayor integración y aculturación recíproca, si no el que más, de indígenas y españoles durante el virreinato en la convivencia diaria. [75]

¿Cuál es la relación de estos cambios de la historia de México con los cambios lingüísticos internos analizados en los capítulos precedentes? A mi entender, el gran flujo poblacional indígena a las ciudades en el último siglo virreinal y las décadas previas inmediatas motivó o activó dos hechos lingüísticos. Por una parte, el empleo de nuevas voces para nombrar la realidad —de ahí la mayor incorporación, uso y plena adaptación de indigenismos léxicos en el siglo XVIII—, así como la convivencia de hispanismos e indigenismos léxicos para nombrar un mismo referente, o incluso la sustitución de aquellos por estos, como apapachar, elote, achichincle, [76] molcajete, tatemar y un largo etcétera (junto a, o en lugar de,mimar, mazorca, ayudante de algún superior, almirez mortero, quemar); y, de hecho, algunos conceptos no tienen propiamente una equivalencia en lengua española, como es el caso de, entre otros,itacate comal. Por otra parte, la renovada mayor presencia indígena en las ciudades motivó el empleo de codificaciones gramaticales y estrategias comunicativas que hicieran viable, en una sociedad multiétnica y multicultural, una convivencia cotidiana respetuosa y exitosa para efectos sociales y laborales, y para lograrlo se requería de la activación o reactivación de modos de expresión que funcionaran como atenuadores comunicativos, como es el caso de los diminutivos, o que, en general, favorecieran una codificación distanciada, menos directa y menos referencial-externa, como lo sería el leísmo de respeto, la recategorización semántica de la antigua duplicación posesiva, el empleo preferentemente aspectual de los pretéritos o el alargamiento discursivo de las fórmulas de cortesía, tan característico de este país. No hay que olvidar, sin embargo, que todo cambio lingüístico, aún más el morfosintáctico, es un proceso interno, gradual e inconsciente que requiere de varias generaciones de hablantes para su total aclimatación en la lengua general, y que, por ello, la convergencia de los cambios en el XVIII no fue sino el resultado, visible, de un lento desarrollo secular; desde luego, el proceso de configuración dialectal del español de México, como el de cualquier otra modalidad, sigue siendo un hecho dinámico —y al mismo tiempo muy estable— que continúa a la fecha, mediante pequeños microquiebres funcionales imperceptibles, a la vez que nuestro dialecto sigue compartiendo con las otras modalidades hispanohablantes una misma gramática, la del español general.

La gramaticalización de tales estrategias lingüísticas atenuadoras, que se constituyen como identificadores del español de México, no fue, en mi opinión, resultado del contacto lingüístico, ni de la interferencia lingüística ni, mucho menos, fruto de un préstamo lingüístico de las lenguas mesoamericanas de adstrato, sino que se trató de un proceso de confluencia cultural y comunicativa [77] que exigió aprovechar al máximo recursos ya existentes en la lengua española general y otorgó un perfil más relacional y menos referencial a varias zonas de la gramática del español mexicano. Ese aprovechamiento innovador estuvo motivado, eso sí, por la necesidad de convivencia e interacción con seres humanos de otras lenguas y otras culturas.

Examinemos el segundo hecho histórico, el efecto de las reformas borbónicas. Ha sido ampliamente señalado por los historiadores [78] que la progresiva pérdida de los privilegios económicos y la autonomía de que gozaban las élites criollas y el control centralizador que ejerció la Corona sobre el virreinato de la Nueva España, especialmente a mediados del siglo XVIII y durante toda su segunda mitad, consecuencia de la aplicación de las reformas borbónicas, fueron un germen importantísimo de la independencia de este país. Al mismo tiempo, la Audiencia de México adquiere en ese siglo una autonomía administrativa y una suficiencia jurídica de que carecía en los siglos precedentes. [79] En la lengua, esa conciencia de independencia y autonomía debió de tener un paralelo en una mayor toma de conciencia del distanciamiento cultural e ideológico entre ambos territorios, la cual debió de ir de la mano, sin lugar a dudas, del desarrollo, afianzamiento y difusión de usos lingüísticos que ya eran propios o estaban en germen en la Nueva España; estos, a su vez, generaron una mayor diferenciación progresiva y una escisión dialectal entre España y México. Esa conciencia criolla estaba presente ya, como ha sido señalado en numerosos estudios, desde la segunda mitad del siglo XVII en los intelectuales y hombres de letras de la Nueva España, quienes hicieron, por ejemplo, uso de voces indígenas en sus escritos y ponderaron en ellos la calidad de su patria, además de afirmarse en su origen americano, [80] pero se manifestó en la vida lingüística cotidiana, esto es, llegó a la lengua hablada por los hombres y mujeres comunes de todos los días, unas dé cadas más tarde, durante el último siglo del virreinato.

Los historiadores del español en América han explicado la conformación del español en este continente como un largo proceso de koineización o nivelación lingüística, ocurrida sobre todo en el primer siglo de la conquista, consecuencia de los sucesivos flujos migratorios, de la diversidad dialectal de los primeros pobladores y de la convivencia de estos con los habitantes originarios. [81] Pues bien, para el español de México, los cambios lingüísticos analizados en los capítulos precedentes, y sobre todo su manifestación en términos de mayor frecuencia de uso y primeras documentaciones, junto con los acontecimientos históricos, sugieren que a la koineización lingüística de los orígenes debe añadirse un segundo periodo de reactivación de esa koiné, el siglo XVIII, en que se manifiestan nuevos rasgos, nuevas construcciones e innovadores significados que contribuyeron de manera importante a la actual configuración e idiosincrasia dialectal de México. En tal renivelación lingüística confluyeron varias causas concurrentes: la ciudadanización del indígena, el distanciamiento ideológico y cultural respecto de España por parte de los criollos y, desde luego, el avance progresivo interno, lento y gradual, de los cambios lingüísticos que se venían gestando en la lengua novohispana desde algunas generaciones atrás.

