Ceremonia de ingreso de doña Ascensión Hernández Triviño (Parte 3)

Miércoles, 21 de Enero de 2009.

Respuesta al discurso de ingreso de doña Ascensión Hernández Triviño a la Academia Mexicana de la Lengua

Señor director, señor rector, señores académicos, señoras y señores:

Estas palabras, que ofrezco en nombre de mis distinguidos y queridos colegas, son para celebrar, con júbilo justificado, la incorporación como académica de número de doña Ascensión Hernández Triviño. Los integrantes de la Academia Mexicana de la Lengua reiteramos, ahora en público, nuestra efusiva acogida a quien ha llegado para sumar su inteligente y diligente actividad a las tareas que aquí se realizan.

Doña Ascensión es de oriundez extremeña, como lo fueron en su mayoría los primeros habitantes europeos de nuestro continente. Española por nacimiento, mexicana por voluntad, Chonita, conforme al hipocorístico familiar y afectivo con que también la conocemos y tratamos, nació en Villanueva de la Serena. La Serena es un seductor valle que también presta su nombre a varias ciudades más: Quintana de la Serena, Esparragosa de la Serena, Monterrubio de la Serena, Higuera de la Serena, Valle de la Serena, además de las contrastantes Malpartida de la Serena y Benquerencia de la Serena. Estoy seguro de que estos amables parajes deben suscitar entrañables evocaciones a nuestra académica.

En el mapa literario ocupa un lugar descollante otra de sus viejas villas: Zalamea de la Serena, donde Calderón de la Barca hizo célebre a un pueblo y a un alcalde valerosos en una obra en la que se ha querido ver un argumento en torno al honor, pero que admite una lectura más moderna. Un comandante, personificando el poder castrense y la arrogancia aristocrática en la España del siglo XVII, exhibe en una sola línea el desdén por el pueblo: “¡Ah, villanos con poder!”, exclama. Creo que ahí está una de las claves en cuanto a las intenciones de Calderón: poner en evidencia la caduquez del dominio feudal. En esa Extremadura vigorosa, atraída desde el siglo XVI por la intensidad de nuestros trópicos, está la raigambre hispana de doña Ascensión; vino aquí para echar nuevas raíces: unas representadas por su hermosa progenie, otras significadas por su labor cultural.

Su matrimonio con Miguel León-Portilla la trajo a México. Identificados ambos por su vocación histórica (ella es licenciada y doctora en historia por la Universidad Complutense), luego compartieron también el interés por la filología mesoamericana.

Integrante, desde hace más de tres décadas, del personal académico del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, es también profesora de Historia de la Filología y la Lingüística en el Posgrado de la Facultad de Filosofía, y en la Facultad de Estudios Superiores de Acatlán ha impartido cursos sobre Historia de la Lingüística en México. En ambas facultades ha orientado a muchos jóvenes en el estudio de nuestras lenguas vernáculas. Forma parte, asimismo, del Sistema Nacional de Investigadores.

Su producción es abundante y por su calidad ha merecido reconocimientos y premios varios. Además de sus numerosas publicaciones relacionadas con la diáspora española y la presencia hispana en nuestra cultura contemporánea, el otro eje de sus trabajos académicos está en la cultura náhuatl. En esta materia es autora, coautora o editora de más de una docena de libros, a los que suma cerca de un centenar de capítulos de libros y de artículos en publicaciones especializadas. Las obras de doña Ascensión ofrecen, a quienes se interesen por la esencia de nuestra cultura, respuestas a muchas interrogantes. Tepuztlahcuilolli, [1] por ejemplo, es un texto sobrio, elegante, erudito, que da cuenta de los estudios sobre la lengua mexicana a través de los siglos.

La lengua es el vehículo de comunicación que nos transformó en especie humana al cabo de una larga evolución. La diferencia genética que nos distingue de otros homínidos corresponde apenas a 2% de nuestro genoma. Ahí se localizan las bases biológicas que nos permiten pensar y verbalizar el pensamiento. Lo que nos hace humanos es la palabra; esa es nuestra diferencia con los demás seres animales de hoy y del pasado; esa es nuestra esencia.

Por eso estudiar y conocer la lengua de nuestros ancestros, y de millones de nuestros coetáneos, es una forma de comprender la intimidad de una cultura. Incluso antes de la arribada europea, en este hemisferio existían sociedades complejas donde se ejercía la autoridad del poder político, se cultivaban artes y ciencias, se guerreaba y se negociaba, se construían mitos y se practicaban ritos. Diversos factores geográficos y ambientales generaron un desarrollo distinto del que se produjo en el Mediterráneo, por ejemplo; pero ser diferentes no equivale a ser desiguales.