5. AGRADECIMIENTOS

Este breve recorrido por la historia del español en México no hubiera sido posible si hombres generosos, una institución generosa y un país por demás generoso no me hubieran abierto sus brazos y sus puertas hace ya muchos años y me hubieran acompañado y cobijado a lo largo de mi recorrido personal mexicano. Debo emplear varias veces el adjetivo generoso, a riesgo de un texto mal escrito, porque generosidad es lo que ha caracterizado la relación de este país y su gente para conmigo.

Me congratulo por ser una persona muy afortunada ya que hay muchos hombres y mujeres a quienes puedo, y debo, darles las gracias. Vaya mi agradecimiento inicial a tres académicos de la lengua, al finado don Salvador Díaz Cíntora, a don Gonzalo Celorio y a don Vicente Quirarte, por la confianza y la generosidad de haber propuesto mi nombre a esta ilustre y noble corporación. Mayor generosidad todavía hubo en que el pleno de la Academia Mexicana de la Lengua Española haya respaldado esa propuesta y haya considerado que mi trabajo puede ser de alguna valía. Es un gran privilegio para mí sentarme ahora al lado de ellos y poder aprender de ellos.

La UNAM ha sido siempre una segunda casa generosa que me ha permitido dedicarme a lo que me gusta —que no es poco— y transmitirlo, que me ha alentado en el diálogo académico, el crecimiento y las iniciativas. No es hoy la primera vez que digo que en la UNAM comprendí, desde mis épocas de estudiante de licenciatura, lo que era un Maestro, con mayúscula, en el mejor sentido socrático de la palabra. Cuatro me dejaron especial huella y gratísimos recuerdos de sus clases, dos de ellos son hoy académicos; doble privilegio para mí estar hoy con ellos en esta nueva casa: José Moreno de Alba me enseñó gramática del español y la organización gramatical de la lengua; Margo Glantz me enseñó a entender la literatura y no simplemente a contar el argumento de las novelas; con Dolores Bravo aprendí que el mundo colonial novohispano es verdaderamente fascinante, y Jorge Suárez, un hombre muy sabio y muy generoso, además de enseñarme lingüística, quiso llevarme de la mano para mostrarme también los pasos del oficio. Vaya desde aquí mi reconocimiento y mi gratitud a todos ellos. No puedo dejar de lado en esta mi querida UNAM a mis alumnos, posiblemente de quienes, y con quienes, más he aprendido. Algunos de ellos son hoy ya colegas, y amigos, ocupados también en la historia lingüística de nuestro país. Muchas gracias por la oportunidad de dialogar y compartir con ellos.

México ha sido el país que generosamente me acogió, pero ha sido, sobre todo, el país que, nada más y nada menos, me ha dado una familia y me ha dado también amigos. Para mí, el día de hoy es, por supuesto, motivo de gran alegría y honor, pero es, por sobre todas las cosas, motivo de un alto compromiso con este generoso país, el compromiso de que seguiré siempre trabajando e investigando en los hilos de su historia.




 

[1] Del poeta humanista Rubén Bonifaz Nuño, México, Cromocolor, 2005, p. 14.

[2] Quinto Horacio Flaco, Sátiras, introd., versión rítmica y notas Rubén Bonifaz Nuño, México, UNAM, 1993, p. VII. (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana.)

[3] Imagen de Tláloc. Hipótesis iconográfica y textual, México, UNAM, 1986, pp. 20-21.

[4] Imagen de Tláloc, p. 23.

[5] Publio Virgilio Marón, Geórgicas, introd., versión rítmica y notas Rubén Bonifaz Nuño, México, UNAM, 1963, p. 23. (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana.) Véase el artículo de su discípula Patricia Villaseñor, “Una asidua y honrada labor: la obra filológica de Rubén Bonifaz Nuño”, en A. Vigueras (ed.), Homenaje a Rubén Bonifaz Nuño. Treinta años del Instituto de Investigaciones Filológicas, México, UNAM, 2005, pp. 139-150, especialmente p. 143, para que el lector pueda apreciar que esta cita no es un ejemplo aislado en la obra de Bonifaz Nuño, sino una constante que permea todo su trabajo filológico.

[6] Cf., por ejemplo, los discursos reunidos y editados por Javier Sicilia en José Vasconcelos y el espíritu de la Universidad, prefacio y selección de textos J. Sicilia, México, UNAM, 2001.

[7] Las referencias bibliográficas de los corpus novohispanos son: Concepción Company Company,Documentos lingüísticos de la Nueva España. Altiplano central, México, UNAM, 1994 (será citado comoDLNE); Concepción Company y Chantal Melis, Léxico histórico del español de México. Régimen, clases funcionales, usos sintácticos, frecuencias y variación gráfica, México, UNAM, 2002 (citado como LHEM); Belem Clark de Lara y Concepción Company Company,Lengua y cultura en el siglo XVIII en México. Materiales para su estudio, en proceso (citado como LCM); Paloma Reyna Vázquez, Documentación novohispana coloquial del siglo XVIII. Transcripción, edición crítica y estudio filológico, tesis de licenciatura inédita, México, UNAM, 2005 (citado como DNC).

[8] Cf., por ejemplo, Leonard Bloomfield, Language, Chicago, Chicago University Press, 1985 [1933], especialmente los caps. 18 y ss.

[9] Cf., por ejemplo, Rudi Keller, “Towards a theory of linguistic change”, en Th. T. Ballmer (ed.),Linguistic Dynamics. Discourses, Procedures and Evolution, Berlín-Nueva York, Walter de Gruyter, 1985, pp. 211-238; John Haiman, Natural Syntax. Iconicity and Erosion, Cambridge, Cambridge University Press, 1985.

[10] El cambio fónico escapa ligeramente a una definición de cambio como innovación creativa, ya que uno de los grandes agentes lingüísticos erosionadores del sistema gramatical es precisamente el cambio de sonido, por lo cual se aviene mejor con la primera acepción de cambio. Por ejemplo, una buena parte de las formas lingüísticas puede ser explicada históricamente como compromisos entre cambios de sonido, que erosionan, desequilibran el sistema y crean irregularidad morfológica, y, a manera de contrapeso, reajustes gramaticales diversos que permiten recuperar una relación transparente entre los signos y su valor funcional.

[11] Para fines operativos del análisis deben ser excluidos de esta definición empleos dialectales rurales aislados así como construcciones empleadas por hablantes bilingües de lengua materna indígena, resultado del contacto o del aprendizaje deficiente del español.

[12] En esencia los mismos tres criterios son válidos para caracterizar un americanismo sintáctico; cf. Concepción Company, “Aportaciones teóricas y descriptivas de la sintaxis histórica del español americano a la sintaxis histórica del español general”, en J. L. Girón y J. J. Bustos (eds.), Actas del VI Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, Madrid, Arco Libros, en prensa. Para una panorámica dialectal del español americano y los problemas que ha suscitado su caracterización, cf. José G. Moreno de Alba, El español en América, México, FCE, 2001 [1988].

[13] Se mantiene en España de manera muy esporádica en áreas rurales, restringida a poseedores de segunda persona de respeto: su casa de usted(es). Todavía en el español peninsular culto de inicios del siglo XX se empleaban, como demuestra el epistolario de, nada más y nada menos, Menéndez Pidal: “su fecunda idea de vd. aparece admirablemente desarrollada” (p. 245), “Mil gracias, don Hugo, por su estudio sobre el vasco de Sara, que me trae noticias de su salud de usted ” (p. 254); cf. B. Weiss, “Cartas de Ramón Menéndez Pidal a H. Schuhardt”, Revista de Filología Románica, 63, 1983, pp. 236-255.

[14] Samuel Gili Gaya, Curso superior de sintaxis española, Barcelona, Vox, 1970 [1943], p. 234.

[15] Cf. Humberto López Morales, La aventura del español en América, Madrid, Espasa-Calpe, 1998, cap. 1; también Moreno de Alba, El español en América, pp. 86-87, antes citado.

[16] Jeanett Reynoso, “Desarrollos paralelos en el contacto español-lenguas indígenas: indigenismos léxicos y diminutivos”, Anuario de Lingüística Hispánica, 17-18, 2001-2002, pp. 111-128.

[17] Los indigenismos léxicos en el español del Altiplano mexicano durante la época colonial, tesis de licenciatura inédita, México, UNAM, 1994.

[18] En los ejemplos, el primer número corresponde al año, el segundo al número de documento asignado en el corpus en cuestión y el tercero, en caso de corpus ya publicados, a la página. En los ejemplos procedentes del Léxico histórico del español de México (LHEM) solo se consigna el año, además, claro está, de la entrada léxica.

[19] Cf. J. Ignacio Dávila Garibi, “Posible influencia del náhuatl en el uso y abuso del diminutivo en el español de México”, Estudios de Cultura Náhuatl, 1, 1959, pp. 91-94. Para un análisis del diminutivo en el español actual y, en particular, para una revisión de las diferentes opiniones en torno a su elevada frecuencia de empleo en México, cf. Jeanett Reynoso, Los diminutivos en el español. Un estudio de dialectología comparada, tesis de doctorado inédita, México, UNAM, 2001; para el desarrollo histórico de los diminutivos en el español novohispano, cf. Jeanett Reynoso, Los diminutivos en el español de México. Estudio histórico, tesis de maestría inédita, México, UNAM, 1997.

[20] Los diminutivos en el español de México. Estudio histórico, citado en la nota anterior.

[21] A m o r e s prohibidos. L a palabra condenada en el México de los virreyes. Antología de coplas y versos censurados por la Inquisición de México, México, Siglo XXI Editores, 1997, especialmente pp. 166-186.

[22] El poema completo tiene 920 versos con cinco palabras promedio cada uno, es decir, un total de 4 600 palabras aproximadamente.

[23] Cf. Joan Corominas, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, con la colaboración de J. A. Pascual, Madrid, Gredos, 1980-1984.

[24] Real Academia Española, Diccionario de Autoridades. Edición facsímil, Madrid, Gredos, 2002 [1726]; Rufino José Cuervo, Diccionario de construcción y régimen, revisado y completado por el Instituto Caro y Cuervo, Barcelona, Herder, 1998.

[25] Cf. Baudot y Méndez, Amores prohibidos, p. 181.

[26] Juan M. Lope Blanch (coord.), El habla de la Ciudad de México (Habla culta). Materiales para su estudio, México, UNAM, 1971.

[27] C o r pus de Referencia del Español Actual (CREA) de la Real Academia Española [en línea] http://www.rae.es

[28] Cf. Concepción Company, “The interplay between form and meaning in language change. Grammaticalization of cannibalistic datives in Spanish”, Studies in Language, 22, 3, 1988, pp. 529-565.

[29] Héctor Piera y Soledad Varela (“Relaciones entre morfología y sintaxis”, en I. Bosque y V. Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe y RAE, 1999, p. 4399) caracterizan este cambio como un fenómeno dialectal común, aunque no especifican el ámbito geográfico en que opera: “Dialectalmente es posible encontrar la marca de plural del clítico dativo bajo la forma de un plural en el acusativo”. Por su parte, Rafael Lapesa, Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, 1981, p. 588, ubica la pronominalización se los-se las en el capítulo correspondiente al español americano. En el Habla culta de Madrid, coordinación de Manuel Esgueva y Margarita Cantarero, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1981, se documenta un caso: “hemos vivido en esa libertad. Hemos sabido conseguírselas a ellos porque la hemos vivido” (muestra 11, p. 187).