Más aún, el “encuentro de dos mundos”, como ha llamado Miguel León-Portilla al mutuo hallazgo de América y Europa, propició una cultura mes-tiza en ambas orillas oceánicas. No podemos pasar por alto que el concepto de “europeo” es posterior a ese encuentro. Es cierto que desde la antigüedad helénica habían sido delimitados los espacios continentales correspondientes a Asia, África y Europa, como muestran, entre otras, las obras de Polibio y de Estrabón, [2] pero la construcción del Imperio romano, su ulterior fragmentación durante el Medioevo, la impronta carolingia y el papado, hicieron que se perdiera la idea de Europa como unidad territorial y que se trasladara la identidad cultural hacia lo que por siglos, a partir de Teodosio I, se conoció como cristiandad. Europa sólo fue consciente de su identidad luego del encuentro con las culturas hasta entonces desconocidas. El concepto de Europa se desarrolló a partir del siglo XVI. Fue entonces cuando aparecieron una nueva cartografía y obras referidas a temas “europeos”.

Al inicio de nuestra relación con España, entre los objetivos éticos y jurídicos para justificar el estatus colonial, se incluyó el combate al paganismo, adverso a los valores religiosos imperantes allá que habían nutrido al sistema político medieval y sustentaban al naciente Estado absolutista. A tal extremo se llegó, que se inventó una leyenda conforme a la cual el animal sagrado de los antiguos mexicanos, la serpiente, sucumbía devorada por el símbolo mazdeísta del bien: el águila. También se presentó a los indios como bárbaros porque practicaban sacrificios humanos. Si la historia se hubiera invertido y en la misma época los nativos americanos hubiesen desembarcado en Europa, con seguridad se habrían desconcertado al contemplar el espectáculo de seres humanos devorados vivos por las llamas, como auto de fe, o por las ordalías practicadas en territorio alemán hacia fines del siglo XVI.

En su presunto salvajismo, los indios de América no inventaron instrumentos para atormentar. Los chamanes mexicanos, por su parte, habrían envidiado los milagros curativos atribuidos en Francia a los príncipes borbones, todavía en el siglo de las luces, [3] y los jugadores de pelota se habrían maravillado ante los duelos judiciales, vigentes en Inglaterra hasta el siglo XVIII.

Doña Ascensión Hernández ha dedicado su fructífera labor universitaria a la lengua mexicana. En el Seminario de Cultura Náhuatl, fundado hace medio siglo por Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla, se han cultivado varias vertientes, que incluyen estudios en torno al arte, a la ciencia, a la filología y a la lingüística. El trabajo de nuestra académica en el Seminario ha permitido identificar y analizar las fuentes bibliográficas de esa cultura. Su documentada obra Tepuztlahcuilolli consta de dos partes, publicadas en sendos volúmenes: la primera, de contenido histórico, lingüístico y filológico, y la segunda, una bibliografía crítica en torno al náhuatl. Las páginas de esta obra pueden ser recorridas lo mismo por un interés general en la lengua mexicana que procurando información específica sobre materias determinadas. En el primer caso, el panorama posible es exuberante, porque la autora combina con maestría los elementos característicos de la cultura ancestral nacional, y por otra extiende su información detallada a todas las manifestaciones relacionadas con el náhuatl, lo mismo en México que en Europa y en América, al sur y al norte de nuestro país. Con este trabajo la profesora Hernández Triviño da una prueba de exhaustividad indagatoria y de profundidad analítica.

Pero su labor no está guiada sólo por la curiosidad científica y la responsabilidad profesional; su interpretación de la historia nacional y la cuidadosa identificación de sus protagonistas culturales también denotan una íntima afinidad con su segunda patria. Doña Ascensión advierte el sentido cultural de la Independencia y de la Revolución: ambos movimientos tuvieron repercusiones en el estudio de la historia y de las lenguas mexicanas, dieron un especial valor a la matriz indígena de nuestra cultura y auspiciaron sucesivos procesos de nacionalismo.

 

Con la Independencia “al romper con la historia próxima, el país necesitaba un gran cambio que lo desligara del pasado colonial y que le permitiera adquirir una identidad propia”, y con la Revolución “por segunda vez, en el México moderno, se vivió un momento cumbre en la formación de la mexicanidad”. [4]

Otro aspecto distintivo del trabajo de nuestra académica consiste en el rescate de obras e incluso de personajes poco visitados por lingüistas y filólogos. Por ejemplo, de Melchor Ocampo dice que merece figurar como uno de los primeros que se interesaron por los aspectos lingüísticos del náhuatl, [5] y a ella se debe la organización y edición de los trabajos que el eminente filólogo y lingüista don Pablo González Casanova publicó en revistas especializadas nacionales y extranjeras. El estudio introductorio a la obra de este antiguo miembro de nuestra corporación es por sí mismo una monografía que pudo integrar un volumen; incluye una documentada biografía de don Pablo y un detallado examen de sus métodos de investigación. Sin duda, es una aportación que los especialistas valoran, pero, más que eso, significa recuperar el trabajo de una figura relevante de la cultura mexicana cuya desaparición prematura le impidió sistematizar sus originales contribuciones al conocimiento del náhuatl.