[30] Cf. Juan P. Sánchez Méndez, Aproximación histórica al español de Venezuela y Ecuador durante los siglos XVII y XVIII, Valencia, Universitat de València, 1997, p. 173.

[31] El cambio debía tener ya estatus de panamericanismo, o casi, a mediados del siglo XIX, como prueba la crítica de Bello a esta práctica lingüística en su Gramática (§ 946, n. 2): “Pero cuando es plural [el dativo], se pone en plural el acusativo que sigue, aunque designe un solo objeto [...]. Es preciso evitar cuidadosamente esta práctica”, reprensión que constituye una señal inequívoca de que el cambio estaba muy difundido en el español de América ya en época de Bello. Para fines de ese siglo, esta innovación debía ya constituir la norma en el uso, si atendemos a las palabras de Rafael Ángel de la Peña en suGramática teórica y práctica de la lengua castellana, que data de 1898: “al paso que le,lalo reproducen una sola persona o cosa, y por lo mismo deben hallarse en número singular, sin embargo por uso vicioso, muy generalizado, se comete el solecismo de ponerlos en plural” (§1599) (México, UNAM, 1985) (las cursivas en ambas citas son mías); obsérvese la expresión muy generalizado. La rapidísima difusión de este cambio, contra la típica lentitud en la progresión de los procesos sintácticos, solo puede ser explicada, a mi parecer, por el hecho de que la forma innovadora resultante se los -se las es formalmente idéntica al pronombre acusativo etimológicamente plural los-las; de ahí que la innovación esté, de alguna manera, camuflada y pase, por ello, desapercibida, por lo cual se propagó muy rápidamente.

[32] Para un análisis diacrónico más extenso, y su relación con otros cambios sintácticos, véase Concepción Company Company “El objeto indirecto”, en C. Company (dir.), Sintaxis histórica de la lengua española. Primera parte: la frase verbal, México, FCE / UNAM, 2005, cap. 6. Para la lexicalización de la secuencia como un solo pronombre selosselas, cf. George de Mello, “Se los for se lo in the spoken cultured Spanish of eleven cities”, Hispanic Journal, 13:1, 1992, pp. 165-179, en particular p. 171.

[33] Construcción esta que suele ser consignada como agramatical en algunas gramáticas de referencia de la lengua española, ya que se suele establecer una incompatibilidad estructural entre posesivos y oraciones relativas especificativas en el español. Resulta evidente que tal incompatibilidad no existe en el español mexicano. Cf. Carme Picallo y Gemma Rigau, “El posesivo y las relaciones posesivas”, en I. Bosque y V. Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe y RAE, pp. 973-1023, especialmente p. 979. Debe decirse que la construcción cuenta con una antigua raigambre medieval; es muy común, por ejemplo, en la prosa alfonsí: “Et Hercules era dante que alli uiuiesse muy nombrado por todas las tierras por sos fechos grandes e marauillosos que fazie” (General estoria. Segunda parte, 28.11b).

[34] Los ejemplos carentes de referencia entre paréntesis corresponden a datos de habla es­pontánea de español mexicano actual, la gran mayoría de registro culto, recogidos en los últimos cinco o seis años.

[35] Astucia. El jefe de los hermanos de la hoja o los charros contrabandistas de la rama, México, Po­rrúa, 1996 [1865].

[36] Cf. Concepción Company, “Cantidad vs. cualidad en el contacto de lenguas. Una incursión metodológica en los posesivos redundantes del español americano”, Nueva Revista de Filología Hispánica, 43: 2, 1995, pp. 305-340. De hecho, la mayor frecuencia de sintagmas posesivos de anaforicidad débil en países de una fuerte presencia indígena, como Perú o México, ha motivado una intensa polémica respecto al estatus de préstamo o no de estas construcciones. Para el posesivo con valor de artículo, cf. Company, “Gramaticalización, debilitamiento semántico y reanálisis. El posesivo como artículo en la evolución sintáctica del español”, Revista de Filología Española, 81, 1-2, 2001, pp. 49-87.

[37] Cf. C. Company, “Old forms for new concepts. The recategorization of possessive duplica- tions in Mexican Spanish”, en H. Andersen (ed.), Historical linguistics 1993, Amsterdam, John Benjamins, 1995, pp. 77-93. No es, por lo tanto, una construcción arcaica, como suele ser calificada, sino una construcción ciertamente conservadora en la forma, arrastre del español medieval, pero totalmente innovadora en su semántica; véase más adelante §3.1.1.

[38] Norohella Huerta, Diacronía del posesivo en el español. Un proceso de gramaticalización múltiple, tesis de maestría inédita, México, UNAM, 2004.

[39] La construcción ejemplificada en (10a) suele estar estigmatizada, ya que su empleo es mucho más frecuente en hablantes no cultos, en muchos casos de extracción rural indígena; sin embargo, surgen también, y con no poca frecuencia, en hablantes cultos en registros cuidados, como muestran precisamente los ejemplos de (10a).

[40] Cf. José G. Moreno de Alba, “Los tiempos pasados del indicativo”, en C. Company (dir.), Sintaxis histórica de la lengua española. Primera parte: la frase verbal, México, FCE / UNAM, 2005, cap. 1.

[41] Graciela Otálora, “El perfecto simple y compuesto en el español actual peninsular”, Español Actual, 16, 1970, pp. 24-28.

[42] Va l o r e s d e las formas verbales en el español de México, México, UNAM, 1978.

[43] Cf., entre otros, Fulvia Colombo, El subsistema de los tiempos pasados de indicativo en el español de México, tesis de maestría inédita, México, UNAM, 2003, y el trabajo de Moreno de Alba, “Los tiempos pasados del indicativo”, ya citado.

[44] “La oposición pretérito indefinido / pretérito perfecto compuesto en documentos novohispanos de los siglos XVI-XIX”, en C. García Turza et al. (eds.), Actas del IV Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, Logroño, Universidad de La Rioja, 1998, pp. 619-629, particularmente p. 628.

[45] Peticiones corteses que suelen tener un promedio de 10 u 11 palabras en la variante mexicana frente a cinco o seis en la peninsular.

[46] Este capítulo reproduce, en lo esencial, con más ejemplos y nueva evidencia cuantitativa, mi trabajo “Gramaticalización y dialectología comparada. Una isoglosa sintáctico-semántica del español”, Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 20, 2002, pp. 39-71.

[47] Fernando de Rojas, La Celestina, ed. crítica Dorothy Severin, Madrid, Cátedra, 1987.

[48] Hernán Cortés, Cartas y documentos, ed. Mario Hernández Sánchez Barba, México, Porrúa, 1963, pp. 3-202.

[49] Escritos de santa Teresa , Cartas, 1-12 (1562-1568), ed. Vicente de la Fuente, Biblioteca de Au­tores Españoles, tomo LV, Madrid, Rivadeneira, 1862; reimpr.: Madrid, Atlas-RAE, 1952.

[50] Francisco Delicado, Retrato de la Lozana andaluza, ed. crítica Claude Allaigre, Madrid, Cá­tedra, 1985.

[51] Por lo que respecta al español peninsular actual, si bien carecemos de datos comparables ya que han desaparecido las duplicaciones con poseedor de tercera persona, el hecho de que solo se conserven esporádicamente en áreas rurales duplicaciones para poseedores de segunda persona de respeto, su casa de usted(es), apuntaría a una motivación más referencial. Dado que la referencia de su(s) es usualmente, y etimológicamente, de tercera persona, se hace necesario hacer explícito al poseedor en el dialecto peninsular cuando el posesivo no tiene esa lectura originaria y puede generarse una ambigüedad entre el interlocutor, segunda persona, usted(es), y otro posible poseedor; cf. C. Company, “El costo gramatical de las cortesías en el español americano. Consecuencias sintácticas de la pérdida devosotros”, Anuario de Letras, 35, 1997, pp. 167-191.

[52] Cf. Elizabeth C. Traugott y Richard Dasher, Regularity in Semantic Change, Cambridge, Cambridge University Press, 2001, cap. 2.

[53] Cf. Elizabeth C. Traugott: “From propositional to textual and expressive meanings. Some semantic-pragmatic aspects of grammaticalization”, en W. P. Lehmann y Y. Malkiel (eds.), Perspectives on Historical Linguistics, Amsterdam, John Benjamins, 1982, pp. 245-272.

[54] Para la amplia gama de significados pragmáticos y referenciales de los diminutivos en cuatro variedades del español, tres americanas y castellano, remito al trabajo ya citado de Jeanett Reynoso, Los diminutivos en el español. Un estudio de dialectología comparada. Véase, por supuesto, el trabajo clásico de Amado Alonso de 1951, “Noción, emoción, acción y fantasía en los diminutivos”, recogido en sus Estudios lingüísticos. Temas españoles, Madrid, Gredos, 1974, pp. 161-189. Para el panorama tipológico del comportamiento semántico de los diminutivos, cf. Daniel Jurafsky, “Universal tendencies in the semantics of the diminutive”, Language, 72, 3, 1996, pp. 535-538.

[55] Almudena Grandes, Las edades de Lulú, Madrid, Narrativa Actual, 1989.

[56] Guadalupe Loaeza, Obsesiones, México, Alianza Editorial, 1994.

[57] Los cuadros relativos a diminutivos proceden de la tesis doctoral de Jeanett Reynoso, Los diminutivos en el español. Un estudio de dialectología comparada, anteriormente citada.

[58] Para los distintos valores del leísmo y explicaciones a este cambio, cf., entre otros, Marcela Flores,Leísmo, laísmo y loísmo. Sus orígenes y evolución, tesis de doctorado inédita, México, UNAM, 1998, y “Leísmo, laísmo y loísmo”, en C. Company (dir.), Sintaxis histórica del español. Primera parte: la frase verbal, México, FCE / UNAM, 2005, cap. 8; Érica C. García, “Frecuencia (relativa) de uso como síntoma de estrategias etnopragmáticas”, en K. Zimmermann (ed.), Lenguas en contacto en Hispanoamérica,Madrid-Fránkfort, Iberoamericana-Vervuert, 1995, pp. 51-72; así como el artículo clásico de Rafael Lapesa, “Sobre los orígenes y evolución del leísmo, laísmo y loísmo”, en K. Baldinger (ed.), Festschrift W. von Wartburg, Tubinga, Max Niemeyer, 1968, pp. 523-551.

[59] Leandro Fernández de Moratín, La comedia nueva El sí de las niñas, ed. crítica John Dowling y René Andioc, Madrid, Castalia, 1975.

[60] Los datos cuantitativos de leísmo proceden de la tesis doctoral de Marcela Flores, Leísmo,anteriormente citada.

[61] Inés Fernández-Ordóñez, “Leísmo, laísmo y loísmo”, en I. Bosque y V. Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1999, pp. 1317-1398.

[62] Cf. Valores de las formas verbales, p. 57.

[63] G r amática d e la lengua castellana destinada al uso de los americanos, con notas de Rufino José Cuervo, Madrid, Edaf, 1978 [1847].