Después de nueve años de estudios en Europa, la mayor parte en Alemania, el doctor González Casanova se reintegró al país en 1913. Al organizar e introducir sus Estudios de lingüística y filología nahuas, [6] doña Ascensión nos brinda un panorama de la vida cultural mexicana durante los duros años de la Revolución. A lo largo de esos azarosos tiempos el trabajo intelectual resultó una empresa difícil, máxime que se carecía de estímulos institucionales que permitieran llevarlo a cabo. Para dedicarse al estudio era menester una gran presencia de ánimo y un inconmovible amor por la cultura. En este estudio se muestra a una generación de mexicanos empeñada en construir las instituciones que han permitido preservar el patrimonio cultural indígena de nuestro país.

Trabajos emblemáticos de esa rica actividad investigativa que caracteriza la rica producción de doña Ascensión Hernández son también el Vocabulario manual de las lenguas castellana y mexicana, de Pedro de Arenas [7], y el Arte de la lengua mexicana, de Andrés de Olmos, en este caso en colaboración con Miguel León-Portilla.[8] Ahora, su discurso se inscribe en esa sólida trayectoria.

Al hablar de “La tradición gramatical mesoamericana y la creación de nuevos paradigmas”, nuestra académica alude a la Babel americana:

un gigantesco espacio con multitud de lenguas, algo que sobrepasaba los límites de lo imaginario y la capacidad de entenderlas… una enorme coordenada sincrónica de lenguas [en la que], a primera vista, se imponía la oralidad, aunque algunas de ellas tenían sistemas de escritura y textos, sobre todo las de Mesoamérica.

Las primeras reacciones culturales de los europeos en México fueron paradójicas: por un lado se produjo la destrucción masiva de documentos indígenas. Juan Pomar decía que en las casas reales de Nezahualpilli había un archivo general que fue devastado. Juan de Zumárraga, en México, y Diego de Landa, en Yucatán, por ejemplo, entregaron al fuego los libros de los indios. Juan de Torquemada deploraba la destrucción de textos indígenas y reconocía que sólo algunos documentos “de mucha importancia para saber las cosas antiguas de esta tierra” habían sido preservados por “diligentes indios”. [9] Por otra parte, hubo humanistas que se dedicaron a rescatar la cultura nativa, para lo cual, nos dice doña Ascensión, tuvieron que aprender lenguas, y para conseguirlo hicieron gramáticas. Uno de estos emprendedores humanistas fue Andrés de Olmos

En su notable disertación, la distinguida académica señala que el paradigma es una parte del saber acumulativo y reflexivo, y que los paradigmas crean tradiciones. El paradigma, agrega, es único y sincrónico, mientras que la tradición es múltiple y diacrónica. El valor teórico de estas afirmaciones consiste en que además de ser aplicables a la filología y a la lingüística, se pueden trasladar a las ciencias sociales.

Si sabemos que el pensamiento es palabra, todo paradigma que haga inteligibles las funciones de ésta sirve, asimismo, para entender otras ex-presiones del pensamiento. Por ejemplo, en la medida en que comprendamos los procesos lógicos que regulan el desarrollo de las lenguas vernáculas mexicanas será posible entender mejor las formas de organización social y política de nuestros pueblos autóctonos. La destrucción masiva de los textos prehispánicos, por sus supuestas motivaciones demoniacas, nos per-mite abrigar dudas acerca de hasta dónde se extienden las interpolaciones feudales y religiosas en los textos que luego sí fueron aceptados por las mismas autoridades espirituales y políticas virreinales. Solo la piedra y la estructura de las lenguas no fueron objeto de esas interpolaciones. De ahí que la arqueología, la filología y la lingüística, con los importantes aportes subsidiarios de otras ciencias, nos faciliten un instrumental adecuado para conocer las raíces de nuestro ser colectivo.

El estudio del Estado arcaico, entendido como la manifestación germinal del orden político, será posible a partir de lo que esas disciplinas permitan descifrar. Así podremos comprender algunos elementos de nuestra realidad presente, como el llamativo fenómeno de que, en nuestro hemisferio, la plaza central de cada población es el espacio donde conviven los recintos del poder temporal y del poder espiritual. Cuando nuestra académica presenta la génesis y el desenvolvimiento de los paradigmas concernidos con la estructura de las lenguas, nos brinda también una ruta a seguir para sistematizar los paradigmas que rigen otras estructuras también vinculadas con el lenguaje, como las del poder primario y las del poder regulado.