[64] Cf. Moreno de Alba, Valores de las formas verbales, p. 57.

[65] Cf. Concepción Company, “Sintaxis y valores de los tiempos compuestos en el español medieval”,Nueva Revista de Filología Hispánica, 32, 2, 1983, pp. 235-257.

[66] Los datos de México proceden del libro ya citado de Moreno de Alba, Valores de las formas verbales;los datos de España corresponden a los primeros 300 pretéritos perfectos compuestos que se registran en el Habla culta de Madrid, corpus anteriormente citado.

[67] Cf. al respecto, Moreno de Alba: “Los tiempos pasados del indicativo”, citado en la nota 40.

[68] Cf. El subsistema de los tiempos pasados, ya citado.

[69] Manuel Miño Grijalva, El mundo novohispano. Población, ciudades y economía, siglos XVII y XVIII,México, FCE, El Colegio de México y Fideicomiso Historia de las Américas, 2000-2001, p. 41.

[70] Bernardo García Martínez, “La creación de Nueva España”, en Historia general de México. Versión 2000, México, El Colegio de México, 2000, pp. 235-306, esp. pp. 254-255. Cf. también Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, vol. 1: América Latina colonial: la América precolombina y la conquista, Barcelona, Editorial Crítica, 1990 [1984], cap. 7, “Los indios y la conquista española”, especialmente pp. 190-191.

[71] Miño, El mundo novohispano, pp. 25-26, 39-40, y Enrique Florescano y Margarita Menegus, “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico”, en Historia general de México. Versión 2000, México, El Colegio de México, 2000, pp. 363-430; especialmente p. 390.

[72] Cf. Miño (El mundo novohispano, pp. 28-29) hace hincapié en que las epidemias empujaron a las gentes a las ciudades y otros núcleos urbanos grandes.

[73] Cf., entre otros, Florescano y Menegus, “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico”, especialmente pp. 368 y 385-386; R. Douglas Cope, “Los ámbitos laborales urbanos”, en Pilar Gonzalbo (dir.), Historia de la vida cotidiana en México, vol. 2:La ciudad barroca, coord. A. García Rubial, México, FCE / El Colegio de México, 2005, pp. 407-432, especialmente pp. 421-422; Miño,El mundo novohispano. Población, ciudades y economía, pp. 144, 360 y ss., anteriormente citado; Brian Hammett, A Concise History of Mexico, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, pp. 90-95, 110-115; Carmen Yuste, “Autonomía novohispana y reformismo borbónico”, en C. Yuste (ed.), La diversidad del siglo XVIII novohispano. Homenaje a Roberto Moreno de los Arcos, México, UNAM, 2000, pp. 147-162, y Pedro Pérez Herrero, “Los mercaderes novohispanos y el reformismo borbónico”, en C. Yuste (ed.), ibídem, 2000, pp. 163-176, especialmente p. 166.

[74] Cope, “Los ámbitos laborales”, pp. 408, 421, citado en la nota anterior; para otros autores, la integración del indígena en haciendas y obrajes fue un hecho que poco incidió en la configuración poblacional, frente a su integración urbana que habría sido determinante; cf. Miño, El mundo novohispano. Población, ciudades y economía, pp. 28, 141-144.

[75] Ya otros muchos autores han señalado la importancia del siglo XVIII como un momento clave en la conformación cultural del México de hoy; por ejemplo, Elias Trabulse en su “Prólogo” al libro de Baudot y Méndez, Amores prohibidos, señala la segunda mitad de ese siglo como “una transformación sin precedente de cambios en las costumbres, las ideas y las mentalidades”, p. 9; cf., también, Reynoso “Desarrollos paralelos en el contacto español-lenguas indígenas”, p. 27, ya citado.

[76] El DRAE (s.vachichincle) registra también achichinque achichintle, y considera la voz propia de México y Centroamérica.

[77] En los estudios de variación lingüística sincrónica se suelen emplear los conceptos de ‘convergencia comunicativa’ y ‘convergencia cultural’ para situaciones biculturales o multiculturales que llevan a reactivar de manera innovadora recursos formales y semánticos ya existentes en una lengua; cf., por ejemplo, Ricardo Otheguy, “When contact speakers talk, linguistic theory listens”, en E. Contini-Morava y B. Sussman Goldberg (eds.), Meaning As Explanation. Advances in Linguistic Sign Theory, Berlín-Nueva York, Mouton de Gruyter, 1995, pp. 213-242.

[78] Cf., entre otros, Florescano y Menegus, “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico”, ya citado; Felipe Castro Gutiérrez, Nueva ley y nuevo rey. Reformas borbónicas y rebelión popular en Nueva España, México, El Colegio de Michoacán / UNAM, 1996.

[79] Un dato filológico interesante que respalda este aspecto histórico es que el Archivo General de Indias, que, como se sabe, contiene, en esencia, la documentación indiana generada y recibida en el Consejo de Indias, casi no tiene documentación novohispana de carácter cotidiano coloquial para el siglo XVIII, y hay que buscarla en los fondos documentales nacionales mexicanos; sí tiene, en cambio, una rica documentación cotidiana para los dos primeros siglos del virreinato. Lo anterior es prueba de que en el siglo XVIII los juicios se resolvían por lo regular en la Audiencia, y no llegaban ya al Consejo.

[80] Cf., por ejemplo, entre otros, los trabajos de María Dolores Bravo, “La fiesta pública: su tiempo y su espacio”, en P. Gonzalbo (dir.), Historia de la vida cotidiana en México, ya citado, vol. 2, pp. 435-460, e “Identidad y mitos criollos en Sigüenza y Góngora”, en María Dolores Bravo, La excepción y la regla,México, UNAM, 1997, pp. 143-152.

[81] Para una revisión de las distintas opiniones vertidas sobre este punto, cf. el cap. 1, “Los orígenes”, del libro de Moreno de Alba, El español en América, citado con anterioridad.

 

Respuesta al discurso de ingreso de doña Concepción Company Company

 

 

Señores académicos, señoras y señores:

Hace no pocos años, tuve el privilegio de conocer, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a una jovencita recién llegada de España, particularmente brillante, que formaba parte del grupo al que yo enseñaba por entonces gramática española. Concepción Company, así se llamaba esa alumna, por una parte, muy pronto decidió hacerse orgullosamente mexicana y, por otro, al paso de los años, después de estudiar, en esa misma nobilísima Universidad, la maestría y el doctorado en Lingüística, sería reconocida, muy joven todavía, como una de las más importantes filólogas del mundo hispánico. En poco tiempo, la doctora Company, aquella inteligente y dedicada discípula, se convirtió no sólo en mi muy respetable colega, en el Instituto de Investigaciones Filológicas, donde ambos seguimos trabajando, sino en mi profesora particular, a quien con frecuencia consulto sobre diversos asuntos, en particular sobre sintaxis histórica del español, disciplina en la que es una verdadera autoridad. En mi opinión, pocas experiencias en la vida universitaria resultan más gratas que esta: una joven estudiante se convierte no sólo en admirada colega sino, además, en excelente amiga. Lejos estaba yo de imaginar, en aquel curso de gramática, que Concepción, algunos años después, joven aún, pero ya cargada de méritos, sería llamada a formar parte de esta Academia Mexicana y que ello coincidiría con mi gestión como director. Por si todo esto fuera poco, ha tenido la nueva académica la deferencia de pedirme que fuera yo quien le diera la bienvenida, lo que hago ahora, con sumo placer.

Concepción Company es una filóloga erudita y una excelente profesora, rara avis, diría yo, pues los sabios, como ella, no siempre tienen la habilidad y la paciencia necesarias para transmitir conocimientos. La historia de la lengua y, en particular, el cambio lingüístico a través del tiempo es la asignatura que desde hace años viene impartiendo, brillantemente, a estudiantes de lingüística de la Universidad Nacional Autónoma de México. Añádase a esto que de ninguna manera se limita, como hace la mayoría de los profesores, a las horas de clase. Los buenos estudiantes de la profesora Company, sólo los buenos, claro está, tienen además el gran privilegio de ser encaminados por ella hacia la investigación filológica seria. No los abandona a su suerte; sigue con ellos en grupos de excelencia que se han venido constituyendo en un verdadero seminario permanente de Filología Hispánica. Es por todos sus colegas reconocida la enorme calidad de las tesis de maestría y de doctorado que dirige. Es una profesora de tiempo completo, jamás se niega a trabajar con sus estudiantes, con la explicable condición de que ellos estén dispuestos a tomar verdaderamente en serio sus estudios y sus tareas.

Los buenos profesores universitarios, como doña Concepción, están convencidos de que no podrán serlo a plenitud si su docencia no va apoyada por una vida entera dedicada a la investigación. El profesor universitario responsable no se limita a repetir lo que dicen los manuales, sino que transmite a sus estudiantes el resultado de sus propias investigaciones. El buen universitario no sólo transmite información, sino que también aumenta y acrecienta el conocimiento. A ello se debe que la doctora Company haya recibido hace ya algunos años el Premio que la Universidad de México entrega a los más destacados académicos jóvenes y que, también desde hace tiempo, posea el más alto nivel dentro del Sistema Nacional de Investigadores. En su todavía breve carrera como profesora universitaria, ha dirigido ya 17 tesis de licenciatura, ocho de maestría y cinco de doctorado. De estas, ocho han sido premiadas. En proceso tiene más de diez.

Los intereses científicos de la doctora Company pueden agruparse en dos grandes, amplias áreas: la Edad Media y la Filología. Dirige desde hace tiempo el proyecto Medievalia, en cuyo marco se publica la revista del mismo nombre, de prestigio internacional, y han visto la luz más de una veintena de monografías, hoy en día ya indispensables, en los ámbitos de la lingüística, la literatura y, en general, la cultura medieval.

Creo empero que la más importante aportación científica de nuestra flamante académica debemos buscarla en sus investigaciones sobre el cambio lingüístico y, muy particularmente, en la sintaxis histórica de la lengua española. En 1991, con el sello de la UNAM, publicó como libro su conocida tesis doctoral ( La frase sustantiva en el español medieval. Cuatro cambios sintácticos), sobre la que mucho se podría decir. Deseo empero destacar otro de sus libros, de enorme trascendencia y utilidad para los estudios sobre el español mexicano colonial. Me refiero al que se titula Documentos lingüísticos de la Nueva España. Altiplano central, también publicado por la UNAM, en 1994. La inmejorable calidad de la transcripción paleográfica de estos documentos ha convertido el libro en un verdadero paradigma. El rigor y la precisión filológica de esta edición que, además, contiene deliciosos textos informales que van del siglo XVI al XIX han sido reconocidos y apreciados por investigadores de aquí y del extranjero. Ha editado o coeditado varias obras colectivas muy importantes, tanto en el ámbito de los estudios medievales cuanto en el de la gramática histórica del español. Entre estas últimas, deseo mencionar los volúmenes de la Sintaxis histórica de la lengua española, magna obra que está a punto de salir de las prensas del Fondo de Cultura Económica y que, sin duda, vendrá a llenar un vacío en la bibliografía filológica de alta especialización.