Con mano maestra, apoyada en un ritmo elegante y en una prosa diáfana, Ascensión Hernández nos ha conducido desde el mundo clásico de Dionisio de Tracia hasta el Renacimiento y su proyección en América, returino Gilberti, Juan Bautista Lagunas y Alonso de Molina, además del propio Olmos. Así nos muestra cómo se imbrican los nuevos paradigmas y la tradición gramatical mesoamericana.

Más allá de la erudición, el análisis y la brillante construcción teórica de nuestra académica, el texto sugiere numerosas reflexiones. Una atañe a la situación actual de las lenguas vernáculas en México. Si a la distancia de los siglos contemplamos la obra de algunos humanistas en el siglo XVI y la cotejamos con la de varios académicos en el siglo XXI, podremos decir que se hace honor a una tradición iniciada hace cinco centurias. Empero, así como se corresponden por su afinidad los espacios culturales de dos épocas distantes, en nuestro tiempo sigue faltando una mayor responsabilidad institucional en cuanto a nuestras lenguas originales.

No extraña que en el siglo XVI la corona española, como todos los demás gobiernos del planeta en esa época, pasara por alto el valor de las lenguas. Lo que sorprende es que en el siglo XXI el Estado mexicano no asuma una posición más comprometida en esta materia. Durante el siglo XX surgió en el mundo una poderosa corriente favorable a la defensa, preservación y enriquecimiento de las lenguas vernáculas. En todos los continentes numerosas constituciones han incorporado las obligaciones del Estado en cuanto a las lenguas vernáculas. En México, en cambio, conforme al artículo 2º de la Constitución, se delega en los pueblos y en las comunidades, de endeble organización y exiguos recursos, la compleja tarea de preservar y enriquecer sus lenguas. La magnitud de esta empresa demanda que nuestras lenguas sean consideradas nacionales, para que el Estado mexicano quede obligado a adoptar las medidas necesarias para su preservación y desarrollo.

Señoras y señores: La excepcional lección académica que hoy hemos escuchado nos muestra una vertiente más de la riqueza cultural de México; del México pretérito y del México contemporáneo. Los humanistas de antaño, como los de hogaño, cumplen una misión ejemplar poniendo su hacer y su saber al servicio de la comunidad nacional.

No menos relevantes que sus prendas académicas son las virtudes humanas de doña Ascensión. Ella y Miguel León-Portilla han formado un hogar cálido y hospitalario, al que además de Marisa y Gerardo, Miguel Diego y Fabio, se integra una familia universitaria basada en las afinidades de la cultura y en la constancia del afecto.

Precedida en el sitial por don Jaime Torres Bodet y por don Salvador Elizondo, ciudadanos eminentes de la república letrada, nuestra nueva académica viene a sumarse al intenso quehacer de esta corporación. La Academia Mexicana de la Lengua acoge a 36 personas de muy diversas especialidades pero con una causa común: contribuir al desarrollo cultural del país.

Doña Ascensión Hernández Triviño: Esta Academia se siente orgullosa de contarla entre sus integrantes. En los meses transcurridos desde su elección, usted ha trabajado con entusiasmo en las labores de la Comisión de Lexicografía y del pleno. Al convertirse en académica de número, en esta solemne ceremonia, le reitero una muy efusiva bienvenida en nombre de todos nuestros colegas, porque su presencia enriquecerá los trabajos de la institución, para bien de la cultura en México.

[1] Tepuztlahcuilolli. Impresos en náhuatl. Historia y bibliografía , 2 vols., Instituto de Investigacio-nes Filológicas e Instituto de Investigaciones Históricas, unam, México, 1988.

[2] Cf. Polibio, The Histories, III, 37; Estrabón, Geografía, I, 2, 1.

[3] Cf. Marc Bloch, The Royal Touch. Monarchy and Miracles in France and England, Dorset Press, Nueva York, 1961, pp. 223 ss.

[4] Tepuztlahcuilolli. Impresos en náhuatl. Historia y bibliografía , vol. 1, pp. 104 y 154.

[5] Ibidem , p. 114.

[6] Edición y estudio introductorio, Ascensión H., de León-Portilla, Instituto de Investigaciones Filológicas, unam, México, 1977.

[7] Reproducción facsimilar de la edición de 1611, Estudio introductorio, Ascensión H., de León-Portilla, Instituto de Investigaciones Filológicas e Instituto de Investigaciones Históricas, unam, México 1982.

[8] Estudio introductorio y transliteración, Ascensión Hernández Triviño y Miguel León-Portilla, Ediciones de Cultura Hispánica y unesco, Madrid, 1993.

[9] Cf. Miguel León-Portilla, Códices. Los antiguos libros del Nuevo Mundo, Aguilar, México, 2003, pp. 79 ss.

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