En el momento de escribir estas notas, doña Concepción tenía publicados, en revistas científicas con estricto arbitraje, poco menos de 40 artículos y, en prensa o en proceso de dictamen, otros 15. Son muchos, evidentemente. Sin embargo, mejor que su cantidad, yo subrayaría su pareja y alta calidad científica. De ello pueden dar idea el prestigio de las revistas y obras colectivas donde han venido apareciendo: la Nueva Revista de Filología Hispánica, por ejemplo, donde han aparecido varios de sus trabajos, incluido el primero de sus artículos, publicado en 1983, y que se titula “Sintaxis y valores de los tiempos compuestos en el español medieval”. Tómese en cuenta que este ya célebre trabajo fue redactado por la doctora Company antes de cumplir 30 años de edad, antes de su examen doctoral e, incluso, antes de obtener el grado de maestría. Romance Philology, todos lo sabemos, es una de las mejores revistas de filología del mundo. Varios estudios de nuestra académica han visto ahí la luz, siendo el primero (“Estructura y evolución de las oraciones completivas de sustantivo en el español”) de 1989. Otras revistas en las que ha publicado son: la Revista de Filología Española, el Anuario de Letras, Studies in Language, Verba (Anuario Galego de Filoloxía), Dicenda (Cuadernos de Filología Hispánica), Journal of Historical Pragmatics, etcétera.

Ha participado en múltiples congresos internacionales, en varios de los cuales ha sido invitada a encargarse de ponencias plenarias. Hace apenas unos días, sea por caso, tuvo a su cargo una de las ponencias centrales en el congreso de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (Monterrey, 17-21 de octubre de 2005). Ha sido profesora invitada en muchas universidades mexicanas (El Colegio de México, Universidad de Guanajuato, Universidad de Sonora, Universidad Autónoma de Aguascalientes, El Colegio de Michoacán) y extranjeras (Universidad de La Habana, Universidad de Salamanca, Universidad de Buenos Aires, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad de Santiago de Compostela, Universidad Nacional de Cuyo, Universidad de Málaga, Universidad Complutense de Madrid, entre otras).

Mucho más podría decir sobre esta gran filóloga. Prefiero empero, para no fatigar a la paciente audiencia, pasar a comentar, muy brevemente, el espléndido discurso que acabamos de disfrutar. Comienzo recordando a ustedes que los manuales de historia de la lengua española suelen terminar sus explicaciones sobre evolución lingüística en el siglo XVII, como si en el XVIII ya no hubiera habido modificaciones importantes en la fonética, la gramática y el vocabulario. Por ejemplo, don Rafael Lapesa, el más importante historiador de la lengua española, en el capítulo XIV de su Historia, titulado “El español moderno”, donde atiende lo relativo al siglo XVIII, explica con su habitual maestría asuntos que tienen que ver con la fijeza lingüística, con la Academia, con ortografía, con literatura neoclásica, con la Ilustración, etc., pero nada nos dice a propósito de la fonética, la gramática y el léxico de esa centuria. Lo primero que debemos aprender del discurso de la doctora Company es que durante el siglo XVIII tuvieron lugar importantes cambios lingüísticos, que deberían estar explicados en los libros de historia de la lengua española.

No sólo eso. Como nos explica doña Concepción, pertenecen al siglo XVIII cambios de suma importancia, varios de los cuales permiten suponer que es en esa centuria cuando se fortalece, en aspectos y puntos determinados, la personalidad del español mexicano moderno. Ello resulta observable tanto en el terreno del léxico cuanto en el de la sintaxis y, sobre todo, en el de la semántica. Es precisamente en el XVIII cuando hay un apreciable ascenso en el uso de los indigenismos, de los diminutivos, de la duplicación posesiva no referencial, etc., como quedó expuesto, con nítida claridad, en el discurso que acabamos de oír.

Lo dicho hasta aquí habría sido sin duda alguna de gran importancia para la historia de la lengua española en México. Sin embargo, la nueva académica va mucho más allá. Aceptando que todos los rasgos explicados caracterizan al español mexicano, sobre todo por una frecuencia superior a la que se observa en el español europeo, se pregunta a qué puede deberse. En esta parte del discurso, en mi opinión, se pasa de una brillante exposición de hechos lingüísticos a una aún más brillante explicación de estos. Buen filólogo es el que describe con precisión los cambios, pero mucho más admirable es el que se arriesga a buscar sus causas. Concepción Company nos acaba de explicar que, en el fondo de estos cambios o, si se quiere, de las diferencias de frecuencia —particularmente en el siglo XVIII— de los fenómenos descritos está el hecho de que, mientras el español peninsular europeo gramaticaliza más las entidades lingüísticas que entran en una construcción determinada, el mexicano gramaticaliza, mejor que las entidades, las valoraciones del hablante sobre esas entidades: El doble posesivo, sea por caso, en el español europeo suele tener una función desambiguadora, aclaratoria; por lo contrario, en el mexicano, no es esta la función predominante, sino que se emplea para especificar una relación de tipo inalienable.

Esta semántica particular queda aún más evidente en el uso —muy frecuente a partir del siglo XVIII— de los diminutivos en el español mexicano. Muchos de ellos no se emplean precisamente para designar menor tamaño, como sucede en el español general, sino para otro tipo de valoraciones por parte del hablante: “En México —nos dice la doctora Company— “la gordita siempre será referida en diminutivo, así pese muchísimos kilos; el muerto es por respeto el muertito; o se dirá por ahí tengo un terrenito, aun cuando este mida varias hectáreas...”

Excelente lección esta que nos acaba de dar doña Concepción. Además de que todos aprendimos de ella muchas cosas de interés, con ella y con toda su amplísima obra, nos vino a demostrar que la Academia Mexicana de la Lengua tuvo el gran acierto de invitar a una filóloga de primer nivel, que mucho la ayudará en sus labores. Me hago voz de todos mis colegas para darle la más cálida bienvenida. Y, para terminar, vuelvo al español mexicano para decirle con suma sinceridad y llaneza: Adelante, esta es su casa.

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